Fragmento del libro “Historia de la Nación Latinoamericana”, de Jorge Abelardo Ramos
Bolívar asumió el gobierno del Perú y adoptó
inmediatas medidas para reorganizar el ejército.
Nombró a Sucre general en jefe del ejército
colombiano-peruano.
"Persuadió a las autoridades eclesiásticas a que
diesen la plata labrada del culto; adjudicó al Estado el producto de las
propiedades de los que, por haber desertado para servir al enemigo, habían
perdido el derecho a la protección del gobierno, estableció impuestos y los
hizo cobrar".
Al mismo tiempo, Bolívar suprimía la mita y los
repartimientos de indios. Anuló la obligatoriedad del trabajo indígena en las
obras públicas, estableciendo que los otros ciudadanos peruanos también debían
realizar dichas tareas.
"El corregidor, el cura, el agricultor, el
minero, el mecánico, todos y cada uno de ellos eran sus opresores, obligándole
a cumplir los contratos más onerosos y fraudulentos".
Asimismo suprimió el derecho de curas y corregidores
para el trabajo gratuito de los indios en el servicio doméstico, declarando vigentes
las antiguas leyes españolas que los favorecían.
Ordenó la entrega
de una porción de tierra a cada indio, anulando la autoridad hereditaria de los
caciques.
Otorgó pensiones a
los descendientes de la nobleza incaica y protegió a los hijos de Pumacaua. El
sentido general de tales medidas es muy claro; sin embargo, todas ellas debían
regir en la sociedad peruana lo que habían regido las leyes de Indias en la
materia. Para extirpar la servidumbre o semiesclavitud indígena, era preciso
aniquilar el régimen de tenencia de la tierra existente aún hoy.
Otorgar jurídicamente derechos a los indios sin
eliminar la estructura social (cura, terrateniente, minero y corregidor, como
detalla O'Leary) era arar sobre el mar, como en efecto ocurrió. Había que empezar por
revolucionar las relaciones de propiedad y coronar la obra por su ornamento
jurídico, para que este último reflejase la realidad social y no fuese, como en
efecto fue, una máscara burlesca de las intenciones del reformador.
Dice Max Weber que "Federico el Grande odiaba a los juristas porque aplicaban
conforme a su criterio formal los decretos inspirados en un sentido material, y
con ello servían finalidades perfectamente opuestas a las que él se
proponía".44
Debían pasar casi ciento cincuenta años para que la
revolución encabezada por el general Velazco Alvarado liberase en 1968 a los indios peruanos.
44 Max Weber, Historia
económica eneral, p. 228, Ed. Fondo de Cultura Económica,* México, 1961.
Es en tal situación política y militar que un general
de 29 años de edad, José Antonio de Sucre, enfrenta al ejército español en las
montañas de Ayacucho.
Lo acompaña el
intrépido general José María Córdoba, que alzando su sombrero blanco de
jipijapa en la punta de su espada electriza a sus hombres lanzándose al combate
con el grito:
"¡División!
¡De frente! ¡Armas a discreción y paso de vencedores".45
45 Palma, ob.
Cit., p. 97.
Menos de cien años más tarde, la tradición histórica
se había perdido de tal modo en Perú, como en el resto de América Latina, que
los niños peruanos aprendían historia en textos traducidos del francés.
Así pudo ocurrir que muchos peruanos adultos
conservaran de la escuela la idea de que el general Córdoba había dicho el día
de la célebre batalla: "No haya
vencedores", gracias a la deficiente traducción de la frase "Pas de vainqueur", en lugar de
"Paso de vencedores".
La versión no es
tan increíble si se tiene en cuenta que en nuestro país se consideró durante
mucho tiempo mayor signo de cultura conocer una lengua europea, aunque fuera
tan mal aprendida como la de ese traductor infiel, que dominar bien la propia.
Así hemos soportado
literatos europeizantes e historias simiescas.
Ni siquiera cuando la batalla de Ayacucho era un
hecho de importancia histórica mundial los traductores de la inteligencia
colonial podían concebir que los latinoamericanos marchamos un día a paso de
vencedores.
La divisa lanzada
por el general Lara al iniciar el combate y que recoge en sus tradiciones
Ricardo Palma es menos homérica pero más criolla.
Los hombres de
Lara eran hijos de los llanos y "gente
cruda". Su general les dirigió antes de la batalla la siguiente
arenga: "¡Zambos del carajo! ¡Al
frente están los godos puñeteros! El que manda la batalla es Antonio José de
Sucre, que como ustedes saben, no es ningún cabrón. Conque así, apretarse los
cojones y... ¡a ellos!".
En la misma batalla combatió a lanza, vestida de
capitán de caballería con uniforme escarlata, Manuelita Saénz, la magnífica
compañera del Libertador.
Al frente de sus tropas, Córdoba trepó "la formidable altura de Cundurcuna, donde se
tomó prisionero al Virrey La
Serna ".
Tenía 25 años, el
general Miller contaba 29, Isidoro Suárez 34, el venezolano Silva 32.
Las fuerzas patriotas sumaban 5.780 hombres y los
realistas del virrey La Serna ,
9.310 soldados.
La victoria americana fue completa.
Cayeron prisioneros el virrey La Serna con todos sus
generales, empezando por Canterac y Valdés, con más de 600 oficiales y dos mil
hombres de tropa.46
Casi dos mil muertos quedaron sobre el campo de
Ayacucho donde concluía el poder español en América.
46 Parte militar de
Sucre, en O'Leary. Junín y Ayacucho, p. 196.
Los factores políticos de la derrota española habían
resultado esenciales. La reacción absolutistas en España les cerraba a los
militares constitucionalistas toda esperanza: su triunfo habría sido una ofrenda
rendida por los liberales españoles en América a los absolutista que los habían
vencido en España.
Por lo demás, el ejército de La Serna concurría a la batalla
desmoralizado hasta la médula: la guerra que les había declarado el mercachifle mariscal Olañeta desde
el Alto Perú los amenazaba con el pelotón de fusilamiento.
La guerra civil enfrentaba a los españoles en el
propio territorio de sus antiguas colonias. Su capitulación y las condiciones
generosas ofrecidas por Sucre cerraron el drama.
Pero las consecuencias políticas de Ayacucho irían a
profundizar el proceso de fragmentación de los antiguos virreinatos.
La independencia de las provincias del Alto Perú
sería su expresión inmediata.