"Los mediocres son los inventores de las palabras prudencia,
exageración, ridiculez y fanatismo". María Eva Duarte de Perón. Evita .
“LOS TIBIOS ME DAN NÁUSEAS”
-parte III
JOSÉ PABLO FEINMANN. Fragmento del Ensayo Peronismo (2008)
Uno nunca sabe si da en el clavo o no. Ante todo, porque no sabe dónde está ni cuál es el clavo. Después, un escritor escribe para sí. Porque le gusta. Porque es su profesión. Lo que ama. Y hasta lo único o, al menos, lo mejor que sabe hacer en la vida. Luego viene lo demás. Pero si uno toma en serio eso que dicen que dijo García Márquez: “escribo para que me quieran”, ¡mejor que olvide escribir sobre el peronismo!
El texto es –una vez más– un fragmento del guión de Eva Perón. También tiene una función estética. Es el momento en que vamos al cine. Propongo verlo así: el ensayo se detiene, se apagan las luces y se proyecta el fragmento de una película. El tema, ahora, es la dialéctica entre revolución y autoritarismo. El peronismo siempre podrá decir: fuimos autoritarios para poder hacer lo que hicimos. Y siempre se le podrá responder: ¿era necesario ese autoritarismo sólo para ciertas reformas necesarias que no configuraban una revolución? ¿O el autoritarismo estuvo al servicio de la ambición de poder, del silenciamiento de los otros, de la pasión represiva? ¿Cuándo se justifica el autoritarismo? ¿O tal vez no se justifique nunca? Si se lo ejerce, ¿a qué causa deberá servir, a una mera reforma o a una revolución? Escuchemos:
EVITA Y COOKE: DICTADURA Y REVOLUCIÓN
(El tema alrededor del autoritarismo que se aprestan a tratar Evita y John William Cooke se desata a raíz del cierre del diario La Prensa. Evita arregla con Apold que se haga un pacto con los distribuidores y se consiga que éstos no distribuyan más ese diario.
Pero hay que defender la medida en el Congreso de la Nación. Para eso lo convoca a Cooke –a quien Apold califica de “comunista”–. El 16 de marzo de 1951, Cooke realiza una exposición magistral acerca del poder de los medios en un país sometido a los poderes internos de la oligarquía y a los externos del imperialismo y, sobre todo, de sus empresas.
Tomé el texto de un libro que el Sindicato de Luz y Fuerza habrá publicado alrededor de 1972. Su título: “La Prensa ”: cien años contra el país. Se leyó impetuosamente en esos días. Yo lo voy a citar del guión de Eva Perón, en el que figura más extensamente que en el film: si se filmaba todo lo que dice Cooke en el guión publicado se iba media película. La publicación de ese guión no tuvo sólo una finalidad cinematográfica, para estudiantes de cine, sino también ideológica. Por este motivo el texto de Cooke se publicó con mayor desarrollo.
Hoy contamos con una muy buena edición de Colihue: John William Cooke: Obras completas, Buenos Aires, 2007.
La compilación es de Eduardo Luis Duhalde, el compañero de lucha y militancia de Rodolfo Ortega Peña, con el que escribió varios libros que publicó en la Editorial Sudestada.
El primer tomo se centra en la acción parlamentaria de Cooke y el discurso en favor del cierre de La Prensa figura en la p. 397 del tomo I. 18. Interior Cámara de Diputados – Día John William Cooke está en posesión de la palabra. Se lo ve apasionado, con algún sudor, gordo y excepcionalmente vital.
Cooke: El diario La Prensa , el diario de la United Press , de la Sociedad Rural , el diario de la vieja, obstinada y rencorosa oligarquía argentina ha impedido o demorado todas las reivindicaciones proletarias en América latina. Este es nuestro planteo, el único, el planteo revolucionario. No nos interesan las cuestiones gremiales. Nosotros con los nuestros, con la clase obrera, y La Prensa con los suyos: con sus aliados de adentro y de afuera del país. ¿Y quiénes son, señores, los aliados de La Prensa , quiénes son los que hoy se rasgan las vestiduras en nombre de la libertad de prensa?
Son las grandes cadenas periodísticas, las agencias noticiosas capitalistas, ¡los diarios que están en manos de los propietarios de minas de cobre o de estaño, de las grandes plantaciones, de todas las compañías imperialistas con ramificaciones en América latina!
Murmullos en las distintas bancadas. Cooke sabe que su discurso es “fuerte”, pero se lo ve absolutamente convencido de lo que dice.
Cooke: La “prensa grande”, señores, la prensa poderosa está en el mundo de los trusts. Está en manos de unos pocos propietarios vinculados a las altas finanzas y a los grandes negocios. De este modo, señores, cuando ellos invocan y claman por la libertad de prensa, claman solamente por el derecho del imperialismo a acentuar la monstruosa desigualdad que existe entre países opresores y países oprimidos. Nosotros creemos, sí, en la libertad de prensa, en la libertad de la prensa independiente, de la equivocada y de la que está en la verdad, pero en lo que no creemos es en el derecho de las empresas mercantiles capitalistas para procurar que los resortes del Estado se pongan al servicio de sus intereses. Y no creo, señores, que la cadena Hearts sea una cadena de prensa libre o que la cadena Scripps Howard con sus 19 diarios y todas sus filiales constituya una expresión del pensamiento libre en materia periodística. ¡Es la libertad de ellos la que defienden cuando hablan de libertad de prensa! ¡La libertad de los monopolios!
El diario La Prensa , señores, es apenas un secuaz nacional del mercantilismo capitalista, de los monopolios que nos oprimen. Por eso, señores, y para terminar, voy a ser absolutamente claro: nosotros estamos contra La Prensa. Sea cual sea la resolución legal del conflicto en nada variará esta cuestión: somos enemigos de La Prensa y La Prensa es nuestra enemiga. Nada más.
No se oye ningún aplauso. Cooke sabe que su discurso ha sido intolerable para sus enemigos y sabe, también, que los peronistas no se atreven a asumirlo.
Corte.
Evita cita a Cooke en su despacho de la Fundación. En broma le dice que es más comunista que Stalin. ¿No tendrá razón Apold? Luego le da las gracias. “Nadie lo hubiera hecho mejor.” Volvemos al guión.
Cooke (defendiendo la libertad que le permitió armar su discurso, sin la supervisación de nadie): Para ser claro: no creo que sea bueno pedirles permiso todo el tiempo a los que mandan. Ni siquiera alguien como usted, señora, a quien yo respeto tanto.
Evita: Tenés una idea rara del respeto vos.
Cooke: A veces lo identifico con la desobediencia. Nunca con la sumisión.
Evita: Te va a ir mal en el peronismo entonces. Es un movimiento de adulones y alcahuetes. Y yo tengo mucho que ver en eso. Me revienta que no piensen como yo. (Con alguna ironía.) ¿No tendrán razón los contreras? ¿No seré una dictadora?
Cooke: Nuestros enemigos se llenan la boca con la palabra democracia, pero si nos llegan a derrocar... no creo que sean muy democráticos con nosotros.
Evita sonríe. Cooke continúa fumando, como si pensara cuidadosamente lo que está por decir.
Cooke: Señora, la noche que cenamos en el Pedemonte le dije que su amigo Apold y yo tenemos poco en común. Quiero dejar algo muy en claro sobre la cuestión de La Prensa. Apold y yo coincidimos en querer cerrar La Prensa. Pero Apold quiso hacerlo porque quiere que el peronismo sea una dictadura. Yo quiero que el peronismo sea una revolución. Ahora usted me pregunta si no será una dictadora, como dicen sus enemigos. Escúcheme bien, señora: si una dictadura es una revolución... se justifica. Si no es una revolución..., entonces es una dictadura y nada más. Apenas eso.
Evita lo mira. No responde. Cooke apaga su cigarrillo.
Primer plano de Evita: ha recibido hondamente la frase de Cooke.
Se trata de la única escena del film que Evita no cierra con alguna frase suya. Cooke la deja en silencio. El planteo es rigurosamente marxista-leninista. Marx decía que su único aporte era el de la “dictadura del proletariado”. Lenin, en El Estado y la revolución, dice que la Comuna de París fue la dictadura del proletariado en acción.
Sobre esto insistirá Engels. Cooke es terminante: si usted está dispuesta a llegar hasta el final, a hacer una revolución, con todo lo que esto implica (un cambio en la tenencia de la tierra, sobre todo) se justifica la dictadura. Si no, la dictadura es sólo eso y queda en mano de los Apold.
Pareciera que en su último texto, cercana a morir, Evita entiende el planteo de Cooke. “Existen en el mundo (escribe) naciones explotadoras y naciones explotadas (...). Detrás de cada nación que someten los imperialismos hay un pueblo de esclavos, de hombres y mujeres explotados” (Eva Perón, Ibid., p. 40). Recurre a citas de las Escrituras que modifica de acuerdo con lo que quiere expresar: “Ellos, que hablan de la dulzura y del amor, se olvidan que Cristo dijo: ‘Fuego he venido a traer sobre la tierra y qué más quiero si no que arda’” (Ibid., p. 38).
Ataca a la oligarquía (además de las jerarquías eclesiásticas y las Fuerzas Armadas): “Es necesario que los hombres y mujeres del pueblo sean siempre sectarios y fanáticos y no se entreguen jamás a la oligarquía (...). Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darles jamás: nuestra libertad” (Ibid., ps. 61/62). Y por fin este texto con tantas resonancias actuales: “El arma de los imperialismos es el hambre. Nosotros, los pueblos, sabemos lo que es morir de hambre. El talón de Aquiles del imperialismo son sus intereses. Donde esos intereses del imperialismo se llamen “petróleo” basta para vencerlo con echar una piedra en cada pozo. Donde se llame cobre o estaño basta con que se rompan las máquinas que los extraen de la tierra o que se crucen de brazos los obreros explotados. ¡No pueden vencernos! (...) Ya no podrán jamás arrebatarnos nuestra justicia, nuestra libertad, nuestra soberanía. Tendrían que matarnos a uno por uno a todos los argentinos y eso ya no podrán hacerlo jamás” (Ibid., p. 42. Bastardillas mías). Moriría pocos días después. Sus funerales serían imponentes. El pueblo la lloraría con una devoción que nadie, hombre o mujer, convocó en este país. Más allá del “circo” y del “show” con que la ópera rock califica sus funerales, más allá de la obsecuencia, de la grandiosidad fascistoide de esos hombres en camisa blanca arrastrando la cureña, el pueblo pobre sintió que le arrancaban algo entrañable de su alma. Que se les iba una defensora feroz de sus derechos. Que ahora les sería más sencillo a sus enemigos avasallarlos. Que se quedaban solos.
Esa frase de Eva, tendrían que matarnos a uno por uno a todos los argentinos, se cumplió. No mataron a todos. Porque muchísimos, demasiados, fueron sus asociados civiles, sus cómplices o los que pasivamente aceptaron, ignoraron, festejaron el Mundial, se volvieron patriotas con Malvinas. Los que no quisieron saber aunque sabían: un ejercicio psicológico notable. Pero sí, Eva tenía razón: mataron a uno por uno. Vale decir, a todos los que pudieran expresar un proyecto diferenciado al de la oligarquía agraria, al de los grupos financieros, al de casta eclesiástica. Los mataron los militares.
Uno a uno. Los buscaron. Buscaron a los milicianos y a todos los perejiles de superficie que habían soñado, basándose en la vieja utopía del primer peronismo y en la figura combativa de Eva Perón o de hombres como John William Cooke, y los hicieron desaparecer. Eva ni imaginó una catástrofe semejante. Conocía el odio oligárquico-militar. Pero nadie, ni ella ni nadie, imaginaba la amplitud, la furia vengativa, castigadora y cruel de ese odio. “Todo es militar en este mundo nuestro (escribe). Yo no diría una sola palabra si las fuerzas armadas fuesen instrumentos fieles al pueblo. Pero no es así: casi siempre son carne de la oligarquía” (Mi mensaje, Ibid., p. 46).