jueves, enero 26, 2012

Cipayismo en Latinoamérica y Rial: Cuando la frase "A paso de vencedores" fue víctima de los cipayos - Cipayes en Amérique latine et Rial: Quand la phrase "Une passe gagnante» a été victime des Cipayes

Fragmento del libro “Historia de la Nación Latinoamericana”, de Jorge Abelardo Ramos 

Bolívar asumió el gobierno del Perú y adoptó inmediatas medidas para reorganizar el ejército.
 
Nombró a Sucre general en jefe del ejército colombiano-peruano.
"Persuadió a las autoridades eclesiásticas a que diesen la plata labrada del culto; adjudicó al Estado el producto de las propiedades de los que, por haber desertado para servir al enemigo, habían perdido el derecho a la protección del gobierno, estableció impuestos y los hizo cobrar".

Al mismo tiempo, Bolívar suprimía la mita y los repartimientos de indios. Anuló la obligatoriedad del trabajo indígena en las obras públicas, estableciendo que los otros ciudadanos peruanos también debían realizar dichas tareas.
"El corregidor, el cura, el agricultor, el minero, el mecánico, todos y cada uno de ellos eran sus opresores, obligándole a cumplir los contratos más onerosos y fraudulentos".

Asimismo suprimió el derecho de curas y corregidores para el trabajo gratuito de los indios en el servicio doméstico, declarando vigentes las antiguas leyes españolas que los favorecían.
Ordenó la entrega de una porción de tierra a cada indio, anulando la autoridad hereditaria de los caciques.
Otorgó pensiones a los descendientes de la nobleza incaica y protegió a los hijos de Pumacaua. El sentido general de tales medidas es muy claro; sin embargo, todas ellas debían regir en la sociedad peruana lo que habían regido las leyes de Indias en la materia. Para extirpar la servidumbre o semiesclavitud indígena, era preciso aniquilar el régimen de tenencia de la tierra existente aún hoy.

Otorgar jurídicamente derechos a los indios sin eliminar la estructura social (cura, terrateniente, minero y corregidor, como detalla O'Leary) era arar sobre el mar, como en efecto ocurrió. Había que empezar por revolucionar las relaciones de propiedad y coronar la obra por su ornamento jurídico, para que este último reflejase la realidad social y no fuese, como en efecto fue, una máscara burlesca de las intenciones del reformador.

Dice Max Weber que "Federico el Grande odiaba a los juristas porque aplicaban conforme a su criterio formal los decretos inspirados en un sentido material, y con ello servían finalidades perfectamente opuestas a las que él se proponía".44

Debían pasar casi ciento cincuenta años para que la revolución encabezada por el general Velazco Alvarado liberase en 1968 a los indios peruanos. 
44 Max Weber, Historia económica eneral, p. 228, Ed. Fondo de Cultura Económica,* México, 1961.

Es en tal situación política y militar que un general de 29 años de edad, José Antonio de Sucre, enfrenta al ejército español en las montañas de Ayacucho.

Lo acompaña el intrépido general José María Córdoba, que alzando su sombrero blanco de jipijapa en la punta de su espada electriza a sus hombres lanzándose al combate con el grito:
"¡División! ¡De frente! ¡Armas a discreción y paso de vencedores".45

45 Palma, ob. Cit., p. 97.

Menos de cien años más tarde, la tradición histórica se había perdido de tal modo en Perú, como en el resto de América Latina, que los niños peruanos aprendían historia en textos traducidos del francés.

Así pudo ocurrir que muchos peruanos adultos conservaran de la escuela la idea de que el general Córdoba había dicho el día de la célebre batalla: "No haya vencedores", gracias a la deficiente traducción de la frase "Pas de vainqueur", en lugar de "Paso de vencedores".

La versión no es tan increíble si se tiene en cuenta que en nuestro país se consideró durante mucho tiempo mayor signo de cultura conocer una lengua europea, aunque fuera tan mal aprendida como la de ese traductor infiel, que dominar bien la propia.

Así hemos soportado literatos europeizantes e historias simiescas.
  
Ni siquiera cuando la batalla de Ayacucho era un hecho de importancia histórica mundial los traductores de la inteligencia colonial podían concebir que los latinoamericanos marchamos un día a paso de vencedores.

La divisa lanzada por el general Lara al iniciar el combate y que recoge en sus tradiciones Ricardo Palma es menos homérica pero más criolla.
Los hombres de Lara eran hijos de los llanos y "gente cruda". Su general les dirigió antes de la batalla la siguiente arenga: "¡Zambos del carajo! ¡Al frente están los godos puñeteros! El que manda la batalla es Antonio José de Sucre, que como ustedes saben, no es ningún cabrón. Conque así, apretarse los cojones y... ¡a ellos!".

En la misma batalla combatió a lanza, vestida de capitán de caballería con uniforme escarlata, Manuelita Saénz, la magnífica compañera del Libertador.

Al frente de sus tropas, Córdoba trepó "la formidable altura de Cundurcuna, donde se tomó prisionero al Virrey La Serna".

Tenía 25 años, el general Miller contaba 29, Isidoro Suárez 34, el venezolano Silva 32.

Las fuerzas patriotas sumaban 5.780 hombres y los realistas del virrey La Serna, 9.310 soldados.

La victoria americana fue completa.

Cayeron prisioneros el virrey La Serna con todos sus generales, empezando por Canterac y Valdés, con más de 600 oficiales y dos mil hombres de tropa.46

Casi dos mil muertos quedaron sobre el campo de Ayacucho donde concluía el poder español en América.

46 Parte militar de Sucre, en O'Leary. Junín y Ayacucho, p. 196.
  
Los factores políticos de la derrota española habían resultado esenciales. La reacción absolutistas en España les cerraba a los militares constitucionalistas toda esperanza: su triunfo habría sido una ofrenda rendida por los liberales españoles en América a los absolutista que los habían vencido en España.

Por lo demás, el ejército de La Serna concurría a la batalla desmoralizado hasta la médula: la guerra que les había declarado el mercachifle mariscal Olañeta desde el Alto Perú los amenazaba con el pelotón de fusilamiento.
La guerra civil enfrentaba a los españoles en el propio territorio de sus antiguas colonias. Su capitulación y las condiciones generosas ofrecidas por Sucre cerraron el drama.

Pero las consecuencias políticas de Ayacucho irían a profundizar el proceso de fragmentación de los antiguos virreinatos.

La independencia de las provincias del Alto Perú sería su expresión inmediata. 

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