Los derechos humanos como perversión
colonial
La semana pasada un grupo
de estudiantes de la Universidad de California en San Diego, Afghans for Peace,
me invitó a participar en una vigilia para conmemorar la muerte de los 16
civiles afganos asesinados manos de un soldado norteamericano cerca de
Kandahar. A pesar de no ser de ningún modo un especialista en Afganistán,
accedí a hacerlo porque esta guerra, la más larga en toda la historia de los
Estados Unidos, es además la más olvidada de las guerras olvidadas .
El evento
sin duda estaba impulsado por la lógica espectacular de los medios y su énfasis
exclusivamente emotivo en las muertes de niños y mujeres. No es que la muerte
de niños y mujeres no sea una tragedia, entiéndase, sino que todas las muertes
lo son antes y después de este ominoso suceso que no hace más que poner de
manifiesto el fracaso de una operación militar que nunca fue una guerra justa
por más que Obama y Leon Panetta se empeñen en convencernos de lo contrario con
fotos de mujeres mutiladas por los talibanes en la portada de la revista Times.
Con todo y con eso, sumé mi voz a la de las organizadoras del evento, porque
nunca es tarde para pedir no sólo un juicio justo y en Afganistán para el
soldado norteamericano responsable de la masacre, sino también la abolición de
las siniestras estructuras gemelas que sostienen la maquinaria colonial de
guerra norteamericana dentro y fuera de sus fronteras: el complejo militar
industrial y el complejo industrial de prisiones.
En general mis palabras
fueron bien recibidas y la discusión fue interesante, aunque me sentí un poco
perdido al escuchar a varios estudiantes mencionar el video de Kony como
ejemplo de lo que podríamos hacer juntos para terminar la guerra en Afganistán;
me sentí, de hecho, igual que cuado iba a la escuela y todo el mundo sabía lo
que había pasado la noche anterior en Dallas menos yo, que no sabía quién era
JR, porque según mis progenitores no era una serie apta para menores (ahora les
agradezco infinitamente que me protegieran un poco de tanta propaganda del
“American way of life”).
Por suerte, Niall Twohig,
uno de los estudiantes de postgrado más combativos y brillantes de nuestra
universidad, estaba allí para explicarme en qué consistía el famoso vídeo,
“Kony 2012”, y mandarme unos cuantos enlaces más tarde para educarme en la
konimanía. “Kony 2012” es el nombre de un video de propaganda de unos 30
minutos realizado por la organización Invisible Children (Niños invisibles)
[1]. El propósito del video es acabar con Joseph Kony, el jefe del Ejército de
Resistencia del Señor de Uganda (LRA por sus siglas en inglés). De acuerdo con
Jason Russel, Director del documental y de la organización Invisible Children,
Kony es un monstruo de las mismas dimensiones que Hitler y Bin Laden, porque se
dedica a reclutar y torturar niños para su ejército de mercenarios, ante la
total indiferencia del mundo. Al final del video Jason Russel invita, casi
cabría decir incita, a los espectadores no sólo a hablar de las atrocidades que
comete Kony sino a actuar y acabar con el truculento mercenario antes de que
termine el año 2012. Para ello el espectador puede comprar un paquete de
activismo que contiene, pósters, brazaletes, chapas y teléfonos de políticos y
estrellas de la farándula a quiénes convencer de que apoyen la campaña. El
video ha recibido más de 80 millones de visitas en youtube y más de 16 en
vimeo, de las cuales una basta mayoría son positivas. Creo que no es exagerado
decir que “Kony 2012” se ha transformado en un fenómeno social por derecho
propio, particularmente entre estudiantes universitarios interesados en el
activismo, la política y el pacifismo.
Pero ¿qué es lo que está
en juego en esta exitosa campaña de marketing? En mi opinión se trata una
perversa operación de propaganda imperial a favor de las guerras humanitarias
que se apropia de la retórica y algunas de las tácticas de la izquierda para
promover las emociones más bajas y los valores políticos más abyectos y
regresivos de la derecha evangélica blanca de norteamericana. El video comienza
con una exaltación de las nuevas tecnologías –you tube, Facebook, etc.—que se
superpone a imágenes de abuelos y nietos compartiendo fotos y risas en una
ciberutopia feliz que es la representación más hiperbólica que he visto de lo
que César Rendueles llama “ciberfetichismo”, es decir, “la ficción de que las
tecnologías de la comunicación y los conocimientos asociados tienen un sentido
neutro al margen de su contexto social, institucional o político” [2] Según
Jason Russel los seres humanos no buscamos justicia o felicidad, buscamos estar
conectados y la tecnología hace posible ese sueño. Como si fuera un premonición
de todo lo que vendrá después, el video traduce esté sueño de interconexión a
través de una imagen satélite del planeta en la que se van encendiendo luces
que representan esta nueva utopia cibernética. El único continente a oscuras es
África.
Esta es la primera cosa
que cabe decir sobre “Kony 2012”, no se trata de un video sobre África, sobre
los niños soldados, sobre Uganda o sobre Joseph Kony; se trata de un video
sobre Jason Russel y la visión colonial de África de la derecha evangélica
blanca. “Kony 2012” consigue reactualizar la desafortunada frase de Hegel,
según el cuál África es un continente sin historia. En ningún momento el video
se refiere a la partición de África que está en la base de muchos de los
conflictos tribales del presente, ni al colonialismo británico, ni a los
misioneros cristianos que como Russel y sus amigos contribuyeron a
“racionalizar” el proyecto colonial, ni a la dependencia económica del
continente, ni a nada que no sea fomentar nuestras emociones más desnudas
frente al sufrimiento de los niños ugandeses perseguidos por Kony en un vacío
histórico en el que los peores enemigos de África son los propios africanos,
seres irracionales y sanguinarios que deben de ser salvados de si mismos por la
bondad y generosidad infinita de los occidentales blancos.
Toda la emotividad que
genera el video toma a los niños de Uganda simplemente como objetos inertes,
víctimas pasivas sobre las que hacer pasar los delirios mesiánicos de una
ideología imperial capitalista avocada a la autocompasión y la sublimación de
una culpa cimentada sobre el egoísmo, la destrucción del planeta y la defensa
de nuestro derecho a consumir sobre las espaldas de “los condenados de la
tierra” como los llamó Franz Fanon. Tras la exaltación de las tecnologías de la
comunicación y la presentación de Jacob, un niño que huye del sanguinario
ejército de Kony, el video se enfoca en su mujer dando a luz a su hijo: ellos
son los verdaderos protagonistas del exitoso film. A lo largo de la película,
los niños (y los adultos) de Uganda apenas poseen un lenguaje, la mayoría del
tiempo profieren sonidos preverbales o lloran para mostrarnos su sufrimiento
desnudo, pero la grave tragedia no son ellos, sino como explica el film, la
posibilidad de que algo así pudiera pasarle al hijo blanco y rubio de Russel.
El hijo de Russel aparece jugando en una cama elástica, también disparando en
un video juego, en la playa, el verdadero horror es que lo que le pasa a Jacob
pudiera pasarle a este niño rubio y blanco de clase media gringo.
El
dispositivo afectivo/emocional de la película nos somete al vértigo de la
identificación con los soldados infantiles de Uganda -¿qué pasaría si algo así
nos pasara a nosotros o a nuestros hijos?—pero lo hace con la profilaxis de la
pantalla de la computadora por medio, nos interpela en nuestra casa, calentitos
y con la seguridad de que lo único que tenemos que hacer es sentirnos buenos y
misericordiosos mientras despreciamos moralmente al pecador malvado de Kony.
En una de las escenas
rodadas en Uganda, Russel y otros miembros del equipo se escandalizan al
descubrir unas decenas de niños durmiendo a la intemperie para huir de Kony;
uno de los miembros del equipo afirma: “Si esto pasara en Estados Unidos sería
portada del Newsweek al día siguiente”. Esto sólo puede ser una broma macabra y
cruel viniendo de un país donde los afroamericanos son encarcelados de manera
desproporcionada, siguen enfrentando serias barreras para acceder al mercado
laboral y a la educación y, sobre todo, porque el corazón de la mayoría de las
ciudades norteamericanas (Oakland, Los Angeles, el mismo San Diego donde vive
Russel) está lleno de gentes, niños y adultos, que duermen a la intemperie, la
mayoría de ellos afroamericanos y latinos, aunque también muchos blancos
pobres, sin que esta situación reciba prácticamente ninguna atención en los
medios masivos.
No puede sorprender,
entonces, que entre los joviales y energéticos colaboradores de Invisible
Children no haya prácticamente ningún afroamericano. Es más, estoy
absolutamente convencido que a cualquier afroamericano se le encogerá el
corazón cuando vea la escena de Russel mostrándole una foto de Kony a su hijo
que posa su blanca manita sobre la foto del siniestro Kony y dice que es el
“malo” de la película, mientras que cuando le enseña la foto de Jacob, el niño
soldado, dice que es el bueno, para que quede claro que hasta su hijo de cuatro
años puede distinguir el universo moral que trata de combatir la organización.
El problema es que está división ente el negro bueno y el negro malo tiene una
larga historia que se remonta a la división entre los esclavos domésticos y los
esclavos que trabajaban en los campos, el tío Tom y los esclavos cimarrones. La
fragmentación es una estrategia colonial de dominación, de hecho, se puede
decir, utilizando los conceptos del psicoanálisis kleiniano, que Russel
proyecta su propia imagen fragmentada sobre estas dos figuras: Kony es el objeto
malo que genera odio, mientras que Jacob es el objeto bueno que genera deseo y
compasión; el problema es ese, que son objetos fragmentados, no sujetos, y como
tales uno puede transformarse en el otro, Jacob puede devenir Kony casi sin
transición y transformarse en objeto de odio y viceversa.
Aunque no se trata de
psicoanalizar a nadie ni de producir ataques ad hominem, que Russel tenga una
personalidad esquizoide mediada culturalmente sobre la herencia de la
supremacía blanca y sus objetos buenos y malos es más que una posibilidad, dado
que la semana pasada lo encontraron desnudo en el barrio de Pacific Beach en
San Diego, masturbándose y profiriendo improperios.
¿Por qué entonces
dedicarle tanto tiempo un video de la derecha blanca esquizoide? En primer
lugar por su popularidad incluso entre los progresistas, pero también y sobre
todo, porque este video de propaganda encapsula en30 minutos toda la propaganda
imperial de las guerras humanitarias que Estados Unidos y sus aliados está
tratándole de imponer al mundo. Desde la publicación de su “Manifiesto por la
filosofía” pasando por el ensayo sobre “La ética” y su más reciente “La
Hipótesis comunista” el filosofo francés Alain Badiou ha sido uno de los más
vigorosos críticos de la globalización de los derechos humanos.
Según Badiou,
la resurgencia de esta vieja doctrina del derecho natural está directamente
ligada a los preceptos del humanismo burgués, al colapso del marxismo
revolucionario en Europa y a la doctrina neoliberal del final de la historia. Los
ejes de este discurso serían los siguientes:
-El discurso imperial de
las guerras humanitarias reduce a los seres humanos a una sustancia animal a un
cuerpo muriente, la vida en general se valora más que la vida digna.
-La ética reemplaza a la
política y transforma al sujeto en una mera víctima, los binarismos
nosotros/ellos, benefactor/víctima reemplazan la dialéctica de los antagonismos
políticos de la lucha de clases.
-El bien es siempre
deducido del mal y no al revés. El mal radical está siempre disponible y a la
vez fuera de nuestro alcance. Hitler es el patrón oro de esta ecuación, todos
sus clones (Bin Laden, Kony, etc.), son a la vez como Hitler, pero nadie puede
ser realmente como Hitler.
“Kony 2012” es la versión
más extrema e intoxicante de la doctrina de la guerra humanitaria que denuncia
Badiou en sus libros. El momento de mayor euforia del video es cuando
finalmente Obama accede a mandar tropas a Uganda para perseguir a Kony, la
ocupación militar se presenta como la única salida posible a un conflicto en el
que los ciudadanos de Uganda tienen que volver a ser intervenidos colonialmente
para salvarles de sí mismos. La aparición reiterada de Luis Moreno Ocampo,
fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, en el video justificando esta
lógica es otro síntoma del nivel de abyección al que ha llegado esta doctrina
de las guerras humanitarias en Occidente.
Es evidente que Kony no
es ningún santo, pero la reducción de los conflictos bélicos a una película de
buenos y malos, donde occidente es siempre el bueno, es insostenible y
peligrosa; no es ni siquiera una buena guía para entender conflictos en países
que la mayoría del público occidental desconoce.
Al parecer, según el gobierno
de Uganda, Kony ni siquiera está en el país desde el 2006, pero no importa,
porque, como dijimos antes, el video no es sobre Uganda, es sobre los intereses
de occidente, la misma filosofía que puede ser utilizada en un futuro no muy
lejano para justificar más intervenciones en Irán o Siria. Mientras tanto, como
me señaló irónicamente Niall Twohig, Russel ha conseguido lo imposible en 30
minutos, “combinar el militarismo evangélico, con el mito del peso del hombre
blanco y la apropiación del movimiento Occupy Wall Street”.
Luis Martín-Cabrera - profesor
de Literatura y Estudios Culturales en la Universidad de California, San Diego. -
Rebelión.org
[1]
http://www.youtube.com/watch?v=Y4MnpzG5Sqc
[2]
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142256