La democracia
estadounidense
no funciona
“Se ha dicho que la
democracia es la peor forma de gobierno excepto todas las demás que se han
intentado”.
Estas palabras del difunto
primer ministro británico Winston Churchill han sido citadas tantas veces que
la expresión se ha convertido en el cliché político más importante del mundo.
Ahora que los Estados Unidos, descritos con frecuencia como la primera
democracia mundial, se preparan para elegir a un presidente y un nuevo congreso
este mismo año, los contendientes republicanos para el máximo cargo han
ofrecido al público norteamericano el equivalente político de un circo
ambulante.
Empecemos por la paranoia
de Michelle Bachman, quien ve aun socialista disfrazado en cualquiera de sus
colegas congresistas. Continuemos con Herman Cain, su absurdo plan de impuestos
9-9-9 y sus numerosos escándalos sexuales. Añadan la extraña mezcla de Ron Paul
de pronunciamientos alocados acerca de la raza y el gobierno y una postura
progresista en los gastos militares y el alcance imperial de los EEUU. Incluyan
el apoyo de John Hunstman a Mitt Romney, poco después de que Huntsman dejara la
liza tras haber herido a Romney con uno de los dardos más agudos que se hayan
lanzado en los numerosos debates. Recuerden la ignorancia total y la ocasional
necedad del gobernador de Texas Rick Perry. Maravillaos con la reinvención de
Newt Gingrich como un venerable “abuelo de 68 años” tras haber sido el pillo
que le presentara los papeles de divorcio a su primera esposa que estaba
hospitalizada bajo tratamiento contra el cáncer y el hipócrita que representaba
los valores de la familia y perseguía a Bill Clinton y trató de sacarlo de la
Casa Blanca por su breve desliz con Monica Levinsky, mientras que sostenía un
afer extramarital de seis años con una trabajadora del congreso. Asombraos
cuando el multimillonario Mitt Romney se presenta como hombre común y creador
de empleos, tras amasar una enorme fortuna desarmando compañías, cesanteando
trabajadores y vendiendo lo que quedaba del naufragio por ganancias enormes.
Creedle a Romney cuando dice que le gusta despedir personas –lo ha demostrado-
y pregúntense por qué fue preciso que encajara una derrota desastrosa en
Carolina del Sur para que el magnate aceptara devolver sus réditos por
impuestos.
El espectáculo ha sido
cualquier cosa menos edificante. ¿Son estos los que gritan que “Washington no
funciona” y quieren ir allí para arreglarlo? Pueden argüir que quieren reparar
Washington –traducción, el gobierno federal- pero lo que esta banda quiere
realmente hacer con el gobierno es algo totalmente diferente. Aspiran a
pulverizarlo, privatizarlo y entonces monopolizar los despojos de un
desgobierno incapacitado para detener a un pequeño pero poderoso grupo de
arribistas de toda laya.
Los nuevos barones del
latrocinio se aprovecharían de esta oportunidad para saquear el medio ambiente,
reducir a los trabajadores a condiciones del siglo XIX, y desatender leyes
duraderas que protegen la salud pública, la seguridad laboral y la pureza de
nuestros alimentos, agua y aire. Y eso es solo el comienzo de lo que estos
candidatos se traen entre manos por si ganan las elecciones– Romney es aún el
favorito aunque últimamente ha tropezado tanto como para darle a Newt Gingrich
un nuevo chance de luchar. ¡Negros, homosexuales, inmigrantes, cuidado!
Pero hay algo en lo que los
republicanos tienen razón. Washington- en este caso, la democracia
estadounidense- está destruido. Ya se ha convertido virtualmente en una
subsidiaria de las corporaciones. Y puede usted quitar la palabra virtualmente
si los republicanos logran su propósito de controlar las tres ramas del
gobierno.
Lo que aqueja a Washington,
lo que aqueja a la democracia va mucho más allá de los déficits presupuestarios
y las burocracias infladas, tal como ellos mismos dicen. Ahora existe, desde
luego, el río ilimitado de dinero político que inunda el interés público y la
voluntad popular, gracias a una Corte Suprema derechista.
Luego está el Colegio
Electoral, un anacronismo que garantiza que el candidato que consiga más votos
a nivel nacional no gane necesariamente la presidencia. Eso fue exactamente lo
que le pasó a Al Gore en el 2000.
Después está el senado,
antidemocrático a varios niveles. Es un sistema en el que las vacas de Montana
están tan bien representadas como millones de personas en estados como
California. Como resultado, el Senado es más representativo de la raza y la
etnicidad de mediados del siglo pasado que de este. Ese problema se exacerba
cuando los republicanos llegan al poder, pues en los últimos 40 años el Viejo
Gran Partido ha sido no solo el partido de la derecha sino también el de los
blancos. E incluso cuando los republicanos están en minoría, su uso y abuso de
las reglas antidemocráticas del senado permiten que 40 republicanos, muchos de
ellos representando estados con poblaciones diminutas y casi del todo blancas
logran frustrar la voluntad de sesenta demócratas, muchos de los cuales
representan estados de sorprendente diversidad étnica.
Cuando Alexis de
Tocqueville escribía su clásico Democracia en los Estados Unidos en el siglo
XIX, esta nación era seguramente la más democrática de la tierra. Era el país
de las oportunidades ilimitadas, del cómo pasar del harapo a los millones. Pero
en este año, la condición de la democracia estadounidense es delicada, y la
perspectiva para el futuro inmediato es más grave aun. Muchos estudios
recientes han demostrado, por ejemplo, que una persona que nace en
circunstancias humildes en Europa Occidental o Canadá tiene más posibilidades
de ascender en la escala social que una nacida en los Estados Unidos. He ahí el
fruto de cuatro décadas de política social republicana que se ha aproximado a
una guerra de clases contra la clase media y los pobres. Y los republicanos
nunca se cansan de soñar con nuevos modos de limitar la democracia o ensanchar
la desigualdad. Todas las “reformas tributarias” presentadas por los aspirantes
republicanos favorecen a los ricos. La última jugada anti-democrática de los
republicanos es el intento exitoso en varias legislaturas estatales de crear
esquemas para negarle legalmente el voto a las minorías y los pobres.
Podría pensarse que la
guerra clasista sostenida de los sirvientes del 1 porciento no soportaría el
embate del 99 porciento. Hasta ahora, no ha sucedido así. Esa es una medida de
hasta dónde la democracia ha sido sustituida por una plutocracia. El desencanto
que siguió a las elecciones del 2008 ha demostrado que hará falta algo más que
un presidente decente y un congreso democrático para derrotar al control
plutocrático y desatar la verdadera democracia. Hará falta un levantamiento
social y político de envergadura, que no se avizora en el horizonte.
Max J. Castro - Progreso
Semanal
Fuente:
http://progreso-semanal.com/4/index.php?option=com_content&view=article&id=4261:la-democracia-estadounidense-no-funciona&catid=6:nuestro-pulso-florida&Itemid=2