Cacahual, el 7 de diciembre de 1989.
DISCURSO DEL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ EN ACTO DE DESPEDIDA DE DUELO DE LOS INTERNACIONALISTAS CAIDOS DURANTE EL CUMPLIMIENTO DE HONROSAS MISIONES MILITARES Y CIVILES
(Fragmentos)
Fue siempre de profunda significación para todos los cubanos la fecha memorable en que cayó, junto a su joven ayudante, el más ilustre de nuestros soldados, Antonio Maceo. Sus restos yacen aquí, en este sagrado rincón de la patria.
Al escoger esta fecha para dar sepultura a los restos de nuestros heroicos combatientes internacionalistas caídos en diversas partes del mundo, fundamentalmente en África, de donde vinieron los antepasados de Maceo y una parte sustancial de nuestra sangre, el 7 de diciembre se convertirá en día de recordación para todos los cubanos que dieron su vida no solo en defensa de su patria, sino también de la humanidad. De este modo, el patriotismo y el internacionalismo, dos de los más hermosos valores que ha sido capaz de crear el hombre, se unirán para siempre en la historia de Cuba.
Creía el enemigo imperialista que ocultaríamos las bajas en Angola, la misión más prolongada y compleja que cumplió ya 14 años, como si fuera una deshonra o una mancha para la Revolución. Soñaron durante mucho tiempo que fuera inútil la sangre derramada, como si pudiera morir en vano quien muere por una causa justa. Más si solo la victoria fuese el vulgar rasero para medir el valor del sacrificio de los hombres en sus justas luchas, ellos regresaron además con la victoria.
Los espartanos decían: Con el escudo o sobre el escudo. Nuestras tropas victoriosas regresaron con el escudo.
Mas no es nuestra intención en este solemne instante vanagloriarnos de nuestros éxitos, ni humillar a nadie, ni siquiera a los que fueron nuestros adversarios. Nuestro país no buscaba glorias ni prestigios militares. Siempre se aplicó rigurosamente el principio de alcanzar los objetivos con el menor sacrificio de vidas posibles; para ello se requería ser fuertes, actuar con el máximo de sangre fría y estar siempre, como siempre estuvimos, dispuestos a todo.
Cada combatiente sabía que detrás de él estaba el país entero; sabía también que la vida y la salud de cada uno de ellos era preocupación constante de todos nosotros.
No hubo causa justa del África que no contara con el apoyo de nuestro pueblo. Che Guevara, acompañado de un grupo numeroso de revolucionarios cubanos, combatió contra mercenarios blancos al este del actual Zaire, y hoy, en la República Saharauí, médicos y maestros prestan sus generosos y desinteresados servicios a ese pueblo en combate por su libertad.
En breves años se escribió una brillante página de solidaridad, de la cual nuestro pueblo se siente orgulloso. Así se forjó nuestro gallardo espíritu internacionalista que, con la Revolución socialista, alcanzó sus más altas cumbres.
En todas partes donde estuvieron los internacionalistas cubanos fueron ejemplo de respeto a la dignidad y la soberanía del país. La confianza ganada en el corazón de esos pueblos no es casual, fue fruto de su intachable conducta. Por ello, en todas partes quedó el recuerdo de nuestro ejemplar desinterés y altruismo.
No es precisamente sobre la lucha antimperialista ni sobre los principios del internacionalismo que se habla hoy en la mayoría de esos países [se refiere a los países del llamado en aquella época campo socialista]. Ni siquiera esas palabras se mencionan en su prensa. Tales conceptos están virtualmente borrados allí del diccionario político. En cambio, los valores del capitalismo están cobrando inusitada fuerza en esas sociedades.
Capitalismo significa intercambio desigual con los pueblos del Tercer Mundo, exacerbación del egoísmo individual y del chovinismo nacional, el imperio de la irracionalidad y la anarquía en la inversión y la producción, sacrificio despiadado de los pueblos a leyes ciegas en la economía, el imperio del más fuerte, la explotación del hombre por el hombre, el sálvese quien pueda. El capitalismo en el orden social implica muchas cosas más: prostitución, droga, juego, mendicidad, desempleo, desigualdades abismales entre los ciudadanos, agotamiento de los recursos naturales, envenenamiento de la atmósfera, de los mares, de los ríos, de los bosques y, de modo especial, saqueo de las naciones subdesarrolladas por los países capitalistas industrializados. En el pasado significó colonialismo y en el presente la neocolonización de miles de millones de seres humanos mediante métodos económicos y políticos más sofisticados, pero también menos costosos, más efectivos y despiadados.
El capitalismo, su economía de mercado, sus valores, sus categorías y sus métodos no pueden ser jamás los instrumentos para sacar al socialismo de sus actuales dificultades y rectificar los errores que hubieran podido cometerse. Buena parte de esas dificultades surgieron no solo de los errores, sino también del bloqueo riguroso y del aislamiento a que fueron sometidos los países socialistas por parte del imperialismo y las grandes potencias capitalistas que monopolizaban casi todas las riquezas y las tecnologías más avanzadas del mundo, producto del saqueo de las colonias, la explotación de su clase obrera y el robo masivo de cerebros a países que estaban por desarrollarse.
Guerras devastadoras, que costaron millones de vidas y la destrucción de la inmensa mayoría de los medios productivos acumulados, fueron desatadas contra el primer Estado socialista. Como ave Fénix, este tuvo que surgir más de una vez de sus cenizas y prestó servicios tales a la humanidad como derrocar al fascismo e impulsar decisivamente el movimiento de liberación de los países todavía colonizados. Todo eso se quiere olvidar hoy.
Es repugnante que muchos se dediquen ahora, en la propia URSS, a negar y destruir la hazaña histórica y los méritos extraordinarios de ese heroico pueblo. Esa no es forma de rectificar y superar los incuestionables errores cometidos en una revolución que nació de las entrañas del autoritarismo zarista, en un país inmenso, atrasado y pobre. No es posible tratar de cobrarle ahora a Lenin el precio de haber hecho la revolución más grande de la historia en la vieja Rusia de los zares.
La destrucción sistemática de los valores del socialismo, el trabajo de zapa llevado a cabo por el imperialismo, unido a los errores cometidos, han acelerado el proceso de desestabilización de los países socialistas en Europa oriental. La política diferenciada con cada país y la idea de minar desde dentro al socialismo, fue la estrategia largo tiempo elaborada y aplicada por Estados Unidos.
El imperialismo y las potencias capitalistas no pueden disimular su euforia ante los acontecimientos. Están persuadidos, no sin fundamento, de que a estas horas el campo socialista virtualmente ya no existe. En algunos de esos países de Europa oriental hay actualmente equipos completos de norteamericanos, incluyendo asesores del Presidente de Estados Unidos, programando el desarrollo capitalista.
Se ha proclamado que el socialismo debía perfeccionarse. Nadie puede oponerse a este principio que es inherente y de constante aplicación a toda obra humana. ¿Pero es acaso abandonando los más elementales principios del marxismo-leninismo que puede perfeccionarse el socialismo? ¿Por qué las llamadas reformas tienen que marchar en un sentido capitalista? Si tales ideas tuviesen un carácter revolucionario, como algunos pretenden, ¿por qué reciben el apoyo unánime y exaltado de los dirigentes del imperialismo?
En insólita declaración, el Presidente de Estados Unidos se calificó a sí mismo como defensor número uno de las doctrinas que actualmente se aplican en muchos países del campo socialista.
Jamás en la historia una idea verdaderamente revolucionaria habría recibido el apoyo entusiasta del jefe del imperio más poderoso, agresivo y voraz que ha conocido la humanidad.
Consideramos que la revolución no se puede importar ni exportar; un Estado socialista no se puede fundar por inseminación artificial o simple trasplante de embriones. La revolución necesita las condiciones propicias para ello en el seno de la propia sociedad, y solo cada pueblo puede ser su propio creador. Estas ideas no están reñidas con la solidaridad que los revolucionarios pueden y deben brindarse entre sí. La revolución es, igualmente, un proceso en que se puede avanzar o retroceder; que, incluso, se puede frustrar. Pero un comunista, ante todo, tiene que ser valiente y revolucionario. El deber de los comunistas es luchar en cualquier circunstancia, por adversa que sea. Los comuneros de París supieron luchar y morir defendiendo sus ideas. Las banderas de la revolución y el socialismo no se entregan sin combatir. Rendirse es de cobardes y de gente desmoralizada, no de comunistas ni de revolucionarios.
En Cuba llevamos a cabo nuestro proceso de rectificación. Sin un partido fuerte, disciplinado y respetado, es imposible desarrollar una revolución o una rectificación verdaderamente socialista. No es posible llevar a cabo semejante proceso calumniando al socialismo, destruyendo sus valores, desprestigiando al Partido, desmoralizando la vanguardia, renunciando a su papel dirigente, liquidando la disciplina social, sembrando el caos y la anarquía en todas partes. Así se puede promover una contrarrevolución, pero no cambios revolucionarios.
El imperialismo yanki piensa que Cuba no podrá resistir y que la nueva situación surgida en el campo socialista le permitirá doblegar inexorablemente a nuestra Revolución.
Cuba no es un país donde el socialismo llegó tras las divisiones victoriosas del Ejército Rojo. En Cuba, el socialismo lo forjamos los cubanos en auténtica y heroica lucha. Treinta años de resistencia al más poderoso imperio de la tierra que quiso destruir a nuestra Revolución, dan testimonio de nuestra fortaleza política y moral.
Los que estamos en la dirección del país no somos un grupo de advenedizos inexpertos, recién llegados a cargos de responsabilidad. Salimos de las filas de los viejos luchadores antimperialistas de la escuela de Mella y de Guiteras, de las filas del Moncada y del "Granma", de la Sierra Maestra y de la lucha clandestina, de Girón y de la Crisis de Octubre, de 30 años de resistencia heroica a la agresión imperialista, de grandes hazañas laborales y de gloriosas misiones internacionalistas. Hombres y mujeres de tres generaciones cubanas se reúnen y asumen responsabilidades en nuestro aguerrido Partido, en la organización de nuestra maravillosa vanguardia juvenil, en nuestras poderosas organizaciones de masas, en nuestras gloriosas Fuerzas Armadas Revolucionarias y en nuestro Ministerio del Interior.
En Cuba, Revolución, socialismo e independencia nacional, están indisolublemente unidos.
A la Revolución y al socialismo, debemos hoy todo lo que somos. Si a Cuba regresara alguna vez el capitalismo, nuestra independencia y soberanía desaparecerían para siempre, seríamos una prolongación de Miami, un simple apéndice del imperio yanki, el cumplimiento de aquella repugnante profecía de un presidente de Estados Unidos en el siglo pasado cuando pensaban anexar nuestra isla y dijo que esta caería en manos de ese país como una fruta madura. Para impedirlo hoy, mañana y siempre, habrá todo un pueblo dispuesto a morir. De nuevo cabe repetir aquí ante su propia tumba la frase inmortal de Maceo: "quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha".
Los comunistas cubanos y los millones de combatientes revolucionarios que integran las filas de nuestro heroico y combativo pueblo, sabremos cumplir el papel que nos asigne la historia, no solo como primer Estado socialista en el hemisferio occidental, sino también como inclaudicables defensores en primera línea de la noble causa de los humildes y explotados de este mundo.
Estos hombres y mujeres a los que hoy damos honrosa sepultura en la cálida tierra que los vio nacer, murieron por los más sagrados valores de nuestra historia y de nuestra Revolución.
Ellos murieron luchando contra el colonialismo y el neocolonialismo.
Ellos murieron luchando contra el racismo y el apartheid.
Ellos murieron luchando contra el saqueo y la explotación de los pueblos del Tercer Mundo.
Ellos murieron luchando por la independencia y la soberanía de esos pueblos.
Ellos murieron luchando por el derecho al bienestar desarrollo de todos los pueblos de la tierra.
Ellos murieron luchando para que no existan hambrientos, mendigos, enfermos sin médicos, niños sin escuelas, seres humanos sin trabajo, sin techo, sin alimento.
Ellos murieron para que no existan opresores y oprimidos; explotadores ni explotados. .
Ellos murieron luchando por la dignidad y la libertad de todos los hombres.
Ellos murieron luchando por la verdadera paz y seguridad para todos los pueblos.
Ellos murieron por las ideas de Céspedes y Máximo Gómez.
Ellos murieron por las ideas de Martí y Maceo.
Ellos murieron por las ideas de Marx, Engels y Lenin.
Ellos murieron por las ideas y el ejemplo que la Revolución de Octubre expandió por el mundo.
Ellos murieron por el socialismo.
Ellos murieron por el internacionalismo.
Ellos murieron por la patria revolucionaria y digna que es hoy Cuba.
¡Sabremos ser capaces de seguir su ejemplo!
Para ellos: ¡Gloria eterna!
¡Socialismo o Muerte!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
Publicado en Debate Socialista