martes, mayo 07, 2013

#EvaPerón94Años A propósito de "neutrales", "tibios" y "fanáticos" (parte 2) #EvaEterna


"Los mediocres son los inventores de las palabras prudencia, 
exageración, ridiculez y fanatismo". María Eva Duarte de Perón. Evita .

“LOS TIBIOS ME DAN NÁUSEAS”  
-parte II

JOSÉ PABLO FEINMANN. Fragmento del Ensayo Peronismo (2008)

Volvamos a Eva. Nosotros estamos en 1951. El panorama era otro. La Argentina, también. Creo que el texto que cité marca hasta dónde el peronismo quería llegar. No quería darles el poder a los obreros. No quería reformar el régimen de tenencia de la tierra. No quería expropiar a los patrones. Acaso –es una hipótesis– Eva pensara que habría de ser posible presionar y negociar y siempre habría de poderse obtener lo que los obreros necesitaban.
Seamos claros: para que la clase obrera hiciera realidad los sueños que Evita planteó no era necesaria (en 1951) ninguna revolución.
Hoy sí. Hoy, y no digo nada que no sepa cualquiera, para aumentar más allá de un 30% la participación de los obreros en la renta nacional, para que todos puedan educar a sus hijos, tener casa propia, comprar “esto y aquello” e “ir a veranear” hay que hacer una revolución. ¡El universo agrario le declara la guerra a este gobierno por unas retenciones! ¡Por unas retenciones! Imaginen si viene una Eva Perón y les plantea que hay que poner plata para construir viviendas para los obreros. O para que tengan casa propia. O puedan ir a veranear. ¿Cuánto habría que retener de las superganancias agrarias para poder construir viviendas para los pobres y asegurarles la educación de sus hijos? Hoy, esa medida sería considerada una simple y llana expropiación.
Los diarios de la derecha perderían su rostro democrático y denunciarían un complot comunista que no demoraría en transformarse en apoyo a los planes del terrorismo internacional. No, señores: lo único que habría que hacer son casitas para los pobres. ¿No les sobra algo de guita para eso? ¿No pueden ganar un poco menos? Pedirle a un capitalista que gane menos es como pedirle a Jack el Destripador que deje de matar. Jack, en efecto, dejó de matar, pero desapareció. El capitalista (agrario, sobre todo) diría: si nosotros dejamos de ganar también. No, no se les pide que dejen de ganar, se les pide que ganen menos.
Si ganan menos se podrían hacer las casitas que tanto amaba Eva haber dado a los suyos y las escuelas. Los propietarios de hoy, los poderosos señores de la Argentina, el verdadero poder de este país, diría: si nosotros ganamos menos las ganancias (que cedemos) se las queda el gobierno y no hace las casitas ni las escuelas. La plata, al final, se la queda la corrupción. Y es cierto: no es un argumento baladí. En suma, si hubiera una cesión de las superganancias para posibilitar planes de vivienda y educación para los carenciados, la utilización de esos fondos debiera ser controlada por entes o personas ajenos a cualquier gobierno. Se dirá: el gobierno los compraría. Puede ser, pero así la cosa no tiene fin. Podríamos concluir que la creatura humana es detestable y dejar todo como está.

Volvemos: Eva plantea educación, vivienda propia, veraneo, crianza eficaz de los hijos y comprar una que otra cosa, nunca nada insuficiente ni excesivo: lo necesario. Ese es el sueño peronista en las palabras de Eva Perón. Que este país (en 1951) sueñe ese sueño le parece la más grande de las felicidades. Y en seguida la desmesurada invocación a Perón: “Eso sólo bastaría para que todo el bronce y el mármol del mundo no nos alcanzara a los argentinos para erigir el monumento que le debemos al general Perón”. Eva, convengamos, solía desbordarse cuando se le daba por elogiar al general. Le brotaba todo el radioteatro que llevaba encima. (Hoy que, creo, andan a las vueltas con el monumento a Perón, recuerden la frase de Eva: no alcanzan ni todo el bronce ni el mármol del mundo. Ante la imposibilidad de semejante tarea acaso haya que desistir de la idea. ¿No son horribles los monumentos? El tipo queda ahí, petrificado en una pose o en un gesto.
Como si sólo hubiese hecho eso en su vida. Condenado a la cosificación extrema. Pasa a ser un mero punto de referencia geográfico: “Te espero en el café que está frente al monumento a Florencio Porlenes”. O parte de un paisaje que ya nadie ve. Uno no “ve” un monumento. Sabe que está ahí. Y si lo “ve” no piensa en el tipo que está ahí enchapado. Si uno ve el monumento a Alberdi no piensa en Alberdi. Para mí, por ejemplo, Alberdi es una presencia viva. No es un cacho de fierro que adelanta una pierna, atrasa la otra y tiene una mano en gesto de “te estoy hablando”. 




Además, se sabe, está la cuestión cruel de las palomas. Que las palomas lo caguen a Roca me parece un acto de justicia histórica. Cagó a tantos Roca que es justo que las palomas ejerzan ese acto de venganza. Pero me duele verlo todo cagado a Alberdi, que no cagó a nadie. Y hasta a Sarmiento, que cagó a medio mundo pero fue un grande. Desde este punto de vista, acaso Perón se merezca el monumento. Habría que ver hasta qué punto las palomas lo respetan o no: sería un juicio histórico no desdeñable.)
El punto teórico central que tenemos que elucidar es: ¿llegaba hasta ahí (en 1951) el proyecto peronista? Insisto: no hay que juzgarlo desde hoy. Hay que analizarlo desde las posibilidades que tenía la sociedad argentina en 1951 y, sobre todo, analizar el tipo de obrero que fue el obrero peronista que forjó. El texto de Eva (y es más decisivo por ser ella la que representaba las exigencias “de máxima”, el ala jacobino-plebeya del movimiento) define al peronismo como un movimiento que se propone negociar con el poder pero no tomarlo, no expropiarlo. Un movimiento capitalista humanitario y distribucionista. Y al obrero peronista como el feliz destinatario de esa negociación. Se negociaba para la felicidad de los obreros. Todo el fuego de Eva, toda su furia, toda su fraseología antioligárquica apuntaba a eso: el bienestar de la clase obrera, su dignificación, su respeto dentro de la sociedad capitalista. Seguridad en su trabajo, abogados, sindicatos, estatuto para los peones de campo, vacaciones, felicidad. “Es que el nuestro es un pueblo feliz”, dice.
Notemos cómo arma el razonamiento: pone dos polos, la Argentina y el resto de los pueblos. Nuestro pueblo puede soñar. Los otros viven en una “hora incierta de la humanidad”. Importa señalar que para conseguir esto (que, desde una perspectiva clasista, trotskista o marxista-leninista, sería totalmente precario, dado que el peronismo habría dejado en pie “todas las estructuras que habrían de voltearlo”) fueron necesarios enfrentamientos terribles que despertaron un odio feroz. Pocos gobiernos fueron tan odiados como el primer gobierno peronista. Ningún gobierno hizo más en beneficio de los humildes.

De modo que si esa visión de Eva, que puede parecer bucólica, ingenua, poco jacobina, poco combativa, despertó los enfrentamientos, la sangre, los bombardeos y hasta determinó la proscripción del partido peronista y de su líder durante 18 años, ¡qué no habría despertado algo más combativo! Creo que sólo la dictadura militar de los 30.000 desaparecidos reveló a los argentinos que quieran verlo el verdadero odio de los sectores dominantes de este país. Ese odio siempre estuvo. Ese odio se condensó en la frase “Viva el cáncer”. Pero incluso ahí sólo mostró una de sus caras. Mostró una más real el 16 de junio de 1955, con los bombardeos. Eso costó hacerles casitas a los obreros, permitirles que educaran a sus hijos o que fueran a veranear o compraran algunas cosas. ¿Fue necesario entonces el aparato autoritario peronista? A Eva le decían “dictadora” sus enemigos de clase. Le decían de todo en las tertulias, desde ya. Sobre todo yegua y puta, palabras que surgían del infinito machismo de la sociedad argentina y del infinito machismo de las damas de la oligarquía. Y de su odio y de su resentimiento.
Pero, ¿fue una dictadora? ¿Y si ella respondiera que tuvo que serlo para darles a los obreros lo que les dio, tan exagerado para la oligarquía, tan escaso para la izquierda no peronista? Para ilustrar esta cuestión voy a citarme de nuevo. Sé que algunos consideran muy inadecuado esto de citarse uno a sí mismo. 
No lo veo así. ¿Cuál es el problema? Si uno reescribe lo que ya escribió le dicen que se repite. Si lo cita le dicen que es un petulante autocomplaciente. Y bueno, si uno escribe buscando que lo quieran o que lo odien, se equivoca. Nunca va a dar en el clavo. Y va a escribir en exterioridad. Lo que está más allá de mi escritura es lo que la escribe, no el escritor.

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