La decadencia de
EE.UU. en perspectiva (II parte)
El camino imperial
Noam Chomsky
En los años de
consciente, auto-infligida decadencia en el país, las “pérdidas” siguieron
aumentando en otros sitios. En la última década, por primera vez en 500 años,
Suramérica ha emprendido pasos exitosos para liberarse de la dominación
occidental, otra pérdida seria. La región ha progresado hacia la integración, y
ha comenzado a encarar algunos de los terribles problemas internos de
sociedades gobernadas por elites en su mayor parte europeizadas, pequeñas islas
de extrema riqueza en un mar de miseria. También se han librado de todas las
bases de EE.UU. y de controles del FMI. Una organización recientemente formada,
CELAC, incluye a todos los países del hemisferio con la excepción de EE.UU. y
Canadá. Si realmente funciona, será otro paso en la decadencia de EE.UU., en
este caso en lo que siempre ha considerado como su “patio trasero”.
Incluso más seria sería
la pérdida de los países de MENA –Medio Oriente/Norte de África– que han sido
considerados por los planificadores desde los años cuarenta como “una estupenda
fuente de poder estratégico, y una de las mayores preseas materiales en la
historia del mundo”. El control de las reservas energéticas de MENA generaría
“un sustancial control del mundo”, en las palabras del influyente consejero de
Roosevelt, A.A. Berle.
Sin duda, si las
proyecciones de un siglo de independencia energética de EE.UU. basada en
recursos energéticos norteamericanos resultaran ser realistas, la importancia
de controlar MENA disminuiría en algo, aunque probablemente no en mucho: la
preocupación principal ha sido siempre el control más que el acceso. Sin
embargo, las probables consecuencias para el equilibrio del planeta son tan
ominosas que la discusión puede ser en gran parte un ejercicio académico.
La Primavera Árabe, otro
evento de importancia histórica, puede presagiar por lo menos una “pérdida”
parcial de MENA. EE.UU. y sus aliados han hecho lo posible por impedir ese
resultado – hasta ahora con considerable éxito. Su política hacia las revueltas
populares se ha ajustado de cerca a las líneas directivas estándar: apoyar a
las fuerzas más sensibles a la influencia y el control de EE.UU.
Los dictadores preferidos
son apoyados mientras puedan mantener el control (como en los principales
Estados petroleros). Cuando ya no es posible, son descartados y se trata de
restaurar el antiguo régimen en la mayor medida posible (como en Túnez y en
Egipto). El patrón general es familiar: Somoza, Marcos, Duvalier, Mobutu,
Suharto, y muchos otros. En un caso, Libia, las tradicionales tres potencias
imperiales intervinieron mediante la fuerza a fin de participar en una rebelión
para derrocar a un dictador mercurial y poco fiable, abriendo el camino, como
se espera, a un control más eficiente de los ricos recursos de Libia
(primordialmente el petróleo, pero también el agua, de particular interés para
las corporaciones francesas), a una posible base para el Comando África de
EE.UU. (limitado hasta ahora a Alemania) y a la inversión de la creciente
penetración china. En lo que respecta a la política, ha habido pocas sorpresas.
Crucialmente, es
importante reducir la amenaza de una democracia que funcione, en la cual la
opinión popular pueda influencia significativamente la política. Esto, de
nuevo, es rutina, y es bastante comprensible. Una mirada a los estudios de
opinión pública realizados por agencias de sondeo en los países de MENA explica
fácilmente el temor occidental a una auténtica democracia, en la cual la
opinión pública influencie significativamente la política.
Israel y el Partido Republicano
Consideraciones
semejantes se trasfieren directamente a la segunda preocupación importante
planteada en la edición de Foreign Affairs citada en la primera parte de este
artículo: el conflicto Israel-Palestina. Será difícil mostrar con más claridad
el temor a la democracia que en este caso. En enero de 2006, hubo una elección
en Palestina, calificada de libre e imparcial por monitores internacionales. La
reacción instantánea de EE.UU. (y claro está de Israel), y Europa lo siguió
cortésmente, fue imponer duras sanciones a los palestinos por haber votado de
manera equivocada.
No es ninguna innovación.
Está perfectamente de acuerdo con el principio general y nada sorprendente
reconocido por los expertos dominantes: EE.UU. apoya la democracia si, y solo
si, el resultado está de acuerdo con sus objetivos estratégicos y económicos,
la conclusión lastimera del neo-reaganita Thomas Carothers, el más cuidadoso y
respetado analista experto de las iniciativas de “promoción de la democracia”.
De un modo más general,
durante 35 años EE.UU. ha encabezado el campo negacionista sobre
Israel-Palestina, bloqueando un consenso internacional que pide una solución
política en términos demasiado conocidos como para que requieran repetición. El
mantra occidental es que Israel busca negociaciones sin condiciones previas, a
lo que se niegan los palestinos. Lo contrario es más exacto. EE.UU. e Israel
exigen precondiciones estrictas que, además, han sido elaboradas para asegurar
que las negociaciones conduzcan a una capitulación palestina sobre temas
cruciales, o a ninguna parte.
La primera condición
previa es que las negociaciones deben ser supervisadas por Washington, lo que
tiene tanto sentido como exigir que Irán supervise la negociación de conflictos
entre suníes y chiíes en Iraq. Las negociaciones serias tendrían que tener
lugar bajo los auspicios de alguna parte neutral, preferiblemente una que goce
de un cierto respeto internacional, tal vez Brasil. Las negociaciones tratarían
de resolver los conflictos entre los dos antagonistas: EE.UU./Israel por una
parte, y la mayor parte del mundo por la otra.
La segunda condición
previa es que Israel debe tener libertad para expandir sus asentamientos
ilegales en Cisjordania. Teóricamente, EE.UU. se opone a esas acciones, pero
con un ligerísimo tirón de orejas, mientras sigue suministrando apoyo
económico, diplomático y militar. Cuando EE.UU. tiene algunas objeciones
limitadas, impide con gran facilidad las acciones, como en el caso del proyecto
E-1 para vincular Gran Jerusalén con la ciudad de Ma’aleh Adumim, dividiendo
prácticamente en dos Cisjordania, una altísima prioridad para los
planificadores israelíes (de todo el espectro), pero provocando algunas
objeciones en Washington, por lo que Israel ha tenido que recurrir a medidas
tortuosas para mermar el proyecto.
El fingimiento de
oposición llegó al nivel de farsa en febrero pasado cuando Obama vetó una
resolución del Consejo de Seguridad que pedía la implementación de política
oficial de EE.UU. (agregando también la observación no polémica de que los
propios asentamientos son ilegales, a diferencia de su expansión). Desde
entonces se ha hablado poco de la terminación de la expansión de asentamientos,
que continúa, con una provocación premeditada.
Por lo tanto, mientras
representantes israelíes y palestinos se preparaban para reunirse en Jordania
en enero de 2011, Israel anunció nuevas construcciones en Pisgat Ze’ev y Har
Homa, áreas de Cisjordania que considera que se encuentran dentro del área
considerablemente expandida de Jerusalén, anexada, cubierta de asentamientos y
construida como capital de Israel, todo en violación de órdenes directas del
Consejo de Seguridad. Otras acciones incluyen el mayor plan de separar los
enclaves que le puedan quedar a la administración palestina del centro
cultural, comercial y político de la vida palestina en la antigua Jerusalén.
Es comprensible que los
derechos palestinos deban ser marginados en la política y el discurso
estadounidense. Los palestinos carecen de riqueza y de poder. No ofrecen
prácticamente nada a los intereses políticos de EE.UU.; de hecho, tienen valor
negativo, son una molestia que moviliza a “la calle árabe”.
Israel, al contrario, es
un valioso aliado. Es una sociedad rica, con una industria de alta tecnología
sofisticada, en gran parte militarizada. Durante décadas, ha sido un altamente
apreciado aliado militar y estratégico, en particular desde 1967, cuando hizo
un gran servicio a EE.UU. y a su aliado saudí al destruir el “virus”
nasserista, estableciendo la “relación especial” con Washington en la forma que
ha persistido desde entonces. También es un centro creciente para inversiones
de alta tecnología de EE.UU. De hecho, las industrias de alta tecnología, y
particularmente militares, en los dos países están estrechamente vinculadas.
Aparte de semejantes
consideraciones elementales de política de gran potencia, hay factores
culturales que no deben ser ignorados. El sionismo cristiano en Gran Bretaña y
en EE.UU. precedió de largo al sionismo judío, y ha sido un significativo
fenómeno elitista con claras implicaciones políticas (incluida la Declaración
Balfour, que se basó en él). Cuando el general Allenby conquistó Jerusalén
durante la Primera Guerra Mundial, fue aclamado en la prensa estadounidense
como Ricardo Corazón de León, quien había finalmente vencido en las Cruzadas y
expulsado a los paganos de Tierra Santa.
El siguiente paso fue que
el Pueblo Elegido volviera a la tierra que le fuera prometida por el Señor.
Articulando un punto de vista común de la elite, el secretario del Interior del
presidente Franklin Roosevelt, Harold Ickes, describió la colonización judía de
Palestina como un logro “sin igual en la historia de la raza humana”. Semejantes
doctrinas encuentran fácilmente su lugar dentro de las doctrinas
providencialistas que habían sido un fuerte elemento en la cultura popular y de
la elite desde los orígenes del país: la creencia en que Dios tiene un plan
para el mundo y que EE.UU. lo está realizando bajo guía divina, como es
articulado por una larga lista de personajes destacados.
Por otra parte, el
cristianismo evangélico es una importante fuerza popular en EE.UU. Más hacia
los extremos, el cristianismo evangélico del Fin de los Tiempos también tiene
un enorme alcance popular, vigorizado por el establecimiento de Israel en 1948,
revitalizado aún más por la conquista del resto de Palestina en 1967 – todas
señales de que se acercan el Fin de los Tiempos y la Segunda Venida.
Estas fuerzas se han
vuelto particularmente significativas desde los años de Reagan, ya que los
republicanos han abandonado la pretensión de ser un partido político en el
sentido tradicional, mientras se dedican en virtual formación uniforme a servir
a un ínfimo porcentaje de súper ricos y al sector corporativo. Sin embargo, el
pequeño electorado que es servido primordialmente por el partido reconstruido
no puede proveer votos, de modo que se han vuelto a otra parte.
La única alternativa es
movilizar tendencias que siempre han estado presentes, aunque raramente como
una fuerza política organizada: primordialmente nativistas que tiemblan de
miedo y odio, y elementos religiosos que son extremistas según estándares
internacionales, pero no en EE.UU. Un resultado es la reverencia por supuestas
profecías bíblicas, de ahí no solo el apoyo a Israel y sus conquistas y
expansión, sino un amor apasionado por Israel, otra parte fundamental del
catequismo que debe ser entonado por candidatos republicanos – y demócratas, de
nuevo, no demasiado lejos.
Dejando de lado estos
factores, no hay que olvidar que la “Anglosfera” – Gran Bretaña y sus retoños –
consiste de sociedades de colonos, que surgieron de las cenizas de poblaciones
indígenas, reprimidas o virtualmente exterminadas. Las prácticas del pasado
deben haber sido básicamente, en el caso de EE.UU., incluso ordenadas por la
Divina Providencia. Por lo tanto a menudo existe una simpatía intuitiva por los
hijos de Israel cuando siguen un camino semejante. Pero primordialmente
prevalecen los intereses geoestratégicos y económicos, y la política no está
grabada en piedra.
La “amenaza” iraní y el tema nuclear
Finalmente consideremos
el tercero de los principales temas encarados en los periódicos del
establishment citados anteriormente, la “amenaza de Irán”. Entre las elites y
la clase política es considerada generalmente como la amenaza primordial para
el orden mundial – aunque no entre las poblaciones. En Europa, los sondeos
muestran que se considera a Israel como la principal amenaza para la paz. En
los países del MENA, este estatus es compartido con EE.UU., hasta el punto que
en Egipto, en vísperas del levantamiento de la Plaza Tahrir, un 80% pensaba que
la región sería más segura si Irán tuviera armas nucleares. Los mismos sondeos
establecieron que solo un 10% considera que Irán constituye una amenaza – a
diferencia de los dictadores gobernantes, quienes tienen sus propias
preocupaciones.
En EE.UU., antes de las
masivas campañas propagandísticas de los últimos años, una mayoría de la
población estaba de acuerdo con la mayor parte del mundo en que, como firmante
del Tratado de No Proliferación Nuclear, Irán tiene derecho a enriquecer
uranio. E incluso ahora, una gran mayoría está a favor de medios pacíficos para
tratar con Irán. Incluso existe una fuerte oposición a una participación
militar si Irán e Israel estuvieran en guerra. Solo un cuarto considera que
Irán sea de alguna manera una preocupación importante para EE.UU. Pero no es
poco usual que haya una brecha, a menudo un abismo, que divide a la opinión
pública y la política.
¿Por qué, exactamente, se
considera a Irán como una amenaza tan colosal? La pregunta es poco discutida,
pero no es difícil encontrar una respuesta seria – aunque no, como de
costumbre, en los pronunciamientos febriles. La respuesta mejor documentada es
provista por el Pentágono y los servicios de inteligencia en sus informes
regulares al Congreso sobre la seguridad global. Informan que Irán no plantea
una amenaza militar. Sus gastos militares son muy bajos incluso según los
estándares de la región, minúsculos, claro está, en comparación con EE.UU.
Irán tiene poca capacidad
para desplegar fuerza. Sus doctrinas estratégicas son defensivas, diseñadas
para disuadir una invasión durante suficiente tiempo para quela diplomacia
solucione los problemas. Si Irán desarrollara una capacidad de armas nucleares,
informan, formaría parte de su estrategia de disuasión. Ningún analista serio
cree que los clérigos gobernantes estén ansiosos de ver que su país y sus posesiones
sean vaporizados, la consecuencia inmediata de que llegaran incluso cerca de
iniciar una guerra nuclear. Y es apenas necesario mencionar las razones por las
cuales cualquier dirigencia iraní estaría preocupada por la disuasión, bajo las
circunstancias existentes.
No cabe duda de que el
régimen es una seria amenaza para gran parte de su propia población – y
desgraciadamente, no se puede decir que sea un caso único desde ese punto de
vista. Pero la amenaza primordial para EE.UU. e Israel es que Irán pueda
estorbar su libre ejercicio de violencia. Otra amenaza es que los iraníes
buscan evidentemente extender su influencia a los vecinos Iraq y Afganistán, y
también más lejos. Esos actos “ilegítimos” son llamados “desestabilizadores” (o
algo peor). Al contrario, la imposición por la fuerza de la influencia sobre la
mitad del mundo contribuye a la “estabilidad” y al orden, de acuerdo con la
doctrina tradicional de quién es el dueño del mundo.
Tiene mucho sentido el
intento de impedir que Irán se sume a los Estados con armas nucleares,
incluidos los tres que se han negado a firmar el Tratado de No Proliferación
–Israel, India y Pakistán– todos los cuales han recibido ayuda de EE.UU. para
el desarrollo de armas nucleares y siguen recibiendo esa ayuda. No es imposible
acercarse a ese objetivo por medios diplomáticos pacíficos. Una actitud, que
goza de abrumador apoyo internacional, es emprender pasos significativos hacia
el establecimiento de una zona libre de armas nucleares en Medio Oriente,
incluidos Irán e Israel (aplicado también a fuerzas de EE.UU. desplegadas en el
área); mejor todavía si se extiende al Sur de Asia.
El apoyo para tales
esfuerzos es tan fuerte que el gobierno de Obama se ha visto obligado a aceptar
formalmente, pero con reservas, que: crucialmente, el programa nuclear de
Israel no debe ser colocado bajo los auspicios del Organismo Internacional de
Energía Atómica (OIEA), y que no se debe pedir a ningún Estado (lo que quiere
decir EE.UU.) que divulgue información sobre “instalaciones y actividades
nucleares de Israel, incluida información relacionada con anteriores
transferencias nucleares a Israel”. Obama también acepta la posición de Israel
de que toda propuesta semejante debe estar condicionada a un acuerdo de paz
exhaustivo, que EE.UU. e Israel pueden seguir retardando indefinidamente.
Este estudio no se
aproxima en nada a ser algo exhaustivo, sobra decir. Entre tópicos importantes
que no son considerados es el cambio en la política militar de EE.UU. hacia la
región Asia-Pacífico, con las nuevas adiciones al inmenso sistema de bases
militares que tiene lugar ahora mismo, en la Isla Jeju frente de Corea del Sur
y en el Noroeste de Australia, todos elementos de la política de “contención de
China”. Estrechamente relacionado está el tema de las bases de EE.UU. en
Okinawa, a las que se ha opuesto acremente la población durante muchos años, y
una continua crisis en las relaciones EE.UU.-Tokio-Okinawa.
Revelando lo poco que han
cambiado las presunciones fundamentales, analistas estratégicos estadounidenses
describen el resultado de los programas militares de China como un “clásico
‘dilema de seguridad’ por lo cual programas militares y estrategias nacionales
consideradas defensivas por sus planificadores son vistos como amenazadores por
el otro lado”, como escribe Paul Godwin del Foreign Policy Research Institute.
El dilema de la seguridad aparece respecto al control de los mares frente a las
costas de China. EE.UU. considera su política de control de esas aguas como
“defensiva”, mientras China la ve como amenazante. Ni siquiera es imaginable un
debate parecido respecto a las aguas costeras de EE.UU. Este “clásico dilema de
seguridad” tiene sentido, de nuevo, sobre la base de la presunción de que
EE.UU. tiene derecho a controlar la mayor parte del mundo, y que la seguridad
de EE.UU. requiere algo que se acerca al control absoluto del globo.
Mientras los principios
de la dominación imperial han experimentado poco cambio, la capacidad de
implementarlos ha disminuido considerablemente a medida que el poder se ha
distribuido más ampliamente en un mundo que se diversifica. Las consecuencias
son muchas. Es, sin embargo, muy importante recordar que –por desgracia–
ninguna disipa las dos oscuras nubes que se ciernen sobre toda consideración de
orden global: la guerra nuclear y la catástrofe medioambiental, que amenazan
ambas la decente supervivencia de la especie.
Al contrario, ambas
amenazas con siniestras, y aumentan.
Making the Future: Occupations,
Intervention, Empire, and Resistance, The Essential Chomsky (editado por
Anthony Arnove), una colección de sus escritos de los años cincuenta hasta la
actualidad, Gaza in Crisis, con Ilan Pappé, y Hopes and Prospects.
Copyright
2012 Noam Chomsky
Fuente:
http://www.tomdispatch.com/post/175503/tomgram%3A_noam_chomsky%2C_imperial_hegemony_and_its_discontents/#more