19 de Enero
de 1845 – Aniversario del fallecimiento
José Félix Aldao
Nació en
Mendoza el 11 de octubre de 1785 siendo sus padres, Francisco de Esquivel y
Aldao, porteño (nacido el 23 de octubre de 1752), teniente coronel de los
Reales Ejércitos, Comandante de Armas de la Campaña y de Mendoza y del Fuerte
de San Carlos; y María del Carmen Anzorena, mendocina (hija del general Jacinto
de Anzorena Ponce de León, Corregidor de Cuyo y de Catalina Nieto). Este segundo matrimonio del padre del general
Aldao, tuvo lugar en Mendoza, el 21 de octubre de 1784.
Tomó los
hábitos en el Convento de Predicadores de su ciudad natal, el 6 de junio de
1802, recibiendo las órdenes sagradas en Santiago de Chile en 1806, bajo el
obispado del señor Morán y el patrocinio del padre domínico Velazco, quien le
ayudó a celebrar su primera misa. Más
adelante pasó a su provincia natal, donde se hallaba cuando el general San
Martín empezó a organizar el Ejército de los Andes.
Fray José
Félix Aldao fue dado de alta como capellán del Regimiento 11 de Infantería que
mandaba el coronel Juan Gregorio de Las Heras; siendo el 2º capellán de la 1er
columna expedicionaria que atravesó la Cordillera por el paso de
Uspallata. Su alta en el ejército lleva
fecha de 21 de enero de 1817.
En el combate
de Guardia Vieja, el 4 de febrero de este mismo año, el novel capellán, vencido
por los ardientes impulsos de su naturaleza y de sus pasiones dominantes, tomó
parte en la pelea. Por su comportamiento
en dicho combate, fue recomendado por Las Heras en el parte, por su brava
conducta y por haber rendido personalmente un oficial real, expresando en él
que, antes de marchar el destacamento al combate el fraile domínico Aldao le
había pedido armarse de sable y tercerola y que durante el curso de la acción
primero había empleado su fusil y después “cargó a sable sobre la fuga de los
enemigos”, en cuyas circunstancias hizo prisionero al oficial enemigo, ya
citado (Parte fechado en Juncalillo, el 5 de febrero de 1817).
Se batió con
bizarría en la Cuesta de Chacabuco, el 12 de febrero del mismo año, conquistando
honrosamente la medalla de plata que la Patria otorgó a los vencedores. San Martín decidió entonces incorporarlo en
el Regimiento de Granaderos a Caballo con el grado de teniente que le fue
otorgado con fecha 19 de febrero de 1817.
Se encontró en las acciones de Curapaligüe y Cerro del Gavilán, Costa de
San Vicente (10 de setiembre), combate del 29 de octubre y asalto de
Talcahuano. Se halló en Cancha Rayada y
en Maipú, vistiendo el honroso uniforme de aquel cuerpo, y en la persecución
que siguió a esta última acción, el teniente Aldao alcanzó a un gigantesco
granadero español que se habría paso a filo de sable por entre los enemigos
suyos, y a cada golpe de su brazo armado echaba a rodar por tierra un cadáver
de un soldado patriota. El teniente
Aldao inmediatamente se lanza sobre él, y cuando los compañeros esperaban verle
caer abierto en dos, lo ven parar el tremendo sablazo que le manda el
granadero, hundirle enseguida y revolverle repetidas veces la espada hasta el
puño, en el corazón. Mil vivas fueron la
inmediata recompensa de su temerario arrojo.
El 6 de julio de 1818 le fue acordado el cordón de Maipú.
Hizo la
campaña al Sud de Chile después de Maipú y asistiendo al ataque de
Chillán. Figura honrosamente en el parte
del combate librado en Bío-Bío el 18 de enero de 1819 cerca de Los Angeles, en
que tropas de los Regimientos de Granaderos y Cazadores a Caballo, bajo las
órdenes del coronel Rudecindo Alvarado, batieron a los españoles
completamente. Por sus merecimientos en
esta campaña, Aldao fue promovido a teniente 1º de Granaderos a Caballo con
fecha 23 de junio de 1819.
Formó parte
de las legiones libertadoras que, bajo las órdenes de San Martín, partieron de
Valparaíso el 20 de agosto de 1820 rumbo a las costas del Perú, donde desembarcaban
en la playa de Pisco el 8 de setiembre siguiente. Aldao ya ostentaba las presillas de
capitán. Hizo la primera campaña a la
Sierra, a las órdenes de Arenales, siendo inexacto que se hallara en la batalla
de Pasco, como lo aseveran algunos biógrafos; Arenales organizó una pequeña
división que confió al coronel Francisco Bermúdez y al ya sargento mayor Aldao,
para que cubrieran la retaguardia del cuerpo expedicionario. La división fue organizada en Ica y operó a
distancia considerable del cuerpo principal, lo que impedía una frecuente e
íntima relación entre uno y otro agrupamiento.
Mientras Arenales triunfaba completamente en Pasco, Bermúdez y Aldao se
veían obligados a abandonar su posición, amenazados por fuerzas muy superiores,
que operaban en la costa y la sierra. Se
replegaron sobre esta última, buscando la incorporación al cuerpo principal,
llegando hasta Huancayo, tenazmente perseguidos por fuerzas reales destacadas
desde Lima bajo el comando del coronel Juan A. Prado, además de la hostilización
constante por parte de los naturales.
Pardo alcanzó a Bermúdez y Aldao el 26 de noviembre a 5 leguas de Ica, y
en el choque les mató 14 hombres y les hirió 4, capturándoles 13 prisioneros. Fue en aquel punto que tuvieron noticias del
triunfo de Pasco. Entonces Bermúdez y
Aldao, desobedeciendo las órdenes de Arenales de replegarse a Jauja, evitando
todo encuentro decisivo hasta reunirse con las demás fuerzas patriotas que
operaban entre Tarma, Jauja y Pasco, para volver sobre los realistas que amagaban
por la espalda, se pusieron resueltamente al frente de la insurrección indígena
de Huancayo, logrando organizar una columna de 5.000 indios mal armados, a los
que servía de base un escuadrón de caballería organizado por Aldao y un piquete
de fusileros con tres piezas de artillería.
Alcanzados por el brigadier Ricafort, en la pampa de Huancayo, con 1.300
hombres de las tres armas (29 de diciembre de 1820), fueron completamente
derrotados, no obstante los prodigios de valor que realizó Aldao que se batió
como un león, acreditando en esta acción sus excelentes cualidades
militares.
Con los restos de su pequeño
escuadrón se replegó sobre Jauja, donde desavenido con Bermúdez, se puso a la
cabeza de las fuerzas insurrectas de aquel valle auxiliado eficazmente por el
coronel Francisco de Paula Otero, argentino, que gobernaba la región por
mandato de San Martín. Aldao continuó su
marcha hasta Tarma y se situó en Reyes decidido a sostenerse en el terreno
mientras Ricafort descendía la cordillera por la quebrada de San Mateo,
hostilizada su retaguardia por los indígenas y naturales del país.
En enero de 1821, Aldao, a la cabeza de 260
hombres que había reunido, volvió a Tarma con el ánimo de renovar las
hostilidades, recorriendo el valle de Jauja, reanimando la insurrección,
situándose nuevamente en Huancayo y avanzando hasta Iscuchaca.
En breves días logró reunir otros 5.000 bajo
su estandarte de guerrillero, favorecido en sus gestiones por la propaganda de
los curas patriotas de los pueblos de aquella comarca. Con esta fuerza a la que trató de darle un
tinte de organización militar, ocupó los desfiladeros y las cabezas de puente
del río Grande, cuya línea se propuso defender contra una división realista que
comandaba el activo coronel José Carratalá, el cual siguió los pasos de
Ricafort en lo referente a crueldades.
A pesar de la
naturaleza de los elementos con que contaba Aldao pudo mantenerse en las
posiciones conquistadas hasta la llegada del coronel Agustín Gamarra, a quien
San Martín había conferido el título de comandante general de las fuerzas de la
Sierra, a cuyas órdenes se puso el ex-capellán del Ejército de los Andes, el
cual entregó a Gamarra dos cuerpos regimentados: “Granaderos a Caballo del
Perú” y “Leales del Perú”, que fueron los primeros cuerpos de aquella
nacionalidad organizados “para sustentar con las armas en la mano la
independencia de la nueva nación”. Tan
excelentes elementos se inutilizaron en las manos del jefe sin pericia que
había tomado aquel comando. En diciembre
de 1820 ascendió a sargento mayor y en 1822 a teniente coronel.
En la segunda
campaña a la Sierra que dirigió el general Arenales, los restos de la división
de Aldao desempeñaron el penoso servicio de vanguardia y al término de esta
campaña, con las presillas de teniente coronel, bajó a Lima.
En 1823
resolvió separarse del ejército, habiendo obtenido despachos de coronel
graduado el 7 de abril de aquel año.
Vivamente apasionado de una joven limeña, Manuela Zárate, y con la cual
no podía contraer enlace por sus condiciones de fraile apóstata la sedujo para
que la acompañase a tierra extranjera.
Aldao fijó su residencia en San Felipe de Aconcagua, donde se consagró
al comercio, llevando una vida regular que en nada se diferenciaba de las de
los demás vecinos. Pero el cura
Espinosa, párroco de la localidad empezó a inquietarlo, amenazando hacerlo
conducir a Santiago con una barra de grillos y entregarlo a la justicia del
prelado de la orden a que había pertenecido.
Esto decidió a Aldao a dirigirse con su compañera a su provincia natal,
a la que llegó en 1824, estableciéndose en una hacienda apartada en la cual se
dedicó a la industria con una inteligencia y una actividad que le hacen honor,
y donde pudo dedicarse con tranquilidad a las atenciones de su familia formada
en contra de los preceptos de la religión, pero que por su situación anormal no
había podido hacerlo conforme a las leyes.
Una
circunstancia especial lo arrancó de aquel apacible retiro: en la noche del 26
de julio de 1825, un motín encabezado por clérigos fanáticos dio por tierra con
el gobierno que ejercía en San Juan el Dr. Salvador María del Carril, asumiendo
su lugar un español llamado Plácido Fernández Maradona. Del Carril emigró a Mendoza acompañado por las
familias más encumbradas de su provincia, recabando del gobierno mendocino
auxilio para someter a los amotinados.
Las fuerzas de Mendoza fueron puestas a las órdenes del coronel José
Aldao, y con ellas marchó también José Félix Aldao, a quien se le dio el mando
de la artillería e infantería, tropas con las que contribuyó a la victoria
obtenida en Las Leñas, el 9 de setiembre de aquel año, en la que fueron
completamente derrotados los perturbadores del orden, entrando los mendocinos
en la capital sanjuanina bajo un diluvio de flores y los vivas entusiastas del
pueblo.
Aquel hecho
de armas, insignificante en sí, dio a los hermanos Aldao prestigio muy grande;
les permitió arrancar a los vencidos mucho dinero, mediante el sistema de las
contribuciones forzosas. Desde aquel
instante la influencia política de Aldao empieza y se robustece día a día. En 1827 se le encomendó por el gobernador
Corvalán, la formación de un escuadrón de Granaderos a Caballo, con el pretexto
de guardar la frontera de Mendoza.
Afiliado al principio al partido liberal, con Lavalle y Barcala había
contribuido, el 28 de junio de 1824, al derrocamiento del gobernador Albino
Gutiérrez. El 20 de octubre de 1828
derrotó en “Los Aucas” (Paso del río Diamante), algunas leguas más adentro del
destruido fortín San Juan, avanzado a los de San Rafael y San Carlos, en un
reñido combate, a los Pehuenches mandados por el cacique Goyco, muerto en la
pelea, por lo que recibió Aldao una medalla de oro.
Pero los sucesos de 1828 se precipitan y el
partido unitario cae, y Aldao se entiende con Juan Facundo Quiroga. Al invadir este caudillo la provincia de
Córdoba para ir en busca del general Paz, vencedor de Bustos en San Roque,
Aldao se le incorporó con el regimiento llamado “Auxiliares de los Andes” fuerte
de cuatro escuadrones, formado en Mendoza y sometido a la más rígida
disciplina.
En la batalla de La Tablada,
librada el 22 y 23 de junio de 1829, los llaneros de La Rioja y los “Auxiliares
de los Andes”, combatieron con sin igual bizarría, recibiendo el coronel Aldao
una herida de bala en el pecho que le obligó a retirarse, haciéndolo con
algunos cientos de hombres con los cuales tomó el camino de la provincia de San
Luis, a donde fue a curarse y a preparar los elementos para una segunda
invasión.
Producida en
Mendoza, el 10 de agosto de 1829, la revolución que encabezó el coronel Juan
Cornelio Moyano que derrocó al gobernador Juan Reje Corvalán colocando en su
lugar al general Alvarado, el coronel Aldao, que convalecía de su grave herida
en San Luis, se puso en marcha inmediatamente sobre su provincia natal operando
en combinación con los generales Quiroga y José Benito Villafañe; siendo además
poderosamente auxiliado por sus hermanos los coroneles José y Francisco Aldao
que, depuestos y presos por Moyano
habían sido dejados en libertad por el general Alvarado. Del 20 al 21 de agosto llegó José Félix Aldao
a Corocorto (hoy Villa de la Paz) y el día 24 tuvo una entrevista con el
general Alvarado en la posta de Las Catitas, en la que logró el primero
infiltrar una peligrosa confianza en el último, sirviendo esto solamente para
permitir a Aldao robustecer sus tropas.
Las fuerzas
de Aldao se encontraron con los rebeldes en el Pilar, lugar distante 5 millas
de Mendoza, combatiéndose las jornadas del 21 y del 22 de setiembre de 1829.
Aldao sabía
que las municiones de sus adversarios debían agotarse después de un consumo tan
elevado, y sus propios soldados se parapetaban detrás de murallas y
tapias. Finalmente una comisión de
sacerdotes se aproximó al lugar del combate, logrando una suspensión de
hostilidades. Estando en vigor el
armisticio, el coronel Francisco Aldao se trasladó al campo enemigo para
parlamentar, pero inexplicablemente recibió un pistoletazo en pleno rostro que
le cortó la palabra y el aliento, desplomándose sin vida.
De hecho, la
misión pacificadora había fracasado de la peor manera. Ahora, la artillería del ejército agredido
respondía el aleve ataque con fuego a granel. El combate se generalizó
desatando un pandemonio de disparos a diestra y a siniestra, de jinetes topándose
lanza en ristre, de soldados luchando cuerpo a cuerpo y, por cierto, de
muertos, de muchos muertos. Las huestes
de los Aldao, finalmente se impusieron por superioridad numérica y por bravura,
derrotando de modo contundente a un adversario que no pudo superar el
desconcierto que produjo el artero ataque sorpresivo. Pocas horas después, la ciudad de Mendoza
caía en manos de los vencedores, completándose una etapa más de la prolongada
guerra civil argentina.
Al enterarse
el general Aldao de la muerte de su hermano, esta circunstancia lo acicateó
para ejecutar a varios enemigos. De
resultas de ella perdieron la vida: Francisco Narciso Laprida (1), el
Presidente del Congreso de Tucumán; el doctor José María Salinas; el mayor
Plácido Sosa; José María y Joaquín Villanueva; Luis Infante; 12 sargentos y
cabos y 200 soldados. Moyano se refugió
en casa de su primo Cornelio, pero éste tuvo miedo de protegerlo y lo entregó a
Aldao. Fue sometido a consejo de guerra
y condenado a muerte. Murió fusilado en
Mendoza el 13 de octubre de 1829.
Jorge A.
Calle, testigo y actor de esos mismos hechos, cuenta que Domingo Faustino
Sarmiento, con el grado de teniente unitario, huye del combate y en su huida lo
toma prisionero un negro de San Juan y lo entrega a un oficial.
La provincia de Mendoza quedó en manos de
Facundo Quiroga y de José Félix Aldao.
El caudillo
riojano se apresuró a reunir un nuevo ejército para ir a batir al vencedor de
La Tablada; y a tal efecto penetra en la provincia de Córdoba en los primeros
días de enero de 1830, haciéndolo por el sud, mientras que por la parte
septentrional lo hace el general Villafañe al frente de 1.000 hombres. Aldao forma parte de las fuerzas de Quiroga
en calidad de segundo jefe del ejército.
Después de negociaciones que realiza Quiroga con el fin de ganar tiempo
para la expedición de Villafañe, encargado de hacer levantar las montoneras
cordobesas, Paz ataca al caudillo riojano en los campos de Oncativo o Laguna
Larga, y desde el primer momento se impuso su táctica y su habilidad en la
maniobra. Quiroga se vio obligado a
huir, pero el coronel Aldao cayó prisionero como a 4 leguas del campo de
batalla en el curso de una persecución que personalmente dirigió el
vencedor. Aldao fue llevado prisionero a
la ciudad de Córdoba.
El 10 de mayo
de 1831 caía prisionero el general Paz de una división federal al mando de
Francisco Reynafé. Su ejército pasó a
las órdenes del general Lamadrid, el cual pocos días después iniciaba su marcha
retrógrada al Norte, llevándose consigo al general Aldao. Vencido Lamadrid en la Ciudadela, el 4 de
noviembre de 1831 por Facundo Quiroga, los derrotados se llevaron consigo a
Salta al general prisionero; pero el 2 de diciembre Quiroga firmaba con Nicolás
Laguna un acuerdo por el cual el gobernador salteño, general Alvarado, ponía en
libertad a Aldao, al mismo tiempo que daba cumplimiento a otras cláusulas
impuestas por el vencedor. Aldao debió
trasladarse momentáneamente a Bolivia en virtud de la condición que impusieron
los unitarios para libertarlo. De
regreso Aldao a su provincia natal, fue reconocido como General y abonados sus
sueldos, computándolos desde que cayó prisionero en Oncativo, el 6 de mayo de
1832.
En el mes de
setiembre ocupó la silla del gobierno mendocino el general Pedro Molina, y el
22 de aquel mes y año designaba éste a Aldao, comandante general de armas de la
Provincia, cargo del cual tomó posesión el día 27. Cuando a comienzos del año siguiente se
preparó la famosa expedición al Desierto, el general Aldao recibió el comando
de la División Derecha que debía operar en la región de la Cordillera andina
batiendo a los indios que se encontraban en el territorio comprendido entre los
ríos Barrancos y Neuquén; avanzar hasta la confluencia de éste con el Limay y
reunirse oportunamente con la Izquierda en las inmediaciones de Los Manzanos o
nacientes del Río Negro.
Aldao al
frente de dos batallones de infantería con tres piezas de artillería y dos
regimientos de caballería de las provincias de Mendoza y San Juan, emprendió su
marcha siguiendo por el río Diamante hasta el río Atuel, para dirigirse al Sur
que lo conducía al río Barrancos y de aquí al Neuquén. Al llegar a Malalhué, supo que el general
Huidobro (Jefe de la División del Centro), se dirigía a batir los indios
Ranqueles de Yanquetrú. Creyendo Aldao y
con razón, de que éstos una vez derrotados tratarían de dirigirse a la
cordillera repasando el río Chandilevú que atraviesa esa parte de la pampa
central donde estaban situados, el general Aldao giró hacia el Este, con la
idea de ocupar los pasos de aquel río y concluir con los salvajes, para lo cual
debió efectuar una larga y penosa travesía.
El 17 de marzo de 1833 prosiguió su marcha a Iancael en dirección a
Cochicó, punto que alcanzó el día 25; cuatro días después se dirigió a
Salinitas, como a 5 leguas del vado del río y como éste no presentara paso, en
la noche del 30 marchó con 400 hombres por la parte opuesta hasta llegar a lo
de Yanquetruz, y ordenó al coronel Velazco que al oscurecer del 31 de marzo se
dirigiese con su columna al paso Limay Mahuida; colocase la balsa y cargase a
los indios que hubiese en la isla. Los
indios, sorprendidos, se replegaron sobre las tolderías de Yanquetruz, sin
aceptar combate. Perseguidos hasta allí,
fueron completamente dispersados, dejando 250 prisioneros, 70 cautivos y 600
cabezas de ganado vacuno y lanar en manos de las tropas de Aldao, el cual hizo
alto en aquel punto, agotados sus medios de movilidad completamente. Habiendo llegado hasta las márgenes del
Colorado, tomó prisionero al cacique Borbón, al que había derrotado con sus 800
indios, y recuperó gran cantidad de artículos casi todos robados en los
malones.
En 1835 el
coronel Barcala meditaba un plan de conspiración contra el gobernador Molina,
el cual instigado por Aldao, solicitó del gobierno de San Juan la entrega del
odiado negro, quien sometido a un consejo de guerra, fue pasado por las armas
en la plaza pública de Mendoza, el 1º de agosto de aquel año.
Declarado
contra Rosas el gobernador Brizuela, de La Rioja, Aldao en combinación con
Benevídez marchó sobre él. Ausente de
Mendoza estalló en esta ciudad un movimiento revolucionario que derrocó al
gobernador Justo Correas, el 4 de noviembre de 1840, a quien sucedió el general
Pedro Molina. Hallándose Aldao el 9 de
aquel mes en Las Vizcacheras a 10 leguas al norte de San Luis, tuvo
conocimiento de lo ocurrido en la sede de su poderío, y a las 5:30 de la misma
tarde se puso en marcha por caminos desusados y habiendo arribado al Alto
Grande el 10, encontró un comisionado de los revoltosos, para celebrar una
entrevista donde Aldao eligiese. Este
contestó que la entrevista tendría lugar en Villanueva, a 12 leguas de Mendoza,
y prosiguió su marcha vertiginosa, llegando al punto indicado donde dispersó un
grupo de 700 hombres que los liberales habían reunido en El Retamo. El 14 llegaba a Mendoza; el 15 ocupaba la
silla del gobierno; y el 19 aparecía un bando declarándose delegado del gobernador
propietario Correas. El 16 de mayo de
1841 fue nombrado Aldao, a su vez, gobernador de Mendoza, pero sin ocupar el
puesto hasta el año siguiente por haber salido a campaña. En efecto, se había dirigido desde Cometa, al
frente de 2.700 hombres, para batir a Lavalle que se encontraba en La Rioja. En Machigasta, el 20 de mayo de 1841, Aldao
batió completamente una columna al mando del coronel Acha; y el 20 de junio del
mismo año, batía completamente a las fuerzas riojanas del general Brizuela
quien murió en la acción por un pistoletazo disparado por el mayor Azis, jefe
de uno de sus escuadrones. Después de
este combate, Aldao se apostó con Benavídez en La Rioja, para estorbar el paso
de las tropas de Lamadrid que descendían del Norte. En las inmediaciones de San Juan, campos de
Angaco o El Albardón, el 16 de agosto Acha derrota a Aldao, quien se dirige
luego hacia Olta. Acha se retiró hacia
la ciudad de San Juan, pero el 19 de agosto era sorprendido en aquel punto y
obligado a rendirse después de tres días de lucha. En la batalla del Rodeo del Medio, ganada el
24 de setiembre de 1841, por Pacheco, Aldao no tuvo ninguna intervención, pero
aquella acción de guerra le devolvió el gobierno de Mendoza.
Luego de la
batalla de Angaco, Aldao emprendió su viaje a Buenos Aires, a donde llegó el 16
de noviembre de 1841, siendo recibido con honores por Juan Manuel de
Rosas. Permaneció en esta ciudad hasta
el 5 de enero de 1842. Se recibió del
gobierno de Mendoza el 19 de marzo del mismo año.
El general
Aldao continuó gobernando su provincia hasta el día de su muerte, que acaeció
el 19 de enero de 1845. Sus últimos
meses de vida fueron crueles, pues había sido atacado por un cáncer en la cara,
que lentamente le deterioraba la nariz y sus adyacencias. Rosas le mandó a uno de los mejores
facultativos de Buenos Aires, su cuñado Miguel Rivera, con esta piadosa misiva:
“Va mi hermano político el doctor don Miguel Rivera, profesor de crédito en
medicina y cirugía… quedo rogando a Dios Nuestro Señor por su completa
curación. Así lo espero de su infinita bondad”.
(2)
Llegando
Rivera a Mendoza después de doce días de trajines, le comunicaba al cuñado el
24 de julio la situación del enfermo.
Cinco días antes de su arribo, siendo ya insoportables los dolores, se
había sometido Aldao a la intervención del doctor español Garviso. “El tumor, en mi opinión – explicaba Rivera a
Rosas-, está formado en la membrana que cubre el hueso de la frente, de su
parte media a la derecha y sobre la ceja derecha”. La extirpación había sido incompleta, con
haber durado tres cuartos de hora la penosísima operación, que era menester
reiterar. Esto fue el 28 de agosto. Rivera -conforme cercioraba a Rosas el
ulterior 2 de setiembre- procedió a “la extirpación del resto del tumor que le
había dejado Garviso”. La operación duró
menos de dos minutos y medio. Y todo
pronosticaba un éxito seguro. El enfermo
ya se levantaba.
Hubo tercera
intervención el 2 de octubre, con exiguos resultados. Una junta de médicos a fines de aquel mes dio
negativo. El mismo Aldao lo comunicaba a
Rosas el 30: “Dos comisionados del pueblo que habían asistido a dicha junta se
dirigieron después “a mi para que arregle mi conciencia, que es decir que no
hay que dudar de mi fallecimiento”.
Haciendo un supremo esfuerzo –le expresaba- dicto esta carta para
“despedirme del amigo más tierno, más querido en mi corazón, protestando que si
los méritos de Jesucristo me llevan a la mansión celestial, desde allí no
cesaré un momento de rogar a Dios Nuestro Señor por la conservación del Padre
de la Patria Argentina y del más consecuente amigo. Adiós mi querido amigo, hasta la eternidad,
si la Providencia por su infinita misericordia no dispone otra cosa”.
En el mismo
tono iba la respuesta de Rosas del 15 de noviembre, recomendándole “la
confianza en la divina Providencia. Dios
es justo y su bondad infinita”. (3)
Rivera no
desesperaba todavía. Pero ya el 2 de
enero del siguiente año él había perdido “las esperanzas de triunfar”. Así lo representaba a Rosas con estas
importantes nuevas: “El general comenzó a hacer sus disposiciones religiosas el
21 del próximo pasado (diciembre). (4)
Se hizo poner bajo la ropa por el reverendo padre fray Dionisio
Rodríguez el escapulario de la religión dominicana, y comenzó a confesarse. El 22 recibió (a) Su Majestad, y el 30 del
mismo ha vuelto a repetirlo. Estos actos
religiosos han llenado, Señor, de contento a todo el pueblo mendocino, y muy
particularmente a los federales, que lo miran como un gran triunfo contra los
salvajes unitarios, que creían que moriría apóstata uno de los campeones de la
federación, y que hoy se hallan confundidos por la conversión voluntaria del
señor General al seno de nuestra religión”.
Y ya el mal
fue precipitando hasta el final desenlace a las seis y tres cuartos de la tarde
del 19 de enero de 1845, según comunicaba Rivera a Rosas al siguiente día. (5)
El gobernador
delegado, doctor Celedonio Cuesta, que había desempeñado en su carácter de
ministro, las funciones gubernamentales mientras Aldao sufría los crueles
tormentos de su mal, le decretó los honores correspondientes a su alta
investidura militar y civil, y su cadáver fue depositado en la iglesia
asistiendo al acto numerosísima concurrencia.
Cumpliendo
con su última voluntad fue enterrado con los hábitos de los padres dominicos y
sus insignias militares.
Abierto su
testamento, Aldao instituía por su heredero y sucesor a Pedro Pascual Segura,
última voluntad suya que fue cumplida por sus comprovincianos.
Manuela
Zárate, la hermosa limeña que lo acompañó desde el Perú, fue reemplazada con el
correr de los años por Dolores Torres, con quien si bien no pudo legitimar su
unión por las razones religiosas expuestas anteriormente, los hijos que tuvo de
la misma llevaron el apellido de Aldao.
Estos últimos fueron: José Félix, Dolores y Adolfo Aldao.
Por su
actuación en el Perú recibió dos medallas de oro: una con el lema “Yo fui del
Ejército Libertador” y la otra: “El valor es mi divisa” y en su reverso “A las
partidas de guerrillas, 1º de octubre de 1822”.
Referencias
(1) Actualmente
existen dos versiones sobre la muerte de Francisco Narciso Laprida. Una de ellas dice que, luego de la batalla
del Pilar, partió junto a otros unitarios para salvar su vida, perseguidos por
una partida del general José Félix Aldao. El tropel de los vencidos fue
interceptado muy cerca del lugar en dirección al Sur. Allí, este piquete lo apresó y lo condujo con
otros. Al saber que era Laprida, uno de
los que comandaba la montonera, lo ejecutó enterrándolo vivo y pasando un
tropel de caballos sobre su cabeza, esto era una práctica común en ese
entonces. Laprida tenía 43 años. En los últimos tiempos, algunos historiadores
mendocinos han dado otra versión de la muerte de Laprida. El diario Los Andes de Mendoza, en su edición
del 30 de agosto de 2.005, publica una nota que titula “dos versiones sobre la
muerte de Francisco Narciso Laprida en Mendoza y firman Carlos y Jorge Campana,
donde explican que “Laprida fue muerto y llevado al cabildo (mendocino). Explican los investigadores que “al fallecer,
su cuerpo fue enviado al Cabildo en donde el entonces juez del Crimen doctor
Gregorio Ortiz, lo identificó y lo puso en un oscuro calabozo”.
(2) Archivo General
de la Nación, Buenos Aires, X-22, 10.6.
(3) Ambas notas
en el Archivo General de la Nación, Buenos Aires, X-22, 10.6.
(4) El día
antes de su primera operación había dictado testamento, con la data de
14-VII-1844. En él hacia profesión de fe
católica, “bajo cuya fe y creencia he vivido, vivo y protesto vivir como fiel
católico cristiano”. Nombraba su primer
albacea a Rosas (Archivo General de la Nación, Buenos Aires, X-27, 7.4.).
(5) Todas estas
comunicaciones de Miguel Rivera a Rosas se guardan originales en el Archivo
General de la Nación, Buenos Aires, VII-22, 2, 1, f. 222.226.
Fuente
Bataller, Juan Carlos – Laprida, ese ilustre ignorado.
Bruno, Cayetano – Creo en la vida eterna – Buenos Aires (1988).
Demarchi, Gustavo E. – Fatídica mezcla de impaciencia y alcohol desata
masacre cuyana (1829).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Mircovich, Guillermo – Sarmiento: la novela de un prócer de cartón.
Montiel Belmonte, Jorge – Documentación de su archivo personal.
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires
(1938).
Agradecezco especialmente el aporte de www.revisionistas.com.ar