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Desde finales del siglo
pasado la expresión “Estado canalla” ganó creciente aceptación en la opinión
pública internacional. Impulsado por la maquinaria propagandística
estadunidense, el concepto tenía por objetivo satanizar a los países
hostilizados por Washington, con la evidente intención de justificar las
agresiones del imperio. Se incluía en esa lista a Afganistán, Corea del Norte,
Cuba, Irak, Irán, Libia, Serbia-Montenegro, Sudán y Siria.
En la actualidad el
listado se redujo a cinco, porque gracias a las políticas de promoción de
“cambios de régimen” (eufemismo para evitar decir “abierta intervención de
Estados Unidos”), Afganistán, Irak, Libia y Serbia-Montenegro fueron
incorporados a la categoría de naciones democráticas. Sudán, a su vez, fue
partido en dos y la región rica en petróleo se convirtió en Sudán del Sur; el resto
sigue siendo un “Estado canalla”.
Pero las vueltas de la
historia, o la “astucia de la razón” hegeliana, hicieron que hoy ese término se
vuelva contra su creador. Los estigmatizados lo eran porque por su presunta
violación de los derechos humanos, su apoyo al terrorismo y sus armas de
destrucción masiva constituían letales amenazas a la comunidad de naciones.
¡Cuba, la mayor exportadora mundial de maestros y médicos, sigue en esa lista
de la infamia hasta el día de hoy! En síntesis, eran gobiernos que violaban la
legalidad internacional y, por eso mismo, la obligación de Estados Unidos y sus
aliados era acabar con ese flagelo. Sin embargo fueron dos eminentes
intelectuales estadunidenses, Noam Chomsky y William Blum, y un cineasta como
Oliver Stone, quienes dieron vuelta como un guante al argumento de la Casa
Blanca al fundamentar las razones por las cuales el principal “Estado canalla”
del planeta y la mayor amenaza terrorista a la paz mundial no era otro que
Estados Unidos.
El Reino Unido no le iba
en zaga como “Estado canalla”, pero en los últimos tiempos hizo méritos más que
suficientes para compartir el podio con su vástago del otro lado del Atlántico.
La evidencia es abrumadora, y si algo faltaba a sus reiteradas manifestaciones
de desprecio ante la legalidad internacional representada por las resoluciones
de la Asamblea General y el Comité de Descolonización de Naciones Unidas en el
caso de las Islas Malvinas (amén de otros nueve casos más, sobre un total de
16), la actitud de Londres en relación con Julian Assange despeja cualquier
duda en la materia.
Podría decirse que con la
gestión de David Cameron el Reino Unido se convirtió en un auténtico “violador
serial” de leyes y tratados internacionales. Bravuconadas como el envío del
destructor Dauntless a las Malvinas empalidecen ante la denuncia del canciller
ecuatoriano Ricardo Patiño afirmando que el gobierno británico transmitió a
Quito una “amenaza expresa y por escrito de que podrían asaltar nuestra
embajada de Ecuador en Londres si no entregan a Julian Assange”.
El secretario de Asuntos
Exteriores del Reino Unido ratificó posteriormente esa amenaza, violatoria de
la Convención de Viena que establece la inviolabilidad de las sedes
diplomáticas (extensiva a la residencia de los embajadores, los automóviles de
las embajadas y las valijas diplomáticas), cosa que ni siquiera dos
sanguinarios dictadores como Jorge R. Videla y Augusto Pinochet se atrevieron a
violar. Recuérdese que el ex presidente Héctor Cámpora estuvo refugiado en la
embajada de México en Buenos Aires durante cinco años y cuando obtuvo el asilo
político salió del país sin ser molestado. Londres, en cambio, aseguró que pese
a que Ecuador ya concedió el asilo a Assange no lo dejará salir de la embajada,
transgrediendo lo que explícitamente establece la Convención sobre el Estatuto
de los Refugiados que el Reino Unido firmó pero ahora desahucia en la práctica
con su desobediencia. Es que el delito cometido por Assange al hacer públicos
las trapisondas y los crímenes cometidos y mantenidos en secreto por el imperio
es imperdonable.
En consecuencia, Estados
Unidos ha movilizado sus fuerzas a escala mundial para atraparlo, aunque sea
violando todas las leyes y tratados internacionales y atropellando todas las
libertades y derechos humanos, para darle el escarmiento que se merece. La
prensa hegemónica de todo el mundo aplaude la “valentía de Londres”. Es que el
Reino Unido es un dócil peón de la estrategia imperial, como también lo es el
actual gobierno sueco y, peor aún, el de Australia, país del cual es originario
Assange y que se desentendió escandalosamente del caso. Claro, en noviembre de
2011 Barack Obama anunció que enviaría una dotación de 2 mil 500 marines a una
nueva base a inaugurarse en Canberra, Australia, como primer paso de una estrategia
mucho más ambiciosa para contener desde ese país al “expansionismo chino”.
Ante
eso, ¿cómo podría el gobierno australiano preocuparse por la suerte del más
famoso de sus ciudadanos?
Atilio Borón