Golpe Cívico-Militar – Golpe Económico
24 de marzo de 1976 -MEMORIA, VERDAD, JUSTICIA
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Abril de 1976. En un editorial titulado “Moralidad, idoneidad, eficiencia”, e ilustrado por las fotos de los nuevos ministros de la Junta Militar , la revista Gente del jueves 1 explicaba y celebraba el golpe:
“Las Fuerzas Armadas han asumido el poder en toda la República. Está en sus manos el poder central de la Nación , el de sus provincias y municipios.
La prolija operación militar del 24 de marzo fue largamente meditada. Constituyó una operación concebida y ejecutada coordinadamente por el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea Argentina. En los estados mayores los planes de esta decisión comenzaron a elaborarse como una garantía de salvaguardia de la integridad nacional tan pronto los síntomas iniciales de un vacío de poder anticiparon que difícilmente habría una corrección por las vías institucionales clásicas, por el propio gobierno o su partido o, bien, por el Congreso.
El proceso inaugurado el 25 de Mayo de 1973 sólo fue interrumpido después que se hubieran ensayado sin éxito todas las fórmulas correctivas ajenas a la órbita estrictamente militar. Es decir las Fuerzas Armadas irrumpieron en la escena política luego de haberse agotado todas las instancias previas. (...)
La lucha contra la subversión había llevado a las Fuerzas Armadas, no sólo en Tucumán, a adentrarse íntimamente en toda la República con muchos de los problemas que unas veces trataban y otras estimulaban el accionar subversivo. La inmoralidad administrativa, la desidia de los gobernantes, la ineptitud de vastas franjas del poder político y la subsistencia, en los diversos aparatos estatales, de elementos de una u otra forma conectados con la subversión.
Pero la subversión no sólo venía actuando en el monte y en las calles sino también en los medios fabriles. La conducción oficial del gremialismo era, por un lado, impotente en su propia jurisdicción para resolver ese tipo de problemas y, por otro lado, era responsable del dictado de una legislación que había incidido -particularmente a través de varias cláusulas de la Ley de Contratos de Trabajo- en una merma notable en la capacidad productiva de la industria argentina.
En el último trimestre de 1975 el régimen anterior jugó, sin éxito, la última chance de revertir la orientación del proceso por medio de un alejamiento definitivo o por tiempo indeterminado de la presidente de la Nación. Después se vería, ya fuera de toda duda, que la crisis afectaba integralmente al sistema. Así, por ejemplo, los pedidos de juicio político a la entonces jefe del Estado o las iniciativas para declararla inhábil por una asamblea legislativa, se presentaron sin mayor convencimiento de que un cambio de personas en el ejercicio del Poder Ejecutivo Nacional podría a esta altura modificar sustancialmente la velocidad y hondura de la crisis.
Cuando las Fuerzas Armadas, por fin, decidieron tomar el poder, su pensamiento sobre lo que habría de hacerse después había sido elaborado sobre las pautas que ofrecía el contexto nacional argentino. La situación aparecía tan clara a ojos de las Fuerzas Armadas como apareció, ya colocadas ellas en el control de todos los resortes del poder, a ojos de casi todos los observadores extranjeros: fueran conservadores o comunistas, liberales o nacionalistas.
La notable evidencia de que el país no podía seguir por el tumultuoso camino que transitaba y la sensación nítida de que se habían agotado todas las instancias para que el proceso político anterior se recuperara por sí mismo, fue el factor principal que unificó en un solo haz el diagnóstico militar.
Los antecedentes sumarios desarrollados más arriba a propósito de lo que está ocurriendo en esta hora, se reflejan en las respuestas que se les ha dado en los documentos de la Junta Militar : 1) reafirmación de los valores esenciales de la nacionalidad, 2) lucha contra la subversión y las causas que la favorecen; 3) primacía en la función pública de los principios de moralidad, idoneidad y eficiencia; 4) desarrollo sostenido de la economía nacional.
El pensamiento militar ha hecho una interpretación de las respuestas que caben a la actual situación argentina, prescindiendo de moldes foráneos. Sería por lo tanto, un error sugerir que "el proceso de reorganización nacional" ha sido concebido a imagen y semejanza de alguno de los cuadros de carácter político militar de naciones hermanas de la nuestra. El tiempo indicará sobre la marcha las bondades de la articulación práctica del esquema militar, pero ya se sabe que parte de una interpretación esencialmente nacional de la situación argentina. (...)
El gobierno militar ha suspendido las actividades políticas y gremiales. han sido intervenidas la CGT y algunos de los sindicatos adheridos a ella, y la CGE. Se han prohibido las actividades de las 62 Organizaciones Gremiales y de los partidos maoístas y trotskistas; en el primer caso, por ser aquélla sólo una expresión política en el ámbito gremial y, en el segundo caso, por considerarse que tales partidos abogaban por la aplicación de métodos incompatibles con la paz interna.
El pensamiento militar ha hecho un repudio expreso de la demagogia; en lo económico aspira a aplicar soluciones realistas, en las cuales el desenvolvimiento del capital privado y extranjero tendrá amplia libertad de acción en la medida en que no comprometa la capacidad de decisión soberana del Estado argentino.
La política internacional argentina será sustraída de los vaivenes de un difuso Tercer Mundo para ser colocada nuevamente sobre la base de la autonomía nacional, dentro de su contexto histórico, occidental y cristiano. (...)
Ha comenzado, pues, un nuevo ciclo en el desenvolvimiento político, social y económico argentino. Las Fuerzas Armadas han llegado al poder sin una sola disidencia en sus filas respecto de lo que cabía hacer; en mayor o menor medida había habido disidencias en el origen de los procesos iniciados en 1930, 1943, 1955, 1962 y 1966. La nueva situación se inaugura, entonces, con los mejores augurios y las más certeras constancias sobre la unidad de las Fuerzas Armadas y la coherencia de su pensamiento.
Ese pensamiento está esencialmente fundado en la idea de que no sólo era inevitable ocupar un vacío de poder antes de que el caos alimentara a la subversión, sino también indispensable sentar las bases para la instauración final de un sistema político adecuado a la realidad y necesidades nacionales. La magnitud de la tarea por emprender, pues, no podría ser más considerable.”
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Mayo de 1976. Poco después del golpe militar, para celebrar “el cierre definitivo de un ciclo histórico”, para empezar a rescribir la historia, la editorial Atlántida publicó un número especial de la revista Gente: 240 páginas a gran formato, llenas de fotos y condenas. “Este libro es una crónica cruda, seca de lo que pasó. Sin ataques. Sin acento. Este libro cuenta y muestra. Quiere ser un testimonio que viva cuando en la memoria se borren las tristes imágenes de uno de los capítulos más negros de la historia argentina. Cuando las heridas estén cicatrizadas. Por eso este libro”. El libro contaba, entre otras cosas, el 25 de mayo de 1973. Tres años antes, en su edición especial del 31 de mayo de 1973, Gente titulaba “Un momento histórico” y “La gran noche de los presos políticos”. Pero su versión había cambiado:
“El 25 de mayo de 1973 fue una pesadilla. Los que vivimos ese día tenemos la obligación de recordarlo”, empezaba diciendo la nueva lectura de la historia y, tras contar los avatares del traspaso, -“uniformes militares escupidos, coches volcados y quemados, gritos, amenazas, ofensas, saltos, desbordes, revancha”- terminaba:
“Cuando terminó la ceremonia, las autoridades salientes no sabían cómo abandonar la Casa Rosada , que ya había sido bautizada y mancillada con el apodo de Casa Montonera. Todas sus paredes estaban pintadas con aerosoles, al más puro estilo de las proclamas callejeras de las organizaciones subversivas y terroristas. hasta la altura de un hombre no quedaba lugar libre en las paredes para otra frase.
Desde ese momento todo era responsabilidad del nuevo Gobierno. Una etapa había terminado. Se iniciaba otra y su símbolo no era tranquilizador. Las nuevas autoridades dejaron el estrado y entonces algo imprevisible sucedió. Nadie supo nunca cómo pero el Salón Blanco se llenó de jóvenes vestidos con blue jeans y camperas, con las camisas abiertas, a los que se les veían o se les adivinaban armas en las cinturas. Se apoderaron del escenario donde minutos antes se había realizado la ceremonia del traspaso presidencial y empezar a cantar.
Las agresiones subieron de tono. Fueron irreproducibles. Las frases ya no eran hirientes ni ofensivas. Eran gritos de guerra. Era disfrutar, no ya del triunfo sino de la derrota del oponente. Era desear la muerte del rival.
Alguien cruzaba el Salón Blanco envuelto en una bandera en forma de capa. ¿Qué héroe anónimo era ese sujeto como para merecer la gloria de vestirse con una bandera? ¿Qué nuevo orden era el que lo permitía? Dardo Cabo, Galimberti, Abal Medina. Las imágenes de la pesadilla se hacen más borrosas. Las caras de los que saltaban y bailaban y ofendían y pedían venganza desde el estrado levantado en el Salón Blanco se funden con otras caras -las mismas poco después- distribuidas por la Policía Federal en forma de fotografía porque pertenecían a una organización extremista acusada de crímenes cometidos durante la gestión del mismo Gobierno.
Permanecieron en el lugar durante horas y horas, incansablemente, cantando, saltando, bailando. Era un festejo al que no se podía adherir si uno no estaba iniciado en el rito. De allí partió la invitación a abrir las puertas del edificio para que entraran todos los que estaban en la plaza, para que todos pudieran festejar de la misma forma, para que rompieran todo, para que esa casa se convirtiera en un caos aún mayor.
Así surgen las imágenes de la pesadilla. Y quienes la recordamos no queremos que se aclaren más. No queremos recordar más. Tenemos suficiente. Otra vez nos corre el sudor. Otra vez aparece el miedo que tuvimos aquel día los que creíamos que se festejaba la iniciación de una etapa para todos los argentinos.
Afuera, como si de pronto hubiera corrido una consigna, se cantaban los mismos cantos que adentro mientras se trepaban a las rejas.
Quizá esas sean las imágenes más terribles del sueño. La puerta giratoria de la Casa de Gobierno estaba cerrada. Detrás de ella, los soldados del Regimiento de Granaderos habían dispuesto varias ametralladoras de pie porque la situación lo recomendaba. Un oficial de la policía negociaba con quien comandaba el grupo de asalto.
Las caras se apretaban contra las rejas. Estaban en silencio. Los gritos venían desde atrás, desde la plaza. Ellos, no. Miraban. Recordamos aquellos ojos. Los brazos se aferraban a las rejas. Algunos estaban colgados como cadáveres con la mirada perdida. Teníamos ganas de tocarlos para descubrir que no eran una invención de nuestros ojos.
Cada vez que por uno u otro motivo debemos ir a la Casa Rosada , al salir todavía nos parece ver aquellas caras, aquellos jóvenes colgados de la reja con la mirada extraviada, con una idea fija en su mente, con todo el tiempo y la paciencia del mundo para concretarla. Todavía, en el momento en que nos damos vuelta para enfrentar esa reja, sentimos el escalofrío, el sueño que va a volver a golpear difusa pero intensamente.
Aquel día pasó. La noche hizo que la vergüenza mudara de escenario hasta la cárcel de Villa Devoto. Un mismo testigo no hubiera resistido las dos experiencias.”
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Mayo de 1976. “Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado la responsabilidad del gobierno. Yo nunca he sabido gobernar mi vida, menos podría gobernar un país”, dijo Jorge Luis Borges, y los periodistas de Casa de Gobierno se sonrieron: ya tenían un título para sus notas.
El miércoles 19, Borges, Ernesto Sábato, Horacio Esteban Ratti (presidente de la Sociedad Argentina de Escritores) y Leonardo Castellani (un sacerdote que escribía) almorzaron durante dos horas con el general Jorge Videla y con otro general, José Villarreal, secretario general de la Presidencia.
Primero los contertulios bebieron whisky, jerez y jugo de frutas. Videla inició la conversación preguntándole a Borges sobre su viaje a los Estados Unidos y los resultados de su operación de ojos. Borges le contestó que estaba muy cansado por ese recorrido de cuatro meses y, sobre todo, por la comida americana. En cuanto a su vista, intentó una demostración: señaló dónde estaba el perchero, dónde una silla, dónde un cuadro. Y enseguida le dio un vahído, estuvo a punto de caerse y lo atajaron Videla y Ratti. Cuando se recuperó, todos pasaron al comedor privado.
“El desarrollo de la cultura es fundamental para el desarrollo de una Nación”, dijo, Videla varias veces, y los demás asentían. A la derecha del presidente estaba el padre Castellani. A la izquierda, Ernesto Sábato. Enfrente, Borges. Y a sus lados Ratti y el general Villarreal. Un mozo les servía un menú que la prensa calificó como “sobrio”: budín de verduras con salsa blanca, ravioles y ensalada de frutas con crema o dulce de leche, con vino tinto Bianchi 1887 y San Felipe blanco. Videla, dijeron después los escritores, se dedicó a escuchar y les repitió varias veces que para él era un honor compartir esa mesa con tan importantes personajes.
-Es imposible sintetizar una conversación de dos horas en pocas palabras, pero puedo decir que con el presidente de la Nación hablamos de la cultura en general, de temas espirituales, culturales, históricos y vinculados con los medios masivos de comunicación. Hubo un altísimo grado de comprensión y respeto mutuo, y en ningún momento la conversación descendió a la polémica literaria o ideológica y tampoco incurrimos en el pecado de caer en banalidades; cada uno de nosotros vertió sin vacilaciones su concepción personal de los temas abordados.
Dijo, a la salida y a la prensa, Ernesto Sábato, y siguió:
-Fue una larga travesía por la problemática cultural del país. Se habló de la transformación de la Argentina , partiendo de una necesaria renovación de su cultura.
Después le preguntaron su opinión sobre Videla:
-El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente.
Dijo Ernesto Sábato, y los periodistas volvieron a sonreír: ya tenían un cierre. Ya en 1978, Sábato explicaría su posición en un artículo de la revista alemana Geo: “La inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos”, dijo, para explicar el golpe de marzo. Y, más adelante: “Desgraciadamente ocurrió que el desorden general, el crimen y el desastre económico eran tan grandes que los nuevos mandatarios no alcanzaban ya a superarlos con los medios de un estado de derecho. Porque entre tanto, los crímenes de la extrema izquierda eran respondidos con salvajes atentados de represalia de la extrema derecha. Los extremistas de izquierda habían llevado a cabo los más infames secuestros y los crímenes monstruosos más repugnantes”. Y, para concluir: “Sin duda alguna, en los últimos meses, muchas cosas han mejorado en nuestro país: las bandas terroristas han sido puestas en gran parte bajo control”.
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Julio de 1976. El viernes 23, en un articulado titulado “La venganza es nuestra”, publicado en Londres, el corresponsal en Buenos Aires de The Economist se asombraba de la situación:
“Lo que está ocurriendo en Argentina es algo difícil de creer. Tomen por ejemplo estos incidentes. Justo antes del amanecer del domingo, un automóvil se detuvo frente al enorme obelisco de la avenida 9 de Julio, en Buenos Aires. Un grupo de hombres con cascos de acerco salió del vehículo, arrastrando consigo a un joven. Lo apoyaron contra la base de piedra blanca, formaron un pelotón de fusilamiento y dispararon diversos proyectiles contra él. Luego con toda calma se alejaron, dejando al cadáver tras ellos.
Aproximadamente dos horas más tarde en la vecindad de clase media alta de Belgrano, un joven organista se sorprendió al descubrir que la iglesia de San Patricio estaba cerrada. Pensó que los sacerdotes integrantes de la orden irlandesa de los Palotinos (muchos de los cuales son de ascendencia irlandesa) se habían quedado dormidos. Entonces advirtió que la luz de la habitación, donde se encontraba la televisión en la casa parroquial, estaba encendida. Allí vio a los tres sacerdotes y a dos jóvenes seminaristas que yacían en el piso. Todos habían sido asesinados: sus cuerpos estaban acribillados a balazos. Sobre un tapiz rojo habían garabateado con un marcador: "Esto es para los que envenenan las mentes vírgenes de nuestros jóvenes". Sobre la puerta de uno de los dormitorios estaban otras palabras escritas con tiza: "Por nuestros camaradas dinamitados de la policía". Horas antes, la policía había hallado los cuerpos de otras personas -cinco hombres y tres mujeres- asesinados en une estacionamiento para vehículos del centro de la ciudad.
Las muertes -inexplicables en el caso de los muy queridos sacerdotes, que eran católicos conservadores que ejercían su ministerio en una parroquia próspera- se produjeron luego de que una bomba colocada en el comedor de la sede de la Policía Federal (sección seguridad política) mató a 18 personas e hirió a 66. Todos ellos, a excepción de uno, eran policías. La guerrilla de izquierda Montoneros, se adjudicó el hecho. La bomba y su consiguiente reacción provocaron una explosión de otro tipo en las fuerzas de la policía federal. El recientemente designado jefe de la institución policial, general de brigada Arturo Corbetta, quien reemplazó al general Cesáreo Cardozo (asesinado por una bomba colocada bajo su cama por una compañera de colegio de su hija) debió enfrentar una rebelión después de destituir a dos oficiales de seguridad. Además se disgustó ante el pedido de venganza de los oficiales de policía. Por eso ofreció su renuncia al ministro del Interior, quien la aceptó.
En siete días el balance de la violencia política registrada fue de noventa y cinco muertos. Por lo menos cuatrocientos ochenta y nueve personas habían muerto, hasta el momento de los hechos, desde el golpe militar del 24 de marzo. Los veinticinco mil refugiados, especialmente chilenos, que viven en Argentina se sienten particularmente vulnerables. Aproximadamente cien de ellos comenzaron una huelga de hambre pidiendo ser llevados fuera del país. El gobierno aparece incapaz de dar una respuesta. El comentario de un diplomático extranjero sintetiza la situación; refiriéndose al presidente, general Videla, se preguntó: ‘¿Qué hace un hombre agradable como él en esta situación?’”.
Pocos días después de la matanza de los curas palotinos, los cardenales Aramburu y Primatesta publicaron un documento sobre el tema: “Sabemos cómo el gobierno y las Fuerzas Armadas participan de nuestro dolor y, nos atreveríamos a decir, de nuestro estupor”, decían.
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Julio de 1976. En el mensuario que entonces dirigía, Carta política, Mariano Grondona hacía su aporte al análisis de la situación:
“Lo que brilla por su ausencia en la Argentina , hoy, es una idea clara y distinta sobre la violencia subversiva y el modo de combatirla. Los dramas y los cambios que han afectado en estos días a la Policía Federal simbolizan esa ausencia. El deber de los sectores dirigentes es, a partir de esta comprobación, salir a la caza de la idea faltante. Hay dos escuelas de pensamiento acerca de la política antisubversiva. Una de ellas blanda, liberal, quiere asimilar la acción de las organizaciones terroristas a los conceptos de ‘delito’ y ‘delincuente’, tal como ellos fueron entendidos desde siempre por la doctrina penal. Esta escuela de pensamiento acepta, por supuesto, que ante la extraordinaria peligrosidad del delincuente subversivo, se le apliquen penas de máxima severidad y se los someta a una justicia implacable. Pero quiere ver a los violentos, al mismo tiempo, en el banquillo de los acusados, en medio de procesos judiciales que contemplen sus derechos y frente a jueces de profesión, ecuánimes y escrupulosos. Coincidía con esta filosofía, por ejemplo, la agravación de penas prevista por la reciente reforma del Código Penal. La idea final de la escuela liberal es reprimir la guerrilla sin alterar los principios del Estado de Derecho.
La escuela de los duros o combativos no piensa así. La agresión subversiva, afirma, no es una sucesión de delitos sino una guerra no declarada pero real. Además, una guerra ‘sucia’, esto es, una confrontación donde no hay reglas entre los contendores ni piedad para los vencidos. Reprimir la violencia subversiva mediante jueces y oficial de justicia sería tan absurdo, según esta visión, como ir al frente de combate armado de expedientes y lapiceras. No es demasiado difícil identificar los excesos eventuales de ambas escuelas. La escuela liberal, llevada a sus extremos, caería en la proposición insostenible de que son lo mismo, en definitiva, un delincuente o una banda común que sólo procura burlar el orden existente y una organización subversiva cuya intención es destruirlo. El delincuente común es en cierto modo, funcional al sistema: entra dentro de sus previsiones, pone en movimiento sus engranajes disciplinarios. En última instancia, hasta podría razonarse en el sentido de que, sin delincuentes comunes, la policía y los jueces, hasta el Estado, perderían parte de su valor del mismo modo que sin enfermedades no habría médicos, sin litigios, abogados y sin pecados, sacerdotes. Lo que separa drásticamente al delincuente común del subversivo es que éste, por su parte, es disfuncional al sistema: se arma y organiza precisamente para anular sus leyes, previsiones y engranajes. Frente a él, el sistema no se aplica. Se defiende.
La delincuencia subversiva es una organización bélica cuya intención es aniquilar al Estado. En ese sentido, estamos en guerra. En ese sentido, tienen razón los combativos. Pero la escuela de los duros podría caer en su propio exceso: confundir la existencia de una guerra sucia como la que existe con una guerra sin normas, objetivos ni principios. La guerra sucia. Esto quiere decir que no se libra según los cánones tradicionales, que no hay un ‘frente’, que no hay dos ejércitos regulares en operaciones.
Pero esto no quiere decir que quienes libran esa guerra del lado del Estado y sus instituciones queden eximidos del imperativo racional. Luchan, por lo pronto, por principios distintos, opuestos, superiores a los de sus enemigos. Deben actuar ordenada y disciplinadamente, porque representan la ley y el orden contra el caos.
Y han de acudir a una inteligencia, a una astucia aún más penetrante que la de la subversión, porque el remedio contra la estrategia de los violentos no es una respuesta simétrica sino una estrategia más apta. Que la guerra sea sucia –como lo es- no quiere decir que se disipe en una sucesión de acciones espontáneas. Quiere decir, por el contrario, que la inteligencia ha de seguir dominando sus expresiones después de haber comprendido sus novedades.”
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Agosto de 1976. El viernes 20, la agencia Ancla difundió su primer cable informativo. Ancla era una creación de Rodolfo Walsh: la había organizado como parte de su trabajo de inteligencia en los Montoneros, y la formaba un grupo disperso de periodistas y otros militantes que escribían informes, tipo cables de agencia, sobre lo que los medios de prensa censuraban: sobre todo, las actividades represivas de la Junta Militar , sus disensiones internas, la marcha de la economía. Ancla era un acrónimo que ocultaba el nombre Agencia Clandestina de Noticias. La ocultación fue eficaz: durante varios meses, los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas no tuvieron claro el origen de esas noticias. Los marinos llegaron a pensar que las sacaba el Ejército, y el Ejército supuso que venían de la ESMA y su grupo de tareas.
Los cables de Ancla llegaban por correo a las redacciones de diarios y revistas, a los corresponsales extranjeros, a publicaciones internacionales. Que, por supuesto, no solían darles curso.
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Su tercer cable se titulaba “Fusilamiento en una Cárcel de Córdoba”:
“Buenos Aires, ago 27 (ANCLA). Son numerosas las denuncias que se han efectuado sobre la situación de los presos políticos en la Argentina , agudizada a partir del golpe de Estado del 24 de marzo. En este cable transcribimos una carta salida de la cárcel penitenciaria de Córdoba en la que los presos denuncian el fusilamiento de Raúl Bauducco:
‘Campo de concentración Córdoba, 5 de julio de 1976.
Queridos compañeros: en el día de la fecha fuimos sacados alrededor de las 9.30 horas a uno de los patios del penal para hacernos una requisa. El operativo fue conjunto de la Gendarmería y del Ejército. Unos 40 hombres, de los cuales 15 con FAL, nos custodiaban. Se nos formó en fila, manos contra la pared, piernas abiertas, mientras nos golpeaban con puños, pies y gomas y se nos insultaba. Algunos compañeros fueron golpeados en forma individual y obligados a gritar contra su voluntad ‘viva el Ejército y la Gendarmería ’. En esas circunstancias el compañero Raúl Bauducco, Paco, recibió varios golpes, uno de ellos en la cabeza dejándolo semiinconsciente; se le ordenó levantarse lo que el compañero no pudo cumplir pese a intentarlo. Se nos ordenó desvestirnos, lo que el compañero tampoco consigue hacer, permanece arrodillado a los pies del militar que lo continúa golpeando y ordenándole que se levantara. Continúa la requisa y varios militares lo van a ver ya que permanece en el suelo semidesnudo. Por último se acerca uno de ellos diciéndole 'empezá a rezar', '¿sabés rezar?'. El compañero no responde, permanece de rodillas con la cabeza gacha y la mano estirada pidiendo que lo ayuden a levantarse. El militar le aparta la mano con la goma, saca la pistola, la monta y apunta a la cabeza. Paco, semiinconsciente, dice: 'Me voy' 'Me voy'... El militar responde 'bueno, da lo mismo ahora que después' y le dispara a la cabeza a quemarropa, luego de haberle indicado que mire el caño de la pistola.
Muere allí el compañero ante el estupor de todos. A los 20 minutos personal militar lo retira fuera del penal. Se nos ordena no mirar, si no nos va a pasar lo mismo. Finaliza la requisa, cortan el agua, las luces y arman la patraña de 'un intento de fuga aprovechando un corte de luz'. Al día siguiente nos vuelven a golpear justificando los golpes porque un compañero, que sería Paco, intentó quitarle la pistola a un oficial y que si volvemos a intentarlo nos fusilan a todos."
Meses después, en diciembre, el equipo dirigido por Rodolfo Walsh empezó a difundir los boletines de su Cadena Informativa: eran textos breves que, en muchos casos, circulaban de mano en mano. El primero, titulado “Crónica del terror”, terminaba diciendo que “Cadena Informativa uno de los instrumentos que está creando el pueblo argentino para romper el bloqueo de la información. Cadena Informativa puede ser usted mismo. Es un instrumento para que usted se libere del Terror y libere a otros del Terror.
Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las están esperando. Millones quieren ser informados. El Terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad.”
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