Apoyemos a poner el cascabel al
gatopardo
Decio Machado, desde Quito
Presentación
en FLACSO-Ecuador del libro “El Cascabel del Gatopardo” de Mateo Martínez
Abarca. Quito, 5 de enero de 2011
Debo iniciar mi intervención indicando
que el libro que hoy presenta mi amigo y compañero Mateo Martínez es de
recomendable lectura para la comprensión del proceso político en curso que vive
el Ecuador. Aunque quiero señalar también que en mi opinión este libro queda
inconcluso. Los acontecimientos de los últimos meses exigen que al autor
ampliar y actualizar los contenidos de su obra, ahora sí, libre de corsets
universitarios y dogmas académicos.
El conflicto en las relaciones entre
la llamada “revolución ciudadana” y el movimiento indígena ecuatoriano esta
lejos de terminarse y su resolución si es que la tiene, lamentablemente también
está lejos de llegar.
En mi intervención me voy a limitar a
hacer referencia a los orígenes de los procesos “progresistas” existentes hoy
en América Latina, señalando cuál es la esencia de su desencuentro con el
movimiento indígena más allá de lo que sucede estrictamente en el Ecuador.
Partimos de que la propuesta para la
construcción del Socialismo del Siglo XXI proviene del presidente Hugo Chávez,
quien auspicio desde finales de los 90 un proceso confuso que poco a poco fue
tomando forma y radicalizándose, especialmente a partir del intento de golpe de
Estado de 2002, bajo el término de “Revolución Bolivariana”.
Concretamente el término de
Socialismo del Siglo XXI adquiere difusión en 2005 en el V Foro Social Mundial
por boca del propio presidente Chávez, quien en ese evento desarrollado en
Porto Alegre -que ya empezaba a ser muy cuestionado por el control del PT
brasileño sobre un espacio construido originariamente desde los movimientos
sociales- lanzó las consignas para avanzar en su construcción en América
Latina.
Esta cosa del Socialismo del Siglo
XXI, que nadie sabe muy bien lo que es, había sido puesto en circulación por el
sociólogo y analista político alemán Heinz Dieterich. Él, por cierto, pasó de
ser considerado como una de las figuras más sobresalientes de la Nueva Escuela
de Bremen de sociología y pensador con incidencia en Venezuela a ser vapuleado
posteriormente por el proceso bolivariano a mediados de la pasada década por
sus contradicciones y desencuentros con el chavismo. Es de recordar en este
aspecto que fue el hoy encarcelado ex-general y ex-ministro Raúl Baduel quien
escribiera el prefacio del libro de Dieterich “El socialismo del siglo XXI”,
titulándolo “Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI”.
Dieterich había elaborado unos
esbozos ya 1996 sobre esta cosa del Socialismo del Siglo XXI, definiendo que se
basaba en cuatro ejes o principios fundamentales:
- Desarrollismo democrático regional
- La economía de equivalencias
- La democracia participativa
- Y el desarrollo de organizaciones
de base
Sin entrar a valorar los contenidos
de este ideólogo venido a menos, la cosa es que al final, las lógicas de
Dieterich posicionan para el Socialismo del Siglo XXI la necesidad de un
reforzamiento radical del poder estatal el cual debe ser democráticamente
controlado por la sociedad para avanzar hacia el desarrollo. Dieterich no se
planteó que modelo de desarrollo ni que opciones diferenciadas al desarrollo
convencional deberían plantearse desde una visión alternativa al capitalismo
neoliberal. Olvidó de hecho que los modelos de desarrollo establecidos en la
práctica por el “socialismo real” durante la Guerra Fría significaron entre
otras cosas que las capitales europeas más contaminadas en Europa se
encontraran al otro lado del Telón de Acero, caso de Bucarest entre otras.
Volviendo a la Revolución
Bolivariana, el presidente Chávez había señalado a mediados del 2006 que para
llegar al Socialismo del Siglo XXI había que pasar por una etapa de transición
que denominó “Democracia Revolucionaria”. El presidente Hugo Chávez diría en
esas fechas: “Hemos asumido el compromiso de dirigir la Revolución Bolivariana
hacia el socialismo y contribuir a la senda del socialismo, un socialismo del
siglo XXI que se basa en la solidaridad, en la fraternidad, en el amor, en la
libertad y en la igualdad”. Para el comandante en jefe del proceso bolivariano
ese socialismo no estaba predefinido, carecía de hoja de ruta: “debemos
transformar el modo de capital y avanzar hacia un nuevo socialismo que se debe
construir cada día”.
Años antes, en un Aló Presidente en
el 2003, el mandatario venezolano presentaba una propuesta de Socialismo del
Siglo XXI bajo la directriz de Guilio Santosuosso, el autor del libro
“Socialismo en un paradigma liberal”. Para Santosuosso, el mundo se encuentra
en curso de una extensa realineación ideológica, consecuencia del cambio de
paradigma en la economía mundial; el viejo modelo estaba moribundo, pero que
todavía no habían aparecido los nuevos criterios que permitirán la realineación
conceptual.
En resumen, Santosuosso había llegado
70 años después que Gramsci a la misma convicción: “lo viejo no termina de
morir y lo nuevo no termina de nacer”.
Para contribuir a la búsqueda de esta
“necesaria” realineación conceptual, Santosuosso se proponía releer la historia
de la economía política con el fin de superar una suerte de confusiones
conceptuales existentes en los ámbitos de la disciplina económica y política:
la primera, desarrollada en el transcurso de los últimos doscientos, por la
cual se identificó al capitalismo con el liberalismo; la segunda, ocurrida en
los últimos cien años, por la cual se identificó al socialismo con el
estatismo.
Su tesis, asumida y expuesta en el
Alo Presidente, indicaba entonces que el camino más directo para alcanzar una
sociedad más justa e igualitaria pasaba por una alianza entre el socialismo y
el liberalismo, una vez que el socialismo dejase atrás al estatismo y el
liberalismo hiciera lo mismo con el capitalismo.
Esta “empanada mental” o
“tuttifrutti” ideológico, evidenciaba al fin y al cabo, sencillamente el hecho
de que el 9 de noviembre de 1989 a toda la izquierda tradicional y en gran
parte a la no tan tradicional, le había caído en la cabeza alguna de las
múltiples piedras desprendidas del derrumbe del Muro de Berlín. Esta
circunstancia implicaba la necesidad de que la izquierda se reinventase
política e ideológicamente, y es en ese contexto en el cual se inaugura un
nuevo ciclo político en el continente.
Como indicaba con anterioridad, Hugo
Chávez gana las elecciones en 1998 en Venezuela con el Movimiento Quinta
República asumiendo la Presidencia en 1999. El exdirigente sindical Lula da
Silva las gana en Brasil en 2002 con el Partido de los Trabajadores -el partido
de izquierdas más importante de América Latina- invistiéndose como presidente
del país más importante de Sudamérica en 2003, no sin antes haber moderado
paulatinamente su programa electoral elección tras elección desde 1989 cuando
perdió ante el corrupto Fernando Collor de Melo. Nestor Kirchner quien lideraba
el Partido Justicialista asume la presidencia argentina en 2003 TavaréVazquez
hace lo mismo en Uruguay en marzo de 2005 tras la victoria electoral del Frente
Amplio. Evo Morales ganaba las elecciones presidenciales con el MAS en
diciembre de 2005 asumiendo la presidencia de Bolivia en 2006. Michelle
Bachelet se posicionaba como presidenta de Chile con la Concertación Nacional
(aliada con la derecha demócrata cristiana de antecedentes golpistas) en marzo
de 2006,.Rafael Correa con Alianza PAIS ganaba en Ecuador en 2006 y asumía la
presidencia de la República en enero del 2007. Daniel Ortega procedía de igual
manera ya avanzado el 2007 tras ganar con un, políticamente desconocido, Frente
Sandinista de Liberación Nacional, el cual poco tenía ya que ver con el FSLN
que lideró el proceso revolucionario de los 80. Fernando Lugo se posicionaba
como primer mandatario en Paraguay en 2008. La última estrella de este
firmamento llegaría con Ollanta Humala, quien ganaba con Gana Perú las
elecciones en abril del año pasado.
En resumen, en poco más de diez años
la Periferia más cercana al Centro se transformaba políticamente en el
referente mundial para una izquierda tradicional en “coma profundo” en los
países del Primer Mundo.
Son varios, aunque cada vez menos,
los presidentes y regímenes políticos latinoamericanos que asumen como discurso
político el referente del Socialismo del Siglo XXI. En el caso del Ecuador en
concreto, el presidente Correa no solo lo asume, sino que pretende erigirse
como uno de sus máximos precursores a nivel mundial. A pesar de ello, todos y
cada uno de los funcionarios públicos con rango de ministros que son
preguntados en el Ecuador por esto del Socialismo del Siglo XXI son incapaces
de definir políticamente de que se trata el invento, y el propio mandatario
ecuatoriano utiliza el término solo de forma habitual cuando entra en campañas
electorales pretendiendo con ello “ganar la posición”, utilizando un término
deportivo, en el campo de la izquierda ecuatoriana.
Hoy, a cuenta de que se quiere
construir el “Socialismo del Siglo XXI”, se pretende echar por la borda algunos
de sus elementos básicos. El presidente Correa incluso ha llegado a afirmar que
el socialismo del siglo XXI ya no tiene nada que ver con la lucha de clases…
Qué diríamos si un meteorólogo quiere predecir el tiempo sin tomar en
consideración el viento.
¿Pero qué son al fin y al cabo estos
gobiernos? No más que los hijos de la lucha contra el ALCA y los hijos de la
lucha contra el neoliberalismo en América Latina.
Nacen en el marco de una crisis
multifacética, donde se combinan como diría el sociólogo valenciano José María
Tortosa, cinco crisis: la alimentaria, la económica financiera, la ambiental o
ecológica, la energética y la crisis política. Son el fruto de una herida de
muerte del neoliberalismo en el continente, son el fruto de una crisis
sistémica.
¿Pero quiénes son los actores que dan
el “jaque mate” al neoliberalismo? Una vez más la respuesta es sencilla, son
los movimientos sociales latinoamericanos expresados en las luchas por el agua
en Cochabamba en Bolivia, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, el
movimiento indígena en Ecuador desde el levantamiento del Inti Raymi en 1990 o
el movimiento piquetero en Argentina que nace en los 90 cuando desarrollaron
sus primeros piquetes como protesta a los despidos de trabajadores de YPF en la
ciudad neuquina de Cutral-Có, donde la casi totalidad de la población dependía
de esta extractiva para su supervivencia, por citar tan solo algunos episodios
de lucha y resistencia popular en el subcontinente.
¿Qué se ignoró entonces desde los
nuevos gobiernos progresistas latinoamericanos para que hayamos vivido un
fenómeno de distanciamiento tan rápido entre la izquierda burocratizada en el
poder gubernamental y los movimientos sociales en general, en especial con
respecto al movimiento indígena?
Se ignoró de forma intencionada que
el surgimiento del movimiento indígena latinoamericano es quizás uno de los
elementos más transformadores de la realidad latinoamericana contemporánea. Que
dicho movimiento indígena asumió una dimensión regional y se dotó de un
profundo contenido universal y una visión global de los procesos sociales y
políticos a escala internacional. Y que dicho movimiento explica, en muchos
casos, por ejemplo en Ecuador, que se haya podido configurar los gobiernos
considerados como progresistas.
En el caso andino, además, el
movimiento indígena pasó hace años de ser un movimiento de resistencia a
desarrollar estrategias de lucha por el poder, situación que en el caso
ecuatoriano recoge en parte el libro de Mateo Martínez y que en el caso
boliviano es una evidencia que no necesita más comentarios, a pesar de las rupturas
que se viven en dicho país.
Desde la crítica y ruptura con la
visión eurocéntrica, sus lógicas y modelo de modernidad, el movimiento indígena
latinoamericano se posicionó como fenómeno de matriz civilizatoria, recuperando
los legados de civilizaciones originarias para reelaborar las parte de las
diferentes identidades existentes en el subcontinente. Desde el movimiento
indígena, con sus correspondientes crisis internas, expresadas de diferentes
maneras en cada uno de los países donde tienen realidad, se plantea el rescate
de todas las formas de conocimiento y producción de saberes que han convivido y
resistido a la larga noche colonial vigente hasta nuestros días y
posteriormente al Imperialismo en la Región. Sus organizaciones se extienden a
través de la Cordillera de los Andes y aledaños por territorios y países como
Argentina, Colombia, Bolivia, Chile, Ecuador o Perú; con singular importancia
política en varios de ellos.
Pero mas allá del fenómeno andino, un
elemento fundamental en la reconfiguración de las izquierdas alternativas al
post-stalinismo en todo el planeta, fue surgimiento el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (que aparece públicamente en 1 de enero de 1994 con la toma
de San Cristobal en Chiapas, el mismo día por cierto que entraba en vigor el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Ese reactualizado zapatismo,
que se configuraba con inspiración política en la vieja lucha de Emiliano
Zapata por la Tierra y la Libertad, el marxismo y el socialismo libertario, se
constituyó bajo el objetivo de subvertir el orden hegemónico y construir una
sociedad más justa en México. En resumen, se planteaba una forma diferente de
llegar al “socialismo”, la que ha sido despreciado por la izquierda
institucional una vez más de manera intencionada y posiblemente por temor a un
proceso que aunque se configuraba como más auténtico era de difícil control por
parte de las élites políticas de la izquierda –que “haberlas haylas”-.
¿Entonces cuál es el problema
fundamental entre el Socialismo del Siglo XXI o los gobiernos “progresistas”
latinoamericanos y el movimiento indígena en general?
Básicamente tres:
- La demanda por parte del movimiento
indígena de un Estado plurinacional. Frente a este reclamo histórico la
izquierda tradicional evidencia su incapacidad para entenderlo y construirlo
más allá de lo que expresen algunas de nuestras más jóvenes constituciones.
Hablar de Estado plurinacional es hablar de poner en cuestión el Estado-nación
y con ello la tradición política occidental en América Latina. La izquierda
convencional e institucional está muy lejos de ni siquiera “olfatear” de qué se
trata esto.
- El posicionamiento del movimiento
indígena en defensa de los recursos naturales y energéticos, el agua y la
tierra. Esto genera un conflicto de raíz con la izquierda convencional
latinoamericana dado que estos gobiernos “progresistas” basan su desarrollo
sobre lógicas extractivistas -ese es precisamente el punto de encuentro con el
capitalismo y el neoliberalismo-.
- Las demandas del movimiento indígena
sobre los derechos colectivos de las comunidades indígenas y la
autodeterminación de los pueblos como principio fundamental; algo que ni
entendió el modelo soviético, ahí están los ejemplos de Chechenia y otras ex
repúblicas de la extinta URSS. Y por acercarnos a la realidad latinoamericana,
tampoco se entendió por el sandinismo en los 80, de ahí sus conflictos con los
indios miskitos de la Costa Atlántica de Nicaragua, situación que permitió que
la “Contra” generará bases de apoyo en ese territorio.
A parte de éstas, otras demandas
indígenas también son de difícil comprensión para las políticas
neodesarrollistas de los gobiernos “progresistas” latinoamericanos. Entre ellas
destacan: la reivindicación del respeto a las diversas espiritualidades desde
lo cotidiano y lo diverso; la extinción de toda dominación o discriminación
racista o etnicista; las decisiones colectivas sobre la producción, los
mercados y la economía; la descolonialidad de las ciencias y las tecnologías; y
la reivindicación de una nueva ética social alternativa a la del mercado.
En suma, los gobiernos “progresistas”
terminan siendo neodesarrollistas. Con lo que, más allá de las declaraciones
constitucionales, en Ecuador y en Bolivia, están en esencia en contra del Buen
Vivir o sumak kawsay. Propuesta civilizatoria que emerge desde la periferia de
la periferia, no como una alternativa de desarrollo, sino como una alternativa
al desarrollo. De plano el Buen Vivir cuestiona “el tradicional concepto del
progreso en su deriva productivista y del desarrollo en tanto dirección única,
sobre todo en su visión mecanicista de crecimiento económico, así como sus
múltiples sinónimos”, como afirma el académico ecuatoriano Alberto Acosta,
compañero de panel esta tarde en FLACSO.
La gravedad de este asunto se basa en
que todos estos principios son fundamentales para la convivencia humana; el
respeto a las diferentes culturas, pueblos y nacionalidades; y conceptos
fundamentales a la hora de construir una nueva forma de hacer política que
inevitablemente pasa por una redefinición o por decir refundación de la
izquierda política y social.
A todo esto debe añadirse que es
precisamente el movimiento indígena el mayor defensor de algo que a Karl Marx
se le olvidó cuando definió la Ley del Valor hace más de 160 años…, la
destrucción del planeta a la que estamos abocados bajo el actual modelo de
desarrollo. Aunque más que un modelo de desarrollo, mejor sería hablar de una
civilización en esencia depredadora y explotadora: el sistema capitalista. Un
sistema que, como indica Bolívar Echeverría, “vive de sofocar a la vida y al
mundo de la vida”.
Es por ello que hoy los defensores de
la Naturaleza, fundamentalmente indígenas en América Latina, son considerados
terroristas en países como Chile o Ecuador, al igual que siguen siendo
asesinados con cierto nivel de impunidad en Perú, Brasil o en Colombia.
Si entendemos por REVOLUCIÓN el
cambio o la transformación radical y profunda respecto al pasado inmediato, no
podemos definir bajo ese concepto el modelo político actualmente existente en
los países de regímenes progresistas en el Continente. Ninguno de ellos,
absolutamente ninguno de ellos, está planteando una alternativa real al
capitalismo.
Dado que defender lo anterior
enunciado en el Ecuador puede ser motivo para ser acusado de izquierdismo
infantil o de ser el clásico europeo que cree en la mística revolucionaria
indígena, cierro esta intervención rememorando a mi paisano Glauber Rocha, sin
duda el director de cine más emblemático que dio el movimiento cultural que se
denominó CINEMA NOVO en las décadas de los 50 y 60 en Brasil: “La razón
dominadora clasifica el misticismo de irracionalista y lo reprime a bala. (…)
Sin embargo, el irracionalismo liberador es la más fuerte arma de lo
revolucionario”.