Aniversario del asesinato de Rosa
Luxemburgo y Karl Liebknecht
David Arrabalí
Mundo Obrero
Hace
93 años, la noche del 15 de enero de 1919, en Berlín, fue detenida Rosa
Luxemburgo: una mujer indefensa con cabellos grises, demacrada y exhausta. Una
mujer mayor, que aparentaba mucho más de los 48 años que tenía.
Uno
de los soldados que la rodeaban, le obligó a seguir a empujones, y la multitud
burlona y llena de odio que se agolpaba en el vestíbulo del Hotel Eden le
saludó con insultos. Ella alzó su frente ante la multitud y miró a los soldados
y a los huéspedes del hotel que se mofaban de ella con sus ojos negros y
orgullosos. Y aquellos hombres en sus uniformes desiguales, soldados de la
nueva unidad de las tropas de asalto, se sintieron ofendidos por la mirada
desdeñosa y casi compasiva de Rosa Luxemburgo, “la rosa roja”, “la judía”.
Le
insultaron: “Rosita, ahí viene la vieja puta”. Ellos odiaban todo lo que esta
mujer había representado en Alemania durante dos décadas: la firme creencia en
la idea del socialismo, el feminismo, el antimilitarismo y la oposición a la
guerra, que ellos habían perdido en noviembre de 1918. En los días previos los
soldados habían aplastado el levantamiento de trabajadores en Berlín. Ahora
ellos eran los amos. Y Rosa les había desafiado en su último artículo:
“'¡El
Orden reina en Berlín!’ ¡Estúpidos secuaces! Vuestro ‘Orden’ está construido en
arena. Mañana la revolución se “alzará ella misma con un estruendo” y anunciará
con una fanfarria, para vuestro terror: ¡YO FUI, YO SOY, YO SERÉ!”
La
empujaron y golpearon. Rosa se levantó. Para entonces casi habían alcanzado la
puerta trasera del hotel. Fuera esperaba un coche lleno de soldados, quienes,
según le habían comunicado, la conducirían a la prisión. Pero uno de los
soldados se fue hacia ella levantando su arma y le golpeó en la cabeza con la
culata. Ella cayó al suelo. El soldado le propinó un segundo golpe en la sien.
El hombre se llamaba Runge. El rostro de Rosa Luxemburgo chorreaba sangre.
Runge obedecía órdenes cuando golpeó a Rosa Luxemburgo. Poco antes él había
derribado a Karl Liebknecht con la culata de su fusil. También a él le habían
arrastrado por el vestíbulo del Hotel Eden.
Los
soldados levantaron el cuerpo de Rosa. La sangre brotaba de su boca y nariz. La
llevaron al vehículo. Sentaron a Rosa entre los dos soldados en el asiento de
atrás. Hacía poco que el coche había arrancado cuando le dispararon un tiro a
quemarropa. Se pudo escuchar en el hotel.
La
noche del 15 de enero de 1919 los hombres del cuerpo de asalto asesinaron a
Rosa Luxemburgo. Arrojaron su cadáver desde un puente al canal. Al día
siguiente todo Berlín sabía ya que la mujer que en los últimos veinte años
había desafiado a todos los poderosos y que había cautivado a los asistentes de
innumerables asambleas, estaba muerta. Mientras se buscaba su cadáver, un
Bertold Brecht de 21 años escribía:
La
Rosa roja ahora también ha desaparecido.
Dónde
se encuentra es desconocido.
Porque
ella a los pobres la verdad ha dicho.
Los
ricos del mundo la han extinguido.
Pocos
meses después, el 31 de mayo, se encontró el cuerpo de una mujer junto a una
esclusa del canal. Se podía reconocer los guantes de Rosa Luxemburgo, parte de
su vestido, un pendiente de oro. Pero la cara era irreconocible, ya que el
cuerpo hacía tiempo que estaba podrido. Fue identificada y se le enterró el 13
de junio.
En
el año 1962, 43 años después de su muerte, el Gobierno Federal alemán declaró
que su asesinato había sido una “ejecución acorde con la ley marcial”. Hace
sólo doce años que una investigación oficial concluyó que las tropas de asalto,
que habían recibido órdenes y dinero de los gobernantes socialdemócratas,
fueron los autores materiales de su muerte y la de Karl Liebknecht. Rosa
Luxemburgo fue asesinada por las tropas de asalto al servicio de la
socialdemocracia. Junto a ella murió su camarada Karl Liebknecht. Había nacido
el 5 de marzo de 1871. Mucha gente sigue la tradición de la Alemania oriental
de asistir a la manifestación para recordarla, su respeto lo demuestran
depositando claveles rojos en el monumento dedicado a la «Rosa Roja» y a los
socialistas y comunistas que trabajaron por un mundo mejor.”Qué extraordinario
es el tiempo que vivimos”, escribía Rosa Luxemburgo en 1906. “Extraordinario
tiempo que propone problemas enormes y espolea el pensamiento, que suscita la
crítica, la ironía y la profundidad, que estimula las pasiones y, ante todo, un
tiempo fructífero, preñado”. Rosa Luxemburgo vivió y murió en un tiempo de
transición, como el nuestro, en el que un mundo viejo se hundía y otro surgía
de los escombros de la guerra.
Sus
compañeros intentaron construir el socialismo, sus asesinos y enemigos ayudaron
a Adolf Hitler a subir al poder. Hoy, cuando el capitalismo demuestra una vez
más que la guerra no es un accidente, sino una parte irrenunciable de su
estrategia. Cuando los partidos y organizaciones “tradicionales” se ven en la obligación
de cuestionar sus formas de actuar ante el abandono de las masas. Cuando la
izquierda transformadora aboga exclusivamente por el parlamentarismo como vía
para el cambio social. Cuando nos encontramos ante una enorme crisis del modelo
de democracia representativa y los argumentos políticos se reducen al “voto
útil”. Hoy, decimos, Rosa Luxemburgo se convierte en referente indispensable en
los grandes debates de la izquierda.
No es sino su voz la que se escucha bajo
el lema, aparentemente novedoso: “Otro mundo es posible”.
Ella lo formuló con
un poco más de urgencia: “Socialismo o barbarie”. Su pensamiento, su compromiso
y su desbordante humanidad nos sirven de referencia en nuestra lucha para que
este nuevo siglo no sea también el de la barbarie.”