martes, enero 24, 2012

Cipayismo en Latinoamérica y Rial: Manuel Ugarte los enfrentó - Cipayes Rial en Amérique latine et Manuel Ugarte face


Fragmento del libro “Historia de la Nación Latinoamericana”, de Jorge Abelardo Ramos 
El intrépido Manuel Ugarte

Al mismo tiempo, en el otro lado del Río de la Plata parecía revivir la tradición latinoamericana.

Manuel Ugarte era un bonaerense que abandonaba la vida literaria para consumir su peculio en una gran campaña por la unidad latinoamericana.
Recorrió el continente de un extremo a otro en una gira de conferencias que congregó auditorios inmensos.

Llamaba a retomar el programa bolivariano.24

24 Al comentar uno de los libros de Ugarte, The Times de Londres, decía: "El autor habla como ciudadano de la América del Sur, y defiende el conjunto de esos países con tanta elocuencia, que no sabemos a qué república pertenece". Cit. por Carrión, ob. cit, p. 105.

El irritado silencio que ha rodeado siempre a la figura de Ugarte no sólo es necesario atribuirlo al papel de "emigrado interior" del intelectual del 900 en las semicolonias, sino al "leprosario político" en el que la oligarquía, las Academias conservadoras, tanto como las "Academias Marxistas" o los "Científicos Sociales" empollados por las generosas becas del Imperio, recluyen a los hombres de pensamiento nacional independiente.

A principios de siglo al escritor latinoamericano no le quedaba otro recurso que enmudecer o emigrar.
Las pequeñas capitales de la nación "balcanizada", aún la más presuntuosa, como Buenos Aires, habían sustituido la función social del escritor con el libro español o francés.

El sistema de la ciudad, consumidora en todos los órdenes, se aplicaba también en el orden de un librecambismo cultural que arrasaba con la producción nativa.

El carácter misérrimo del "mercado interior" para los libros latinoamericanos no se fundaba tan sólo en el analfabetismo de la mayoría de la población, sino en la indiferencia de las minorías cultas hacia todo aquello que se refiriese al paisaje o a la sociedad propias.

La superfluidad del intelectual era completa; su evasión a Europa era una suerte de liberación de esas aldeas sórdidas de las que Miguel Cañé podía decir:
"Publicar un libro en Buenos Aires es como recitar un soneto de Petrarca en la Bolsa de Comercio".

Si a esto se añade que Manuel Ugarte proponía desde Buenos Aires una revalorización moderna del programa de Bolívar, es fácil inferir el rápido aislamiento de que fue objeto por todos los "demócratas" e "izquierdistas" cosmopolitas de su época, no muy diferentes de los actuales.

En sus campañas latinoamericanas Ugarte expuso la necesidad de filiar la revolución de 1810 en la tradición revolucionaria española y de establecer una Confederación de pueblos capaz de poner término a la impotencia insular.

Nada hay más falso que acusarlo a Ugarte de "lirismo" en relación con tales temas.
Por el contrario, el pensamiento ugartiano y hasta su prosa, quizá la más sobria de todas en una época propensa a una retórica espumante, prueban su rigor y su coherencia: predicará la industrialización en una época de completo librecambismo; una literatura de inspiración nacional, durante el auge del afrancesamiento generalizado; y la justicia social y el socialismo, en tanto los intelectuales americanos acariciaban los cisnes o vagaban por "los parques abandonados".

LA "INTELLIGENTSIA" CAPITULA ANTE LA GUERRA

Pero lo que resulta más punzante aún, aquéllo que no se refiere ya a puntos de mera doctrina, es la actitud diferencial de Ugarte y de otros hombres de su generación frente a la primera guerra imperialista, piedra de toque para todos los "latinoamericanistas" de los tiempos pacíficos, como Alfredo Palacios, Rodó y congéneres.

Al estallar la guerra de 1914, la "dulce Francia" y la "noble Inglaterra" entrarán en lucha con el "bárbaro teutón". A las primeras se agregará luego otra "democracia", los Estados Unidos.

En las dos guerras imperialistas ocurrió el mismo fenómeno. No resultaba totalmente lírico para la inteligencia entregarse a la veneración del emporio usurero de Gran Bretaña.
Pero la vieja "entente cordiale" entre Francia e Inglaterra permitía a los poetas y escritores defender las inversiones yanqui-británicas en nombre de la cultura francesa.

¿Acaso el bando de la "civilización" no se componía de las potencias imperialistas que mantenían a América Latina en la barbarie?
Solamente un servil completo o un exaltado arielista podía identificar nuestro destino con esas democracias coloniales.

Toda la "inteligencia" sin embargo, cayó de rodillas ante "el espíritu": Rodó, Palacios, Frugoni, García Calderón, Lugones, Rojas, Gómez Carrillo, Alcides Arguedas, Rubén Darío: la lista es interminable.

Pero Ugarte asumió una posición neutralista.

Publicó un diario en Buenos Aires titulado La Patria para luchar contra la participación argentina en la guerra imperialista.

Los críticos ciegos no perdonaron a Ugarte esta conducta.
Zum Felde opina sobre la obra de Ugarte: "Considerados como ensayística no ofrecen valores mayormente ponderables... se resienten de superficialidad filosófica, de carencia de fundamentación sociológica seria; no van a fondo en el examen de los problemas ni intentan revisión alguna de las cuestiones; en lugar de ello ofrecen abundante glosa verbalista de los tópicos ya conocidos".25

Es cierto que el mismo crítico había escrito antes lo siguiente: "Todo nacionalismo, en esta América, es esencialmente opuesto al sentido de universalidad de nuestro devenir, postulado fundamental de nuestra entidad... Lo que América no puede seguir, es la ruta de ningún nacionalismo, ni aún del suyo propio, en el caso de que se pretendiera tan menguado intento, y en cuanto ello se opusiera al espíritu de universalidad que es nuestro imperativo histórico".26

Es inútil aclarar al lector que el Sr. Zum Felde fue un abnegado demócrata durante la última guerra, partidario de las democracias imperialistas.

25 Alberto Zum Felde, índice crítico a la literatura hispanoamericana, México, 1954.

26 Zum Felde, El problema de la cultura americana, p. 53 Ed. Losada, Buenos Aires, 1943.

También Luis Alberto Sánchez dice de Ugarte:
"Ugarte, al cabo de años de apostolado, tiene un atardecer escéptico y claudicante".27

27 Luis Alberto Sánchez, ¿Tuvimos maestros en nuestra América?, p. 60, Ed. Raigal, Buenos Aires, 1956.

Esta frase misteriosa, ¿qué significa?
El señor Sánchez es un dirigente aprista, devoto y hagiógrafo de Haya de la Torre.
Ugarte les enseñó a todos ellos, como el propio Haya no ha dejado nunca de reconocerlo, qué significaba el imperialismo en América Latina.

Pero el Sr. Sánchez ha introducido en la segunda edición de su libro esa frase en virtud de que Ugarte apoyó al general Perón en 1945 y que fue embajador de su gobierno en México en 1947.

Como se ve, el ex-antiimperialista Sánchez imputa a Ugarte "claudicación", porque mientras Sánchez estaba junto a Estados Unidos en la guerra, Ugarte estaba contra ella y en tanto Sánchez se unía al "civilismo" peruano en esa época, Ugarte enfrentaba a la oligarquía argentina.

Curiosa integridad la del Sr. Sánchez y radiante atardecer el suyo.

Terminado el conflicto, naturalmente, gran parte de los intelectuales latinoamericanos se reincorporaron en tropel a ese Ejército de Jerjes que integran los "Maestros de América" del tipo de Palacios, y derramaron lágrimas elocuentes y vehementes gritos de alarma ante "el peligro yanqui".

 Ugarte no perteneció nunca a este género repulsivo de redentorista sudamericano que sólo ejerce su oficio en días serenos y siempre goza de la simpatía de la gran prensa adicta.

No sorprenderá al lector saber que en la segunda guerra imperialista, todos adoptaron la misma actitud, Ugarte y los otros.

Tampoco será inútil recordar que en 1945, cuando en la Argentina el país estaba polarizado entre Braden y Perón, Ugarte regresó después de muchos años de ausencia y estuvo contra el Embajador Braden, al mismo tiempo que la inmensa mayoría de la intelligentsia argentina y latinoamericana se pronunciaba contra Perón.

El coraje moral de estar contra los mandarines, ese coraje no le faltó jamás a Ugarte y esa es la razón del silencio profundo que envuelve su persona y su obra.

Daré un solo ejemplo: Ugarte no llegó a ver publicado en vida ni un solo libro suyo en la Argentina.

Recién en 1953 se publicó la edición argentina de El Porvenir de América Latina; en 1961 y 1962 se publicaron La Patria Grande, La Reconstrucción de Hispanoamérica y El destino de un continente, así como un trabajo titulado Manuel Ugarte y la revolución latinoamericana, que escribí en 1953.

 Los libros mencionados tampoco fueron publicados por editorial comercial alguna, sino por Ediciones Coyoacán, que yo dirigía con fines exclusivamente políticos y que resultó confiscada en parte por la SIDE (servicio secreto del Estado argentino) en 1962 y luego destruida con bombas incendiarias en 1964, sin que ambos hechos encontraran en la prensa de la "izquierda cipaya" el menor eco ni protesta.

Hacia 1900 la conciencia nacional latinoamericana se fragmenta.
El destino de Ugarte es el mejor testimonio: el más penetrante latinoamericano del 900 se convierte en un muerto civil.

Si su cabeza figura en el mural que el pintor Guayasamín crea en la Universidad de Guayaquil, junto a la de Bolívar y a la de San Martín, en la Argentina permanece desconocido.

La bibliografía sobre la humosa herencia de Rodó es tan agobiadora e inactual como Rodó mismo, pero nada se escribe sobre Ugarte. Esto dice mucho sobre ambos personajes y sobre los profundos exégetas.

Una ensayística torrencial se volcará luego sobre el "americanismo" o el indigenismo abstracto. Sus autores se reclutaban entre los viandantes a mitad de camino de un liberalismo desmayado y los matices prudentes de las "vibraciones telúricas". Otro género, más zahorí, era el de los escritores que tenían perpetuamente dilatada la pupila sobre "el misterio de América".
Este pantano de aguas vivas y materias orgánicas ha devorado ya miles de volúmenes nutridos de esa Gran Nada que la prensa seria llamó "el pensamiento americano". Todo el secreto consistió en evitar los temas esenciales del drama.

EL FIN DE UNA ÉPOCA

Por los mismos años y, naturalmente, desde París e impreso en francés, Francisco García Calderón escribe Les Démocraties latines de l'América28

28 Francisco García Calderón, Les démocraties latines de l'Amérique, Ernest Flammarion, editeur, París, 1912.

Dedica el libro a Emile Boutroux y lo prologa Raymond Poincaré, esa quintaesencia de la vulgaridad burguesa de Francia, combinación de sordidez y astucia en que habían venido a parar los vástagos de Robespierre.
Estas "democracias latinas" inspiraban sospechas: García Calderón era un refinado diplomático peruano extasiado por París y por el "genio latino".

Como cabía esperar, la obra es rica en observaciones sobre la "barbarie criolla" y las relaciones estrechas entre el clima y el progreso, muy gratas al paladar europeo:
"En el trópico: guerra civil y pereza; sobre las planicies frías, en las llanuras templadas y en las ciudades marítimas: riqueza y paz".29

29 Ibíd. p. 321.

Estas bufonadas tenían excelente acogida en Europa y aún en una América pequeño burguesa que había aceptado como perlas únicas las injurias de Sarmiento contra los indios y las razas indígenas.

Aunque juzga "naciones" a los Estados latinoamericanos, pecadillo venial si se considera que aún en nuestros días no sólo liberales sino nacionalistas cerriles y marxistas galácticos opinan del mismo modo, el mérito de García Calderón reside en haber planteado en esa época las analogías e intereses coincidentes de los países de América Latina. ¡No se contaban por docenas quienes lo hacían!

Aquí y allí, en los prólogos y polémicas hirvientes del venezolano Rufino Blanco Fombona, en los discursos de José Vasconcelos, Varona, Santos Chocano, Vargas Vila, García Monge, resonaban los últimos ecos del programa bolivariano. En muchos de ellos, la dispersión habría de vencer al fin, pues la unidad latinoamericana se transformaría luego en una simple condenación "estadual" del imperialismo yanqui cuando no en un "panamericanismo" radicalmente antagónico a la Nación Latinoamericana.

Hacia 1900, la ideología bolivariana parecía poco menos que extinguida. La generación del 900 se refugiaba en la literatura pura, la poesía civil se trocaba en pesquisas formales, los escritores políticos escribían novelas del bulevar parisiense, Gómez Carrillo informaba sobre las modas de Europa.
¡La conciencia nacional de la gran Nación dividida se refugiaba en los agotados libros de historia que Blanco Fombona reeditaba en Madrid!
La misma historia escrita de América Latina se había disuelto en veinte versiones localistas imposibles de entender por separado.

Así, las nuevas generaciones del continente se adaptaban a una versión europea de su propia historia, escrita por los letrados de la factoría semicolonial.

De las armas a la diplomacia, de la diplomacia a la literatura, la idea bolivariana en un siglo no había hecho otra cosa que retroceder. Pues la "balcanización" no sólo había quebrado los antiguos vínculos y forjado la imponente ficción de los nuevos Estados, sino que Europa atraía con su poder magnético a los mejores espíritus de la nación latinoamericana y los alejaba de sus patrias chicas.
Europa ofrecía a la inteligencia la civilización madura que negaba a América Latina.
Todo parecía perdido.

"El iberoamericanismo... yace en el sepulcro", escribía Gabriel René-Moreno30.

30 Gabriel René-Moreno. Notas históricas. etc. T. I. p. 130.

Es en ese momento que cae Porfirio Díaz como un fruto putrefacto y los peones de Zapata montan a caballo. La revolución en México comenzaba y la América bolivariana volvía a las armas. 

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