¡Ojo con la SOPA y la PIPA, que solo están agazapadas!
Una industria importante estadounidense ha replegado parte de sus huestes ante el avance de la impopularidad que han adquirido los proyectos de ley SOPA (Stop Online Piracy Act, en la Cámara de representantes) y PIPA (Protect IP Act, en el Senado): la industria eleccionaria. Inmediatamente después del apagón de los miles de páginas en internet, varios congresistas hicieron público que retiraban su apoyo, en tanto otros, los más comprometidos con las intenciones monopolizadoras del conocimiento, optaron por aplazar su convocatoria con el objetivo de cambiar enfoques y explicar mejor hacia dónde se orientan sus propuestas. Para sostener estas declaraciones, y no renunciar a la posibilidad de conseguir al fin las leyes, acuden a un elemento de ideología de Guerra Fría: la protección del talento estadounidense.
El nacionalismo ramplón, presentado como alternativa única ante la amenaza roja, saturó por décadas el cine norteamericano de alrededor de la mitad del siglo XX, y el comic y la cultura masiva en general. Pero a partir de 1990 y una vez que se montaron en el carro propagandístico del fin de la Guerra Fría, se quedaron sin el imprescindible foco de agresión maniquea. Al reemplazar con el terrorismo la Amenaza Roja, han dado un paso efímero, que ya muestra los efectos negativos de boomerang para su propia hegemonía global.
Así, la carrera por retribuir a los grandes monopolios del neoliberalismo el derecho exclusivo del rumbo que el conocimiento toma, y el “último corte” con respecto al criterio, se va a fundamentar en que “ladrones extranjeros” “roban y venden los inventos y productos americanos”, tal como lo ha expresado el principal promotor del proyecto SOPA, Lamar Smith, representante por el Partido Republicano. Su punto de vista, no faltaba más, descansa en la protección de la industria cultural estadounidense. Las empresas de la propiedad intelectual, según él mismo, proporcionan 19 millones de empleos y representan más del 60% de las exportaciones del país al extranjero.
Habría que considerar que, en los primeros 17 años tras el derrumbe del socialismo europeo, más de cinco millones de profesionales calificados de todo el mundo habían emigrado a EEUU para conformar buena parte de eso que desde su perspectiva se considera [norte]americano. Las campañas desatadas a través de las Green y Blue Cards, saquean sin más el talento de países subdesarrollados y lo convierte, por arte de la piratería comercial, en “producto americano”. En ese caso, no preocupa demasiado que el ciudadano estadounidense vea en peligro su posibilidad de empleo, pues se le enfrenta a la competencia con una mano de obra intelectual mucho más barata, productiva y forzada por la necesidad del sostén familiar. La racionalidad explotadora insaciable del capitalismo es, a fin de cuentas, un producto auténticamente estadounidense; y eso es lo que se busca fomentar con estas leyes, restringiendo cada vez más el acceso al conocimiento, y al entretenimiento, de los usuarios del mundo, para poder domeñar su redistribución a través del secuestro legal del copyright. Y en este punto al menos las declaraciones de Smith son consecuentes: el talento explotador estadounidense se pone en riesgo con el libre flujo del conocimiento y, sobre todo, con la búsqueda de alternativas que releguen sus normas de control global.
Por muy circunscripta al ámbito de EEUU que se presenten, estas leyes tienen un importante carácter global, que va a incidir sin discriminación en el desarrollo del talento universal, van a acrecentar la dependencia de la intelectualidad de los países periféricos, y a fomentar los nuevos escenarios de la Guerra Fría. Los cien mil millones de dólares que aseguran cuesta a EEUU la mal llamada piratería en línea, proceden en buena medida de los millones de trabajadores que son engullidos por los monopolios estadounidenses, cuyas carreras se sufragan con la contribución de naciones que también son productivamente sojuzgadas por la lógica de la globalización neoliberal. Esto, desde luego, es preocupante tanto para los magnates de la industria cultural como para los apoderados de la industria eleccionaria, por lo que se hace necesario controlar las posibilidades que ofrece la libertad de expresión en Internet.
Los proyectos PIPA y SOPA proponen, en concreto, forzar a los motores de búsqueda, proveedores de dominios y empresas de publicidad estadounidenses a bloquear los servicios de cualquier página web que el Departamento de Justicia declare bajo investigación, por publicar contenido bajo derechos de autor sin autorización y sea cual sea el lugar del mundo en que se encuentre la fuente. La extradición de los responsables de Megauploud anuncia hasta qué punto se harán infranqueables las persecuciones, ensañamientos y revanchas.
Son, pues, leyes que acuden al nacionalismo para camuflar las intenciones de monopolizar lo que compone la cultura del mundo en el siglo XXI; para bloquear a su antojo todo lo que no responda dócilmente a su insaciable fábrica de plusvalía. Si la protesta universal las repliega de momento, no hay que pensar que renunciaron, ni, ¡mucho menos!, que han considerado las necesidades ciudadanas de los protestantes, sino que, fieles a su objetivo supremo, reconstituyen las estrategias de su Estado Mayor injerencista, para seguir timando al prójimo.
Jorge Ángel Hernández
Ogunguerrero
http://ogunguerrero.wordpress.com/2012/01/21/ojo-con-la-sopa-y-la-pipa-que-solo-estan-agazapadas/