El genocida Videla y el demócrata
Balza
Por Eduardo Anguita
eanguita@miradasalsur.com
El diálogo que quien escribe
estas líneas tuvo con Ricardo Angoso permite poner en evidencia las ideas
retrógradas del autor de una –supuesta– entrevista con el genocida ex general
Jorge Videla publicada en Cambio 16. Lo de supuesta no es un dato menor, porque
Angoso violó las normas que el periodismo impone a la hora de tramitar un
encuentro profesional con un condenado.
Angoso reiteró en la
entrevista que no pudo ingresar un grabador para dejar registro de su diálogo
“porque las autoridades no le permitieron su ingreso”. La realidad es que el
periodista de Cambio 16 pudo entrar a la U34, donde está alojado Videla, con un
ardid infantil que evidencia sus vínculos estrechos con represores. En efecto,
se registró para visitar “como amigo” a Jorge Olivera, otro ex militar, preso
en esa cárcel por delitos de lesa humanidad. El periodista evitó aclarar sus
intenciones a las autoridades y el 18 de enero estuvo cuatro horas dentro del
penal en un lugar donde los presos y sus visitantes comparten un espacio común.
Allí Angoso habló con Videla y, según dice, “tomó apuntes”, cosa que es dudosa
porque de haberlo hecho durante tanto tiempo hubiera dado evidencias de que no
era “un amigo” sino un entrevistador. Aun suponiendo que la memoria de Angoso
sea mayor que la de Funes, el personaje de Borges, no cabe dudas de que las
supuestas respuestas de Videla fueron escritas, en el mejor de los casos, por
Angoso en su calidad de escritor fantasma después de salir de la visita de
“amigo” a Olivera. El mismo Angoso reconoce al autor de estas líneas que “envió
el texto a Videla para que lo corrigiera”. Algo completamente inescrupuloso porque
le da la posibilidad al entrevistado de maquillar o tergiversar el diálogo real
con su entrevistador, si éste realmente existió. Sin perjuicio de estas
cuestiones, no cabe duda de que el genocida Videla hizo propio el arrogante y
amenazante texto publicado por Angoso. Un texto en el que el verbo desaparecer
aparece muchas veces.
No para dar cuenta de lo que
hizo con miles de personas la dictadura sino para asegurar, por ejemplo, que
“las instituciones han desaparecido”, en referencia a esta etapa que vive la
Argentina. Tal vez alguien todavía tenga miedo de las palabras de este criminal
pero, por suerte, el temor que infunden los genocidas ya no asusta a, casi,
nadie.
Escuchar y leer al general
Martín Balza, un hombre que prestó servicio activo en el Ejército durante
décadas, que cumplió su deber en Malvinas durante el conflicto con Gran Bretaña
y que acaba de publicar Mi historia Argentina da el oxígeno suficiente como
para confirmar no sólo que las instituciones de la democracia están sanas sino
que hay personas que son un ejemplo para las nuevas generaciones. No sólo para
quienes ingresan a las Fuerzas Armadas sino para quienes creen que la ética
personal y el compromiso con la democracia pueden y deben ir juntos. Es decir,
forma y contenido son solidarios.
No es casual que Videla
recurra a laberintos de mentiras para hacer conocer sus pensamientos y que
Balza las escriba y las diga sin vueltas.
No es casual que los juicios
por delitos de lesa humanidad avancen y demuestren la cobardía de quienes
torturaron y asesinaron sin que los condenados reconozcan la verdad ante los
jueces y los familiares de las víctimas. Tampoco es casual que quien fuera un
combatiente arrojado en Malvinas sea hoy un defensor a ultranza de la
estrategia diplomática pacífica para recuperar la soberanía en las islas. Los
argentinos no podemos olvidar que los dictadores usurpan el poder para defender
los intereses de los grupos más privilegiados y los intereses más
antinacionales.
Por eso, debemos construir
una democracia donde se vaya a fondo en la democratización y nacionalización de
los recursos económicos. Que Videla sea mentiroso, cobarde y asesino va a tono
con su concepción despótica y elitista.
Que Balza sea honesto,
austero y valiente tiene que ver con su profunda convicción democrática.