martes, abril 02, 2013

Mirando #MalvinasArgentinas -parte II y final


#MalvinasArgentinas 2 de Abril, Día del Veterano y de los Caídos en la guerra  de Malvinas. 


La desmalvinización

La idea de desmalvinización suele atribuirse al académico francés Alain Rouquié. En una entrevista realizada por Osvaldo Soriano para la revista Humor en marzo de 1983, Rouquié manifestó que "quienes no quieren que los militares vuelvan al poder tienen que dedicarse a desmalvinizar la vida argentina. Esto es muy importante: desmalvinizar, porque para los militares las Malvinas será siempre la oportunidad de recordar su existencia, su función y un día, de rehabilitarse. Intentarán hacer olvidar la guerra sucia contra la subversión y harán saber que ellos tuvieron una función evidente y manifiesta que es la defensa de la soberanía nacional"16.

16 Revista Humor, Nº 101, marzo de 1983. Reportaje a Alain Rouquié por Osvaldo Soriano.


La sentencia dictada por el francés parecería haber calado hondo en el pensamiento de muchos argentinos, y en cierto sentido, influido en las decisiones políticas que se tomaron durante la posguerra.
Como rechazo de plano aquellas tesis conspirativas que ponen siempre en el otro la razón de nuestros males, aunque considero que la afirmación de Rouquié es desconocedora de algunas variables sustantivas que componen la historia de nuestro país, entiendo que el francés emitió en tal oportunidad una simple recomendación respecto a cómo, a partir de un dispositivo como el desmalvinizador basado en el olvido, nuestro país pudiera procesar y resolver uno de los tantos traumas producidos por la tiranía militar. Rouquié recurrió a la causa Malvinas, porque consideró que ella constituía per se una "bandera" que podía ser retomada por los militares para justificar un futuro regreso al poder.
Pero la desmalvinización no empieza con la llegada de Rouquié a nuestro país. Las condiciones en las que regresaron nuestros soldados al continente dan cuenta de que este dispositivo empieza inmediatamente después del cese de las hostilidades. Creo entender entonces que la idea de "desmalvinizar" no necesariamente surgió del académico. Giraba ya en las mentes de algunos de los hombres y mujeres del poder, y la opinión de un "prestigioso" intelectual europeo sólo sirvió para reforzar sus argumentos.
Cabe analizar a continuación los presupuestos sobre los que asentó la recomendación el académico francés, las razones a partir de las cuales su sentencia encontró un campo fértil, y además, las consecuencias que el dispositivo desmalvinizante ha generado en nuestra comunidad desde entonces.
Es evidente que Rouquié lanzó su proclama en tiempos de transición entre una dictadura feroz y una incipiente salida democrática, con un claro objetivo inicial: el de restarles argumentos a los militares para evitar su regreso al poder. Pero la recomendación del académico presupone además una receta para que nuestra comunidad procese y supere las consecuencias traumáticas de un proceso revulsivo.
No suelo dedicarme a los menesteres de la psicología y mis conocimientos respecto al psicoanálisis son ciertamente limitados. Pero ello no obsta para que por la simple aplicación del sentido común, pueda sostener sin temor a equívoco que un suceso traumático o un trauma es esencialmente un hecho ajeno a nuestra experiencia normal o cotidiana, un suceso extraordinario que puede ser repentino o no, y que además suele generar consecuencias psíquicas cuya relevancia depende de su intensidad o gravedad, de su excepcionalidad o de su carácter prolongado. Por su parte, hemos comprobado con la experiencia que los episodios traumáticos pueden acarrear efectos emocionales, cognoscitivos, corporales, etc.

Si tales principios básicos pudieran trasladarse al campo de lo social (de hecho la psicología social ha realizado tal operación), podemos afirmar que un trauma social o colectivo es un estado general producido por un hecho o conjunto de hechos que dejan marcas o huellas de distinta profundidad en el seno de la comunidad. En algunos de los textos que he consultado al respecto, la violencia física en sus diferentes formas aparece como fuente primordial del trauma social, y suele considerarse por su eficacia, es decir, "la de anular al otro como sujeto diferenciado, sumiéndolo en una pérdida de identidad y singularidad que señala el lugar de la angustia"17.

17 María Cristina Rojas, Sonia Kleiman, Liliana Lamovsky, Mirta Levi y Cielo Rolfo, "La violencia en la familia: discurso de vida, discurso de muerte", Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo, 1/2, XIII, Argentina, 1990.

Quienes hemos transcurrido nuestro devenir en el país durante los últimos cuarenta años podemos dar cuenta de que la violencia política acontecida en la década de 1970, y el proceso represivo posterior, han impreso consecuencias efectivamente traumáticas sobre el conjunto de la sociedad que aún perduran. Igual razonamiento puede aplicarse a un acontecimiento como el de Malvinas que constituye, como ya se ha dicho, el único episodio bélico protagonizado por nuestro país en el siglo pasado, y que además contó con la participación directa e indirecta de muchas familias argentinas.
Los expertos suelen coincidir en que el primer paso para el tratamiento de un suceso traumático es el de promover la autoconciencia del trauma y de sus efectos, y para ello, se requiere prestar especial atención al sujeto traumatizado. La mirada del propio individuo es en tal sentido fundamental para encarar cualquier proceso terapéutico.
Una vez operada la auto conciencia del trauma y sus efectos, los caminos deben conducir hacia lo que se denomina elaboración del trauma, es decir, hacia una actividad que tiende a hurgar en la causas, antecedentes, y la comprensión del evento traumático, para luego asistir al paciente de forma tal que logre convivir con éste en un marco de relativa aceptación del episodio.
En el ámbito de lo social, por su parte, dicha elaboración presupone fundamentalmente un diálogo lo más extenso y amplio posible en términos de legitimidad social, para posteriormente formular ciertos acuerdos que permitan transcurrir el desarrollo evolutivo común con la menor cantidad de obstáculos posibles.

Cabe señalar que, en materia social, las alternativas para la elaboración de un trauma colectivo son múltiples, y los senderos transcurridos en tal sentido a lo largo de la historia, diversos y dispares. Cada sociedad ha asumido a través de sus modos de representación social y política una posición determinada para transcurrir el período de elaboración, de acuerdo a sus condiciones históricas, su idiosincrasia, los factores de poder en juego, la lucidez de sus elites, etc. No existe aquí una formula única ni una receta determinada.
Nótese, a modo de ejemplo, y más allá de los juicios de valor que puedan efectuarse, que mientras en nuestro país se viene realizando con alternancia una investigación sostenida respecto a los crímenes y delitos cometidos por el entorno represivo, otras sociedades como la española, ante acontecimientos traumáticos de gran envergadura como la Guerra Civil, ha recurrido al olvido como fórmula de resolución del trauma. Sin embargo, cabe señalar que en el campo de lo social, tanto la promoción del recuerdo y castigo de lo pasado, como la del olvido, constituyen ejercicios de historización y, en tanto, acciones claramente intencionadas.

El proceso que conlleva a la elaboración del traumatismo social puede definirse como una reconstitución "colectivamente elaborada que modifica y muchas veces transgrede la memoria individual18 (…). En dicho marco, el desafío consiste en descubrir cuáles son los recursos que tiene la sociedad para evitar que ello (el evento traumático) sostenga la perturbación del cuerpo socia19"
En este último párrafo encontramos una clave. El proceso de elaboración del trauma social se encuentra íntimamente vinculado a la detección de aquellos recursos más eficaces para evitar que dicho trauma continúe perturbando.

18 Juana Kovalskys, "Trauma social, modernidad e identidades sustraídas: nuevas formas de acción social, Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos. Universidad de Chile. http://www.scielo.cl


Como señalamos anteriormente, el dispositivo de desmalvinización se constituyó en el "norte" a partir del cual se ejecutaron desde el poder diversas políticas vinculadas a la cuestión Malvinas, durante el período de posguerra. Entendemos por desmalvinización aquel conjunto de acciones impulsadas desde el poder militar, político, económico y simbólico, durante todo el período de posguerra, tendientes marginar de nuestra memoria colectiva el conflicto bélico acontecido en 1982.
La desmalvinización no solamente propuso el olvido integral del conflicto como fórmula. Dicho dispositivo impulsó mecanismos a partir de los cuales, entre otras consecuencias, se anudó el combate a la tiranía militar, se consideró el desafío a un poder como el británico como un "imposible fáctico", se menoscabó integralmente la participación de nuestras fuerzas en la batalla, y por último, se victimizó a los veteranos de guerra.
Cabe interrogarse en primera instancia si quienes impulsaron y ejecutaron tal dispositivo, tal como surge de las recomendaciones precedentes, realizaron el necesario ejercicio de descubrir y analizar los recursos con los que contaba nuestra propia comunidad para evitar la recurrencia de la perturbación.
Desde la perspectiva del pensamiento nacional, que insisto, coloca a lo nacional en el centro del análisis, consideramos que en todo el período de posguerra no existió un proceso de investigación y debate que se haya concentrado en la detección y análisis de los recursos con los que contaba y cuenta aún nuestro país para evitar una perturbación recurrente en lo que refiere a la cuestión Malvinas.
Ello es así, ya que no se han tenido en cuenta a la hora de impulsar recomendaciones y políticas orientadas hacia la cuestión que nos ocupa, entre otras cuestiones de primordial importancia, la existencia de una percepción social que considera justa la causa malvinera, el reconocimiento internacional respecto a la situación colonial, la valentía y el heroísmo desplegados por un sector importante de nuestras fuerzas, las aspiraciones de nuestros veteranos y sus familias, el apoyo recibido por numerosos estados iberoamericanos y las razones históricas que respaldan nuestro reclamo. Éstos, entre otros, son recursos con los que efectivamente contaba y aún cuenta nuestro país para encarar un fenómeno como el malvinero.

Como corolario de lo anterior se infiere que no habiendo existido ese indispensable proceso de debate y acuerdo que lleva hacia la reconstitución "colectivamente elaborada", el dispositivo desmalvinizador en tanto imposición arbitraria, inconsulta y autoritaria, ha resultado esencialmente ineficaz para contribuir al procesamiento colectivo del trauma causado por la guerra, y ha operado en consecuencia de manera absolutamente contraria a nuestros intereses colectivos por las siguientes razones:

I) Más allá de ciertas alteraciones, los pilares sobre los que se sostuvo la fórmula general adoptada durante los últimos 25 años por el poder político y simbólico para elaborar el trauma colectivo de la última dictadura fueron: el ejercicio irrestricto de la memoria, la búsqueda de la verdad y la persecución judicial de los delitos cometidos en el marco represivo. Llama entonces poderosamente la atención que mientras la memoria se constituyó como pilar de dicha formula, al momento de abordar un episodio históricamente significativo como el de Malvinas, que tuvo lugar durante ese lapso, se apeló a una práctica absolutamente contraria, la del olvido.
Esta actitud resulta a simple vista contradictoria y conduce hacia el planteamiento de legítimas dudas. Si se considera a la memoria como el mejor instrumento para elaborar las convulsiones pasadas, debe aplicarse entonces también a la cuestión Malvinas, no sólo a partir del recuerdo de defecciones, delaciones y engaños, sino también de la rememoración de todos aquellos actos o acciones de alta significación, de heroicidad y de patriotismo que allí han acontecido, teniendo fundamentalmente en cuenta la existencia de un antagonista como el británico, que ocupa ilegítimamente nuestro archipiélago desde hace más de ciento cincuenta años. El ejercicio de la memoria nos obliga a un abordaje integral y contextuado de la guerra de Malvinas, en especial, por la significación histórica que cobra su épica, y por las virtualidades que el heroísmo adquiere para el conjunto.

II) Si la fórmula para evitar nuevas intervenciones militares en el gobierno y/o su rehabilitación, es olvidar el episodio de 1982, tal como lo promueve el dispositivo desmalvinizador, cabe interrogarse respecto a ¿cómo compatibilizar tal situación con el mantenimiento de una causa que una parte sustancial de los argentinos consideramos justa? Y además, ¿cómo impulsar el merecido reconocimiento histórico a quienes ofrendaron su vida, a quienes combatieron heroicamente en el conflicto, a sus familiares?

III) Si tal como lo promueve el dispositivo "desmalvinizador" apelamos a la idea de invulnerabilidad del antagonista, ¿cómo relatamos una historia como la de nuestro país, que justamente surgió como Estado a partir del enfrentamiento con las potencias de la época, en clara inferioridad tecnológica? ¿Cómo explicamos un fenómeno como el de Martín Miguel de Güemes o epopeyas como la de la Vuelta de Obligado? ¿Sobre qué hipótesis y qué valores formaremos futuras camadas de militares para la defensa?

IV) Si aislamos el conflicto de 1982, ¿cómo explicamos integral y verazmente el proceso de relaciones bilaterales argentino-británicas desde principios del siglo XIX hasta la fecha?

V) Si victimizamos a nuestros veteranos y a sus familiares colocándolos en una situación de menoscabo, sin considerar su propio pensar y sentir, ¿cómo fundamentamos la existencia en nuestro país de una comunidad verdaderamente democrática?

VI) Si "desmalvinizamos": ¿sobre qué bases seguiremos encarando ante el antagonista británico la prosecución de una causa justa?


Respecto a lo abordado en el punto I) de la enumeración precedente, es decir, sobre la cuestión vinculada a la memoria, bien vale efectuar una serie de reflexiones complementarias.
Más allá de que dicho vocablo refiere a una facultad humana conocida por todos, el apelativo a la "memoria" en términos políticos requiere una mirada diferente. El pensamiento nacional tiene una clara perspectiva en lo que respecta a las virtualidades colectivas del ejercicio de esa facultad. En tal sentido, consideramos la memoria como una facultad o potencia que nos permite retener y recordar lo pasado. Rememorar es entonces actualizar lo pretérito. Una de las funciones que cumple ese actualizar el pasado que se ejercita mediante la memoria, es la de alimentar la experiencia.
En tal sentido, el rememorar constituye una forma de conocimiento o autoconocimiento que contribuye, entre otras cuestiones, a adoptar decisiones para el presente o para el futuro con cierto sustento en el pasado.

Hecha tal definición debemos diferenciar la memoria, que es una facultad, del recuerdo, que es la puesta en práctica o en acto de dicha facultad en un caso concreto. Partimos de un primer interrogante: ¿recordar o rememorar resulta de un simple y meridiano ejercicio de la memoria o implica necesariamente un acto de procesamiento de lo recordado? Creo entender que recordar implica necesariamente procesar, y por lo tanto, un mismo recuerdo en diferentes circunstancias puede ser idealizado o martirizado. La memoria existe en tanto es ejercida mediante un recuerdo inevitablemente procesado.

Nuestra corriente y el revisionismo histórico han batallado tenazmente contra los abusos y adulteraciones operadas sobre nuestra memoria colectiva. A ellos les debemos una serie de descubrimientos que dieron a luz el mecanismo de falsificación y sustitución de elementos y acontecimientos sustanciales de la historia local, que practicaron el mitrismo y sus sucedáneos. Entendemos en tal sentido que lo que se conoce como historia oficial, no es otra cosa que la construcción de un relato funcional a los intereses elitistas, práctica que se extendió en muchas naciones iberoamericanas.

Arturo Jauretche sostenía en su tiempo respecto a la historia oficial que había generado una concepción "estratosférica" del país, "en cuanto se excluyeron las causales internacionales de los hechos propios o inversamente se excluyeron los hechos propios de las causales internacionales"20.

19 Juana Kovalskys, op. cit.
20 Arturo Jaurteche, "Manual de Zonceras Argentinas", Arturo Peña Lillo editor, 1ª edición, 1968.


Por su parte, el uruguayo Alberto Methol Ferré afirmó en sintonía que: "Nos enseñaban una historia de puertas cerradas, desgranada en anécdotas y biografías, o de bases filosóficas ingenuas, y nos mostraron la abstracción de un país casi totalmente creado por pura causalidad interna.
A esta tesis tan estrecha, se le contrapuso su antítesis, seguramente tan perniciosa. Y ésta es la pretensión de subsumir y disolver el Uruguay en pura causalidad externa, en una historia puramente mundial a secas. Una historia tan de puertas abiertas que no deja casa donde entrar..."21. Tal fenómeno para el uruguayo generó una escisión entre "pueblerinos o ciudadanos del mundo (...). Así, de una historia isla, pasábamos a la evaporación, a las sombras chinescas de una historia océano, donde la historia se juega en cualquier lado menos aquí y aquí lo de cualquier lado". Estos dos tipos de formulaciones -concluye Ferrer- son dos formas del escapismo: "Interioridad pura o exterioridad pura, dos falacias que confraternizan... (...) Era una manera de renunciar a hacer historia".

21 Alberto Methol Ferré, "Geopolítica de la Cuenca del Plata". A. Peña Lillo editor, Buenos Aires,1973.


Hechas las consideraciones precedentes respecto a la vinculación entre memoria, historia y política, no puede dejar de observarse que en el discurso actual, sobre todo en aquel que emerge de ciertas orientaciones progresistas, se tiende hacia la "ultra ponderación" de una memoria que aparece como "infalible e imparcial". Esta mirada, más allá del error teórico que contiene, presupone, no nos engañemos, una mirara nítidamente intencionada tendiente a sustentar una posición eminentemente política.

Expuestos tales fundamentos sólo resta ratificar a modo de complemento, tal como lo hemos sostenido en el prólogo del libro de José Luis Muñoz Azpiri Soledad de mis pesares (crónica de un despojo), editado también por la Corporación Buenos Aires Sur, que la desmalvinización referida es "derivación directa y necesaria de un tipo de relaciones de poder que se manifiestan ancestralmente en la humanidad, que dan cuenta de un pretérito fenómeno colonial y que gravitan indubitablemente en la formación de las conciencias de las elites de aquellas naciones sujetas al tal impronta"22. Sobre este punto nos referiremos más adelante.

22 Francisco José Pestanha, prólogo al libro "Soledad de mis pesares (crónica de un despojo)", Ed. Corporación Buenos Aires Sur, 2007.


Éstos, entre otros tantos fundamentos e interrogantes que no podemos desarrollar en este ensayo por razones de espacio, nos inclinan a rechazar de plano la fórmula "desmalvinización" por teórica y prácticamente ineficaz para superar el trauma producido por la guerra de 1982, y nos impulsa a recomendar otras que se enunciarán en próximos textos.

Reflexiones sobre la victimización

Determinadas algunas perspectivas desde las cuales, quienes nos enrolamos en esta corriente, abordamos la guerra de Malvinas, resta en este último apartado analizar cómo puede considerarse un tópico determinado del dispositivo de desmalvinización que denominamos victimización.
Bien vale para ello entonces recordar aquellas zonceras criollas enunciadas y desarrolladas por Jauretche en su recordado Manual de Zonceras Argentinas23, cabales herederas de los aforismos sin sentido expuestos por el lúcido Manuel Ortiz Pereyra, y cuyo nombre fue seguramente tomado por don Arturo de la obra de Guillermo Correa La Zoncera24.

23 Arturo Jauretche, "Manual de Zonceras Argentinas", Arturo Peña Lillo editor, 1ª edición, 1968.
24 Guillermo Correa, "La Zoncera", Librería "La Facultad", 1927.


Jauretche definía a las zonceras como "principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia, en dosis para adultos y con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido (sentido común)". Uno de los principales objetivos de las zonceras era el de potenciar razonamientos y prácticas autodenigratorias mediante la apelación a "una tabla comparativa referida al resto del mundo, y en la cual, cada cotejo se hace en relación a lo mejor que se ha visto o leído en otro lado, y descartando lo peor".

Las zonceras entonces tienen como objetivo la generación de mecanismos que, de un modo inconsciente, afectan la autoestima colectiva a través, entre otros dispositivos, de la comparación perniciosa. Para don Arturo, la zoncera madre que "parió a todas" era la de civilización y barbarie, donde la noción de civilización daba cuenta de un determinado estadio civilizatorio exógeno y progresista (civilización europea), y la barbarie, de uno endógeno y decadentista (barbarie iberoamericana). Las zonceras para el maestro, en tanto limitan el autoconocimiento, inciden sobre la percepción y valoración de la propia identidad.
Aunque desde ciertas perspectivas suele negarse la existencia de formas colectivas de identidad, y por lo tanto, de dispositivos de afectación de la estima colectiva, lo cierto es que el estudio de las modalidades y caracteres de tal fenómeno son corrientes en las naciones centrales. Un ejemplo de ello lo constituye el reciente y difundido texto de Samuel Huntigton ¿Quiénes somos?25, donde el autor aborda los diferentes desafíos de índole identitaria que se le presentan a la sociedad norteamericana contemporánea.

25 Samuel P. Huntington, "¿Quiénes somos?", Editorial Paidós, 2004.

Jauretche, plenamente conocedor de tal acontecimiento, batalló incansablemente a través de sus textos y conferencias, para que los argentinos resultásemos conscientes de los efectos que tales mecanismos generan en nosotros mismos y en nuestros paisanos.
En la casi totalidad del tratamiento mediático de la guerra de 1982, se encuentran presentes referencias vinculadas a la ineptitud y las defecciones acontecidas en la conducción de la guerra. Respecto a ellas existe suficiente bibliografía autorizada. Si bien muchos de los cuestionamientos han surgido de especialistas nacionales e internacionales en materia estratégico militar, en especial, los vinculados a la defectuosa conducción integral del ejército y cierta "evasión" por parte de la Armada, lo cierto es que el desempeño de nuestras Fuerzas Armadas en la conflagración no fue homogéneo. La actuación de la Fuerza Aérea Argentina, y de ciertas unidades del Ejército y la Marina, fueron destacadas en numerosas oportunidades por expertos en la materia.

Innumerables son las referencias que pueden citarse sobre esta cuestión, pero quizás una sola de ellas puede resumir tales aseveraciones. Me refiero a la de Pierre Clostermann, el más avezado piloto de la aviación francesa durante la Segunda Guerra Mundial, quien en su oportunidad declaró: "A vosotros, jóvenes argentinos compañeros pilotos de combate quisiera expresaros toda mi admiración. A la electrónica más perfeccionada, a los misiles antiaéreos, a los objetivos más peligrosos que existen, es decir, los buques, hicisteis frente con éxito. A pesar de las condiciones atmosféricas más terribles que puedan encontrarse en el planeta, con una reserva de apenas pocos minutos de combustible en los tanques de nafta, al límite extremo de vuestros aparatos, habéis partido en medio de la tempestad en vuestros ‘Mirage’, vuestros ‘Étendard’, vuestros ‘A-4’, vuestros ‘Pucará’ con escarapelas azules y blancas.

A pesar de los dispositivos de defensa antiaérea y de los SAM de buques de guerra poderosos, alertados con mucha anticipación por los ‘AWACS’ y los satélites norteamericanos, habéis arremetido sin vacilar. Nunca en la historia de las guerras desde 1914, tuvieron aviadores que afrontar una conjunción tan terrorífica de obstáculos mortales, ni aun los de la RAF sobre Londres en 1940 o los de la Luftwaffe en 1945. Vuestro valor ha deslumbrado no sólo al pueblo argentino, sino que somos muchos los que en el mundo estamos orgullosos de que seáis nuestros hermanos pilotos. A los padres y a las madres, a los hermanos y a las hermanas, a las esposas y a los hijos de los pilotos argentinos que fueron a la muerte con el coraje más fantástico y más asombroso, les digo que ellos honran a la Argentina y al mundo latino. ¡Ay!: la verdad vale únicamente por la sangre derramada y el mundo cree solamente en las causas cuyos testigos se hacen matar por ella..."26.

26 Carta del Coronel (FAF) Pierre Clostermann, héroe francés de la Segunda Guerra Mundial, a los pilotos argentinos. www.fuerzaaerea.mil.ar


El contexto dictatorial en que acontecieron los episodios bélicos y ciertas desinteligencias en la conducción de la guerra tiñeron una parte sustancial de las crónicas de posguerra en los años sucesivos. Pero, ¿qué ocurre respecto a la labor destacada de la Aeronáutica y de las unidades citadas precedentemente, y de los actos de heroísmo durante las operaciones?
En términos generales, los análisis mediáticos de posguerra se centraron en la asimilación del conflicto a la tiranía, aunque debe reconocerse que en forma muy esporádica aparecieron referencias a ciertos logros obtenidos por nuestros pilotos. Es evidente que la ausencia casi total de épica protagonizada por nuestros hombres en el marco del conflicto bélico, ha contribuido a soslayar un aspecto importante de nuestras potencialidades, potenciando aquellos mecanismos autodenigratorios de los que hablaba Jauretche.
En lo que respecta al tratamiento integral de los veteranos de guerra no pertenecientes a los cuadros profesionales de las Fuerzas Armadas, el mecanismo que aparece con mayor frecuencia en el discurso mediático es el de la victimización. En alguna oportunidad hemos definido la victimización como una acción que apunta a señalar un determinado estatus de sufrimiento, persecución o ensañamiento con el fin de obtener un tratamiento que mejore la calidad de quien mantiene dicho estatus. La victimización constituye, en cierto sentido, un proceder deliberado que aspira a revertir una determinada situación de menoscabo.

Pero a la vez, suele recurrirse a la victimización (y de hecho así ha acontecido) para neutralizar o anular cualquier conato de crítica respecto del sujeto o grupo victimizado, e inclusive, como dispositivo de transferencia tendiente invertir la condición de victimario en la de víctima. De lo expuesto, se infiere que este concepto admite diversos sentidos, alguno de los cuales pueden resultar hasta ciertamente contrapuestos.

La noción de victimización nos remite necesariamente a la de víctima. Victima es aquella persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio. Dicho vocablo puede aplicarse además a aquel "sujeto o grupo de sujetos que experimentan daño o menoscabo por causa ajena o fortuita"27. Por su parte, desde el punto de vista del derecho, la condición de victima se atribuye a un individuo o grupo que sufren o han sufrido pérdida o detrimento de sus derechos esenciales.

27 Diccionario de la Real Academia Española. Edición 1977.

En una conferencia dictada el 2 de junio de 2004 sobre la noción de justicia, Alain Badiou se preguntaba respecto a ¿quién es la victima?, ¿quién es considerado victima? El académico sostuvo en tal oportunidad que "estamos obligados a admitir que la idea de victima supone una visión política de la situación; en otras palabras, es desde el interior de una política que se decide quién es verdaderamente la víctima: en toda la historia del mundo, políticas diferentes tuvieron víctimas diferentes. Por lo tanto, no podemos partir únicamente de la idea de víctima, porque víctima es un término variable" 28.

28 Alain Badiou, Conferencia ofrecida el 2 de junio de 2004 en el Salón de Actos de la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario.


Coincidiendo con el autor, entendemos que la victimización de nuestros veteranos ha sido desplegada ex profeso en el marco de la desmalvinización con un objetivo político: el de coadyuvar a reforzar el carácter despótico, abusivo y cruel de la dictadura militar. En tal sentido, los combatientes de Malvinas pasaron de ser protagonistas de un acontecimiento bélico de alta significación histórica, a militar en el amplio espectro de las victimas de la dictadura, reforzando así las políticas implementadas desde el poder.
Conscientes de tal fenómeno, resta ahora interrogarnos si la victimización que recayó sobre nuestros veteranos constituyó un mecanismo eficaz y duradero para elaborar el trauma generado en ellos por el conflicto. En sintonía con lo sustentado respecto del dispositivo de desmalvinización, nos inclinamos por la negativa. Razones de espacio me impiden desarrollar acabadamente este tópico sobre el que me he referido en numerosas oportunidades, en especial, en un texto que titulé: Victimización: ¿Redención del oprimido o retorno al coloniaje?29

29 Francisco Pestanha, "¿Existe un Pensamiento Nacional?", Ediciones Fabro, 2007.



Sin embargo, a partir de los numerosos trabajos de investigación que han realizado mis alumnos durante los últimos años en la materia Derecho a la Información que se cursa en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, hemos comprobado que, a pesar de los numerosos matices que existen en las miradas de quienes participaron en la guerra, salvo en casos excepcionales, la victimización es rechazada ya que no representa ni contiene los anhelos o las aspiraciones de quienes combatieron en el conflicto.

Como sostuvimos anteriormente, toda sociedad que se precie de democrática debe aspirar a contener la mayor parte de las expectativas de cada uno de sus componentes, y por tanto, al momento de formular proposiciones y diseñar políticas tendientes a superar un trauma colectivo deben necesariamente consultarse dichas expectativas. La situación de los veteranos durante la posguerra atravesó distintas etapas. Desde el ocultamiento, el abandono y la orfandad inicial, hasta la fecha, cuando se está reparando, aunque tardíamente, el martirio económico sufrido. Pero queda pendiente la deuda quizás más relevante que la sociedad tiene para con ellos, que es la de su definitivo reconocimiento histórico.

En todo este itinerario de 25 años, ese espacio de expresión indispensable para que nuestra comunidad en forma democrática pudiera contemplar sus perspectivas y transformarlas en políticas generales nunca se abrió, y salvo en realidades circunscriptas, las penurias anímicas, morales y espirituales de nuestros veteranos aún hoy persisten. La victimización fue en este sentido un mecanismo inconsulto y autoritario, y a la fecha ha causado más perjuicios que los que pueden imaginarse.

Respecto a las consecuencias de la victimizacion, bien vale traer aquí parte de un texto que escribiera oportunamente para un grupo de veteranos. En dicha oportunidad sostuve que "Los seres sensibles al dolor y al sufrimiento ajeno no somos en forma alguna indiferentes ni extraños a la opresión. De hecho, suelen conmovernos desde el avasallamiento más leve hasta la opresión más extensa que se conozca. Pero dicha conmoción no puede confundirse nunca con ignorancia o ingenuidad, y menos aún servir de obstáculo para impedir contemplar integralmente una realidad humana que nos muestra que las relaciones desiguales de poder constituyen un dato incontrastable de la realidad, mantienen una presencia ancestral y cobran una virtualidad histórica".
Una cuestión es anhelar la igualdad y luchar consecuentemente por ella, y otra muy diferente es creer que la misma pueda ser alcanzada razonablemente aún en el actual estadio de la civilización. Norman Finkelstein sostiene, desde su propia perspectiva, que la victimización es un simple constructo ideológico con intereses muy concretos "retroalimentado por pseudo-intelectuales vendidos, y por ello precisamente encumbrados por el poder"30.

30 Alizia Stürtze, historiadora, "Victimización: una estrategia de Estado". http://lahaine.org


Tal vez, la visión del citado autor sea tan conspirativa como la que presupone la misma estrategia victimizante, pero lo cierto es que teniendo a la vista una dinámica histórica en donde víctimas y victimarios se han intercambiado roles sistemáticamente, la idea de la victimización como un constructo no resulta descabellada.

Por su parte, el colombiano Eduardo Botero, desde una perspectiva psicológica, nos aporta algunas claves interesantes para intentar el abordaje de un grupo social que fue víctima de una situación opresiva. Botero enuncia tres caracteres (o tal vez movimientos) en la construcción de la victimización: "la conceptualización del trauma, la defensa demagógica interesada e irrestricta de las víctimas y, finalmente, una cierta predicación de las virtudes de la memoria"31.

31 Eduardo Botero Toro, "Víctima, memoria, subjetividad y pensamiento". http://boterotoro.blogsome.com

Este "círculo vicioso", según el autor, nos conduce a un "giro" que implica el retorno siempre al mismo punto, esto es, a colocar a quien pretende acompañar o comprometerse con las victimas en la misma ideología que nutre la ocurrencia de las masacres: en nombre de alguna causa, para que el adversario se debilite y jamás lo olvide.
Sostiene Botero además que "la defensa demagógica e irrestricta de las víctimas se constituye en el lugar común a todas las ideologías que por distintos motivos se disputan el favor de las masas". Lo que logra la noción de víctima es sustituir otra noción: la de sujeto. "La piedad y la conmiseración no hacen sino desconocer que las víctimas no están pidiendo un favor sino exigiendo que se cumplan ciertos derechos. Conculcando la condición de sujeto, la victimización de los afectados (verdadera segunda masacre perpetrada contra su dignidad) no hace sino colocar la condición de sujeto en el Estado y en sus representantes, gubernamentales o no".

La mirada de Botero nos permite ampliar nuestro fundamento. En tal sentido coincidimos con el autor que la victimización desubjetiviza al sujeto, y en cierto sentido, puede constituir en sí misma una herramienta de opresión. Compártanse o no las perspectivas expuestas, lo cierto es que la estrategia victimizante que tantos réditos ha aportado y aporta a numerosas organizaciones, no mantiene una convicción univoca, y menos aún constituye una herramienta indiscutible para mejorar las condiciones de la víctima.
La victimización de los veteranos no solamente aparece en el discurso mediático y académico. En todo el transcurso de la posguerra han aparecido numerosas obras artísticas que recogen la impronta victimizante. Películas como "Los Chicos de la Guerra" e "Iluminados por el fuego" son presentadas como obras cumbres del cine histórico-testimonial, y ambas contienen en el núcleo de su argumento la victimización de los veteranos.

Para finalizar quiero destacar que consecuencias producidas por el mecanismo de la victimización no se circunscriben a los veteranos de guerra, se extienden a la sociedad misma. Tal como lo sostuvimos en numerosas oportunidades, la historia y sus protagonistas adquieren una dimensión funcional en las comunidades, y que tal como lo han enseñado nuestros maestros, el menoscabo sistemático de lo propias potencialidades es el mejor instrumento para sostener una situación opresiva.
Es por lo expuesto precedentemente que, como ya hemos dicho, reducir a nuestros combatientes al papel de pobres víctimas y someterlos al suplicio permanente es un mecanismo que en vez de incorporarlos al panteón de una historia que esta necesitando referentes, los coloca en la cripta del olvido. Pero lo que es más grave, menoscaba a nuestra Nación toda, ya que una comunidad que no rescata la labor de sus héroes, mal puede transitar con dignidad los senderos de su propio futuro.
  



II

Malvinas, ontología y elites

"Las crisis argentinas son primero ontológicas, después éticas, políticas, epistemológicas, y recién por último, económicas".
Fermín Chávez

En el apartado anterior sostuvimos que la desmalvinización constituye un dispositivo que comprende aquel conjunto de acciones impulsadas desde el poder militar, político, económico y simbólico durante todo el período de posguerra, tendientes marginar de nuestra memoria colectiva el conflicto bélico acontecido en 1982. Dicho dispositivo, orientado inicialmente a impedir que las Fuerzas Armadas apelaran a esta causa con el fin de justificar nuevas intentonas golpistas, tuvo como objetivo principal y excluyente desactivar toda forma posible de reclamación de nuestros derechos.
Enunciamos además en tal apartado algunas de las razones por las cuales, desde nuestra corriente de pensamiento, se considera dicho dispositivo ineficaz y contrario a los intereses generales del país.

Bien vale entonces, para reforzar los argumentos allí vertidos, citar textualmente las expresiones de Jorge Alberto Gómez: "Concluida la batalla de 1982, visitó la Argentina el politólogo francés Alain Rouquié y profetizó: Hay que desmalvinizar en la Argentina. Y toda nuestra intelligentzia se hizo eco. Medios, editoriales, intelectuales, parecieron competir por superarse en el arrojo desmalvinizador. El premio a la obsecuencia consistía en el reingreso al mundo civilizado y occidental, y a insertarnos en el sistema de la globalización que venía a terminar con nuestros males.
El Ministro de Relaciones Exteriores de aquel entonces, Dante Caputo, no sólo prologó uno de los best sellers sobre militarismo y política de Alain Rouquié, sino que repitió la fórmula mágica: Hay que desmalvinizar en la Argentina. El presidente Raúl Alfonsín pasó de las palabras a los hechos, y quitó por decreto el 2 de abril del conjunto de fechas patrias. Sólo aquellos pensadores defensores de las cuestiones nacionales, populares y sociales opusieron la genuina alternativa a la receta impuesta por el enemigo: Malvinizar. Pero no fue suficiente el empeño y la voluntad de esos patriotas ante la avasallante campaña colonialista de desmalvinizar. Desmalvinizar fue y es sentirnos inferiores, humillados, desarmados espiritualmente.
Es volver a creernos incapaces de protagonizar grandes causas nacionales. Es no creernos capaces de resolver los problemas argentinos con nuestra propia capacidad material e intelectual. Desmalvinizar es repetir, como propia, la versión del enemigo sobre Malvinas. Desmalvinizar es aceptar y repetir que fue Argentina la que inició una ‘aventura bélica’, es decir, ‘la invasión y la guerra’, olvidando que el origen del problema se inició en 1833 cuando la piratería inglesa invadió nuestras islas y desconociendo el interés geopolítico actual de Gran Bretaña y Estados Unidos de crear una fortaleza militar en el Atlántico Sur. Nos hicieron creer ‘agresores’ del conflicto de 1982, cuando en realidad tuvimos casi 150 años de paciente reclamo declamatorio ante la permanente burla diplomática de Inglaterra y sus aliados.

Diarios, revistas, publicaciones de todo tipo, libros de estudio, historiadores e intelectuales hablan de ‘la invasión argentina a Malvinas el 2 de abril de 1982’, cuando el más mínimo sentido común indica que es imposible invadir algo propio, algo que nos pertenece; sólo puede ser recuperado, si alguien antes lo arrebató, lo invadió por la fuerza (como hizo Gran Bretaña con nuestras Malvinas en 1833). Realmente podría escribirse un libro con la cantidad de zonceras malvineras que el enemigo logró instalar en las mentes argentinas gracias a la colonización pedagógica"32.

32 Jorge Alberto Gómez, "Desmalvinizar, otra zoncera argentina". www.porsiempremalvinas.com.ar

El dispositivo desmalvinizador presenta numerosas aristas, entre ellas, aquella que refiere a la relación existente entre la estrategia adoptada respecto al conflicto y una elite que la concibió y la ejecutó. Es por ello que en esta breve sección analizaremos la vinculación existente entre ciertos mecanismos conceptuales que aparecen como constantes en nuestras elites y el fenómeno en cuestión.
  



Ontología y elites
Para encabezar este capítulo recurrimos ex profeso a una cita de Fermín Chávez, donde nuestro maestro advierte que una parte sustancial de las disyuntivas argentinas encuentra su origen en razones ontológicas. La ontología es la parte de la metafísica que estudia las cuestiones relativas al ser, es decir, aquello que es, existe o puede existir. Chávez, mediante la referencia al dilema ontológico, insinúa que gran parte de los trances que ocurren en nuestro país tienen origen fundamentalmente en una suerte de indefinición respecto a cuestiones esenciales que hacen a la propia identidad. De esta forma, el problema ontológico nos vincula irremediablemente al fenómeno identitario colectivo, respecto al cual suelen plantearse serias y enérgicas discrepancias.
Para el pensamiento nacional, la cuestión de la identidad colectiva es vital, y por tanto, se constituye en su propio objeto. Para quienes adherimos a sus formulaciones, cada nación posee una forma identitaria específica que debe desarrollar y potenciar.

En oportunidad de publicar un ensayo referido a la cuestión33, consignamos que el vocablo identidad suele utilizarse para designar la relación existente entre dos o más realidades o conceptos que, siendo diferentes en ciertos aspectos, se asemejan en otros.

33 Francisco Pestanha, "Introducción a un ensayo sobre la identidad nacional", en "¿Existe un Pensamiento Nacional?", Ediciones Fabro, 2007.

Pero a la vez sostuvimos que suele echarse mano a dicho concepto, para referirse a las propias cualidades que indican un "ser específico" o "modo de ser". La identidad de cada ser humano se va configurando a partir de un proceso de individuación-socialización en el que aspectos psicofisiológicos, socioculturales e históricos se codeterminan entre sí, y en un contexto ecológico y de interacciones de los componentes significativos del mundo único del individuo, como por ejemplo la familia. Proclamamos además que en tanto proceso histórico, la identidad nunca es "integralmente definida ni definitiva"34, es decir, va mutando con el devenir del tiempo a la vez que se consolida en sus aspectos distintivos.


34 Jean-Claude Filloux: "La personalidad", Editorial Universitaria de Buenos Aires,1969.

Aquel trabajo se centraba fundamentalmente en el interrogante respecto de si ciertos elementos de este proceso identitario que se desarrollan a nivel individual, eran extrapolables al campo de lo colectivo y, de ser así, cuál era la vinculación entre ello y la construcción de la nacionalidad. Descartando de plano todas aquellas tesis que vinculan la constitución de la nacionalidad a cierta homogeneidad en los rasgos étnico-raciales (biológicos), compartimos la opinión que sostiene que aspectos significativos del proceso identitario encuentran su correlato en la conformación de entes colectivos, y como consecuencia de ello, que no existe nacionalidad sin identidad.
La nacionalidad, en este orden de ideas, es un proceso de construcción en el que se encuentran involucrados conjuntos de seres humanos diversos que participan de un proceso identitario común, a partir de distintas expresiones de sentido de afinidad. El pasado compartido, los valores, la lengua, las costumbres, los códigos de conducta, la memoria de lo ocurrido y vivido son, entre otras, partes constitutivas de la identidad, que es igualmente "aquello que mantiene la memoria, el recuerdo, el pasado35", las etapas transcurridas, la edad actual y "las expectativas y perspectivas del futuro"36.

35 Citado por Raúl Araki en "Una valoración de la formación de la identidad colectiva de los Nikkei en Perú". www.janm.org
36 Raúl Araki, op. cit.

Suele afirmarse además "que los individuos que son capaces de tener una clara identidad de sí mismos, tienden a tener una visión clara de sí mismos37" y además que "aquellos que tienen una alta ambivalencia sobre su identidad tienden a tener más dificultades". La identidad de cada individuo se encuentra vinculada a un sentirse vivo y activo, a ser uno mismo; en definitiva, a una "tensión viva y confiada de sustentar lo que me es propio, como manifiesto de una unidad de identidad personal y cultural"38. Tales razonamientos nos llevan también a inferir que ciertos principios aplicables al fenómeno de la estima colectiva son transferibles al ámbito de lo comunitario.

37 Dra. Carmen Guanipa-Ho, San Diego State, University San Diego, California y Dr. José A. Guanipa, Francisco de Miranda University, Falcón-Venezuela, "Identidad étnica y los adolescentes". http://edweb.sdsu.edu/people/CGuanipa/cguanipa.html
38 Carmen Guanipa, op. cit.

La identidad de un pueblo, es decir, su modo de ser específico, se va conformando en el tiempo a partir de una serie de fenómenos intuitivos, productivos, expresivos, históricos, etc., que se producen cotidianamente en su seno. Dichos fenómenos son abordados desde diversas perspectivas por las elites (que son parte integrante de ese pueblo) cuya función primordial es la de generar y formular, a partir de un proceso de interpretación, instrumentos idóneos no sólo para contribuir a consolidar y preservar aquellos elementos que adquieren una significación relevante y un potencial específico, sino también para coadyuvar a revertir aquellos que generan o pueden generar consecuencias disvaliosas para el colectivo.
Vale aclarar que cuando nos referimos al término elite, lo hacemos a fin de señalar un status social vinculado al rol de dirección o conducción de los diversos componentes de la sociedad, y no con relación a un modo de legitimidad de minorías que se ha definido históricamente como elitismo. Hacemos referencia entonces, al decir de Ernesto Palacio, a una dirigencia representativa en términos de legitimidad social que "ha de encarnar la tradición cultural de la colectividad", e incluimos en este concepto a la dirigencia industrial, militar, cultural, política, académica, sindical, artística, etc.
En el capítulo anterior hicimos referencia además a la tendencia remisiva que caracteriza a una parte sustancial de nuestra intelligentzia. A tales fines, citamos opiniones de Jauretche, Chávez y Methol Ferré, quienes desde sus perspectivas coinciden en que dicha tendencia ha generado serios déficits en nuestro proceso de autoconocimiento. Esta tendencia, que según Chávez se encuentra relacionada con ciertos acontecimientos políticos acaecidos en el Siglo XIX, no sólo ha impedido que nuestras elites se concentraran lo suficientemente en la cuestión de la identidad colectiva, y por tanto, no existan grandes desarrollos teóricos al respecto, sino que en numerosas oportunidades se implementaran dispositivos como el desmalvinizador, nítidamente contrarios a nuestros intereses. Cabe señalar además que la tendencia remisiva no es propiedad exclusiva de nuestro universo académico. Muy por el contrario, como lo han demostrado lúcidos pensadores, se encuentra presente en todos los ámbitos de nuestra dirigencia.

La tendencia remisiva a la que hicimos referencia fue además señalada por José María Rosa, uno de los malditos de nuestra historia, quién sintetizó con lucidez este fenómeno afirmando que los sectores intelectuales así concebidos pergeñaron un futuro del país donde la naturalización "no era la asimilación del capital o de los hombres foráneos al país, sino precisamente la inversa: la identidad del país con los hombres y las riquezas de afuera (...)". La patria, para ellos, debía atarse al exterior, porque la idiosincrasia engendrada a partir de la mixtura entre lo hispánico -sinónimo de decadencia- y lo originario -sinónimo de la barbarie- no facilitaba el progreso. El nativo entonces, considerado como clase subalterna, debía ser lisa y llanamente sustituido por inmigrantes provenientes de sociedades sujetas a la dinámica capitalista.
La intelligentzia portuaria así engendrada construyó un imaginario nutrido en Europa -particularmente en Londres y París- y amasó un ideal de nación que no admitía la realización de lo existente a partir de sus propias potencialidades. Por el contrario, planteaba la sustitución de lo propio por atrasado y disfuncional. Tal como lo enseñaba Jauretche, tanto el joven Alberdi como Sarmiento querían cambiar al pueblo, no educarlo, sino "liquidar la vieja estirpe criolla y rellenar el gran espacio vacío con sajones".

El proceso descrito precedentemente no sólo determinó la formación de una intelectualidad ideológicamente narcotizada, sino que además estableció una suerte de dicotomía estructural en las formaciones políticas que se disputaron el poder en nuestro país, a partir de la epopeya independentista. Por un lado, partidos, dirigentes y movimientos nacionales, concentrados en erigir una nación a partir de lo existente, de lo propio y de lo vigente, acompañados por el esfuerzo argumental e intelectual de muchos pensadores que fueron condenados al ostracismo. Por el otro, las formaciones escolástico-coloniales, que insistían en sustituir lo propio por lo prominente, en hacer la "Europa en América", apoyados desde lo intelectual por un constante macaneo académico teñido por el ideologismo, que prefirió y aún prefiere mantenerse en el mundo de las abstracciones, a realizar el esfuerzo patriótico de encontrarse cara a cara con la realidad concreta.

A modo de ejemplo, puede observarse en la producción intelectual y política de destacados componentes de la generación de 1890. En una parte sustancial de aquellas elites, prendieron como reguero de pólvora las tesis que referían a la disfuncionalidad del componente étnico y cultural que poblaba nuestro país (el hispánico por decadente y el mestizo e indio por bárbaro) antes de la gran inmigración, y autores de la talla de Juan Bautista Alberdi (en su primera época) llegaron a recomendar un repoblamiento inducido y selectivo para reemplazar a la población existente en la patria, repoblamiento que no implicaba convivencia sino sustitución, y que además, presuponía una claro desprecio por el emergente nativo. Las "razas aptas" para el desarrollo capitalista debían sustituir a otras consideradas disvaliosas.
Con certeza se ha dicho que el proyecto concebido por dicha generación "resalta la idea de que la inmigración es sinónimo de colonización. La pujanza de estos idearios sustentó la política de colonización que prevaleció en las décadas de 1860 y 1870, especialmente en las provincias del Litoral"39. En sintonía además se ha expresado que "Alberdi, Mitre y Sarmiento, con variedad de matices y consideraciones atinentes al contexto, pensaron al inmigrante en su papel de civilizador forjando un país moderno, como colono agricultor o artesano industrioso"40.

39 Isabel Santi. "Migraciones en la Argentina". http://alhim.revues.org/sommaire622.html
40 Isabel Santi, op. cit.

Debe tenerse en cuenta que la generación del 80 es hija de otra progenie: la de la Independencia, generación que se vio constreñida "a una traumática ruptura con el imperio español, y que mientras por un lado se ve obligada a inventarse un pasado mítico -se conmueven del inca, las tumbas, etc.- por otro intenta implementar instituciones liberales que no está preparada para manejar y en las que cree de la boca para afuera41", e instituciones que además se contraponen diametralmente con fuertes contenidos de índole tradicional.

41 Luis María Bandieri, "El nacionalismo y sus circunstancias", Diario "La Nueva Provincia", 5 de junio de 2005. www.lanuevaprovincia.com.ar

La generación de Sarmiento y Mitre fracasa en su emprendimiento. No sólo porque no logra seducir totalmente a las "razas aptas" (razas de la Europa nórdica) para incorporarse a la comunidad local, sino además porque intenta erigir una nueva nación mediante la supresión física y simbólica "del otro" criollo, mestizo, paisano o indio que constituían en su mayoría las fuerzas vivas del país. A pesar de su prédica y de su obra, ese otro existente nunca desapareció definitivamente, ya sea por supervivencia física o simbólica.
En tal sentido debe tenerse en consideración que el Martín Fierro de José Hernández, menoscabado en su época por la intelligentzia urbana, terminó erigiéndose en Biblia de gauchos y paisanos y, posteriormente, fue revitalizado por la fuerza de una generación de argentinos que empezó a mirar para adentro, buscando una identidad propia (la generación a la que pertenecieron Leopoldo Marechal, Homero Manzi, Raúl Scalabrini Ortiz, Enrique Santos Discépolo, entre otros).

Jauretche, por su parte, en uno de sus estudios42, se concentra especialmente en las elites industriales.

42 Arturo Jauretche, "El medio pelo en la sociedad argentina", Editorial Corregidor, 1996.

Sostiene don Arturo que el déficit de dichas elites se produce a partir de un "proceso de asimilación de los industriales a las pautas de la clase terrateniente que empieza mucho antes que el conflicto de ésta con el peronismo. Pero entonces la asimilación era directa y los industriales entraban paulatinamente a la composición de la alta clase.
No es el proceso masivo que se opera con la capa industrial mucho más moderna que surge como contragolpe de la gran guerra. La captación era individual, pero directa, y de grupos seleccionados dentro de la industria: los más poderosos. Lo que ocurrió después de 1943 se verá más adelante, pero se puede adelantar que por su carácter masivo y por comprender matices económicos y sociales mucho más variados, no se trató de una incorporación a la misma sino de la creación de una falsa imagen de la clase alta -es la que revela el libro de Beatriz Guido-, que promovió la fácil imitación de sus supuestas pautas a nivel mucho más bajo, el de los ‘primos pobres’, pero surtió los mismos efectos para destruir la capacidad modernizadora de la burguesía recién aparecida: este nivel más bajo es la del ‘medio pelo’"43.

43 Arturo Jauretche, op. cit.


Y sigue Jauretche: "Al hablar de la burguesía del principio de siglo he citado a Germani, en cuanto señala que los inmigrantes que la constituyeron fueron indiferentes al reconocimiento de la alta clase, lo que facilitó su caracterización como burguesía. También Imaz opina lo mismo y explica enseguida lo que sucedió después: ‘Tampoco puede decirse que los empresarios hayan rechazado los valores del grupo dominante. Simplemente, no los tenían, o por lo menos no lo tenían los empresarios de la generación originaria inmigrante europea.

Pero a medida que ascendían económicamente -y sobre todo a medida que eran reemplazados por la generación de sus hijos-cambiaba la mentalidad del grupo familiar, y en el tránsito cambiaban también las pautas y los valores. Y los hijos de los empresarios sobre todo, a medida que eran admitidos, a medida que se afiliaban y que empleaban los mismos gestos, usos, vocablos y maneras de los sectores dirigentes, que ingresaban a sus clubes y que confluían en los mismos centros de distracción y veraneo, buscaban imitar a la elite en todos los aspectos y guiarse por las mismas pautas valorativas de quienes constituían su gran modelo’.

Además, ‘La alta clase los ponía ‘en capilla’, por un tiempo, como al estudiante que está por dar examen; después los aceptaba. Ya hemos destacado su inteligente permeabilidad. Desde ese momento el tipo dejaba de pensar como industrial para pensar como invernador o cabañero que era la nueva actividad que le daba status. (Esta ‘capilla’ no existió para los industriales de origen anglosajón, germánico o escandinavo, y tampoco para los belgas, suizos ni franceses). Esto, como lo señala Imaz, sin decirlo, está vinculado a los supuestos racistas de nuestro liberalismo y que forman parte de las pautas. Así dice este autor: ‘Cualesquiera que fuesen su origen o extracción, mientras no hubiera prueba en contrario, se presumía a estos europeos identificados con los más altos status’.

Seguidamente, explica que los industriales de esta procedencia muchas veces se marginaron voluntariamente. Constituyeron una sociedad restringida, ajena a la sociedad global, con sus propias pautas, entre las que estaba también su racismo. No tenían complejo de inferioridad diferente a la alta clase porque tenían el de superioridad, que aquella les había aceptado en los supuestos de su cultura"44.

44 Arturo Jauretche, op. cit.


Lo expuesto precedentemente no significa que la totalidad de nuestras elites hayan actuado bajo lo impronta de cierta tendencia remisiva y despectiva. Como ejemplo puede citarse la obra de Raúl Scalabrini Ortiz, quien entre otros autores de su generación, observó con nitidez y con claro sentido patriótico la importancia de la cuestión identitaria, pero a la inversa, rescatando el componente étnico-cultural local y nuestra heterogeneidad constituyente, advirtiendo que en la amalgama de los aportes humanos que recibió la patria estaba cifrada la esperanza para la Argentina del futuro.

Porque así como "el producto de procreaciones sucesivas de seres idénticos (monógenos) tiende a conformar a seres especializados en que las cualidades no fundamentales se relajan hasta desaparecer"45, en las sociedades multígenas como la nuestra, "el ser de orígenes plurales tiene brechas abiertas hacia todos los horizontes de la comprensión tolerante" y "en cada dirección de la vida, hay un antecedente que le instruye en una benigna coparticipación de sentimientos. Nada de lo humano le es ajeno"46. Scalabrini Ortíz es integrante de una progenie que, absolutamente consciente de la necesidad de potenciar nuestros rasgos identitarios, "se plantean las preguntas habituales en tales encrucijadas: ¿Cómo nos insertaremos en el mundo? ¿Cuáles son nuestras señas de identidad nacional? ¿Cómo debería organizarse nuestro sistema político?"47.

45 Raúl Scalabrini Ortiz, "Yrigoyen y Perón", Principios para un orden revolucionario, Editorial Plus Ultra, 1972.
46 Raúl Scalabrini Ortiz, op. cit.
47 Luis María Bandieri, op. cit.

Puede sostenerse efectivamente como regla general que el desarrollo de la identidad colectiva no fue asumido por una parte sustancial de nuestras elites, y por tanto, un profundo déficit de autoconocimiento impidió e impide aún su estabilización, trasladándose tal fenómeno inclusive al campo de lo política. Dicho déficit se manifiesta entre otras cuestiones, como enseñaba Jauretche, en una profunda desconexión entre sustrato y elites que ha generado un profundo quebranto en materia social: la falta de desarrollo integral de un sentido común colectivo. El sentido común colectivo es la resultante entre la intuición y la racionalidad que permite optar según el propio interés. Jauretche le asignaba a este fenómeno una importancia sustancial, ya que sostenía que toda comunidad nacional, como cuerpo colectivo, como sentido de definición y pertenencia, debe obrar con sentido común en la determinación y la prosecución de sus intereses.

Como observamos, el quebranto en nuestras elites las ha llevado por un camino de disociación que se manifiesta sistemáticamente a lo largo de nuestra historia reciente, y además, por un camino descendente en términos de legitimidad. Ernesto Palacio, en su Teoría del Estado, nos enseña que la deslegitimación implica la pérdida o renuncia a los vínculos de la dirigencia con los "influjos de carácter moral e intelectual predominantes en la colectividad, o sea en una tradición cultural encarnada en sucesivas personalidades cuyo pensamiento o acción han dejado su marca en la mente colectiva"48.


48 Ernesto Palacio, "Teoría del Estado", Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1979.
Esta radical incomunicación ha impedido por su parte que nuestras elites sectoriales adquirieran los atributos de organización, apertura y cohesión propios de una clase dirigente. Si bien, como enseña José Luis de Imaz, la movilidad social que distinguió a la Argentina durante varias décadas del siglo pasado permitió la incorporación de referentes provenientes de diversos estratos sociales a rangos superiores de decisión, aún no hemos encontrado la fórmula para instaurar o restaurar la comunicación necesaria entre substrato y dirección para generar una estabilidad social con ciertos rasgos de permanencia. Esta circunstancia ha traído, entre otras consecuencias, que los dos grandes movimientos populares surgidos durante el siglo pasado hayan tendido hacia la taxidermia, convirtiéndose en verdaderas máquinas clientelistas y desnaturalizado su sentido histórico.

  



Elites y desmalvinización
En el marco de lo analizado precedentemente, el proceso de desmalvinización que fuera tratado en profundidad en el capítulo anterior, aparece como consecuencia necesaria de la conformación psíquica y conceptual de nuestras elites.
Un dispositivo como el desmalvinizador, tan ineficaz para procesar el trauma colectivo de la guerra, tan carente de sentido común, tan poco aferrado en nuestro itinerario histórico y tan contrario a nuestros intereses comunes, pudo prosperar entonces, porque encontró campo fértil en el conjunto de una elite, que por los motivos expuestos y otros que por razones de extensión no pueden ser señalados en el presente, no encarnan la tradición cultural de nuestra colectividad en tanto carecen de un sentido auténticamente nacional.

Como enseña Ernesto Palacio, "así como ninguna educación académica, por más completas que se supongan las nociones que imparta, puede crear valores políticos allí donde faltan la vocación y la aptitud natural, así tampoco las ideas falsas y la desvinculación consiguiente de la tradición cultural colectiva pueden impedir la manifestación de los valores políticos reales, cuando éstos existen con fuerza suficiente para sobreponerse a las dificultades del medio"49.

49 Ernesto Palacio, op. cit.

Afortunadamente, el dispositivo desmalvinizador en términos estratégicos ha fracasado. Aunque a veinticinco años del conflicto bélico, muchos referentes de nuestra intelligentzia siguen repitiendo en los grandes medios innumerables cantinelas, el recuerdo de nuestros héroes y la reivindicación de los derechos soberanos siguen presentes en cada poblado argentino donde se erigió un recordatorio, y además, en el espíritu de un pueblo que, a veces recurriendo al prudente silencio, y otras, a partir de expresiones limitadas, preserva en su intimidad la evocación y la disposición hacia el reclamo de una porción del territorio que nos fue ilegítimamente arrebatado.

Numerosos son los indicios que refieren al fiasco desmalvinizador. Pero sobre todo, debe entenderse, al decir de Palacio, que una elite que no representa los valores culturales de su pueblo mal puede sostener indefinidamente en el tiempo dispositivos como el desmalvinizador, ya que "privados de esa atmósfera de solidaridad espiritual que vincularía su esfuerzo a las aspiraciones de la sociedad en que actúan, y que sólo puede provenir de la comunión en determinados principios -consecuencia a su vez de una educación correspondiente a una determinada tradición de cultura- suelen verse obligados a actuar en forma incompleta y abortiva, dentro de perspectivas que no alcanzan a abarcar en su totalidad, presas de intereses de círculo o de campanario, condenándose así en suma a la mediocridad y a la frustración"50.

50 Ernesto Palacio, op. cit.

  



A modo de conclusión

Todo trauma social debe ser procesado y resuelto de la mejor manera posible en pos de un desarrollo futuro. Para ello las sociedades, a partir de sus representaciones legítimas, deben detectar cuáles son los recursos con los que cuenta para transitar ese proceso. El procesamiento del episodio traumático debe contribuir, como experiencia colectiva, a la constitución de una simiente que permita transitar el devenir con la menor cantidad de marcas posibles. El rol de las elites en este proceso es indubitable.
La posguerra de Malvinas estuvo teñida por un dispositivo denominado desmalvinización que, como hemos acreditado, en vez de contribuir con el procesamiento de la convulsión, ha dejado nuevas huellas, y lo que es más grave, ha ocultado con un manto de opacidad, a través de su contradictoria apelación al olvido, procesos y acontecimientos sociales altamente significativos para nuestro país, obstaculizando el tránsito reconstructivo.
La guerra de Malvinas acontecida entre el 2 de abril de 1982 y el 14 de junio de ese mismo año no resulta un acontecimiento circunstancial. Forma parte inalterable de un itinerario histórico que se extiende hacia atrás más de dos siglos. Si las condiciones dictatoriales determinaron que ciertos sectores de nuestra sociedad unieran estructuralmente un proceso despótico con una causa justa, es nuestra obligación separar la paja del trigo. Ello no obsta para manifestar nuestro repudio, tanto a quienes ejercieron una brutal opresión sobre nuestra patria como a quienes teniendo responsabilidades en el conflicto, defeccionaron o traicionaron los anhelos de nuestros valerosos combatientes.
La acción deliberada o carente de sentido común de una parte sustancial de los medios de comunicación locales ha ocultado aspectos relevantes del acontecimiento. Ha convertido la gesta de 1982 en una simple escaramuza donde el mal absoluto fue derrotado por la civilización. Ha condenado a nuestros veteranos primero a la miseria material y posteriormente a la miseria moral. Ha ocultado al pueblo argentino la existencia de actos sublimes y valerosos. Ha creado un serio déficit en nuestro autoconocimiento. Ha exacerbado miserias y defecciones y obliterado proezas y hazañas. Ha ocultado acciones diplomáticas posteriores que dan cuenta de los traumáticos tiempos que vivimos en la década de 1990, pero sobre todas las cosas, ha intentado impedir que los argentinos continuemos persistiendo en una causa justa.

Fracasada la estrategia desmalvinizadora, nuevos desafíos aparecen en el horizonte una argentina que busca denodadamente su grandeza.


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