A propósito de Siria, Israel y qué hacer con Flanagan
Razones morales para el bombardeo
sanitario de zonas residenciales
Sergio Pérez Pariente
Según patrones de moral
antigua que invadían la sala de estar y de butacas, cuando el malo salía de la
cabaña apuntando a la cabeza del rehén no resultaba apropiado que los buenos lo
acribillaran a balazos, acribillando igualmente al rehén. “Suelta a la chica,
Flanagan”, decía el portavoz de los campeones éticos a través del cañón de su
pistola.
Invariablemente, Flanagan se empecinaba en el error mientras descendía los escalones crispado y sudoroso. “¡Quietos o la mato!”, voceaba el iluso. La pólvora de los buenos aún se contenía. En tal sentido, todos estábamos tranquilos frente a la pantalla. La experiencia diegética, mil veces ritualizada en guiones idénticos como gotas de agua, nos había enseñado a no temer en exceso por la chica, tan solo lo imprescindible para dejarnos caer por la dulce pendiente ficcional. Ella tampoco moriría aquella vez, al contrario que el malvado, que en su enésimo descuido fatal dejaría escapar a la chica antes de caer nuevamente abatido por las balas justicieras de algún sheriff retrógrado y machista hasta la médula.
Invariablemente, Flanagan se empecinaba en el error mientras descendía los escalones crispado y sudoroso. “¡Quietos o la mato!”, voceaba el iluso. La pólvora de los buenos aún se contenía. En tal sentido, todos estábamos tranquilos frente a la pantalla. La experiencia diegética, mil veces ritualizada en guiones idénticos como gotas de agua, nos había enseñado a no temer en exceso por la chica, tan solo lo imprescindible para dejarnos caer por la dulce pendiente ficcional. Ella tampoco moriría aquella vez, al contrario que el malvado, que en su enésimo descuido fatal dejaría escapar a la chica antes de caer nuevamente abatido por las balas justicieras de algún sheriff retrógrado y machista hasta la médula.
Los que estamos cómodos
si se nos llama antiimperialistas y anticapitalistas, anarquistas, comunistas,
socialistas y todo eso relacionado con el rojo y el negro desde hace muchas
lunas, nos encontramos últimamente algo divididos, desconcertados y diríase que
molestos ante unas realidades, sorpresivas y complejas, que amenazan con
extender la confusión entre aquellos que persiguen esas grandes alamedas por
donde circule el hombre libre, y que aún no son sino callejones sucios y
cortados. Me refiero, ya lo adivinan, al proceloso asunto de la primavera árabe
y los otoños patriarcales, y en concreto al inminente traspaso de poder (hacia
la libertad o hacia la OTAN, o hacia ninguna parte) que se avecina en la lejana
y cercanísima Siria.
El Estado de Israel nunca
ha entendido la lección moral del primer párrafo. Quizá porque tanto Flanagan
como la chica son simplemente árabes (esto lo trata Rachel Shabi en su libro We
look like the Enemy, sobre el racismo ashkenazi contra los judíos árabes en
Israel). Cuando ve salir a Flanagan con su rehén, Israel tira sobre ellos una
bomba de mil kilos para acabar con el bandido. Ejemplo de ello es Plomo
Fundido, el más acabado breviario de podredumbre israelí de los últimos años.
De aquellas semanas de cacería auspiciada por los caudillos de la comunidad de
naciones, el gobierno hebreo siempre ha sostenido que los “terroristas” se
ocultaban entre la población civil de Gaza. No por ello dejó de arrojar bombas
sobre las zonas residenciales más densamente pobladas del planeta.
De hecho, y observando la frecuencia y el calado de los proyectiles y la devastación causada, se diría que el objetivo de acabar con Flanagan no era el único objetivo sobre la mesa. Como Israel no entiende los patrones de moral antigua (no olvidemos que se yergue sobre la sentina del sionismo, una ideología de poca alcurnia, apenas un siglo de historia), patrones que comparte la inmensa mayoría de la población mundial, Israel se encuentra crecientemente aislado y agarrado a sus ojivas al modo en que el mayor Kong cabalgaba sobre la suya en Dr. Strangelove. Durante Plomo Fundido –al igual que antes en Lluvia de Verano, en Escudo Defensivo y en el innominado operativo cotidiano con que Israel despliega su infame supremacismo sobre suelo palestino–, todos los que figuramos en el eje del mal antisionista nos sumimos en la depresión y en la impotencia ante los desmanes nuevamente consentidos de la única etnocracia de la zona. Nos sobrecogimos ante aquella furia sanitaria con que decenas de “terroristas” fueron exterminados junto con sus cientos de “rehenes”, a cuyas vidas Israel no concedió más valor que a las de sus “secuestradores”.
De hecho, y observando la frecuencia y el calado de los proyectiles y la devastación causada, se diría que el objetivo de acabar con Flanagan no era el único objetivo sobre la mesa. Como Israel no entiende los patrones de moral antigua (no olvidemos que se yergue sobre la sentina del sionismo, una ideología de poca alcurnia, apenas un siglo de historia), patrones que comparte la inmensa mayoría de la población mundial, Israel se encuentra crecientemente aislado y agarrado a sus ojivas al modo en que el mayor Kong cabalgaba sobre la suya en Dr. Strangelove. Durante Plomo Fundido –al igual que antes en Lluvia de Verano, en Escudo Defensivo y en el innominado operativo cotidiano con que Israel despliega su infame supremacismo sobre suelo palestino–, todos los que figuramos en el eje del mal antisionista nos sumimos en la depresión y en la impotencia ante los desmanes nuevamente consentidos de la única etnocracia de la zona. Nos sobrecogimos ante aquella furia sanitaria con que decenas de “terroristas” fueron exterminados junto con sus cientos de “rehenes”, a cuyas vidas Israel no concedió más valor que a las de sus “secuestradores”.
Mientras escribo, en
distintas partes de Siria, y en especial en la ciudad de Homs, una similar
fiebre higienista dirige los cañones de sus tanques contra las bandas armadas
que se ocultan entre los civiles, en las zonas residenciales de la ciudad.
Contra todo viso de realidad, supongamos por un momento lo que otros muchos en
la izquierda antiimperialista sostienen de modo permanente, a saber, que dichas
bandas armadas, compuestas principalmente por mercenarios y yihadistas
extranjeros y locales vendidos a la OTAN y a la Casa de Saud, han secuestrado a
la población y que, a punta de pistola, intentan conservar sus pellejos de rata
amenazando a las familias y disparando desde las alcobas a los leales militares
que solo cumplen con su obligación ante un grupo de criminales que pretende
echarle un pulso al Estado de derec… dejémoslo en Estado. Pintémoslo así, con
tonos fuertes, para que se entienda bien el cuadro. Un cuadro que adorna la
salita argumental de numerosos elementos del rojo y el negro, a día de hoy.
Ante este panorama, todo
aquel cuyo antiimperialismo no entre en conflicto con la defensa de los
derechos humanos en todo momento y en cualquier lugar debería hacerse algunas
preguntas. Por ejemplo: ¿Tiene derecho el gobierno sirio a bombardear las zonas
residenciales de Homs para acabar con las bandas armadas? ¿Tiene derecho a
impedir que se establezca un corredor humanitario para suministrar alimentos y
medicinas y evacuar a los heridos y a los muertos y a los vivos que quieran
huir? ¿Tiene derecho a impedir el paso de los periodistas, ya sean “falsimediáticos”
o de los nuestros? ¿No representa la política del gobierno sirio en Homs un
crimen de lesa humanidad que debería invalidar cualquier conato de defensa por
parte del campo rojo y negro, al margen de cuál sea la verdad sobre las bandas
y sobre el Ejército Sirio Libre? En la distancia –y seguramente en el error–,
tengo la impresión de que muchos justifican en Siria lo mismo que les lleva a
poner el grito en el cielo cuando el agente del terror es Israel, Estados
Unidos o la Alianza Atlántica. En el caso libio, causó un comprensible horror
entre la izquierda la destrucción de Sirte por aviones de la OTAN; no ocurrió
lo mismo con el asedio a Misrata por los tanques de Gadafi. En el caso sirio,
los tanques de Assad parecen contar con el mandato de la izquierda para atacar
zonas residenciales en su búsqueda de Flanagan. Emana de todo ello un acre olor
relativista, como si no todos los bombardeos de zonas residenciales fueran
condenables por igual desde la izquierda. Quizá basta con que el artillero se
declare antisionista: entonces los culpables han de estar en otra parte. El
artillero mayor Assad, que no solo se declara antisionista sino también
socialista, como lo hacía el propio Gadafi, parece dispuesto a exprimir al
máximo el mandato que tan gentilmente se le ha otorgado desde nuestras filas.
Flanagan parece condenado. Y con él muchos de sus rehenes.
Se buscan razones morales
para el bombardeo sanitario de zonas residenciales. Se ruega discreción.
*Sergio Pérez Pariente es editor de Bósforo Libros.