Alemania impone "reparaciones de guerra" al resto de Europa

Muchos economistas y
políticos de la época, y entre ellos el más famoso de entonces, John Maynard
Keynes, mostraron que era imposible que Alemania pudiera pagar esas
reparaciones sin empobrecerse trágicamente y sin que así se ocasionasen
problemas peores que los que se trataba de resolver. E hicieron ver que incluso
sería mucho más útil para los propios aliados promover el desarrollo de la
industria y el comercio en Alemania que obligarle a hacer frente a unas
cantidades que estaban completamente fuera de su mermada capacidad de pago. Con
dramática lucidez, el economista inglés advirtió en su libro Las consecuencias
económicas de la paz, que "si nosotros aspiramos deliberadamente al
empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no
tardará”. Así fue.
Años más tarde, las cosas
han cambiado mucho. La puesta en marcha del euro a pesar de que se sabía que la
unión monetaria estaba mal diseñada, que no contaba con suficientes mecanismos
e instituciones de compensación y reequilibrio y que las perturbaciones y los
shocks asimétricos iban a ser constantes, inició una especie de guerra
económica que esta vez ha ganado Alemania pero, al final, a costa de sufrir
también las consecuencias negativas de todo tipo que siempre están asociados a
los conflictos que provocan las estrategias de ocupación.
Desde que se creó, Alemania
ha impuesto su norma como potencia de economía abierta al resto de los países y
especialmente a los del sur europeo. A cambio de ayudas generosas que se venden
a su población como si no tuviese contrapartidas, Alemania ha venido
colonizando las economías periféricas, bien por la vía directa de la
adquisición de activos, convirtiéndolas en importadoras masivas de sus
productos, o mediante la financiación del endeudamiento continuado que los
déficits en los que necesariamente incurrían lógicamente provocaban.
Antes de la creación del
euro, los países menos competitivos, como España, se defendían periódicamente
de la agresión comercial de los más fuertes, o de su propia debilidad
estructural, devaluando sus monedas y tomándose así un respiro que les permitía
mantener mal que bien su tejido productivo y el equilibro exterior. Con la
moneda única, y al carecer de esta estrategia defensiva, la potencia
exportadora alemana ya no ha tenido barreras (al contrario que le ha ocurrido a
los productos de la periferia en centroeuropa) lo que debilitó poco a poco la
industria y, en general, la producción nacional en la periferia. Así se iba
gestando un gran superávit en Alemania paralelo al déficit de los países
periféricos.
De 2002 a 2010 este proceso
generó un excedente de 1,62 billones de euros en Alemania, de los cuales solo
554.000 se aplicaron en su propio mercado interno para mejorar su dotación de
capital o las condiciones de vida de su población. El resto, 1,07 billones se
colocó fuera de Alemania, y de esta parte 356.000 en forma de préstamos y
créditos para financiar un modelo productivo en la periferia que, lógicamente,
no fuera el que pudiera competir con el alemán. La teoría y la historia
económicas nos han enseñado que no podía ser de otra manera: la existencia de
una potencia exportadora como la alemana de estos años solo es posible si al
mismo tiempo que exporta financia. Tiene que ser así porque, en el marco ya
cerrado de una economía como la europea (o del planeta si nos referimos al
conjunto de la economía mundial) para que unos tengan superávit otros han de
tener déficits y éstos han de financiarlos, evidentemente, quienes disponen de
excedentes a su costa.
Este estado de cosas, esta
"guerra", ha ido siendo claramente exitosa para las grandes
corporaciones centroeuropeas que se han hecho con los mercados que antes les
estaban vedados, para los exportadores alemanes, y para los bancos que han
obtenido grandes beneficios financiando la deuda creciente de una periferia con
cada vez menos capacidad de generar recursos endógenos, puesto que la potencia
exportadora en realidad ha de fagocitarlos para poder seguir manteniendo su
privilegio exportador.
A pesar de que este estado
de cosas era muy claramente perjudicial para los intereses nacionales de países
como España, Italia, Irlanda, Grecia... o incluso me atrevería a decir que de
Francia, las élites respectivas lo aceptaron como punto de partida y lo han
apoyado puesto que los grandes beneficios de las multinacionales que los
estaban colonizando y de los bancos que nadaban en dinero gracias a la deuda
gigantesca que se generaba producía un efecto "derrame"
suficientemente cuantioso como para financiar generosamente a los partidos y a
las oligarquías económicas locales y que gracias a ello se han ido así armando
con un poder político cada vez más decisivo.
El problema que conlleva un
equilibrio de esta naturaleza, tan asimétrico, es que antes o después termina
cayendo porque se acaba la capacidad de endeudarse, porque el empobrecimiento
efectivo y continuado es insostenible o porque se produzcan impactos externos
que agudicen las asimetrías sin que haya, como ocurre en la Unión Europea,
suficientes resortes de reequilibrio.
Así, lo que ahora tenemos
sobre la mesa en Europa es un problema irresoluble sin cirugía mayor. Alemania
ha financiado, en lugar de su propio desarrollo interno y el bienestar de sus
ciudadanos o una integración más solidaria entre las economía europeas, un
modelo productivo entre su "clientela" que no permite a ésta serlo
indefinidamente. Cuando se ha producido un impacto externo como la crisis
financiera, se ha reducido la demanda en la periferia, ha debido aumentar el
déficit público a costa del privado, que en mayor parte ha de destinarse a financiarlo,
reduciéndose entonces los déficit que engordan el superávit alemán y
disminuyendo la capacidad de pago de la deuda contraída.
Alemania teme ahora haber
financiado a unos clientes que al final puede resultar que no hagan frente a
sus deudas y ese miedo le empuja a seguir por un camino terrible y claramente
equivocado que es el que recuerda las reparaciones a las que ella misma tuvo
que hacer frente durante tanto tiempo.
La derecha política alemana
y sus grupos de poder económico se empecinan en hacer creer, y en creerse ellos
mismos, que la causa de ese peligro es el mal comportamiento de sus socios a
cuyos gobiernos tilda de manirrotos (a pesar de que, como en España, hayan
incurrido en menos incumplimientos fiscales que la propia Alemania) y a cuyos
ciudadanos acusa de haber vivido por encima de sus posibilidades.
Y esa
creencia le lleva a imponer las nuevas "reparaciones" en forma de
programas de austeridad (mal llamados de austeridad, como ya he escrito en
varias ocasiones porque solo se centran en recortar los gastos vinculados al
bienestar social para abrir la puerta a la provisión privada) que, como ocurrió
hace poco menos de un siglo, provocaron un efecto perverso del que quizá
todavía estamos pagando sus consecuencias. No podrá ser de otro modo porque
imponer el empobrecimiento y la recesión a los demás pueblos no podrá evitar,
como dijo Keynes entonces, que antes o después se produzca la venganza.
En el
mejor de los casos, en forma de desintegración europea que igualmente pagará la
propia Alemania. Y en el peor, más vale ni siquiera pensarlo.
Juan Torres López
Sistema Digital