sábado, marzo 24, 2012

24 de marzo de 1976, un día emblemático de la tragedia social y política -parte I - 24 mars 1976, un jour de tragédie emblématique sociale et politique -partie I


Golpe Cívico-Militar – Golpe Económico

24 de marzo de 1976  -MEMORIA, VERDAD, JUSTICIA

Parte I

-Está todo bien, muchachos. Todo es normal y no tengo noticias de movimientos de tropas. El Gobierno no negocia ni hay ultimátum militar.
Dijo Lorenzo Miguel a los periodistas que le preguntaron qué pasaba cuando salió de la Casa Rosada, poco después de la hora cero del miércoles 24 de marzo. El sabía que no era así: se lo acababa de informar Francisco Deheza, el ministro de Defensa de Isabel, que acababa de llegar de la sede del Ejército.

De su reunión con Agosti, Massera y Videla sólo quedaba clara una cosa: el golpe era inevitable.

Deheza sintetizó la situación ante Isabel y el resto de los ministros y dirigentes justicialistas reunidos en la Rosada. Era muy simple: los militares no aceptaban ninguna negociación. La mayoría se retiró por la puerta de Balcarce 50.

Isabel se quedó en su despacho. Miguel salió con Deolindo Bittel.
-Vamos a seguir conversando mañana.
Dijo Bittel. Poco antes de la una el rambler ambassador negro salió por la explanada de Balcarce y tomó Libertador hacia la quinta presidencial.

La mujer que iba adentro no era María Estela Martínez de Perón sino una sustituta. Por indicación de su edecán militar, la presidenta salìó en un helicóptero de la Fuerza Aérea con su secretario privado, Julio González.
El edecán les había dicho que era una medida de seguridad ante un posible ataque guerrillero.

En realidad, era el principio de la “Operación Bolsa”. Diez minutos después el helicóptero aterrizó en el Aeroparque: tropas de la Fuerza Aérea lo rodearon y el general Villarreal, acompañado por el brigadier Lami Dozo y el contraalmirante Santamaría, se le acercó:
-Señora, está usted arrestada.

El general le pidió su cartera: la señora se la dio y el general le sacó el pequeño revólver que llevaba. Después se la devolvió. El secretario González rezaba un rosario; la viuda de Perón estaba tranquila, pero intentó una última defensa. En un aparte con el general Villarreal, le dijo que estaba equivocado.

-Acá debe haber un error. Ya se llegó a un acuerdo con los tres comandantes. Podemos cerrar el Congreso. La CGT y las 62 me responden totalmente. El peronismo es mío. La oposición me apoya.
Yo les doy a ustedes cuatro ministerios y los tres comandantes podrán acompañarme en la dura tarea de gobernar.

-A usted, señora, no le responde nada más que una cúpula de gremialistas corruptos, su peronismo está dividido y la oposición pide masivamente su renuncia.

Cuando le dijeron que se la iban a llevar a la residencia El Messidor, en Bariloche, Isabel Martínez contestó que no tenía ropa. Los militares le dijeron que irían a Olivos a buscarla y le preguntaron quién quería que la acompañara a su nuevo destino.
-Mi gobernanta, por favor.

Media hora después, la gobernanta, una mujer de unos 50 años, les explicó que ella no quería ir “porque yo no tengo ningún vínculo afectivo con la señora, para mí esto era sólo un trabajo”.

A las tres de la mañana, María Estela Martínez fue embarcada en el avión presidencial Patagonia. El golpe militar estaba en marcha. En la Rosada, un oficial aeronáutico se acercó a los periodistas que quedaban de guardia y les dijo que, a partir de ese momento, se abstuvieran de dar información.
-En un rato se va a dar a conocer una proclama.

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La noche porteña estaba despejada, agradable: 20 grados y el cielo estrellado. No había nadie en las calles. En los accesos a la capital los militares empezaban a armar trincheras con bolsas de arena y ametralladoras pesadas. Entre las tres menos cuarto; a las tres llegaron comandos a todas las radios, agencias de noticias y canales de televisión.

De los regimientos, bases navales y comisarías salieron grupos, algunos de civil, hacia las grandes fábricas, con listas de los delegados, comisiones internas y activistas reconocidos.
Otros grupos, uniformados, se presentaron en las sedes gremiales de la CGT, del SMATA y de la UOM.

El comando radioeléctrico de la Policía Federal empezaba a transmitir una larga lista de personas buscadas: los cuatro primeros eran el ministro de Trabajo, Miguel Unamuno, el jefe de las 62 Organizaciones, Lorenzo Miguel, y los dirigentes de la construcción y la alimentación, Rogelio Papagno y Hugo Barrionuevo. En el puerto, el buque de guerra 33 Orientales esperaba la llegada de los prisioneros: uno de los primeros fue Carlos Menem. El gobernador de la Rioja se había rapado el pelo y las patillas para tratar de huir, pero no lo consiguió.

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A las tres y veintiuno se escuchó al locutor, grave, por la cadena nacional:
-Comunicado número uno. Se comunica a la población que a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento de las disposiciones y directivas que emanen de la autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones.
Firmado: general Jorge Rafael Videla, almirante Emilio Eduardo Massera y brigadier Orlando Ramón Agosti.

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Horacio González lo escuchó en la casa de una amiga, con quien pasaba algunas noches, en el centro y, por un momento, se sintió aliviado. Ya no soportaba más la zozobra, la amenaza permanente de la Triple A. Será terrible, pensó, pero por lo menos va a ser terrible de otro modo. ¿Cómo era eso que decía Max Weber sobre el monopolio de la violencia? Al cabo de un rato, cuando volvió a pensarlo, se arrepintió de su alivio.
Minutos después el mismo locutor leyó que seguía vigente el estado de sitio y que “cualquier manifestación será severamente reprimida”. A las tres y media, el locutor dijo que la Junta Militar ordenaba el cumplimiento de todos los servicios y transportes públicos.

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La segunda edición de Clarín llegó a incluir la noticia del golpe. El título era “Nuevo gobierno” y la foto mostraba la Plaza de Mayo casi desierta.
El epígrafe decía que “sólo unos pocos adictos a la ex Presidente se congregaron anoche en la Casa de Gobierno”. Poco antes, Lorenzo Miguel había dicho que “en los barrios y pronto en plaza de Mayo se podrá ver que esta reacción nuestra tiene calor popular. No caeremos sin pena ni gloria”.
 Ya tenía pedido de captura, pero tardaron varios días en detenerlo.

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En los diarios de esa madrugada, una solicitada de las 62 Organizaciones peronistas decía que “un golpe de Estado en estos momentos es el más irresponsable salto al vacío que podría realizar el país en la coyuntura histórica que le toca vivir. A nadie escapa que el pueblo argentino desea fervorosamente vivir en paz y libertad. Ningún golpe de Estado puede brindarle esos dos valores. Porque el trabajo y la libertad son condiciones que se ejercen en democracia y en ambiente de tranquilidad y optimismo. Un golpe de Estado que niegue esas posibilidades no tiene futuro positivo y sólo podría lograr que la guerrilla, que es hoy antipopular e ilegal se convierta como fruto de esa actitud en popular y legal.” Y, más adelante, para terminar: “El Movimiento Obrero siente un profundo respeto por sus fuerzas armadas. Porque no ignora que sus filas se nutren de nuestros hijos. El movimiento obrero ha sentido como propia las heridas que la guerrilla asesina infligiera a sus soldados. Sabe de sus valores y de la conciencia de Patria que las anima. Y porque conoce profundamente estas esencias invalorables, es que confía en la responsabilidad de ellas y en la fortaleza moral que les impedirá atentar contra la voluntad soberana de todo el pueblo argentino.”

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En su página 3, Clarín editorializaba: “Las Fuerzas Armadas se hicieron cargo anoche del gobierno, después de una prolongada crisis que resultó imposible de superar en el marco de las instituciones. Esta decisión, materializada finalmente anoche, no tomó de sorpresa a los observadores políticos y prácticamente desde el lunes había pasado a conocimiento de grandes sectores de la opinión pública”. Y, más adelante: “Las Fuerzas Armadas se habían fijado un límite preciso para su actitud de prescindencia: el peligro cierto de que la integridad nacional se encontrase en peligro ante el accionar de fuerzas centrífugas desencadenadas, que el gobierno parecía incapaz de controlar. En la segunda semana de marzo se decidió que ese momento había llegado y finalmente se tomó la decisión para emprender un camino que se sabe muy duro, pero ineludible, ante los riesgos profundos que implicaba el rumbo que había adoptado el proceso nacional”.
-...las Fuerzas Armadas hacen un vibrante e irrenunciable llamado a la juventud argentina para que, integrada en la comunidad nacional, contribuya con su entusiasmo, idealismo y desinterés a la construcción de una Patria que será orgullo de todos los hijos de esta tierra...

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Graciela Daleo se había despertado muy temprano y, más que sorprenderse, lo primero que pensó fue bueno, así que ya lo hicieron.
No podía dejar de recordar lo que había pensado menos de tres años antes, en la plaza de Mayo, el día de la asunción de Cámpora, cuando todos gritaban se van se van y nunca volverán y ella y el Flaco Jorge se miraron y, sin palabras, se dijeron que no, que seguramente volverían.
Y que en definitiva tampoco sería tan grave: que seguramente las cosas se pondrían un poco más duras, pero que sería una etapa más en el avance hacia la liberación. Y que ni siquiera era seguro que se pusieran más duras: en esos días, la violencia de las Tres A era tan terrible que no era fácil imaginarse cómo podría ser peor. Pero igual pensó que tenía que juntar todos los Evita Montonera y los documentos que tuviera y romperlos y tirarlos en algún basural.

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A las diez de la mañana los comunicados militares ya habían llegado al número 22. El último suprimía todos los espectáculos públicos “tales como cinematógrafos, teatros, actividades deportivas, culturales, etc.”. Pero unos minutos después la cadena nacional informaba, a través del comunicado número 23, que “se ha exceptuado la propagación programada para el día de la fecha del partido de fútbol que sostendrán las selecciones nacionales de Argentina y Polonia”.
Para que no quedaran dudas acerca del peso del Ejército en su competencia con la Armada, la Junta asumió directamente en el edificio Libertador, la sede del Ejército. A las 10 y 40 el escribano de gobierno cruzó la avenida con las actas bajo el brazo y tomó juramento a Videla, Agosti y Massera. Como iban a deponer la Constitución, los uniformados juraron por la flamante Acta para el Proceso de Reorganización Nacional, en la que se suprimían el Congreso, la Corte Suprema y todos los cargos ejecutivos nacionales, provinciales y municipales.
El Acta anunciaba, entre sus objetivos, la “vigencia de los valores de la moral cristiana, de la tradición nacional y de la dignidad del ser argentino; la vigencia de la seguridad nacional erradicando la subversión y las causas que favorecen su existencia; la vigencia plena del orden jurídico y social; la relación armónica entre el Estado, el capital y el trabajo, con fortalecido desenvolvimiento de las estructuras empresariales y sindicales, ajustadas a sus fines específicos; la ubicación internacional en el mundo occidental y cristiano...”. Además del Acta, en la mesa de caoba de la sede militar, había un crucifijo y una biblia.
Después del acto se anunció que la junta iba a elegir “al ciudadano presidente”: su decisión no tardaría más que un par de días. Mientras, el gabinete de emergencia estaba integrado sólo por militares.

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Marzo de 1976. Salvo la revista Cuestionario, nadie se atrevió a reproducir la circular que la secretaría de Prensa y Difusión de la Junta Militar, con la firma de un capitán de navío Luis Arigotti, mandó en esos días a todos los medios de comunicación para reglamentar el manejo de la información:

“1. Inducir a la restitución de los valores fundamentales que hacen a la integridad de la sociedad, como por ejemplo: orden, laboriosidad, jeraquía, responsabilidad, idoneidad, honestidad, dentro del contexto de la moral cristiana.
2. Preservar la defensa de la institución familiar.
3. Propender los elementos informativos y formativos que hacen al patrimonio cultural de la Nación en su más amplio espectro.
4. Ofrecer y promover para la juventud modelos sociales que respondan a los valores mencionados en el punto 1, para reemplazar y erradicar los actuales.
5. Respetar estrictamente la dignidad, la intimidad, el honor, la fama y la reputación de las personas.
6. Propender a la atenuación y progresiva erradicación de los estímulos fundados en la sexualidad y en la violencia delictiva.
7. Sostener una acción permanente y definitiva contra el vicio en todas sus manifestaciones.
8. Propagación de información verificada en sus fuentes y nunca de carácter sensacionalista.
9. No incursionar en terrenos que no son de debate público por su incidencia en audiencas no preparadas (no educadas) o ajenas a su edad física y mental.
10. Eliminación total de términos e imágenes obscenas, procaces chocantes o descomedidas, apelaciones eróticas o de doble intención.
11. Erradicación del empleo de recursos efectivistas y truculencia en el uso de la palabra y la imagen.
12. Propender al uso correcto del idioma nacional.
13. Se reitera la absoluta prohibición de efectuar propaganda subliminal en todas sus formas.
14. Eliminar toda propagación masiva de la opinión directa de personas no calificadas o sin autoridad específica para expresarse sobre cuestiones de interés público. Esto incluye reportajes y/o encuestas en la vía pública.
15. No publicar ni difundir notas periodísticas pagas de ninguna naturaleza sin que figure en forma destacada la frase ‘espacio de publicidad’ ni que omita la entidad o persona responsable que la solvente. Este tipo de publicidad no deberá ser incluida en primera plana o tapa de publicación.
16. No incluir publicidad ni notas pagadas dentro de los espacios periodísticos de radio, televisión, cine, teatro o cualquier otro medio cultural e informativo.

Tres meses después, Cuestionario tuvo que cerrar y su director, Rodolfo Terragno, se exilió en Caracas.

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Abril de 1976. José Alfredo Martínez de Hoz Cárcano tenía 50 años, varios campos, cuatro hijos, un título de abogado con medalla de honor, muchos fusiles de caza y alguna experiencia como funcionario. Se había estrenado como ministro de Economía tras el golpe de 1963, cuando los militares desalojaron a Frondizi y pusieron a Guido. Hasta el 29 de marzo de 1976 -cuando la Junta lo puso al frente del Palacio de Hacienda- Martínez de Hoz era presidente de Acindar, la siderúrgica más grande del país. Además era asesor del Chase Manhattan Bank. Pero llevaba meses trabajando para armar un gabinete y un plan económico: el general Videla se lo había pedido en agosto de 1975.
Aunque lo tenía todo previsto, el viernes 2 de abril, cuando tuvo que hacer público su plan, Martínez de Hoz se retrasó: la cadena nacional debía ir de nueve a diez de la noche, pero el ministro empezó a las diez y siete, diciendo que no quería extenderse con cuestiones técnicas. El discurso terminó cuando faltaban veinte minutos para la una de la madrugada, dos horas y media después.
Su voz resultaba cansina, y los datos horrorosos: “En los últimos doce meses el crecimiento de los precios minoristas alcanzó al 566 por ciento y si en los próximos nueve meses la tasa marcha al ritmo del primer trimestre (de 1976) la espiral llegará al 788 por ciento”. El ministro sostuvo que eso produciría, entre otros males, “la proletarización de la clase media”. Y el déficit público crecía: “Mientras en 1970 los ingresos tributarios alcanzaban para cubrir el 80 por ciento de los gastos totales, en el primer trimestre de 1976 sólo absorbieron el 20 por ciento. Así, los gastos del Estado han crecido en tal magnitud que no pueden ser cubiertos con recursos genuinos y se recurre a la simple emisión monetaria”.
Para pasar “de una economía de especulación a una de producción”, el ministro anunció la liberación de precios y el aumento general de combustibles y tarifas -del orden del 30 por ciento-. Con respecto a los ingresos, “teniendo en cuenta la etapa inflacionaria y el contexto de un programa de contención de la inflación, se suspenderá toda actividad de negociación salarial entre sindicalistas y empresarios, así como todo proceso de reajuste automático periódico de los salarios”. Aclaró que más adelante los aumentos provendrían de “la mayor productividad global de la economía”, pero que mientras tanto los aumentos “los fijará periódicamente el Estado”. Con ojeras, traje gris topo y la camisa un talle más grande, Martínez de Hoz anunció las derogaciones de la nacionalización de los depósitos bancarios, la ley de inversiones extranjeras y el monopolio estatal de las juntas nacionales de Carnes y Granos, reemplazadas por el juego del mercado.
El dólar, sin embargo, seguiría bajo control estatal. Habría tres cotizaciones: una oficial a precio fijo, otra fluctuante accesible al público en casas de cambio y una tercera para operaciones de comercio exterior: el ministro anunció “una paridad mixta” consistente en una mezcla de distintas proporciones de dólares baratos y caros para cada producto. Martínez de Hoz aclaró cuáles eran los dos rubros a los que se limitaba el dólar más barato, de 140 pesos: la importación de combustibles y de papel prensa. Era  una buena manera de llevarse bien con los dueños de diarios y los petroleros: ambos serían subsidiados por el Estado. En esos días, el ministerio de Economía decidió que  las cuentas nacionales, que hasta entonces eran públicas y podían ser consultadas por cualquier ciudadano, se convertían en información reservada. Marzo de 1976 fue la última vez en que se difundió, por ejemplo, la participación de los asalariados en el producto bruto interno nacional.
“Aplicar esta política no conduce a perder la capacidad de decisión nacional, la que debe ubicarse en el suelo argentino, indeclinablemente, respondiendo a la voluntad y aptitud del Estado –decía, al otro día, el editorial de Clarín-. Podría más bien inferirse que retardar el ritmo del desarrollo es lo que coloca a los pueblos en el riesgo de perder, entonces sí, su soberanía efectiva. Para robustecerla y afirmarla es necesario tener en claro cuáles son las prioridades a las que se debe atender y a qué ritmo hay que desenvolverlas. Para cumplir ese cometido la Argentina se ha puesto de nuevo en marcha, según lo muestran los acontecimientos”.
El lunes 5 de abril la Bolsa de Comercio de Buenos Aires era un hervidero: cuando se abrió la rueda de negocios, los operadores vieron el alza de las acciones líderes y respiraron tranquilos. La tendencia se confirmó con creces: las acciones de Celulosa, de Alpargatas y, por supuesto, de Acindar subieron un 200 por ciento con respecto al viernes 2. Y el salario real cayó, en el trimestre marzo-mayo, en un 35 por ciento: ese piso se mantendría durante los tres años siguientes.

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El sábado 3, el general Videla se reunió en la Casa Rosada con directores de diarios y radios privadas: los más notorios fueron Jacobo Timermann de La Opinión, Héctor Magneto de Clarín, los Peralta Ramos de La Razón, Bartolomé Mitre de La Nación, Alberto Gainza Paz de La Prensa, Héctor Ricardo García de Crónica y varios más. La reunión fue amable, y Videla les agradeció su colaboración y charló con ellos durante media hora.

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