Guerra del Paraná
Batalla de San Lorenzo
– 16 de Enero de 1846
Luego del combate de la Vuelta de Obligado, las fuerzas aliadas
que allí desembarcaron con el designio de internarse, habían sido arrolladas en
los meses de diciembre y de enero por las del coronel Thorne, que comandaba la
línea de observación sobre la costa. El
2 de febrero de 1846 los aliados desembarcaron 300 soldados protegidos por la
artillería de sus buques fondeados en la costa.
Thorne desplegó contra ellos una fuerte guerrilla, y después de un
fuerte tiroteo se les fue encima con dos compañías de artillería y 50 lanceros,
obligándolos a reembarcarse.(1) El mismo
día enfrentó a Obligado un convoy de más de 50 barcos mercantes, armados y
cargados por los interventores y por el gobierno y negociantes de Montevideo, y
para seguir aguas arriba con el auxilio de los buques de guerra.
El general Mansilla colocó convenientemente su artillería volante
en la costa de San Nicolás del Rosario, San Lorenzo y Tonelero, y se vino a
dirigir personalmente la resistencia al pasaje del convoy de los que
especulaban con la guerra y al favor de los avances de la intervención. El 9 de enero llegaron los barcos del convoy
a la altura del puerto de Acevedo.
Mansilla enfiló contra ellos sus cañones. Cuatro buques británicos y franceses
fondearon a su frente respondiéndole con su artillería de grueso calibre. Así protegieron el paso del convoy, el cual
se alejó de la costa y hacia una isla interpuesta frente a la posición de
Mansilla. En la imposibilidad de
hostilizarlo al través de las islas que se levantaban entre ambas costas a esa
altura del Paraná, Mansilla fue siguiendo por tierra el convoy para verificarlo
donde se pusiese a tiro.
En los barrancos de la costa comprendida entre el convento de San
Lorenzo y la punta del Quebracho, Mansilla había colocado ocho cañones ocultos
bajo montones de maleza, 250 carabineros y 100 infantes en los barrancos de la
costa comprendida entre el convento de San Lorenzo y la punta del Quebracho.
A mediodía del 16 de enero aparecieron el vapor Gorgon, la corbeta
Expeditive, los bergantines Dolphin, King y dos goletas armadas en la Colonia,
los cuales montaban 37 cañones de grueso calibre y acompañaban 52 barcos
mercantes. Al enfrentar a San Lorenzo,
la Expeditive y el Gorgon hicieron tres disparos a bala y metralla sobre la
costa para descubrir la fuerza de Mansilla.
Los soldados argentinos permanecieron ocultos en su puesto, según la
orden recibida. Cuando todo el convoy se
encontraba en la angostura del río que se pronuncia en San Lorenzo arriba,
Mansilla mandó romper el fuego de sus baterías dirigidas por los capitanes José
Serezo, Santiago Maurice y Alvaro de Alzogaray.
El ataque fue certero; los buques mercantes rumbeaban desmantelados
hacia dos arroyos próximos, aumentando con el choque de los unos con los otros
las averías que les hacían los cañones de tierra.
A las cuatro de la tarde el combate continuaba recio todavía, y el
convoy no compensaba lo andado con sus grandes averías. Favorecido por el viento de popa y tras los
buques que vomitaban sin cesar un fuego mortífero, se aproximó al
Quebracho. Aquí reconcentró sus fuerzas
Mansilla y batalló hasta la caída de la tarde, cuando desmontados sus cañones y
neutralizados sus fuegos de fusil por el cañón enemigo, el convoy pudo salvar
la punta del Quebracho, con grandes averías en los buques de guerra, pérdidas
de consideración en las manufacturas y 50 hombres fuera de combate. El contralmirante Inglefield, en su parte
oficial al almirantazgo británico dice que “los vapores ingleses y franceses
sostuvieron el fuego por más de tres horas y media; y apenas un solo buque del
convoy salió sin recibir un balazo”.
La pérdida de los argentinos fue esta vez insignificante, y
Mansilla pudo decir con propiedad que habíale tocado el honor de defender el
pabellón de su patria en el mismo paraje de San Lorenzo que regó con su sangre
San Martín al conducir la primera carga de sus después famosos Granaderos a
Caballo.(2)
Como se ve, los aliados no continuaban impunemente su conquista en
las aguas interiores argentinas. Verdad
es que Mansilla, cumpliendo órdenes terminantes del gobierno, recorría
incesantemente la extensa costa que defendía, haciendo tronar sus pocos cañones
allí donde aquéllos a tiro se presentaban.
Así fue como los burló en sus tentativas de desembarque después de Obligado
y San Lorenzo. El 10 de febrero, en
seguida de fracasar en una de esas tentativas, los buques de guerra ingleses
Alecto y Gordon bombardearon durante tres horas el campo del Tonelero con balas
a la Paixhans 64. La artillería e
infantería de los argentinos mandados por el mayor Manuel Virto les respondió
con denuedo, y no consiguieron más que matar algunos milicianos, incendiar dos
armones y destrozar los ranchos y árboles que había. (3) Pocos días después renovaron las hostilidades
sin mayor éxito. El 2 de abril llegó el
Philomel frente al Quebracho. El
teniente coronel Thorne les asestó sus cañones, mas como el Philomel huyese
aguas abajo, ató tres piezas de a 8 a la cincha de sus caballos y corrió por la
costa a darle alcance; lo que no pudo verificar porque el buque francés iba a
toda vela y corriente. El día 6 la misma
batería de Thorne sostuvo otro combate con el buque de guerra inglés Alecto,
que pasó por el Quebracho remolcando tres goletas. Los ingleses tuvieron algunos muertos y su
buque salió bastante descalabrado.
El 19, después de otro combate, Mansilla consiguió represar el
pailebot Federal, tomado por los aliados en Obligado. Al dar cuenta al gobierno de este suceso,
remitiendo la bandera inglesa conquistada, y bajo la relación, todo el equipaje
de cámara del ex comandante del preciado pailebot Carlos G. Fegen, Mansilla
agregaba en su nota: “Los anglofranceses verán la diferencia que existe entre
el saqueo de los equipajes de los valientes de Obligado que hicieron los
hombres que se llaman civilizadores, y la conducta de los federales que
defienden su patria y respetan hasta los despojos de sus enemigos”. El día 21 le cupo todavía a Thorne sostener
otro combate de dos horas con el buque inglés Lizard, el cual acribilló a
balazos, volteándole el pabellón que flameaba al tope mayor y dejándole casi
inservible para nuevas operaciones. “El
enemigo, dice el teniente Tylden, que mandaba el Lizard, en su parte al capitán
Hotham, volteó nuestra pieza del castillo de proa; y su terrible fuego de
metralla y fusilería, cribando al buque de proa a popa me obligó a ordenar a
oficiales y tripulación que bajasen…. El Lizard recibió treinta y cinco balas
de cañón y metralla, La lista de los
muertos y heridos van al margen….”(4)
Simultáneamente con estos combates en la costa norte, los barcos
bloqueadores de la costa sur forzaron el puerto de la Ensenada en la madrugada
del 21 de abril y organizaron una columna de desembarco, la cual fue rechazada
por las baterías de esa costa al mando del general Prudencio de Rozas. Entonces los aliados penetraron en la bahía a
sangre y fuego; se apoderaron de lo mejor que encontraron a bordo de los buques
neutrales allí surtos, e incendiaron varios de estos buques con la carga que
contenían. Cuatro días después un
guardiamarina inglés encargado de practicar un reconocimiento, penetró en el
puerto cercano de la Atalaya en un bote con un cañón chico a proa y 15 hombres
armados, y sostuvo un tiroteo con la partida que guarnecía el punto. Como varase al querer retirarse, levantó
bandera de parlamento y fue recibido en tierra por el jefe argentino, quien
mandó un bote con ocho hombres a traer la tripulación inglesa. Esta hizo fuego que le fue contestado, y en
la confusión quedó muerto el oficial.(5)
En presencia del incendio y violencias que perpetraron los aliados
en la Ensenada, el gobierno argentino expidió un decreto de represalias, en el
que “constituyéndose en el deber de poner a salvo esta sociedad, no menos que
las propiedades neutrales y argentinas de tales incendios y depredaciones”
proscriptas por la civilización; y sin perjuicio de adoptar para lo futuro
otras medidas en caso de que se repitan iguales escandalosas agresiones por las
fuerzas navales de Inglaterra y Francia, establecía que los comandantes,
oficiales o individuos de las tripulaciones de los buques o embarcaciones de
guerra de dichas dos potencias, que fueron aprehendidos en cualesquiera de los
puertos y ríos de la Provincia, bien para sacar violentamente los buques
nacionales o extranjeros, bien para incendiarlos o saquearlos, serían
castigados como incendiarios con la pena prescripta para éstos en las leyes
generales.(6)
La intervención bélica no resolvía, pues, la situación a favor de
los aliados, por mucho que la Gran Bretaña y la Francia confiasen en sus
poderosos elementos militares, en los recursos de su diplomacia y en la
propaganda y los esfuerzos de los emigrados unitarios y el gobierno de
Montevideo. El gobierno argentino
permanecía firme defendiendo el suelo y los derechos de la Confederación; y la
intervención ya no tenía medida de rigor que emplear contra él para
reducirlo. No quedaba más que duplicar o
triplicar las fuerzas navales de ambas potencias, y bombardear y ocupar Buenos
Aires. Esto último había sido materia de
consulta a Londres y París; y si los almirantes Lainé e Inglefield no lo habían
llevado a cabo era porque no se resignaban a presentar en seguida la prueba de
una impotencia muy parecida a la derrota, cuando en su orgullo inconmensurable
no cabía la magnitud de sus hazañas en Malta, en Acre, en Mojador, en San Juan
de Ulloa. Ya no se engañaban acerca de
esto; y la misma opinión se había generalizado entre los oficiales ingleses y
franceses, a tal punto que varios de éstos no ocultaban sus temores de que
sufriese un desastre la expedición mercantil que debía bajar el Paraná
protegida por las escuadras de las potencias interventoras. “Rosas está levantando baterías a lo largo de
las barrancas entre nosotros y Obligado”, escribía el teniente Robins, de la
fragata Firebrand surta en la bajada de Santa Fe; “si no hay una poderosa
división abajo con fuerzas de tierra para sacar los hombres de la barranca,
ellos echarán a pique algunos de los buques del convoy y probablemente harán
gran daño a los de guerra. Nos hemos
internado muy pronto río arriba. Hemos
tomado una posición que no podemos sostener sin muchas posiciones
fortificadas. Si la Provincia de Buenos
Aires es atacada, el ataque debe ser hecho en Obligado. El país es abierto y propio para reorganizar
tropas…” “El San Martín -escribía el
teniente Marelly- surto en la bajada de Santa Fe a la espera del convoy que
debía salir de Corrientes, después de esta campaña no podrá hacer mayores
servicios sin muy costosas reparaciones.
Nosotros nos preocupamos mucho de las baterías que Rosas levanta contra
nosotros en San Lorenzo…”. (7)
La exactitud de estas observaciones se reveló muy luego. Los buques que habían pasado para Corrientes
cargaron juntamente con otros, por cuenta de comerciantes de allí y de Montevideo
y aun del gobierno de esta plaza y de los ministros interventores, y se dieron
a la vela para bajar el Paraná protegidos por las escuadras combinadas. El 9 de mayo fondearon en una ensenada como a
dos leguas de las posiciones que tomó Mansilla en el Quebracho. El 28, Mansilla se corrió por la costa con
dos obuses, y les asestó algunas balas obligándolos a retirarse aguas arriba,
en medio de la confusión consiguiente a esta operación, cuyo objeto principal
era templar los bríos de los soldados noveles que la ejecutaron. El 4 de junio, favorecido por el viento
norte, enfrentó la posición del Quebracho todo el convoy de los aliados,
compuesto de 95 barcos mercantes y de 12 de guerra a saber: vapores Firebrand,
Gorgon, Alecto, Lizard, Harpy, Gazendi y Fulton; bergantines goletas Dolphin y
Procida; bergantines San Martín y Fanny, y corbeta Coquette, los cuales
montaban 85 cañones de calibre 24 hasta 80, con más una batería de tres
cohetines a la Congreve que habían colocado la noche anterior en un islote hacia
la izquierda de aquella posición.
La línea de Mansilla se apoyaba en 17 cañones, 600 soldados de
infantería y 150 carabineros, así colocados: a la derecha una batería y
piquetes del batallón de San Nicolás y Patricios de Buenos Aires al mando del
mayor Virto; en el centro dos baterías y dos compañías de infantería al mando
del coronel Thorne; a la izquierda otra batería y el resto del regimiento Santa
Coloma, al mando de este jefe; en la reserva 200 infantes, dos escuadrones de
lanceros de Santa Fe y la escolta del general.
En tales circunstancias, Mansilla les recordó a sus soldados el deber de
defender los derechos de la patria, ya cumplido en Obligado, Acevedo y San
Lorenzo. Y tomando la bandera nacional y
al grito de “¡Viva la soberana independencia argentina!” mandó que por sus
cañones tronase la voz de la patria, cuando ya las escuadras aliadas habían
enfilado contra él su poderosa artillería para que por retaguardia pasasen los
barcos del convoy. El fuego sostenido de
los argentinos hizo vacilar a los aliados y llevó el estrago a los barcos
mercantes, algunos de los cuales vararon por ponerse a salvo, o se despedazaron
al chocar entre sí en las angosturas del río por huir pronto. A la 1 p.m., después de dos horas de combate,
el convoy no podía todavía salvar los fuegos de las baterías de Thorne.
El Firebrand, Gazendi, Gorgon, Harpy y Alecto retrocedieron para
cubrir la línea de barcos más comprometidos.
Pero, viendo, después de una hora más de encarnizado combate, que ello
era infructuoso y que todos corrían gran riesgo, incendiaron allí los que
pudieron y bajaron el río precipitadamente con los restantes. Este combate fue una derrota de trascendencia
para los aliados; pues no sólo sufrieron pérdidas más considerables que en
Obligado, sin inferirlas de su parte a los argentinos, sino que se convencieron
de que no podían navegar impunemente por la fuerza las aguas interiores de la
Confederación. Contaron cerca de 60
hombres fuera de combate y perdieron una barca, tres goletas y un pailebot cargados
con mercaderías valor de cien mil duros, parte de las cuales salvó Mansilla
consiguiendo apagar el fuego del pailebot.
De los argentinos sólo cayeron Thorne, herido en la espalda por un casco
de metralla y algunos soldados. “El
fuego fue sostenido con gran determinación, –dice el teniente Proctor en su
parte al capitán Hotham- fuimos perseguidos por artillería volante y por
considerable número de tropas que cubrían las márgenes haciéndonos un vivo
fuego de fusilería. El Harpy está
bastante destruido; tiene muchos balazos en el casco, chimeneas y cofas” El mismo capitán Hotham, en su parte al
almirante Inglefield datado a 30 de mayo de a bordo del Gorgon, acompañando la
lista de muertos y heridos ingleses y franceses en el Quebracho, declara que
“los buques han sufrido muchos”. (8)
El convoy de los aliados era esperado con vivísimo interés por los
negociantes de Montevideo, quienes se prometían pingües ganancias dada la
escasez que se sentía en esa plaza de muchos de los productos de Corrientes y
de Paraguay. Las pérdidas y averías sufridas
en el Quebracho aumentaron visiblemente el descontento de los principales
comerciantes en cuyas manos estaba hasta cierto punto la suerte del gobierno de
Montevideo, y quienes, como accionistas de la compañía compradora de los
derechos de aduana bajo la garantía de los ministros Ouseley y Deffaudis,
habían ya protestado del nuevo contrato hecho por el ministro Vásquez hasta el
año 1848. (9) A fin de cubrir en lo
posible esas pérdidas impusieron una fuerte suba en los precios; y el gobierno
les ofreció prontas ganancias que facilitaría Rivera, como se va a ver.
Rivera se había puesto en campaña y sus primeras operaciones
habían sido tan felices como rápidas.
Con poco más de 400 hombres, entre los que se encontraban buenos
oficiales como el coronel Mundelle, el cual le fue recomendado por el ministro
Ouseley y, auxiliado por una flotilla anglofrancesa al mando de Garibaldi,
Rivera se plantó en la Colonia, pasó al Carmelo y lo fortificó después de batir
fuerzas del comandante Caballero. Sobre
la marcha entró en las Víboras a sangre y fuego, apoderándose de todo cuanto
encontró. A pesar de las disposiciones
del coronel Montoro, se dirigió a Mercedes, se apoderó de esta ciudad el 14 de
junio y derrotó a Montoro tomándole 400 prisioneros, 2.000 caballos y mucho
armamento.
Estas operaciones fueron acompañadas de depredaciones, en las
cuales estaban interesados los comerciantes de Montevideo y principalmente los
ministros interventores de Gran Bretaña y Francia, quienes entraban en los
negocios de cueros, ganados y frutos del país, que Rivera les enviaba, y daban
en cambio recursos y dineros para proseguir una guerra devastadora.
Es necesario verlo así escrito por los mismos hombres del gobierno
de Montevideo para que no quede duda del rol que desempeñaba en su impotencia
la intervención anglofrancesa en el Plata.
El 5 de junio de 1846 le escribía el ministro Magariños a Rivera: “..he
hablado con los ministros (interventores) sobre el armamento que se harán cargo
de pagarlo, tomando para su reembolso ganado del que usted tiene y les servirá
a las estaciones marítimas. También nos
darán estos días 20 quintales de pólvora, y ya pusieron en batería dos de los
cañones tomados en Obligado; los otros fueron fueron a Londres como
trofeos” “Sale don Agustín Almeida -le
escribe el mismo Magariños a Rivera el 24 de junio- para que asociado con la
persona que usted elija en ésa, se haga cargo de conducir lo que quieran mandar
a ésta de lo tomado al enemigo, y según los contratos que fuese conveniente
hacer, porque eso ha parecido más arreglado y expeditivo para ir en armonía…”.
El medio de que los interesados vayan en armonía lo da el ministro
de Hacienda Bejar, escribiéndole a Rivera en esa misma fecha: “Anteriormente he
dicho a usted que la compra del armamento estaba arreglada con los ministros
interventores, los cuales me habían dicho del modo de arreglar ese
negocio….. Ultimamente han dicho que
tomarán ganado para cobrarse su importe…..
Para el mejor desempeño en la remisión de cueros, ganado y demás frutos
tomados en el territorio que ocupaba el enemigo, el gobierno ha nombrado un
comisionado, que lo es don Agustín Almeida, quien procederá en unión de otro
que usted nombre. De este modo nos ha
parecido que será más conveniente, y que más pronto vendrán a disposición del
gobierno esos recursos”. Ratificándole
las seguridades de Bejar, le escribe todavía Magariños a Rivera en 5 de julio:
“Ayer se acordó avisar a usted que para cubrir el contrato de armamento, se
debe entregar su valor en cueros y ganado a orden de los ministros y
almirantes”. Con fecha 11 de junio el
ministro Bejar le acusa recibo a Rivera de una remesa de cueros, pero le
encarece nuevas remesas, “porque usted sabe bien nuestro estado y la necesidad de
evitar inconvenientes que puedan presentarse en este asunto”.
Es claro que esto último se refería a las exigencias de los
ministros interventores, como que las remesas de cueros y frutos no debían de
ser muy abundantes. Es que aunque Rivera
hiciese enormes acopios, todo era poco para entretener su sistema de
dilapidaciones. Asediado por los que
iban al olor de sus larguezas; explotado por los que medraban al favor del
desbarajuste que lo caracterizaba, siempre estaba urgido de dinero, que nada
reservaba para sí. A fines de agosto ya
le pedía más dinero al ministro de Hacienda, y éste al remitírselo no podía
menos que pedirle el informe sobre cueros “con los documentos que puedan
ilustrar el particular”. Así entretenían
la intervención y la guerra los ministros interventores de Gran Bretaña y
Francia, cuando el repentino arribo del comisario británico Thomas S. Hood
comenzó a imprimirle nuevo giro a la cuestión del Río de la Plata.
Referencias
(1) Véase El Comercio del Plata del 10 de febrero.
(2) Véase este parte del almirante Inglefield que transcribió La
Gaceta Mercantil del 8 de enero de 1847, del Morning Herald del 12 de setiembre
de 1846. Parte del general Mansilla y
carta del capitán Alzogaray en La Gaceta Mercantil del 9 de febrero de 1846. El Nacional y El Comercio del Plata de
Montevideo, al referirse al combate de San Lorenzo, silenciaban las averías y
pérdidas que sufrió el convoy; pero es lo cierto que muchos de los barcos
mercantes quedaron inútiles, y que el Dolphin y Expeditive no pudieron después
continuar sus servicios sino a costa de serias refacciones.
(3) Parte del teniente Austen del Alecto al capitán Hotham,
transcripto en La Gaceta Mercantil; idem de Virto a Mansilla.
(4) Este parte se publicó en el Morning Herald de Londres del 12
de setiembre de 1846. Véase los partes
de Mansilla, Thorne y Santa Coloma, relativos a estos cuatro combates, en la
Gaceta Mercantil del 14 de mayo de 1846.
Véase también las cartas de los marinos ingleses y franceses, tomadas
con la correspondencia de pailebot Federal, y en las que éstos sienten la
necesidad de aumentar sus fuerzas marítimas contra la Confederación, y
descubren todos los descalabros y pérdidas que sufrió en San Lorenzo la
expedición mercantil de los aliados.
(5) Véase la Gaceta Mercantil del 2 de mayo de 1846. La muerte del guardiamarina Wardlaw dio tema
a El Comercio del Plata para un romance heroico, en el que los soldados
argentinos aparecían como asesinando a ese oficial poco menos que a mansalva.
(6) Decreto de 1º de mayo de 1846.
(7) Correspondencia tomada a los aliados juntamente con el
pailebot Federal. Véase la Gaceta
Mercantil del 2 de mayo de 1846.
(8) Estos partes los transcribió La Gazeta Mercantil del 8 de
enero de 1847, del Morning Herald de Londres de 12 de setiembre de 1846. Parte oficial de Mansilla en la Gaceta
Mercantil del 12 de junio de 1846. Véase
El Comercio del Plata del 3 y 4 de junio de 1846 y lo que al respecto dice
Bustamante (equivocando el combate de San Lorenzo con el de Quebracho) en su
libro los Errores de la Intervención, página 114.
(9) Esta protesta se insertó en El Nacional de Montevideo de 17 de
enero de 1846.
Fuente
Saldías, Adolfo – Rozas y el Brasil – Ed. Americana – Buenos Aires
(1945)
Turone, Oscar A. – Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Agradecemos la colaboración de www.revisionistas.com.ar