El socialismo real le
ganó a ala guerra fría deportiva
A 20 años de la
desintegración de la URSS
Adan González Liendo
El 25 de diciembre de
1991 pasó a la Historia como una de las jornadas más tristes y trágicas para la
Humanidad; el acta de defunción de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS) ya estaba redactada y en “pleno desarrollo”, aunque ya ésta
venía gestándose desde el léxico del “glasnost” (transparencia) y la
“perestroika” (reestructuración) en el marco del arribo de Mikhail Gorbachov a
la jefatura del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en 1985. Él,
junto con el beodo de Boris Yeltsin, acabó con el sueño de la clase proletaria
global y llevó a Moscú –junto con Europa del Este- a la patética subasta del
Gran Capital y sus buitres bursátiles. Gorbachov y Yeltsin son personajes
nefastos que la Historia se encargará de juzgar a la luz de las graves
consecuencias que causaron –a largo plazo- en la geopolítica mundial. Es que
luego de la desaparición de la URSS, el orbe es más inseguro y está a merced de
la única superpotencia sobreviviente: Estados Unidos de América. El contrapeso
de la URSS como otro bloque ideológico-estratégico era, y sigue siendo,
perentorio.
A pesar de que la
fenecida Unión Soviética y los Estados obreros deformados de Europa del Este,
fueron los perdedores de la Guerra Fría porque no supieron yacer incólumes
frente a los laboratorios propagandísticos de Occidente y –para colmo- fueron
incapaces de solventar sus estridentes contradicciones internas, el socialismo real
obtuvo logros innegables en cuanto al bienestar social y erradicación de la
pobreza. Evidentemente, el deporte de alto rendimiento fue uno de los
estandartes de la URSS para demostrar con creces la superioridad de la
democracia proletaria sobre el capitalismo. Aquello que una vez Ronald Reagan
tildó como el “Imperio del mal”, fue el paradigma deportivo terráqueo durante
décadas y le quitó el sueño a Estados Unidos en más de una competencia
internacional. La campaña de silencio de la prensa reaccionaria en contra de
las conquistas de los atletas de los Estados obreros, estuvo activada durante
toda la Guerra Fría y todavía en la actualidad prosigue en su obcecada actitud
mezquina, envidiosa. Bien sea para quebrar la frágil memoria de los más adultos
o para negar la información a las noveles generaciones, el capitalismo
decadente se ha empecinado en “borrar del mapa” el legado deportivo del
socialismo real y así ocultar una herida que sangra en demasía. ¡Cómo duele!
Nunca le perdonaron esa titánica labor a la URSS y ahora la negación cómplice
es el pasaporte al olvido.
La Revolución de Octubre,
en 1917, sacó a un país de la ignorancia, la miseria y el atraso más abyecto.
Lo convirtió en una superpotencia en 1945 y en un referente olímpico después de
1952.
LA HAZAÑA SOVIÉTICA Y LA HUMILLACIÓN AL
IMPERIALISMO
En el campo deportivo, la
Unión Soviética desarrolló una ambiciosa estrategia de masificación que dio sus
frutos al cabo de unos años. El deporte en el socialismo, como el trabajo, es
una actividad enriquecedora del ser humano y su intelecto, no un castigo. Desde
el principio, la Unión Soviética puso todo el empeño para situarse en el
panorama internacional de la alta competencia y las Olimpíadas siempre fueron
el objetivo.
Desde las Olimpíadas de
Atenas en 1896 y hasta Berlín 1936, los únicos países –del más tarde pujante
ámbito socialista- que figuraban en el tablero eran: Hungría, Rusia, Estonia,
Checoslovaquia, Yugoslavia, Polonia y Rumania. Hungría (en Londres 1908)
acumuló 3 medallas de oro, 4 de plata y 2 de bronce; y Rusia 2 medallas de
plata. En Estocolmo 1912, Hungría se anotó 3 de oro, 2 de plata y 3 de bronce;
Rusia 1 de plata y 3 de bronce y Estonia media medalla (*). En Amberes 1920,
Estonia obtuvo 1 de oro y dos de plata; y Checoslovaquia 1 de bronce. En París
1924 reapareció Hungría con 2 de oro, 3 de plata y 4 de bronce; Checoslovaquia
con 1 de oro, 4 de plata y 5 de bronce; Estonia con 1 de oro, 1 de plata y 4 de
bronce; Yugoslavia con 2 de oro; Polonia con 1 de oro y 1 de plata; y Rumania
–también- con 1 de oro y 1 de plata.
Hasta Berlín 1936, sólo
Hungría se perfilaba como el país más prometedor –sexto puesto- al aquilatar 10
medallas de oro, 1 de plata y 5 de bronce. Muy atrás le seguían Checoslovaquia
(puesto 13), Estonia (15), Polonia (19), Letonia (24), Yugoslavia (27) y
Rumania (27). Estos 6 últimos países no juntaron más de 25 distinciones en la
justa de Berlín y en cambio los magiares habían aglutinado 16. En resumen,
solamente Hungría, Rusia, Estonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Polonia y
Rumania, 7 países de la después célebre Cortina de Hierro, se daban el “lujo”
de ir a unas Olimpíadas y ganar preseas (**).
No fue sino hasta
Helsinki 1952, que la Unión Soviética debutó en una cita estival y quedó ¡de
segundo lugar! La URSS sumó 22 de oro, 30 de plata y 19 de bronce, para una
adición global de 71 medallas, 5 menos de las alcanzadas por Estados Unidos
(76), primer lugar en Finlandia. Hungría quedó de tercero con 42 y
Checoslovaquia de noveno, con 13. Para 1952, Hungría y Checoslovaquia eran
integrantes del bloque socialista de Europa Oriental.
Ya en Roma 1960, la Unión
Soviética humillaba al Imperio al posicionarse del primer puesto con 103
preseas. Estados Unidos apenas obtuvo 71. En los primeros 15 peldaños de Roma
1960 resaltaban Hungría, con 21 medallas (puesto 6); Polonia también con 21
(7); Rumania con 10 (11); Checoslovaquia con 8 (12); y Bulgaria con 7 (14). Los
cinco últimos países ofrecen un resultado aritmético de ¡67 medallas!
Comparemos ese guarismo con el de Berlín 1936 (41), desglosado más arriba.
Además, en Roma “resucitó” Polonia –con 21 medallas- y Bulgaria se estrenó en
unas Olimpíadas ¡con siete! (1 de oro).
Al transcurrir de los
años, la vergüenza deportiva para el Imperio era más que una afrenta. En Tokio
1964, Estados Unidos ganó “de chiripa” por 6 distinciones (36 de oro), contra
30 de la URSS y únicamente en México 1968 logró abultar la diferencia total
(107) con respecto a la Unión Soviética (91). Sin embargo, en los dos
encuentros veraniegos posteriores, el Imperio “mordió el polvo”: en München
1972 ganó la URSS con 50 de oro, 27 de plata y 22 de bronce; y Estados Unidos
se relegó al segundo escalafón con 33 de oro, 31 de plata y 30 de bronce. En
Montreal 1976, la paliza fue descomunal: la Unión Soviética 125 (49 de oro) y
Estados Unidos 94 (34 de oro).
Como a los gringos ya les
daba pena ir a unas Olimpíadas porque los soviéticos los tenían “a sopita”, en
Moscú 1980 hallaron el pretexto idóneo para no seguir poniendo la cómica. Se
inventaron lo del “boicot olímpico”, esgrimiendo la excusa de la invasión de la
URSS a Afganistán. ¿Qué tal? Se ahorraron los pasajes por Aeroflot para no ser
el hazmerreír del deporte universal, en pleno epicentro del mundo socialista.
Durante Los Ángeles 1984,
los soviéticos le pagaron a los gringos con un poco de su propia medicina: otro
“boicot”, pero los “rojos” sí no los perdonaron en Seúl 1988. Estados Unidos
recibió –en Corea del Sur- la más contundente vejación en unos Juegos
Olímpicos: quedó ¡de tercero! Por debajo de la República Democrática Alemana
(103 preseas) –segundo lugar- y la Unión Soviética, líder indiscutible, con la
bicoca de 132 (55 de oro). El Imperio contabilizó sólo 93 (36 de oro). ¿Se
entiende por qué Estados Unidos y otras potencias capitalistas del orbe nunca
le perdonarán a la URSS lo que les hizo en el panorama de la alta competencia?
Si bien en 1989 la Unión Soviética perdió –estrepitosamente- la Guerra Fría
política ante Estados Unidos y la OTAN, un año antes, en 1988, había ya salido
victoriosa de la Guerra Fría deportiva en Seúl.
Las de Corea del Sur
fueron las últimas Olimpíadas a las que asistió la URSS como país. A partir de
la disolución del campo socialista (1989) y la Unión Soviética (1991), bajó
mucho el nivel competitivo en los antiguos Estados obreros deformados del Este,
mas en Rusia y otras ex repúblicas soviéticas se ha conservado en cierta
manera. En los primeros 15 lugares de Seúl 1988, estaban: la URSS (primer
puesto), la República Democrática Alemana (2), Bulgaria (5), Hungría (6),
Rumania (9) y Polonia (15). En los primeros 15 de Beijing 2008 estuvieron:
Rusia (3) y Ucrania (11). La herencia deportiva de la URSS todavía se siente 20
años después. Países del Este que abrazaron la doctrina Fukuyama como la
“salvación” y la redención, al tiempo que desmantelaban la sólida y
centralizada estructura de alta competencia, se esfumaron del “Top 20
olímpico”. El único reducto palpable es Rusia y sus antiguas repúblicas
aliadas, en las cuales 70 años de Revolución Bolchevique dejaron un legado
indeleble de mística y amor por el deporte. Desde la caída de la Unión
Soviética en 1991, Rusia asistió a los subsiguientes encuentros olímpicos y
ostentó siempre el segundo lugar del cuadro final, hasta 2008, cuando la
República Popular China fue la excepcional revelación y desterró a Estados
Unidos a la segunda plaza. Si aún prevaleciera el colectivo multiétnico de “la
hoz y el martillo”, la sumatoria de las distinciones metálicas del conglomerado
de nacionalidades ex soviéticas daría la cúspide a la URSS, desde Barcelona
1992 hasta Atenas 2004, con la salvedad –por supuesto- de Beijing 2008.
Capítulo aparte merece
Cuba, que igualmente se ha beneficiado de la escuela soviética y se ha erigido
como potencia deportiva. Como consecuencia de la Revolución de 1959, la mayor
de las Antillas ya se “codeaba” en Montreal 1976, con los diez mejores del
planeta, al cosechar 13 preseas (6 de oro). En Moscú 1980, Cuba subió a la
sexta posición, con 8 distinciones de oro y 20 en conjunto; en los Juegos de 1984
y 1988, Los Ángeles y Seúl respectivamente, la isla no concurrió. Hoy en día,
Cuba sigue dando la pelea en el medallero olímpico, a pesar del descarado
hostigamiento del Imperio y sus lacayos en contra de su talento atlético.
LA EXTINTA URSS Y LA CAMPAÑA REACCIONARIA DE
DESINFORMACIÓN
La antigua URSS y su
modelo en el contexto de la alta competencia, verbigracia, derribaron el mito
burgués de que el deporte era sólo para una élite de “elegidos” y se impulsó
una inédita estrategia de universalización que alcanzara todos los recovecos de
la sociedad proletaria. Magnánimos atletas como Anatoly Bondarchuk, Valery
Brumel, Viktor Saneyev, Sergei Bubka, Emil Zatopek (antigua Checoslovaquia),
Irena Szewinska (Polonia), Marita Koch y Marlies Göhr (República Democrática
Alemana), entre otros, son hijos de la sesuda y estricta planificación
soviética consagrada a la actividad física.
Llama poderosamente la
atención que mucha gente más joven que uno ignore tal epopeya de la URSS y se
atreva a afirmar que el socialismo real no aportó beneficios tangibles a la
población de los Estados obreros deformados. ¿El culpable? La maquinaria
mediática de la plutocracia pitiyanqui, ¿quién más? Incluso, una vez nos
comentó nuestro hermano menor -quien estuvo de visita laboral por Rusia- su
parecer al respecto. Según él, a los que les preguntaba acerca de si preferían
la antigua Unión Soviética o la actual Rusia, la totalidad respondía que optaba
por el régimen presente. Tomando como premisa el resultado de la pretérita
“encuesta”, él alegaba que –por consiguiente- la ex URSS no había servido para
nada. ¡Vaya conclusión! Ignoraba nuestro hermano menor las variables clave que
influirían en las opiniones recogidas de forma muy “espontánea” en Rusia, entre
las cuales se halla la edad de quienes interactuaron con él. Si les preguntó a
personas que tienen en promedio su edad, él tiene 30 años, lo más seguro es que
haya platicado con gente que sólo tenía entre 8 y 10 años cuando cayó el Muro
de Berlín y entre 10 y 12 años, cuando desapareció la Unión Soviética. Como le
indicamos en su oportunidad, él debió ser más amplio –y realista- en su muestra
e inquirir a personas mayores de 45 años. De seguro, las ponderaciones habrían
sido radicalmente opuestas. Si te interrogamos por algo que conociste muy poco
–o nada- y te pedimos que lo contrastes con lo que sí manejas muy bien, desde
luego que la probabilidad ganadora la tendrá el presente indicativo… así no sea
tan halagador. ¡Lógico!
En el curso de la Segunda
Gran Depresión Capitalista y a dos décadas del fin de la Unión Soviética, son
invaluables –para la época- los avances del socialismo real en dominios como la
salud, la educación, la ciencia y el deporte. Aún en las naciones donde se
restauró el capitalismo después de 1989, la tendencia abrumadora –día a día- es
a extrañar más la estabilidad y certitud del socialismo real que -con defectos
y virtudes- levantó a naciones enteras desde las cenizas. En definitiva y
“olímpicamente” hablando, al socialismo nunca le quitaron lo bailado.
elinodoro@yahoo.com
P.D. A pesar de la descalificación orquestada por la prensa
burguesa en desmedro del extinto campo socialista, nunca se ha podido comprobar
la existencia oficial del cacareado “dopaje de Estado” durante la Guerra Fría.
Sólo algunas individualidades cometieron esas faltas reprochables y contrarias
al espíritu olímpico. Éstas fueron sancionadas de manera muy severa en su
momento. No sería nada raro que algunos atletas hayan sido “convencidos” por el
imperialismo para atacar al deporte soviético de alta competencia y luego
obtuviesen “favores” de las transnacionales del área en cuestión. El reconcomio
de EEUU y sus lacayos en relación con el entrenamiento de alto nivel y el
desarrollo de biomecánica y fisiología en la República Democrática Alemana
(RDA), verbigracia, era harto enfermizo. Pero ni siquiera así han logrado
escamotear los contundentes registros del socialismo real en disciplinas como
el atletismo. ¡Viva la URSS!