martes, enero 24, 2012

Cipayismo en Latinoamérica y Rial: No podía faltar Jauretche y el "medio pelo"


Fragmento del libro EL MEDIO PELO EN LA SOCIEDAD ARGENTINA
(Apuntes para una sociología nacional)
 Arturo Jauretche
Febrero de 1967.

EL TERCER FRACASO DE LA BURGUESÍA

Esta vez también la burguesía traicionó su destino. Y ahora no fue la burguesía tradicional, ya ligada definitivamente al anti-progreso como expresión del país estático frente al país dinámico, porque el proceso de desarrollo que se cumplió en la etapa 1945-1955 significaba la oportunidad de la aparición de un capitalismo nacional con fines nacionales.
Era el avance hacia una frontera interior de progreso donde todavía el capitalismo tiene un amplio margen de posibilidades y una tarea que cumplir.

También los trabajadores lo comprendían, demandando como precio el ascenso social que ese avance generaba, aceptando los márgenes de capitalización y reclamando sólo una distribución digna de la capacidad del consumo. Sociedad ésta signada por el inmigrante con la voluntad de los ascensos individuales, levantó con el mismo sentido las masas criollas del interior secularmente resignadas a ser marginales de la historia; el movimiento social tuvo así características propias del país, en que se conjugaron la demanda gremial de las reivindicaciones gregarias y la individual afirmación de las posibilidades personales; porque el movimiento social se da en un país de frontera interior en las dos dimensiones que la riqueza en expectativa permite, lo mismo que la fluidez de las situaciones de trabajo, originadas en una economía de expansión.

EL MEDIO PELO Y LA NUEVA BURGUESÍA

A la sombra de esa expansión del mercado interno y el correlativo desarrollo industrial surgió una nueva promoción de ricos, distinta a la de los propietarios de la tierra que venía de las clases medias, y aun del rango de los trabajadores manuales, y se complementaba con una inmigración reciente de individuos con aptitud técnica para el capitalismo.

Pero esta burguesía recorrió el mismo camino que los propietarios de la tierra, pero con minúscula.
Bajo la presión de una superestructura cultural que sólo da las satisfacciones complementarias del éxito social según los cánones de la vieja clase, buscó ávidamente la figuración, el prestigio y el buen tono.

No lo fue a buscar como los modelos propuestos lo habían hecho a París o a Londres. Creyó encontrarla en la boite de lujo, en los departamentos del Barrio Norte, en los clubes supuestamente aristocráticos y malbarató su posición burguesa a cambio de una simulada situación social.

No quiso ser guaranga, como corresponde a una burguesía en ascenso, y fue tilinga, como corresponde a la imitación de una aristocracia.


Eso la hizo incapaz de elaborar su propio ideario en correspondencia con la transformación que se operaba en el país, hasta el punto que los trabajadores tuvieron más clara conciencia del papel que les tocaba jugar a esa clase. Basta leer, después de 1955, la literatura sindical y la de la burguesía —con la sola excepción parcial de la CGE— para verificarlo.

Esta nueva burguesía evadió gran parte de sus recursos hacia la constitución de propiedades territoriales y cabañas que le abrieran el status de ascenso al plano social que buscaba.

Fue incapaz de comprender que su lucha con el sindicato era a su vez la garantía del mercado que su industria estaba abasteciendo y que todo el sistema económico que le molestaba, en cuanto significaba trabas a su libre disposición, era el que le permitía generar los bienes de que estaba disponiendo.

Pero, ¿cómo iba a comprenderlo si no fue capaz de comprender que los chismes, las injurias y los dicterios que repetía contra los "nuevos" de la política o del gremio eran también dirigidos a su propia existencia?
Así asimiló todos los prejuicios y todas las consignas de los terratenientes, que eran sus enemigos naturales, sin comprender que los chistes, las injurias y los dicterios también eran válidos para ella. Como los propietarios de la tierra en su oportunidad, perdió el rumbo.
Pero no se extravió como la vieja clase en los altos niveles del gran mundo internacional. Se extravió aquí nomás, entre San Isidro y La Recoleta, y no la llevaron de la mano los grandes señores de la aristocracia europea, sino unos primos pobres de la oligarquía que jugaron ante ella el papel de vieja clase.
El tema del "medio pelo" es un filón inagotable para humoristas del lápiz y de la pluma. Tanto han "cargado" éstos que parece inexplicable la subsistencia de la actitud que lo caracteriza. Esto revela que se trata de algo más que una de esas modas pasajeras que constituyan las frivolidades de nuestra tilinguería; es que estamos en presencia de un verdadero status correspondiente a un grupo social ya conformado.

Si este grupo social estuviera aislado no tendría importancia y hasta podríamos agradecerle la diversión que nos proporciona su espectáculo; pero lo grave es que ejerce magisterio y se extiende hasta ir absorbiendo la nueva burguesía y parte de la clase media con sus pautas de imitación, con su calcomanía de una supuesta aristocracia, y esto perjudica al país en el momento que reclama una urgente transformación que debe contar con el empuje creador de la clase hija de esa transformación, en riesgo de cometer el mismo error de la burguesía del 80, confundiendo esta vez el oro fix de sus mentores porteños con el oro viejo de los que guiaron a aquellos.

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