América Latina y
Europa en la cámara oscura
Alvaro Ramis
Punto Final
Si volviéramos a leer lo
que publicaba la prensa internacional sobre América Latina y Europa hace una
década, notaríamos una extraña ilusión óptica. A inicios de 2002 abundaban los
analistas que auguraban para Latinoamérica un inevitable retroceso democrático
y una pronta debacle económica. Los vientos soplaban hacia la Izquierda y los
editorialistas de la “prensa seria” no podían augurar nada bueno. Por el
contrario, esos mismos medios, eufóricos con la introducción del euro,
anunciaban que Europa avanzaría hacia un futuro democrático y próspero, de la
mano de la nueva moneda única y de los nuevos planes que se preparaban en
Bruselas. Diez años después, podemos constatar que los pronósticos de estos
periódicos han acertado de manera fotográfica. A la manera de las antiguas
cámaras de cajón, aquellas que reproducían la realidad en una cámara oscura en
la que todo aparecía grabado a la inversa. Se han cumplido fielmente sus
vaticinios, pero de forma totalmente invertida.
América Latina ha vivido
entre 2002 y 2012 la década más próspera de que se tenga memoria y al mismo
tiempo, ha consolidado y expandido su democracia. Por el contrario, Europa ha
caído en una crisis financiera de tal calado, que amenaza con llevarse por
delante sus Estados de bienestar y sumir a las próximas generaciones en un
panorama de desempleo crónico y de precariedad. Pero lo peor es que, junto a su
prosperidad económica, Europa ha dejado caer lo que más le admirábamos desde
esta orilla del Atlántico: su democracia. Ya sentimos las primeras señales de
alarma cuando, en 2005, los ciudadanos de Francia y Holanda rechazaron
masivamente el proyecto de Constitución propuesto por la Unión Europea y no
obstante, los gobiernos sacaron de la manga el Tratado de Lisboa, que aprobó
por secretaría lo mismo que la ciudadanía había rechazado en las urnas. Pero lo
que ha ocurrido en 2011 ya no tiene comparación: a golpe de mercado se han
impuesto nuevos gobiernos en Grecia e Italia. La pareja Merkel-Sarkozy dicta
sin tapujos lo que deben hacer sus socios, dejando a los gobiernos nacionales y
al Parlamento Europeo en un rol que no alcanza a ser decorativo. Mientras, los
“mercados”, aquella entelequia que sirve a la prensa para evitar nombrar a los
especuladores, proponen y ejecutan por sí mismos lo que se les viene en gana:
recortes sociales, privatizaciones, endurecimiento de las leyes de propiedad
intelectual, cambios tributarios y desregulaciones.
El resultado se grafica
muy claramente cuando se conversa con los jóvenes de cada continente. En Europa
ya es común escucharles decir que les tocará vivir en condiciones de vida peores
que las de sus padres. Y en nuestros países, si bien se nos hará sentir de
inmediato todo lo que falta, también notaremos que la percepción de futuro es
optimista. Los jóvenes latinoamericanos vivirán en mejores condiciones que la
generación de sus padres, en países más prósperos, menos discriminadores y más
democráticos. Evidentemente, partimos de situaciones de entrada, de pisos
sociales y políticos muy desiguales. Pero la tendencia es claramente
contrapuesta. ¿Qué ha hecho la diferencia?
Hace diez años tanto
Europa como América Latina dieron un giro político importante y hoy vemos sus
efectos. El viejo continente se embarcó en una aventura que combinó inflar a
todo pulmón las burbujas especulativas, la fe ciega en una moneda fuerte pero
sin control político y una serie de aventuras militares en Afganistán, Iraq y
otros países, como complemento perfecto a su socio estadounidense.
América Latina, con
diferente profundidad y a distinto ritmo, ha optado por otro camino: el Estado
ha recuperado un rol activo tanto en materia de protección social como de
ejecución de proyectos productivos. Ha emergido una nueva conciencia
latinoamericana, que ha cuajado en procesos de integración como el Alba, Unasur
y Celac.
Se han producido cambios institucionales profundos: no sólo las
Asambleas Constituyentes de Venezuela, Ecuador y Bolivia, sino también un
enjambre de pequeñas transformaciones legales en casi todos los países, que han
empezado a cambiar el carácter de los Estados tanto en materia de derechos
civiles y políticos, como en lo económico, social y cultural. No es lo mismo
ser mujer o indígena latinoamericano en 2002 que en 2012. Tampoco es lo mismo
vivir hoy en un barrio popular que hace diez años.
Es evidente que queda
muchísimo por avanzar ni es posible dar un cheque en blanco a ningún líder
político de la región. Urge teñir de verde el nuevo desarrollismo, cuidar las
formas republicanas y desterrar la corrupción. Pero estar ciego ante los
cambios y las tendencias globales no sólo sería injusto. Sería como intentar
ver la realidad en una cámara oscura.
Fuente. “Punto Final”, edición Nº
750, 6 de enero, 2012