Soberanía financiera y monetaria
Por Eric Calcagno y Alfredo Eric Calcagno
La vía argentina deviene la
única vía posible.
Es una apuesta por el restablecimiento de la competitividad
mediante la reconquista de la soberanía monetaria gracias a la salida de la
zona euro.” Esta afirmación es del eminente economista francés Michel Aglietta,
con referencia a la crisis griega (“Zone euro, éclatement ou fédération”,
París, 2012); en nuestro caso, la recuperación monetaria se obtuvo por el
desligamiento del dólar y la consolidación de la moneda nacional (había 14
monedas provinciales).
La afirmación de Michel
Aglietta refleja la realidad: la recuperación de la soberanía monetaria es uno
de los ejes que les permite a los países recobrar su competitividad y su
libertad de acción; y con ellas, su soberanía financiera. Veamos.Recuperación
de la soberanía financiera. La soberanía nacional se manifiesta en todos los
ámbitos del Estado. En el caso de la actual crisis internacional, sobresale el
financiero. La Argentina había enajenado su soberanía monetaria con la renuncia
a fijar el valor de la moneda nacional (con la convertibilidad); la
consiguiente pérdida de competitividad llevó al endeudamiento y a la pérdida de
soberanía financiera, al depender de un flujo siempre creciente de capitales
extranjeros. La pérdida de soberanía financiera se tradujo en la pérdida de
soberanía a secas, con la sujeción al Fondo Monetario Internacional (FMI).
Durante muchos años, los
economistas neoliberales alegaron que debía elegirse entre soberanía y
crecimiento económico: había que renunciar a tener una política monetaria y
cambiaria (pérdida de soberanía monetaria) para garantizar una baja inflación.
Depender de capitales externos era una buena cosa, porque “disciplinaba” al
gobierno: puesto que “los mercados” abominan de políticas públicas activas y
déficit fiscal, la pérdida de soberanía financiera era una forma de atraer
capitales (o de evitar que se fugaran) lo que permitiría aumentar la inversión.
Y los elogios del establishment internacional, más los acuerdos con el FMI,
alimentaban la confianza de los inversores financieros, condición necesaria y
suficiente para avanzar en el camino hacia el ansiado Primer Mundo.
Los resultados de esas
políticas no fueron los anunciados. La subordinación no llevó a la prosperidad.
El resurgimiento económico y social vino de la mano de la recuperación
política, es decir de la reconquista de la soberanía. La recuperación de la
soberanía monetaria permitió recuperar la competitividad y crecer manteniendo
un excedente comercial. La reestructuración de la deuda externa también aportó
oxígeno a las cuentas externas y fiscales, restableciendo la soberanía
financiera. Se pudo así achicar la deuda externa que fuera por décadas el eje
del sistema de dominación, pues su enorme magnitud obligaba a una permanente
refinanciación, que sólo se otorgaba si se cumplía con las exigencias del FMI.
El gobierno de Néstor Kirchner la suprimió como factor dominante. Primero la
renegoció, con una quita del 65%; en 2002, la deuda externa del sector público
nacional era el 95,3% del PIB, y en 2011, el 15,9% (ahora se pagan intereses
por el 1,5% del PIB). Y segundo, pagó toda la deuda al FMI, con lo cual ya no
puede influir más en la política económica interna. El Estado recobró así su
soberanía para elaborar y aplicar su política financiera y monetaria.
El fortalecimiento de las
cuentas fiscales fue un aspecto central en la restauración de la soberanía
financiera. Desde 2003 existió superávit fiscal, excepto en 2009 (entre 1995 y
2002 siempre había habido déficit); este superávit no fue el resultado de
ajustes recesivos, sino de una fuerte expansión de los ingresos y los gastos
públicos. La presión tributaria aumentó del 21% del PIB en 2001, al 34% en 2011
(en la Unión Europea el promedio es de 40%). Además, el actual sistema
tributario es menos regresivo: el impuesto a las ganancias y los derechos de
exportación aportan en conjunto un tercio de los ingresos tributarios totales
(superan la participación del impuesto al valor agregado).
Todavía falta mucho que hacer
en estos ámbitos, pero los avances irán de la mano con más soberanía monetaria
y financiera, antes que con el sometimiento que vivió la Argentina en el pasado
y que hoy sufren otros países. Argentina y Grecia: Soberanía o colonialismo
financiero. Todo cambio fundamental en la vida de los países implica decisiones
políticas fuertes. En lo financiero y monetario, en la Argentina se optó por la
soberanía y en el caso griego, por el colonialismo. Las modalidades de este
colonialismo marcan un anacronismo en la forma de explotación y una novedad
histórica.
El anacronismo radica en que
se vuelve a una modalidad de colonialismo propia de los siglos XVI a XIX, en la
que eran corporaciones –y no Estados– las que muchas veces realizaban la
explotación colonial. Era la época de la Compañía Británica de las Indias Orientales
(1600-1860), la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (1602-1800) y
Occidentales (1621-1791, especializada en el comercio de esclavos), la Compañía
Francesa de las Indias Occidentales (1664-1769) y otras corporaciones análogas.
El colmo fue la cesión al rey Leopoldo II de Bélgica de la propiedad personal
–que incluía la soberanía– del Estado Libre del Congo (1885-1908). Ahora no son
entidades comerciales las que ejercen el colonialismo, sino el sector
financiero internacional, que constituye una enorme corporación respaldada por
el FMI y el Banco Mundial, y por los países que controlan a esas instituciones
en base a su sistema de gobierno plutocrático.
La novedad es que por primera
vez las potencias mundiales tratan a un país desarrollado como si fuera una
colonia. El capitalismo neoliberal respetaba las diferencias oligárquicas:
siempre practicó una política de ajuste para los países subdesarrollados y otra
expansiva para los desarrollados. Ahora parece que el sector financiero
hegemónico tiene criterios diferentes. Primero, no titubea en hundir a un país
si lo cree necesario para salvar al sistema financiero y, en especial, a los
bancos; y segundo, les da a los países desarrollados más débiles el mismo
tratamiento que a los subdesarrollados (¿mantendrán ese proceder cuando la
crisis afecte a un país desarrollado grande?).
Las dos posiciones frente a
la crisis pueden simbolizarse con los casos de la Argentina y de Grecia o, en
términos generales, en la afirmación o negación de la soberanía.
Tal vez una de las mayores
enseñanzas de la experiencia argentina es que para resolver los problemas es
necesario politizarlos. En cada caso es necesario ir a la naturaleza misma de
los problemas, estudiar la justicia de cada solución y su viabilidad física, determinar
quiénes serán los favorecidos y los perjudicados, analizar las relaciones de
fuerzas existentes y adoptar las decisiones. La instrumentación técnica es
necesaria pero queda subordinada a las soluciones de fondo, que son políticas.
Es un modelo de recuperación de la soberanía nacional.
El modelo opuesto es que se
aplica en Grecia. La troika que maneja la situación (FMI, Banco Central Europeo
y la Comisión Europea) impuso que Grecia renuncie a su soberanía nacional
política, económica y financiera.
Acepta que la troika dicte su programa
económico, que consiste en el cumplimiento de las principales demandas del
pensamiento reaccionario en general, y del sector financiero en particular:
primero, la tutela política sobre el gobierno; segundo, el desmantelamiento del
Estado de bienestar; tercero, la afirmación de la hegemonía económica y
política del sector financiero; cuarto, el manejo directo de la economía por la
troika, con la aplicación de un ajuste salvaje; quinto, el descomunal negocio
que implica hacerse de las empresas y tierras públicas griegas pagando un
porcentaje ínfimo de su valor. La novedad es que la metrópolis no es otro
Estado sino un sector de la economía: el financiero. El gobierno de las
corporaciones abre nuevos rumbos.
Comenzamos este artículo con
una frase de Michel Aglietta que sostiene que la única vía para salir de la
crisis griega es la argentina.
Lo finalizamos con una pregunta (título de su
último libro) del ilustre economista francés Robert Boyer: “¿El poder de las
finanzas terminará destruyendo al capitalismo?”.