Fraga, nunca máis
(Una necrología de Fraga Iribarne redactada
por el periodista Iñaki Errazkin)
En el mes de octubre de 2004 publiqué en varios medios
alternativos una nota necrológica anticipada de Manuel Fraga Iribarne que firmé
con el nombre de Jesús Prieto, mi seudónimo habitual en aquellas fechas. Hoy la
vuelvo a publicar actualizada.
Hace aproximadamente 27 años, el entonces máximo dirigente de
Alianza Popular, Manuel Fraga Iribarne, por alguna causa que no recuerdo, pero
que supongo de fuerza mayor (alguna campaña electoral, o algo por el estilo),
se vio en el brete de tener que adentrarse en territorio comanche. Quiero decir
que tuvo que viajar al, para él, siempre hostil País Vasco, concretamente a
Bilbao, ciudad en la que, entre otras actividades, participó en un programa
radiofónico local, en vivo y en directo, que emitía Herri Irratia (Radio
Popular), emisora fundada por el obispado bilbaíno e integrada en la Cadena
COPE, o ROUCOPE, como también se le conoce ahora en ciertos entornos
anticlericales y teófobos del reino borbónico.
La cosa es que el formato del magacín incluía un buen rato de
conversación improvisada y sin censura con los oyentes y, así, entraron en
antena las típicas intervenciones a favor y en contra (muchas más en contra que
a favor) del que fuera ministro de Franco, que Fraga Iribarne capeó como pudo.
Todo marchaba más o menos dentro de lo asumible por el autoritario político y
de lo previsto por la dirección del programa, cuando una llamada produjo la
hecatombe.
Una persona que se identificó como periodista preguntó
abiertamente al invitado si no era cierto que, por motivos de maquillaje
curricular, había falseado su biografía, al menos en lo referente a su
genealogía más inmediata. Ante la extrañeza del locutor por la pregunta, el
oyente aclaró: “Lo digo porque es vox populi que la madre de Fraga Iribarne, en
su juventud, trabajó de sirvienta en la mansión vizcaína de los Ybarra,
quedando embarazada de su amo y señor, por lo que, para evitar el escándalo, el
oligarca pagó a un tal Fraga, un gallego emigrante en Cuba, para que se casara
con la muchachita vasca y ejerciera de padre putativo del lustroso bebé al que
llamaron Manolito, corriendo él con los gastos de la excelente formación que
recibió, y a la que, de otro modo, no hubiera tenido acceso”.
Como ya habrán imaginado, el programa finalizó en aquel mismo
instante entre las azoradas protestas del presentador mezcladas con los
bufalinos resoplidos de cólera del ínclito Jefe de la Oposición, que estuvo a
punto de sufrir una apoplejía. Sin embargo, hay que decir que, muy
curiosamente, no se interpusieron querellas contra el periodista, autor de la
fácilmente rastreable llamada, ni hubo posteriores desmentidos a sus
manifestaciones. Lo sé de buena tinta, porque fui yo quien hizo aquella llamada
telefónica.
Pero el asunto no terminó allí. El ex falangista Luis del Olmo
Marote, que en aquellos años conducía su espacio “Protagonistas” en la COPE, se
sintió obligado a organizar, en nombre de la empresa mediático-religiosa de la
Conferencia Episcopal, un acto de desagravio a la memoria de la santa madre de
Manuel Fraga Iribarne en el cementerio de Villalba (Lugo), donde reposan sus
restos mortales. Descanse en paz, pues, la pobre mujer, que, habiéndolo
concebido con la colaboración de Fraga o de Ybarra, no debe ser juzgada por las
tropelías cometidas por su hijo.
Les relato esta historia, más propia de El programa de Ana Rosa
que de una publicación alternativa, porque es poco conocida y para eso estamos,
pero también porque hace tiempo que tenía ganas de escribir, aunque sólo sea
ordenando datos para el conocimiento de los más jóvenes, una semblanza “no
autorizada” de este carcamal que ha pasado por la Historia de las Españas como
un rinoceronte por un almacén de porcelanas y al que, al fin, el 15 de enero de
2012 le ha llegado su sanmartín.
Más de siete años de
ministro de la dictadura
Fraga, desde su adolescencia, fue un fascista convencido,
afiliándose muy joven a la Falange Española de las JONS, donde empezó su
carrera política que le llevaría a ocupar, en 1951, el cargo de secretario
general del Instituto de Cultura Hispánica; en 1953, el de secretario general
del Consejo Nacional de Educación; entre 1955 y 1958, el de secretario general
técnico del Ministerio de Educación; entre 1958 y 1962, el de secretario de la
Comisión de Asuntos Exteriores de las Cortes; y en 1961, el de director del
Instituto de Estudios Políticos, ingresando, además, en el Cuerpo Diplomático
en calidad de consejero de Embajada. Al mismo tiempo que desempeñaba los cargos
citados, fue consejero nacional, procurador en Cortes y miembro del Consejo de
Estado. Todo un insuperable carrerón al calor de la lumbre franquista. Sin
embargo, hasta el 10 de julio de 1962, fecha en que Franco nombró el primer
gabinete de la etapa que se conoce como “el desarrollo”, pocos españolitos,
españolitas y anexionados conocían a Manuel Fraga Iribarne.
Aquel día, en medio de una nómina ministerial que incluía a
personajes de tan infausto recuerdo como Agustín Muñoz Grandes, Luis Carrero
Blanco, Camilo Alonso Vega, Pedro Nieto Antúnez, Manuel Lora Tamayo, Jorge
Vigón, Gregorio López Bravo, Alberto Ullastres, Mariano Navarro Rubio, José
Solís Ruiz y algunos otros de apellidos menos conocidos (la mayoría militares
golpistas, miembros del Opus Dei o ambas cosas a la vez), la opinión pública
“descubrió” que el amenazador paquete gubernamental incluía de matute una “gran
esperanza blanca”, un “renovador” de brillante expediente universitario que
auguraba brisas “progresistas”. Además, el dictador le había designado titular
de la cartera de Información y Turismo. Ni más, ni menos.
Más de siete años estuvo en el cargo Manuel Fraga, hasta que su
enemistad personal con su colega Faustino García Moncó, a la sazón ministro de
Comercio, le llevó a romper la discreción con que habitualmente se trataban los
temas de corrupción entre los políticos del régimen, haciendo sangre mediática
del escándalo financiero MATESA (Maquinaria Textil del Norte de España, S.A.),
en el que estaba implicado su compañero de gabinete y que -algo insólito- saltó
a los titulares de la prensa el 9 de agosto de 1969. La “traición” al
corporativismo imperante le costaría el puesto apenas dos meses y medio
después, cuando en la consiguiente “crisis”, tras recibir la visita del
inevitable motorista, fue relevado al frente de la cartera de Información y
Turismo por Alfredo Sánchez Bella el 28 de octubre, festividad de San Judas.
Luego, ya ven lo que son las cosas, el augusto Franco -“augusto” en la tercera
acepción del término, según la vigésima segunda edición del Diccionario de la
Real Academia Española de la Lengua-, haciendo uso de su “gracia divina”,
indultaría a García Moncó y, tras someter durante casi cuatro años a Manuel
Fraga al ostracismo purificador, lo degradaría destinándole a la “pérfida
Albión”, en calidad de vulgar Embajador, entre 1973 y 1975.
Una Ley de Prensa de
Hansel y Gretel
Pero, sin duda, lo más sonado de esa larga etapa de la vida de
Fraga Iribarne fue su Ley de Prensa e Imprenta -aportaría también al régimen su
Estatuto de la Publicidad-, aprobada por las Cortes el 15 de marzo de 1966 y
que iba a sustituir a la de prensa y propaganda de 1938, dictada en plena
guerra y que todavía continuaba vigente.
En teoría, la nueva normativa iba a procurar una mayor libertad
de expresión, estableciendo un registro legal de publicaciones y suprimiendo el
trámite de la censura previa. Aunque, como nos enseñó el cuento de Hansel y
Gretel, en las apetecibles casitas de chocolate siempre habita una cruel y fea
bruja, que en aquella ley se llamaba “Artículo 2º” y que posibilitaba
considerar cualquier cosa como infracción punible, contemplando un extenso
abanico de sanciones administrativas directas -sin necesidad de resolución
judicial-, desde multas económicas hasta la clausura del medio que osara
cuestionar lo establecido, aunque fuese mínimamente.
Y, además, siempre quedaba el recurso al veto preventivo, como
en el caso del cantautor catalán Joan Manuel Serrat, que fue sustituido a
última hora por una jovencísima y cándida Massiel como representante de las
Españas en el Festival de Eurovisión de 1968.
España es diferente
Cuentan las crónicas que en los últimos años de la década de los
60, en cierta discoteca de la Costa Brava, un genuino ejemplar de macho
celtibérico, ante el singular espectáculo de una eufórica parroquiana sueca,
atiborrada de güisqui de garrafa, despojándose de su sujetador en plena pista,
exclamó a voz en grito: “¡Viva Fraga Iribarne!”. Se refería, claro, a la
“apertura” promovida por el “joven” ministro. Para aquel reprimido patán, un
par de tetas escandinavas amnistiaba -amnistía y amnesia tienen la misma raíz
semántica- la directa responsabilidad de Manuel Fraga como miembro de los
gobiernos de la dictadura que firmaron las penas de muerte del libertario
catalán Jordi Conill (octubre de 1962, no ejecutado), del comunista Julián
Grimau (abril de 1963, ejecutado), de los anarquistas Francisco Granados y
Joaquín Delgado (agosto de 1963, ejecutados) y de los presos sociales Raimundo
Medrano y Eleuterio Sánchez (mayo de 1965, no ejecutados). Eso por no hablar
del estado de excepción declarado en agosto de 1968 en las “provincias
traidoras” vascas, prorrogado durante tres meses en Guipúzcoa y ampliado a todo
el Estado a partir del 1 de enero de 1969, en el que se detuvo y torturó a
discreción.
Imposible compensar tanto
horror.
Han transcurrido casi cincuenta años, pero le pueden preguntar
sobre el particular al dramaturgo Alfonso Sastre, o a los que queden vivos
entre los otros 101 intelectuales que el 30 de septiembre de 1964 dirigieron
una carta al flamante ministro de Información protestando por la brutal
represión policial de la huelga en las cuencas mineras asturianas y la
posterior censura informativa sobre la misma. Varios de los detenidos acabaron
sus días en tétricos manicomios, y uno murió tras su paso por la Inspección de
Policía de Sama de Langreo. A aquel escrito, Manuel Fraga respondió a su
manera, acusando a los firmantes de pretender “desacreditar unas instituciones,
sin tener en cuenta el grave daño que se puede hacer al buen nombre de España”.
En vano se esforzó Fraga Iribarne empleando todo su empeño en
lavar la imagen del criminal régimen. No pudo ser. Así, pese a la machacona
promoción de la consigna “España es diferente” en una prolongada campaña
mediática sin precedentes, la trágica realidad represiva se impuso una y otra
vez a la falsa comedia. Si por un lado se celebraba con bombo y platillos el
recibimiento al turista “once millones”, por el otro se creaba el farsista
Tribunal de Orden Público. Y si se organizaban conciertos del conjunto de moda
“The Beatles” en Madrid y en Barcelona, las notas de Let it be no conseguían
amortiguar los gritos de indignación de los habitantes de Palomares.
El caso Palomares
El 17 de enero de 1966, un bombardero B-52 de los EEUU que
transportaba cuatro bombas “H”, se estrelló, hundiéndose en el Mediterráneo, a
la altura de la pequeña localidad de Palomares, en el norte del litoral
almeriense. Una de las bombas fue a parar al mar, mientras las otras tres caían
en los terrenos próximos. La laxa negligencia de las autoridades puso en serio
riesgo la salud pública y el medio ambiente al no intervenir inmediatamente en
la zona afectada.
Hubo que esperar varios días hasta que las Fuerzas Armadas
yanquis -responsables en primera instancia de la catástrofe- se dignaron
aparecer por allí y se hicieron cargo de las operaciones de rescate,
descubriendo una fuga radiactiva en una de las bombas caídas en el campo. En un
desesperado intento de ocultar a la opinión pública la verdadera situación y
frenar el negativo impacto en el turismo internacional, el hombre de recursos
que siempre fue Fraga Iribarne, en compañía del embajador de los EEUU, Angier
Biddle, organizó un circo propagandístico-mediático consistente en un baño ante
las cámaras para "demostrar" la ausencia de peligro y lo “infundado”
del temor popular.
La astracanada tuvo lugar el 7 de marzo de 1966, justo un mes
antes de que, al fin, fuera rescatada la bomba sumergida. Sumergida, por
cierto, a bastantes kilómetros del lugar en que se bañaron los “arrojados”
Fraga y Biddle.
El asunto no habría pasado de ser una bufonada más de una
dictadura naranjera, si no fuera porque los habitantes de Palomares sufrieron
las consecuencias de la contaminación de sus cosechas y de sus playas,
habiéndose detectado posteriormente secuelas genéticas.
Para colmo, con la cicatería que caracteriza a los gobernantes a
la hora de repartir la pólvora del rey entre quienes no sean ellos mismos, las
indemnizaciones, pagadas tarde y mal, bien se pueden calificar de miserables.
Si quieren saber más sobre el particular y tienen ocasión, lean “Palomares”, el
libro en que mi querida amiga, la desaparecida escritora Luisa Isabel Álvarez
de Toledo, narró espléndidamente aquellos sucesos y que -se veía venir- fue más
que parcialmente censurado en el Estado español gracias a la Ley de Prensa e Imprenta
de Manuel Fraga. Afortunadamente, la UNED lo recuperó hace diez años,
publicándolo en formato electrónico en su colección "Aula abierta".
Luisa Isabel, la única noble noble que he conocido, consciente
de los riesgos que entrañan las radiaciones nucleares, se implicó activamente
en las manifestaciones que llevaron a cabo los sufridos habitantes de
Palomares, lo que le costó una condena del TOP a un año de prisión (cumplió
nueve meses en la cárcel de mujeres de Alcalá de Henares), diez mil pesetas de
multa y el exilio.
A dictador muerto, rey puesto... y ministro de la Porra que lo
guarde
Así llegamos a la muerte del dictador, al nombramiento como Jefe
de Estado de su sucesor a título de reyezuelo y al regreso a primera línea
política del incombustible Fraga, ahora convertido nada menos que en
vicepresidente para asuntos de Interior y en ministro de la Gobernación del
último gobierno de Carlos Arias Navarro, el carnicerito de Málaga.
Nadie que las viviera puede olvidar las fechas. Desde el 12 de
diciembre de 1975 hasta el 7 de julio de 1976, Manuel Fraga Iribarne fue el
responsable de todo el horror vivido en el Estado español, que fue mucho, muy
especialmente en el País Vasco. Durante la etapa inicial de la restauración
borbónica, la represión fue generalizada, alcanzándose cotas de detenciones y
de torturas no recordadas desde los primeros años de la sublevación franquista.
En Vitoria, por ejemplo, el 3 de marzo de 1976, la Policía
disparó fuego real contra una concentración de trabajadores, asesinando a dos
obreros y a un estudiante (posteriormente morirían dos personas más); en
Basauri (Vizcaya), resultaría muerto Vicente Antón Ferrero el día 8, durante
las protestas por los sucesos de Vitoria; y en Montejurra (Navarra), el 9 de
mayo del mismo año, un comandante del Ejército, José Luis Marín García-Verde,
al frente -junto con el mismísimo presidente del Consejo de Estado, Oriol y
Urquijo- de un grupo de fascistas, disparó su pistola contra los participantes
en el tradicional Vía Crucis carlista, asesinando a Aniano Jiménez Santos y a
Ricardo García Pellejero.
Fraga, padre de la Constitución. Así salió.
El 21 de octubre de 1976, en el madrileño hotel Mindanao, se
presentó en sociedad el engendro neofascista Alianza Popular, liderado, claro,
por Fraga Iribarne, que intentaba así aglutinar a todas las familias del
Régimen. Consiguió el apoyo de los franquistas López Rodó, Fernández de la
Mora, Licinio de la Fuente, Silva Muñoz, Thomas de Carranza y Cruz Martínez
Esteruelas, quienes, junto a él, fueron bautizados por el ingenio popular como
"los siete magníficos".
Pero, de nuevo, Fraga demostró tener más dotes camaleónicas que
los demás, aunque algunos lo calificaron, simplemente, de chaquetero. Las
demostró cuando, en el I Congreso de AP, se alejó del discurso continuista de
sus compañeros, apostando por apoyar el advenimiento de un sistema
constitucional al estilo europeo, lo que él llamaría "la derecha
sociológica".
Por la pusilánime política de "reconciliación"
impulsada por la presunta izquierda y por la tácita "ley de punto
final" que se escondía tras la Reforma, el fascista Fraga Iribarne quedó
reconvertido por arte de birlibirloque en el "demócrata de toda la
vida" Manuel Fraga. Y después de eso, ya cualquier cosa era posible. Hasta
que se le encargara formar parte del grupo de sesudos juristas que habrían de
articular la Constitución de la monarquía, como efectivamente sucedió, con el
resultado por todos conocido.
Camino de Santiago
Cuando Fraga Iribarne, al morir el dictador, regresó de su
purgatorio londinense, fracasó en su intento de hacerse con la presidencia del
Gobierno, cargo que, en su prepotencia, llegó a pensar que le pertenecía por
derecho. Después, entre UCDs y PSOEs no consiguió pasar de diputado, conque
tras las elecciones del 22 de junio de 1986, a la vista del estancamiento
sufrido por la Coalición Popular (AP+PDP+PL) y de la consiguiente fuga de sus
socios del PDP y del PL al Grupo Mixto, a Fraga no le quedó más remedio que
dimitir como presidente de Alianza Popular, después de cambiar a su secretario
general Jorge Verstrynge por el hoy ministro, Alberto Ruiz Gallardón, que jugó
el papel de correturnos a la espera de que el líder encontrara un sustituto
definitivo. Por fin, el 7 de febrero de 1987, el andaluz Antonio Hernández
Mancha fue nombrado nuevo presidente de Afananza Pandillar, como llamaba Forges
al engendro.
“Cuando no hay pan, buenas son tortas”, dice el refrán. Así, si
no pudo serlo de las Españas, al menos lo sería de su Galicia natal, esa bella
tierra en que lo parió su santa madre. Y como faltaba mucho para las elecciones
autonómicas, mató el tiempo en el Parlamento Europeo, para el que salió elegido
diputado en junio de 1987. Entretanto, entre el 21 y el 23 de enero de 1989, se
celebró el IX Congreso de Alianza Popular -al que llamaron "congreso de la
refundación"- en el que se decidió cambiar el antiguo nombre por
"Partido Popular", abandonando el cargo Hernández Mancha y regresando
Fraga Iribarne a la presidencia para poner orden por última vez, con Aznar ya
de vicepresidente.
El esperado día llegó al fin, y el 5 de febrero de 1990
consiguió sentarse en su trono compostelano. El PP celebró su X Congreso en los
meses siguientes (marzo y abril de 1990), y el ya flamante presidente de la
Xunta dejó su puesto a José María Aznar López, que lo llevaba ocupando de
manera interina desde septiembre de 1989, cuando "don Manuel" se
presentó formalmente como primer candidato autonómico. Hasta el 2 de agosto de
2005 presidió la Xunta de Galiza como si de un gran pazo de su propiedad se tratara.
Para la posteridad quedará su inoperancia y desidia cuando, a finales del año
2002, el petrolero Prestige se hundió cerca de las costas gallegas generando
una de las mayores catástrofes ecológicas conocidas en este reino de las
maravillas.
Última etapa
Desde el 7 de febrero de 2006 hasta el 27 de septiembre de 2011,
ya bastante gagá, sentó sus posaderas en un escaño del Senado, siendo el
senador de más edad y uno de los políticos en activo más ancianos del planeta.
Sin embargo, en un ataque de sinceridad que algunos seres
piadosos atribuyeron a la merma de sus facultades, comparó en unas
declaraciones a El Faro de Vigo a Franco con Napoleón, asegurando que, en su
opinión, el dictador dejó sentadas las bases “para una España con más orden” y
negándose a condenar el franquismo.
La cosa es que, una vez más, un asesino ha fallecido sin rendir
cuentas. Ni al pueblo gallego, ni al resto del Estado que, como es sabido,
siempre le cupo en la cabeza.