A un joven estudiante de una «yeshiva» (escuela rabínica), que nunca salió con una chica, le arreglan un encuentro con una muchacha ortodoxa como él.
Sin embargo, por su inexperiencia, el joven acude a su rabino para preguntarle de qué conversar.
Y le sugiere: «Mirá, hay muchos temas... Podés hablar de sus gustos, de su familia, de metafísica...».
Sin embargo, por su inexperiencia, el joven acude a su rabino para preguntarle de qué conversar.
Y le sugiere: «Mirá, hay muchos temas... Podés hablar de sus gustos, de su familia, de metafísica...».
El chico se va del encuentro repitiendo para sus adentros: «Familia, gustos, metafísica; familia, gustos, metafísica...».
Llega el día de la cita; sentados a prudente distancia, los jóvenes se encuentran en un incómodo silencio.
El estudiante trata de romper el hielo, siempre repitiendo: «Familia, gustos, metafísica; familia, gustos, metafísica».
Llega el día de la cita; sentados a prudente distancia, los jóvenes se encuentran en un incómodo silencio.
El estudiante trata de romper el hielo, siempre repitiendo: «Familia, gustos, metafísica; familia, gustos, metafísica».
-¿Tenés hermanos?
La chica, más tímida que él, responde escuetamente:
-No.
-¿Te gusta el fútbol?
-No.
«Familia, gustos, metafísica. Ya le pregunté por la familia, ya le pregunté por sus gustos; me queda el último tema».
Y con su tono más doctoral inquiere:
Y con su tono más doctoral inquiere:
-Y decime: si tuvieras hermanos, ¿les gustaría el fútbol?