Malvinas, a vuelo de pájaro
Por Jorge Giles
jgiles@miradasalsur.com
Cuando Néstor Kirchner afirmó
que “la recuperación de las Malvinas es un objetivo permanente e
irrenunciable”, estaba rubricando una de las convicciones que entrarían con él
a la Rosada.
Y cuando Cristina anunció que
“Malvinas es una causa latinoamericana y global”, estaba instrumentando esa
misma convicción.
No hay sorpresa, entonces.
Hay constancia y coherencia
en
el horizonte de la patria
grande.
La escalada guerrerista corre
por cuenta del invasor.
La causa Malvinas es una
herida abierta y un faro que ilumina.
Nos equivocaríamos si sólo
pusiéramos el eje de la cuestión en el afán colonialista de Gran Bretaña, en la
ignorancia de David Cameron, en los zánganos de la realeza o en el mandato
criminal de Margaret Thatcher.
Siempre fueron así con todo
el mundo.
O si sólo ponemos el eje en
la actitud de los kelpers. Si quieren ser británicos o marcianos es un asunto
de conciencia, no de pertenencia. Con ellos no es la disputa.
Nos equivocaríamos si
pensáramos que las islas son un puñado de tierra pedregosa y una cuestión del
pasado. Malvinas es la patria secuestrada al sur del corazón de América.
O si por defenderlas, creamos
que la sombra de la dictadura espantará los sueños que abrigan esta causa que
legamos de la historia.
El terrorismo de Estado fue el
último ariete del colonialismo inglés.
Nosotros, en tanto pueblo,
fuimos desaparecidos, presos, torturados, exiliados, perseguidos y desocupados,
así como lo fueron los soldados heroicos, muertos en Malvinas.
Algún derecho tenemos para
hablar.
No nos equivocaríamos, en
cambio, si habláramos de las aves de Malvinas, de nuestros chorlos y
gaviotines, de la gaviota cocinera, de la gris y la cangrejera, del ostrero
común, del pingüino patagónico, de la escúa común, de la paloma antártica, del
cormorán cuello negro y el real, del albatros errante y del petrel.
No estamos divagando. Estamos
diciendo que desde Río Gallegos hasta Malvinas distan apenas 760 kilómetros y
por eso es natural que muchas de estas aves vayan y vengan entre ambas costas,
la del continente y la de las islas.
“Son el correo de amor entre la
Patria y Malvinas”, supo decir de ellas el poeta José Pedroni.
Las aves son sabias desde que
dejaron de ser dinosaurios. Lástima que Cameron no acompañó esta evolución.
El respetado ornitólogo Tito
Narosky nos enseñó que el albatros ceja negra, por ejemplo, tiene su cría en
Malvinas y luego remonta nuestras costas continentales y con su vuelo largo
llega hasta Ecuador, Perú, Chile, Uruguay y Brasil.
Como las Malvinas, este
albatros no sólo es argentino, sino latinoamericano.
Estas aves sobrevuelan la
danza de nuestros delfines, nuestras ballenas y millones de peces que habitan
nuestros mares australes.
No nos equivocaríamos si
argumentando en defensa propia, dijéramos que esa ballena franca que navega en
Puerto Madryn es el mismo cetáceo que pasó o pasará en unos días a visitar
Malvinas. Igual vale para la ballena azul y otras, como la ballena jorobada que
supo verse en el Delta del Paraná, pasando por Punta Indio y llegar luego hasta
Malvinas.
¿Sabrá Cameron que el delfín
de Arnoux fue visto navegando en aguas interiores de la provincia de Buenos
Aires, en Tierra del Fuego y en Malvinas?
¿Sabrá que el delfín de
frente plana fue registrado en arroyo Sauce Viejo, Buenos Aires, en Viedma, en
río Chubut, en Bahía Santa Cruz, en Malvinas y en las Georgias del Sur?
La marsopa, el calderón y la
tonina overa navegan entre Malvinas y su continente.
El nuestro, Cameron. Nuestro
continente.
¿Alguien conoce acaso un ave,
un cetáceo, un pececillo siquiera, que aletee su canto o cual sea su sonido, de
Malvinas a Londres y viceversa?
Las Malvinas son y serán
argentinas porque lo dice la historia de los hombres, con su violencia y sus
destierros, pero también porque lo dice la madre natura, Cameron.
Entiéndalo de una vez. No
puede el inglés sostener que son suyas las islas ubicadas a 12.800 km de
distancia de cualquier barrio londinense.
Muéstrennos un pájaro
siquiera que iguale la distancia que estamos proponiendo como patrón de medida.
¿Y los hombres y las mujeres
que habitan las Malvinas?: bienvenidos sean. Son tan argentinos como las islas,
si allí nacieron. No hay inclusión social sin inclusión territorial. Por eso
son naturalmente argentinos, aunque también lo nieguen. Ningún mandato divino
les otorgó poderes para violar la integridad territorial y la unidad nacional
del pueblo argentino, conceptos que Naciones Unidas consagra en su Carta
original y sirven de fundamento para la Resolución 2.065 que convoca desde
1965, durante la presidencia de Arturo Illia, al diálogo entre Gran Bretaña y
Argentina.
No es un minué de a tres el
que se debe bailar. Como en un tango, bailan sólo dos. Pero eso sí: la orquesta
y la música son latinoamericanas y caribeñas.
Hagamos un poquito de
memoria.
En 1833, la corbeta Clío
encabezó la usurpación colonial inglesa. Expulsaron a los legítimos dueños de
esas tierras, argentinos todos, e intrusaron a los primeros kelpers.
O sea. Es a la descendencia
de los expulsados a los que habría que preguntar si eligen que Malvinas sean
argentinas o no. Porque el principio de autodeterminación de los pueblos
conlleva indisolublemente el principio de la unidad territorial de una nación.
La nuestra, Cameron. Nuestra
nación.
Los intrusos no tienen voz ni
voto en la decisión soberana. Sí para defender su modo de vida, que será
respetado religiosamente por la Argentina.
¿Dónde está escrito que el
invasor tiene los mismos derechos que el invadido? ¿Quién dice que un
colonialista y un genocida tengan los mismos valores que sus víctimas?
Mientras esperamos que el
diálogo florezca, seguiremos viendo nuestras Malvinas desde el vuelo de los
pájaros.
Por decisión criminal de
Galtieri y Margaret Thatcher, los argentinos lloramos a nuestros héroes muertos
en Malvinas.
Hoy agregamos otro dolor: las
aves empetroladas por la exploración ilegal de los británicos y los delfines
destrozados en cada maniobra militar de Gran Bretaña en nuestras islas.