La Tijera
José Manuel Rambla, desde Valencia
Las tijeras van camino de
convertirse en una seña de identidad valenciana tan arraigada como el
murciélago de la senyera, las fallas, la paella, el all i pebre, la mascletà o
la corrupción. No podía ser de otra forma después de que los habitantes de
estas eternas tierras perplejas, lleven tanto tiempo habituados a la presencia
entre ellos de esta herramienta fría y cortante. Porque su introducción no es
nueva, su llegada al imaginario comenzó hace ya mucho tiempo de forma
subrepticia desde unas extrañas antenas situadas en Burjassot.
Porque el primer
artilugio recortador que sorprendió gratamente a los valencianos fue ese que
durante siglos ha venido simbolizando el afán del poder por salvar a sus
súbditos de las males influencias. Fueron esas tijeras censoras convertidas en
reinas y señoras de Radio Televisión Valenciana las que marcaron el camino que
luego otras se encargarían de seguir. Y lo hicieron con una elegancia difícil
de superar, evitando siempre el torpe recurso del tajo mutilador, tan vulgar,
tosco y evidente.
En su lugar, recurrieron al arte de la omisión, esto es:
evitar siempre que las cámaras y micrófonos recogieran alguna menudencia no
prevista en el guión. En suma, instaurando ese recurso tan sutil que consiste
en omitir cualquier cosa que pudiera afear ese gran ninot con diseño de
Santiago Calatrava, en que se pretendía convertir el ex País Valencià.
Luego llegaron otras
tijeras no menos maestras. Fueron, claro esta, las de José Tomás y tantos otros
virtuosos del dedal y la puntada que dejaron constancia de su artesana destreza
en las trastiendas de Milano o Forever Young. Cortes delicados, suaves,
siguiendo milimétricamente las azuladas líneas dejadas por el jaboncillo de
marcar en su curvo discurrir por la sisa. Auténticas piezas de arte que solo
unas miradas expertas como las de Francisco Camps o Ricardo Costa podían
apreciar en toda su belleza.
Un deleite que no se podían contener en compartir.
Porque detrás de la generosa mano de Francisco Correa o el “amiguito del alma”
Álvaro Pérez, no había mayor interés que colaborar con el ex Molt Honrable para
educar a los valencianos, hasta hacer de ellos sensibles observadores capaces
de valorar y disfrutar con los frutos del delicado oficio de la costura.
Sin embargo, ha sido
ahora con la subida de Alberto Fabra a este trono de las vanidades autonómicas,
cuando los habitantes de esta millor terreta del mon han sido capaces de
apreciar las maravillas que esta modesta herramienta es capaz de generar cuando
es diestra la mano que la guía. Porque el nuevo presidente del Consell se ha
impuesto con una determinación casi religiosa el trabajo de aplicar las tijeras
sobre nuestras miserias más arraigadas. Se engañan quienes piensen que detrás
de los recortes aprobados se esconden las presiones del Deutsche Bank por
cobrar sus usureros intereses. No. Los firmes cortes lanzados por Fabra solo
buscan devolvernos a la buena senda de la modestia, una virtud que
inevitablemente pasa por la renuncia al bienestar mundano. Y a los malos
pensamientos, como esos que llevan a algunos a pedir que los ricos paguen,
envidiosos de su éxito.
Por lo pronto, tras tantas décadas de
tijeras, los nuevos tijeretazos parecen haber encontrado a una población
resignada a su condición de cordero, capaz de ofrecer mansamente el lomo para
la esquila de la poca lana que les queda.
Es cierto que en el rebaño siempre
quedan algunas ovejas negras.
Pero no importa.
Esas, por el momento, están muy
bien vigiladas por los lobos.