Miguel De Luca: “La Argentina es un cementerio de terceras fuerzas”
Por Carolina Keve
El politólogo Miguel De Luca habla sobre el libro La política en tiempos de los Kirchner y traza un mapa del actual sistema de partidos.
Ha logrado el kirchnerismo constituirse como fenómeno social? ¿Cuánto de la experiencia kirchnerista es original y cuánto se ha apoyado sobre la tradición peronista? ¿Sigue signada la política argentina por el bipartidismo y, en ese caso, cuáles han sido los límites del sistema partidario y de la movilización social para dar lugar a identidades nuevas? Una a una, las preguntas se van planteando en La política en tiempos de los Kirchner. Editada por Eudeba, la compilación recoge una serie de artículos de numerosos investigadores y cientistas sociales que, bajo diversas miradas, tanto ideológicas como disciplinarias, buscan entender los últimos diez años signados por la emergencia del kirchnerismo.
En esta entrevista, uno de sus coordinadores, el politólogo y docente universitario Miguel De Luca, retoma estas cuestiones y las analiza a la luz de los hechos que han venido marcando la agenda nacional. Al respecto, si bien reconoce que en las últimas elecciones se consolidaron terceros actores como el PRO o el Frente Amplio Progresista, en su opinión la Argentina sigue atravesada por un bipartidismo que está lejos de desaparecer. En este sentido, cuestiona las hipótesis que plantean la posibilidad de un divorcio entre el kirchnerismo y el Partido Justicialista: “En cualquier parte del mundo el PJ sería considerada una estructura ideal o la mejor herramienta partidaria. ¿Por qué alguien querría prescindir de esa organización?”.
En el libro, varios autores plantean la falta de renovación del sistema de partidos y, en esta dirección, muchos hacen referencia a la imposibilidad del kirchnerismo de abandonar la “vieja política”. ¿Está de acuerdo con esta lectura?
Estoy de acuerdo sobre todo si tenemos en cuenta el momento de partida del gobierno de Néstor Kirchner. Me refiero a los umbrales de la crisis de 2001, época terminal del sistema político argentino, en la que las principales instituciones y la clase política aparecían fuertemente cuestionadas. Creo que en ese contexto, ante procesos de alta movilización popular, había una serie de expectativas sobre el surgimiento de nuevos actores y la posibilidad de un momento de carácter refundacional. Sin embargo, poco de eso pasó. La política argentina sigue siendo parecida a sí misma con respecto a la política de los ochenta o de los noventa, con los principales partidos proveyendo los principales candidatos…
¿No está de acuerdo, entonces, con aquéllos que plantean la defunción del bipartidismo en la Argentina?
No. El principal partido en los ochenta y en los noventa era el justicialismo y lo sigue siendo en la actualidad. El segundo partido, aun con sus problemas y su declive electoral, sigue siendo el radicalismo. Hay terceros actores pero no terminan de consolidarse; y muchos han fracasado en el intento, como la Coalición Cívica o el ARI de Lilita Carrió. Y muchos de los actores centrales, la mayoría diría, siguen siendo los gobernadores de las provincias. Es más, hay algunos gobernadores que se vienen reeligiendo desde hace más de una década. Creo que todos éstos son rasgos de continuidad dentro del sistema político, que contrastan bastante con lo que ha pasado en otros países donde hubo procesos críticos muy parecidos al de la Argentina pero que llevaron a una refundación del sistema político.
¿Por ejemplo?
Venezuela era un claro caso de bipartidismo. Acción Democrática y el Copei o el Partido Social Cristiano se habían alternado en el poder por más de cincuenta años. Pero llegó un momento en que el sistema entró en una crisis terminal y esos partidos se pulverizaron. Así, apareció un outsider, que es Hugo Chávez, con un liderazgo que refundó el sistema, en un país que era considerado un templo de la partidocracia, es decir de partidos muy fuertes y consolidados. El otro caso es Italia, donde la Democracia Cristiana con socios menores, por un lado, y el Partido Comunista Italiano, por otro, aglutinaron la política desde la posguerra hasta los noventa. Sin embargo, luego de un proceso de largos cuestionamientos, esos partidos implosionaron y apareció Berlusconi, lo que provocó que el sistema ya no volviera a ser como era anteriormente. Es decir, son casos en los que tenemos lo que podríamos denominar una “nueva política”, lo que no significa necesariamente que sea algo bueno.
¿Y qué pasa en la Argentina con los otros partidos? Después de las últimas elecciones el PRO y el FAP quedaron encabezando la oposición, y no la UCR…
Y no es la primera vez. En la Argentina tenemos numerosos casos, es más, se puede hablar del escenario político de las últimas décadas como un cementerio de terceras fuerzas: el Partido Intransigente de Oscar Alende en los ochenta llegó a salir tercero en las presidenciales y tuvo una fuerza parlamentaria importante; la Ucedé de Álvaro Alsogaray; el Modin de Aldo Rico; el Frepaso… Pero siempre se enfrentan con un problema. Más allá de la ideología que hayan tenido, y si bien todos tenían una aspiración nacional, sus bastiones electorales se concentraban en la Ciudad de Buenos Aires y fueron incapaces de extender su proyección hacia el interior.
¿Cree que esa limitación también la enfrenta el PRO?
Sí, no podemos marcar el futuro pero lo cierto es que el PRO está asentado en la Ciudad, que es un distrito muy cambiante. No olvidemos que fue la cuna del PI, después de la Ucedé y después del Frepaso, que no tienen nada que ver el uno con el otro. Y estar asentado en un distrito tan volátil desde un punto de vista electoral es una limitación importante. El caso del FAP es diferente, porque se trata de una formación más heterogénea, que no tiene su punto de apoyo en la Ciudad aunque tenga allí una base electoral importante.
Pero estas restricciones territoriales, ¿se explican por la naturaleza de estos partidos o son limitaciones que impone el propio sistema?
Se pueden hacer varios ensayos de respuesta. Uno es que la política en la Argentina se hace de manera muy diferente en los distritos urbanos al resto del país. En los centros urbanos la política es mediática y no hay electores cautivos, más bien hay un electorado de opinión que varía de acuerdo al tipo de elección y candidatos postulados. Otra cosa es hacer política a partir de organizaciones partidarias, o como se suele llamar “el aparato”, que en otras regiones cuenta más a la hora de movilizar a los votantes y forjar un lazo con el partido. Hay numerosos ejemplos, provincias en las que el PJ gana desde 1983, como La Rioja o Jujuy, y otras en las que viene ganando el mismo partido, como el Movimiento Popular Neuquino, donde hacer política implica tener una organización detrás, algo que no es tan fácil porque para eso hacen falta recursos y capacidad de extender redes. Frente a ello, un recurso común de los pequeños partidos ha sido forjar algún tipo de alianza electoral con las grandes organizaciones, como el PJ o la UCR. Pero, a veces, esta estrategia ha significado la propia defunción de la fuerza, ya que los electores los han dejado de ver como una nueva alternativa.
¿Y la reforma política implementada en 2009 supone algún tipo de cambio?
La reforma es un conjunto de cambios que va a impactar en el sistema de diferentes formas. Creo que algo que va a tener un profundo impacto en la forma de hacer política en la Argentina es, por ejemplo, el tema de la difusión. La ley plantea que no es posible para los partidos comprar espacios en los medios y que ese espacio pasa a estar dispuesto por el Estado. A priori, esto garantiza condiciones más equitativas poniendo un límite entre la disponibilidad de recursos y la presencia mediática. Muchos coinciden en que sin estos límites, las posibilidades de corrupción son mayores en la medida en que si los partidos se ven incentivados a buscar recursos aumentan las posibilidades de dinero poco limpio. Ahora bien, si eso no va acompañado de una política más estricta con respecto a cómo se maneja la pauta oficial, y ésta se maneja de manera discrecional como ocurre en muchos casos en la actualidad, se truncan los objetivos de la reforma en la medida en que el oficialismo de turno goza de una ventaja frente a los demás. Por otro lado, respecto de las primarias, creo que fueron pensadas como un corsé a la fragmentación partidaria. La política pos 2001 está marcada por una balcanización de los partidos, con lo cual la ley intentó poner un límite, obligando a las líneas internas a competir en un proceso electoral en vez de ir por fuera.
Sin embargo, el PJ -por ejemplo- encontró el mecanismo para llevar varios candidatos a la elección presidencial…
Bueno, la versión original no dejaba ningún margen de posibilidad a las colectoras. Luego, con las reformas introducidas en la ley, más la práctica, se abrió esa posibilidad. Igualmente no hay que perder de vista que es una primera experiencia. Creo que los votantes comprendieron más rápido que los partidos cómo era el dispositivo. No olvidemos que había expectativas muy bajas sobre los niveles de participación o se vaticinaron todo tipo de problemas para el escrutinio, y nada de eso ocurrió. En este sentido, creo que la evaluación es muy positiva con respecto a cómo funcionó la reforma.
EL KIRCHNERISMO Y EL PJ
Hoy son cada vez más las voces que plantean que el kirchnerismo podría romper con el PJ. ¿Cuál es su opinión al respecto?
A ver, creo que primero hay que preguntarse por qué alguien querría prescindir de una organización que representa la primera minoría en el país concitando un piso de un veinte o un treinta por ciento en cualquier elección, independientemente de quién sea el candidato, que además es el partido predominante en muchas provincias, que provee una base de movilización, que tiene una relación fuertemente estructurada con los sindicatos, que aún hoy es una forma de ser para una parte de la ciudadanía… En cualquier parte del mundo sería considerada una estructura ideal o la mejor herramienta partidaria, es más, creo que si a cualquier político en el mundo le ofrecemos una organización como el PJ, la aceptaría encantado. Por otro lado, no hay que olvidar que el justicialismo es una fuerza muy heterogénea que aglutinó todo tipo de figuras y liderazgos, lo cual nunca le impidió que cada uno le imprimiera un sesgo determinado, dando lugar a especulaciones sobre la posibilidad de ruptura con el partido.
¿En qué casos?
Se dijo de Carlos Menem, cuando hizo el giro en su gobierno frente a las promesas de campaña. Ahí tuvimos cortocircuitos importantes con el partido y se dio la “Plaza del Sí”, en la que Menem apeló a la opinión pública por encima del PJ. Por su parte, Kirchner en un primer momento decide apelar a sectores por fuera del justicialismo. Ahí tenemos las experiencias de la llamada transversalidad y concertación plural. Sin embargo, tanto Menem como Kirchner terminaron reforzando los lazos con la matriz justicialista tradicional.
La pregunta es ¿el kirchnerismo no pudo o no quiso avanzar en otra dirección?
Creo que hubo una apuesta y se midieron fuerzas, y frente a coyunturas críticas o frente a la contienda electoral, terminó recostándose en el partido, evitando lo que implicaba cierto nivel de incertidumbre, en la medida en que construir por fuera del justicialismo no implicaba contar con los mismos recursos organizativos e ideológicos que ofrecía el partido, que a su vez da una gran ventaja.
¿Cuál?
La de permitirle a su líder correr los ejes programáticos tanto como quiso, metiéndose en el campo progresista.
Ahora bien, ¿cree que el kirchnerismo logró consolidarse como un fenómeno social, generando una identidad propia?
Habría que distinguir si hablamos de estilo o de valores. Si hablamos de estilo, el liderazgo de los Kirchner no se diferencia de otros liderazgos intensos que ha tenido la política en un sistema presidencialista. Es decir, un estilo más vertical de toma de decisiones antes que consensual, con una fuerte impronta personal. Ahora bien, en cuanto a los valores creo que hay un atributo de cambio muy relevante, por ejemplo, de lo que significó el menemismo. Por esos años la apuesta era desmovilizar a la ciudadanía. El elemento distintivo o de quiebre por parte del kirchnerismo es, justamente, que apuesta a la politización en términos de movilización y polarización en torno a valores, creencias y propuestas de gobierno. Sólo para mencionar algunos: una presencia del Estado, el discurso en torno a los derechos humanos, las políticas hacia el sector rural y hacia los sindicatos. Y lo que hace este nuevo liderazgo es buscar fundamentos para justificar esas políticas sobre la base de una movilización de determinados sectores de la sociedad y la identificación de con quién confrontar en esos campos.
En este contexto, romper con el PJ tal vez no signifique prescindir sino renovar y resignificar, por ejemplo, impulsando nuevos dirigentes en las provincias que cuestionen los viejos factores de poder.
Creo que sería muy diferente si el peronismo fuera un partido con una dirigencia estable en el tiempo. Ese caso es el del radicalismo, en el que los líderes políticos mantienen el liderazgo hasta que se mueren, como pasó con Hipólito Yrigoyen, con Marcelo Torcuato de Alvear, con Ricardo Balbín y con Raúl Alfonsín. En cambio, el peronismo es un partido en el que los liderazgos son muy fuertes pero la rotación es mucho más dinámica. Rápidamente hay adaptación y la estructura organizativa se ajusta a los cambios de época. En el PJ el recambio en el poder existe, y se da incluso en el caso de la dirigencia que va por debajo del vértice del partido. En las provincias están emergiendo nuevos políticos, como (Juan Manuel) Urtubey en Salta o (Martín) Buzzi en Chubut.
En el libro también analizan el estilo de gobierno de los Kirchner, como es el caso de su relación con el Gabinete de ministros…
Sí, es que a nivel de los medios siempre se impone esta idea de que los presidentes deben tener un estilo más consensual o gobernar consultando más a sus ministros, u otorgar ciertos niveles de autonomía. Creo que esa idea parte de una premisa equivocada, porque en los sistemas presidenciales, el Poder Ejecutivo lo ocupa una sola persona. Al respecto, eso sí, una diferencia significativa de los Kirchner frente a las otras gestiones, es plantear una organización muy vertical de gobierno.
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