Fragmento del
libro “Historia de la Nación Latinoamericana”, de Jorge Abelardo Ramos
El
intrépido Manuel Ugarte
Al mismo tiempo, en el otro lado del Río de la Plata
parecía revivir la tradición latinoamericana.
Manuel Ugarte era un bonaerense que abandonaba la vida
literaria para consumir su peculio en una gran campaña por la unidad
latinoamericana.
Recorrió el continente de un extremo a otro en una
gira de conferencias que congregó auditorios inmensos.
Llamaba a retomar el programa bolivariano.24
24 Al comentar uno de los
libros de Ugarte, The Times de Londres, decía: "El autor habla como
ciudadano de la América del Sur, y defiende el conjunto de esos países con
tanta elocuencia, que no sabemos a qué república pertenece". Cit. por
Carrión, ob. cit, p. 105.
El irritado silencio que ha rodeado siempre a la
figura de Ugarte no sólo es necesario atribuirlo al papel de "emigrado
interior" del intelectual del 900 en las semicolonias, sino al
"leprosario político" en el que la oligarquía, las Academias
conservadoras, tanto como las "Academias Marxistas" o los
"Científicos Sociales" empollados por las generosas becas del
Imperio, recluyen a los hombres de pensamiento nacional independiente.
A principios de siglo al escritor latinoamericano no
le quedaba otro recurso que enmudecer o emigrar.
Las pequeñas capitales de la nación
"balcanizada", aún la más presuntuosa, como Buenos Aires, habían
sustituido la función social del escritor con el libro español o francés.
El sistema de la ciudad, consumidora en todos los
órdenes, se aplicaba también en el orden de un librecambismo cultural que
arrasaba con la producción nativa.
El carácter misérrimo del "mercado interior"
para los libros latinoamericanos no se fundaba tan sólo en el analfabetismo de
la mayoría de la población, sino en la indiferencia de las minorías cultas
hacia todo aquello que se refiriese al paisaje o a la sociedad propias.
La superfluidad del intelectual era completa; su
evasión a Europa era una suerte de liberación de esas aldeas sórdidas de las
que Miguel Cañé podía decir:
"Publicar un libro en Buenos Aires es como
recitar un soneto de Petrarca en la Bolsa de Comercio".
Si a esto se añade que Manuel Ugarte proponía desde
Buenos Aires una revalorización moderna del programa de Bolívar, es fácil
inferir el rápido aislamiento de que fue objeto por todos los
"demócratas" e "izquierdistas" cosmopolitas de su época, no
muy diferentes de los actuales.
En sus campañas latinoamericanas Ugarte expuso la
necesidad de filiar la revolución de 1810 en la tradición revolucionaria
española y de establecer una Confederación de pueblos capaz de poner término a
la impotencia insular.
Nada hay más falso que acusarlo a Ugarte de
"lirismo" en relación con tales temas.
Por el contrario, el pensamiento ugartiano y hasta su
prosa, quizá la más sobria de todas en una época propensa a una retórica
espumante, prueban su rigor y su coherencia: predicará la industrialización en
una época de completo librecambismo; una literatura de inspiración nacional,
durante el auge del afrancesamiento generalizado; y la justicia social y el
socialismo, en tanto los intelectuales americanos acariciaban los cisnes o
vagaban por "los parques abandonados".
LA "INTELLIGENTSIA" CAPITULA
ANTE LA GUERRA
Pero lo que resulta más punzante aún, aquéllo que no
se refiere ya a puntos de mera doctrina, es la actitud diferencial de Ugarte y
de otros hombres de su generación frente a la primera guerra imperialista,
piedra de toque para todos los "latinoamericanistas" de los tiempos
pacíficos, como Alfredo Palacios, Rodó y congéneres.
Al estallar la guerra de 1914, la "dulce
Francia" y la "noble Inglaterra" entrarán en lucha con el
"bárbaro teutón". A las primeras se agregará luego otra
"democracia", los Estados Unidos.
En las dos guerras imperialistas ocurrió el mismo
fenómeno. No resultaba totalmente lírico para la inteligencia entregarse a la
veneración del emporio usurero de Gran Bretaña.
Pero la vieja "entente cordiale" entre
Francia e Inglaterra permitía a los poetas y escritores defender las
inversiones yanqui-británicas en nombre de la cultura francesa.
¿Acaso el bando de la "civilización" no se
componía de las potencias imperialistas que mantenían a América Latina en la
barbarie?
Solamente un servil completo o un exaltado arielista
podía identificar nuestro destino con esas democracias coloniales.
Toda la "inteligencia" sin embargo, cayó de
rodillas ante "el espíritu": Rodó, Palacios, Frugoni, García
Calderón, Lugones, Rojas, Gómez Carrillo, Alcides Arguedas, Rubén Darío: la
lista es interminable.
Pero Ugarte asumió una posición neutralista.
Publicó un diario en Buenos Aires titulado La Patria
para luchar contra la participación argentina en la guerra imperialista.
Los críticos ciegos no perdonaron a Ugarte esta
conducta.
Zum Felde opina sobre la obra de Ugarte:
"Considerados como ensayística no ofrecen valores mayormente
ponderables... se resienten de superficialidad filosófica, de carencia de
fundamentación sociológica seria; no van a fondo en el examen de los problemas
ni intentan revisión alguna de las cuestiones; en lugar de ello ofrecen
abundante glosa verbalista de los tópicos ya conocidos".25
Es cierto que el mismo crítico había escrito antes lo
siguiente: "Todo nacionalismo, en esta América, es esencialmente opuesto
al sentido de universalidad de nuestro devenir, postulado fundamental de
nuestra entidad... Lo que América no puede seguir, es la ruta de ningún
nacionalismo, ni aún del suyo propio, en el caso de que se pretendiera tan
menguado intento, y en cuanto ello se opusiera al espíritu de universalidad que
es nuestro imperativo histórico".26
Es inútil aclarar al lector que el Sr. Zum Felde fue
un abnegado demócrata durante la última guerra, partidario de las democracias
imperialistas.
25 Alberto Zum Felde, índice
crítico a la literatura hispanoamericana, México, 1954.
26 Zum Felde, El problema de
la cultura americana, p. 53 Ed. Losada, Buenos Aires, 1943.
También Luis Alberto Sánchez dice de Ugarte:
"Ugarte, al cabo de años de apostolado, tiene un
atardecer escéptico y claudicante".27
27 Luis Alberto Sánchez,
¿Tuvimos maestros en nuestra América?, p. 60, Ed. Raigal, Buenos Aires, 1956.
Esta frase misteriosa, ¿qué significa?
El señor Sánchez es un dirigente aprista, devoto y
hagiógrafo de Haya de la Torre.
Ugarte les enseñó a todos ellos, como el propio Haya
no ha dejado nunca de reconocerlo, qué significaba el imperialismo en América
Latina.
Pero el Sr. Sánchez ha introducido en la segunda
edición de su libro esa frase en virtud de que Ugarte apoyó al general Perón en
1945 y que fue embajador de su gobierno en México en 1947.
Como se ve, el ex-antiimperialista Sánchez imputa a
Ugarte "claudicación", porque mientras Sánchez estaba junto a Estados
Unidos en la guerra, Ugarte estaba contra ella y en tanto Sánchez se unía al
"civilismo" peruano en esa época, Ugarte enfrentaba a la oligarquía
argentina.
Curiosa integridad la del Sr. Sánchez y radiante
atardecer el suyo.
Terminado el conflicto, naturalmente, gran parte de
los intelectuales latinoamericanos se reincorporaron en tropel a ese Ejército
de Jerjes que integran los "Maestros de América" del tipo de
Palacios, y derramaron lágrimas elocuentes y vehementes gritos de alarma ante
"el peligro yanqui".
Ugarte no
perteneció nunca a este género repulsivo de redentorista sudamericano que sólo
ejerce su oficio en días serenos y siempre goza de la simpatía de la gran
prensa adicta.
No sorprenderá al lector saber que en la segunda
guerra imperialista, todos adoptaron la misma actitud, Ugarte y los otros.
Tampoco será inútil recordar que en 1945, cuando en la
Argentina el país estaba polarizado entre Braden y Perón, Ugarte regresó
después de muchos años de ausencia y estuvo contra el Embajador Braden, al
mismo tiempo que la inmensa mayoría de la intelligentsia argentina y
latinoamericana se pronunciaba contra Perón.
El coraje moral de estar contra los mandarines, ese
coraje no le faltó jamás a Ugarte y esa es la razón del silencio profundo que
envuelve su persona y su obra.
Daré un solo ejemplo: Ugarte no llegó a ver publicado
en vida ni un solo libro suyo en la Argentina.
Recién en 1953 se publicó la edición argentina de El
Porvenir de América Latina; en 1961 y 1962 se publicaron La Patria Grande, La
Reconstrucción de Hispanoamérica y El destino de un continente, así como un
trabajo titulado Manuel Ugarte y la revolución latinoamericana, que escribí en
1953.
Los libros
mencionados tampoco fueron publicados por editorial comercial alguna, sino por
Ediciones Coyoacán, que yo dirigía con fines exclusivamente políticos y que
resultó confiscada en parte por la SIDE (servicio secreto del Estado argentino)
en 1962 y luego destruida con bombas incendiarias en 1964, sin que ambos hechos
encontraran en la prensa de la "izquierda cipaya" el menor eco ni
protesta.
Hacia 1900 la conciencia nacional latinoamericana se
fragmenta.
El destino de Ugarte es el mejor testimonio: el más
penetrante latinoamericano del 900 se convierte en un muerto civil.
Si su cabeza figura en el mural que el pintor
Guayasamín crea en la Universidad de Guayaquil, junto a la de Bolívar y a la de
San Martín, en la Argentina permanece desconocido.
La bibliografía sobre la humosa herencia de Rodó es
tan agobiadora e inactual como Rodó mismo, pero nada se escribe sobre Ugarte.
Esto dice mucho sobre ambos personajes y sobre los profundos exégetas.
Una ensayística torrencial se volcará luego sobre el
"americanismo" o el indigenismo abstracto. Sus autores se reclutaban
entre los viandantes a mitad de camino de un liberalismo desmayado y los
matices prudentes de las "vibraciones telúricas". Otro género, más
zahorí, era el de los escritores que tenían perpetuamente dilatada la pupila
sobre "el misterio de América".
Este pantano de aguas vivas y materias orgánicas ha
devorado ya miles de volúmenes nutridos de esa Gran Nada que la prensa seria
llamó "el pensamiento americano". Todo el secreto consistió en evitar
los temas esenciales del drama.
EL FIN DE UNA ÉPOCA
Por los mismos años y, naturalmente, desde París e
impreso en francés, Francisco García Calderón escribe Les Démocraties latines
de l'América28
28 Francisco García
Calderón, Les démocraties latines de l'Amérique, Ernest Flammarion, editeur,
París, 1912.
Dedica el libro a Emile Boutroux y lo prologa Raymond
Poincaré, esa quintaesencia de la vulgaridad burguesa de Francia, combinación
de sordidez y astucia en que habían venido a parar los vástagos de Robespierre.
Estas "democracias latinas" inspiraban
sospechas: García Calderón era un refinado diplomático peruano extasiado por
París y por el "genio latino".
Como cabía esperar, la obra es rica en observaciones
sobre la "barbarie criolla" y las relaciones estrechas entre el clima
y el progreso, muy gratas al paladar europeo:
"En el trópico: guerra civil y pereza; sobre las
planicies frías, en las llanuras templadas y en las ciudades marítimas: riqueza
y paz".29
29 Ibíd. p. 321.
Estas bufonadas tenían excelente acogida en Europa y
aún en una América pequeño burguesa que había aceptado como perlas únicas las
injurias de Sarmiento contra los indios y las razas indígenas.
Aunque juzga "naciones" a los Estados
latinoamericanos, pecadillo venial si se considera que aún en nuestros días no
sólo liberales sino nacionalistas cerriles y marxistas galácticos opinan del
mismo modo, el mérito de García Calderón reside en haber planteado en esa época
las analogías e intereses coincidentes de los países de América Latina. ¡No se
contaban por docenas quienes lo hacían!
Aquí y allí, en los prólogos y polémicas hirvientes
del venezolano Rufino Blanco Fombona, en los discursos de José Vasconcelos,
Varona, Santos Chocano, Vargas Vila, García Monge, resonaban los últimos ecos
del programa bolivariano. En muchos de ellos, la dispersión habría de vencer al
fin, pues la unidad latinoamericana se transformaría luego en una simple
condenación "estadual" del imperialismo yanqui cuando no en un
"panamericanismo" radicalmente antagónico a la Nación
Latinoamericana.
Hacia 1900, la ideología bolivariana parecía poco
menos que extinguida. La generación del 900 se refugiaba en la literatura pura,
la poesía civil se trocaba en pesquisas formales, los escritores políticos
escribían novelas del bulevar parisiense, Gómez Carrillo informaba sobre las
modas de Europa.
¡La conciencia nacional de la gran Nación dividida se
refugiaba en los agotados libros de historia que Blanco Fombona reeditaba en
Madrid!
La misma historia escrita de América Latina se había
disuelto en veinte versiones localistas imposibles de entender por separado.
Así, las nuevas generaciones del continente se
adaptaban a una versión europea de su propia historia, escrita por los letrados
de la factoría semicolonial.
De las armas a la diplomacia, de la diplomacia a la
literatura, la idea bolivariana en un siglo no había hecho otra cosa que
retroceder. Pues la "balcanización" no sólo había quebrado los
antiguos vínculos y forjado la imponente ficción de los nuevos Estados, sino
que Europa atraía con su poder magnético a los mejores espíritus de la nación
latinoamericana y los alejaba de sus patrias chicas.
Europa ofrecía a la inteligencia la civilización
madura que negaba a América Latina.
Todo parecía perdido.
"El iberoamericanismo... yace en el
sepulcro", escribía Gabriel René-Moreno30.
30 Gabriel René-Moreno.
Notas históricas. etc. T. I. p. 130.
Es en ese momento que cae Porfirio Díaz como un fruto
putrefacto y los peones de Zapata montan a caballo. La revolución en México
comenzaba y la América bolivariana volvía a las armas.