La Navy
del Mundo Libre cerca de Mahmud Ahmadineyad
Hace
tiempo que la llegada de un año nuevo superó los límites del eterno retorno
para asentarse en los espacios de un perpétuo déjà vu. Todo parece ya haber
sido vivido antes, y mientras Ángela Merkel nos anuncia que 2012 volverá a ser
un año peor que el anterior, los tambores de guerra regresan al Golfo junto a
la última versión mediática de las armas de destrucción masiva, aunque esta vez
los redobles se sitúen en la otra ribera del río Shatt al-Arab, en tierra
persa.
Las
alarmas se han disparado en esta ocasión por los supuestos planes de Mahmud
Ahmadineyad para dotar al país de armas nucleares. Esa es al menos la difusa
“impresión” que tienen los expertos de la Organización Internacional de la
Energía Atómica. Y aunque las “impresiones”, e incluso las “evidencias”, ya
resultaron un calamitoso y sangriento fiasco en Iraq, esto no ha impedido a
Israel, la única potencia nuclear en la región, poner el grito en el cielo
-como viene haciendo desde el Antiguo Testamento- y anunciar su intención de
emprender acciones militares contra los barbaros.
Y como
no podía ser de otra forma, sobre todo en época de crisis, cuando siempre viene
bien recordar a la patria, los Estados Unidos del cada vez más descafeinado
Barak Obama no se han quedado atrás.
Así
pues, tras ampliar las sanciones contra Irán, la V Flota se ha encargado de
advertir al descamisado Ahmadineyad de que no está dispuesta a consentir sus
bravucadas adolescentes en forma de maniobras militares junto al estratégico
estrecho de Ormuz.
Una
advertencia en nombre del Mundo Libre que la Navy ha lanzado desde su principal
base naval en la región, Bahréin, donde estos días seguían muriendo
manifestantes en las protestas contra el absolutista monarca Hamed bin Issa al
Khalifa. Los muertos ya se cuentan por decenas en este país donde se le niegan
los derechos al 70% de los súbditos por el delito cultural de haber nacido
chiitas y no sunitas como su rey. Un país de perfiles esquivos, que desapareció
de la noche a la mañana de todos los noticiarios sobre la Primavera Árabe un
lejano día de marzo cuando su monarca pidió, con las bendiciones de Occidente,
la entrada de las democráticas tropas de Arabia Saudí para sofocar a sangre y
fuego la revuelta de la Plaza de la Perla.
Tal vez,
el ruido de la sala de máquinas de los portaviones y destructores anclados en
su base de Manama, haya impedido durante este tiempo a los responsables de la
Armada norteamericana oír los gritos de los manifestantes. Un estruendo de
motores y válvulas que quizás también acalló sin querer las recientes denuncias
de la comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay,
exigiendo la inmediata puesta en libertad de los detenidos durante las
protestas y el fin de las torturas y excesos policiales, admitidos incluso por
los informes encargados por el monarca.
Claro
que también es verdad que el rey ya ha puesto en marcha un ambicioso plan de
reformas para que esos casos no se repitan. Así, su recién nombrado ministro
del Interior, Tariq al Hassan, anunciaba estos días la inminente contratación
de medio millar de policías más.
Pero, sobre todo, el ministro se vanagloriaba
de contar con el asesoramiento de un “super cop” como John Timoney, el mismo
que dirigió aquella polémica represión de las protestas en Miami contra el
Tratado de Libre Comercio que el juez Richard Margolius no dudó en calificar de
vergonzasa y delictiva.