LUCHA CONTRA LA DESERTIFICACIÓN
Y LA
INSEGURIDAD ALIMENTARIA
Alerta en el Cuerno de África
Por Mark Hertsgaard*
El hambre arrasa el
Cuerno de África. Los aumentos de temperatura y las fuertes sequías no hacen
más que agravar la situación. Para combatir la desertificación, se lanzó el
proyecto de la “gran muralla verde”.
Al principio no estaban seguras de poder hacerlo. Ni verdaderamente
convencidas de deber hacerlo. A decir verdad, en la aldea muchos lo dudaban:
cavar hoyos, plantar árboles, tomar iniciativas… ¿No era ese el rol de los
hombres?
“Todos pensaban que habíamos enloquecido”, recuerda Nakho Fall,
una pequeña mujer regordeta y enérgica, vestida con un ropaje rojo y blanco.
Junto con unas doce compañeras, aprovecha la sombra de un árbol. Estamos en
Koutal, una aldea del oeste de Senegal.
Las cabras y las gallinas corretean
entre los senderos arenosos que separan las casas. A las once de la mañana el
calor ya es agobiante. Sin embargo, en apenas un mes las lluvias y la humedad
del verano harán que se añore esta canícula.
Los hombres de Koutal no podían encargarse de plantar árboles
porque ya estaban muy ocupados. Algunos trabajaban en la vecina mina de sal,
adonde llegaban gracias a “autocares rápidos” (1) que los regresaban recién al
caer la noche. Otros habían migrado a Dakar, la capital, en busca de un empleo,
cualquiera fuere.
A pesar de todo, era necesario hacer algo: los árboles
desaparecían, llevándose con ellos una parte de la vida de la aldea. “Ni
siquiera se oía el canto de los pájaros”, cuenta la señora Fall. Ninguna de las
mujeres que la rodean conoce la expresión “cambio climático” pero todas se
quejan del clima cada vez más inclemente y de la persistente sequía que ha
endurecido la tierra, haciéndola más difícil de cultivar. Sin contar con el
aumento de su porcentaje de sal…
Aunque el océano Atlántico se encuentra a unos sesenta
kilómetros, poco a poco dos brazos de mar encontraron el camino de la aldea.
Adama Kone, ingeniero agrícola, explica: “El gobierno senegalés no está en
condiciones de decir en qué proporción se elevó el nivel del mar, pero los
tests efectuados en el suelo muestran que el agua salada se infiltró en
profundidad”. Una agricultora aprieta entre sus dedos un poco de tierra blanca
y nos desafía: “Pruébenla. Verán que decimos la verdad”.
Superando los prejuicios locales, las mujeres de Koutal
decidieron luchar por su aldea. Con la ayuda de donantes extranjeros y expertos
enviados por las autoridades del país, consagraron seis años a transformar
doscientas noventa hectáreas de tierras áridas en un espacio agroforestal
verde. Allí producen la madera que luego venden en el mercado y cosechan diversos
cereales, como el mijo, para su propio consumo. Tanto los ingresos como la
producción alimentaria aumentaron de manera significativa. “Estamos muy
orgullosas porque pensamos que nuestros hijos podrán vivir de esta tierra –dice
Adam Ndiaye, verdadera ‘abuela coraje’ de la aldea–. Sobre todo, sabrán que es
gracias al trabajo de las mujeres”.
En busca de una solución
de fondo
Las aldeanas no sospechaban que de esa manera participarían en
un proyecto que sus partidarios llamaron “la gran muralla verde” de África. Por
el momento, se trata más de una ilusión que de una realidad. Pero si dicha
“muralla” viese la luz, podría cambiar la situación del continente y constituir
una ventaja decisiva no sólo en la lucha contra el cambio climático, sino
también contra el hambre y la pobreza.
El hambre, que ya viene asolando el Cuerno de África, confirma
lo que los científicos predicen hace años: en las próximas décadas, el
continente negro será el primero en sufrir el aumento de la temperatura y la
sequía. Evidentemente, el cambio climático no lo explica todo: si a 750.000
africanos del Este, la mitad niños, les espera una muerte segura, es también
porque una guerra civil causa estragos en Somalia –el epicentro de la hambruna–
que, para colmo de males, hace años padece el abandono de su gobierno. No por
ello es menos cierto que la actual sequía es la más grave desde 1960. Un
cataclismo que también afecta a Kenia y a Etiopía, dos países más estables que
su vecino somalí.
Todo sugería la tendencia desfavorable de las evoluciones
climáticas, por lo que había que reaccionar, sin vacilar en adoptar nuevos
enfoques: más que repartir alimentos de emergencia –lo cual alivia la
conciencia de los gobiernos occidentales y la de las poblaciones que los
eligieron, pero que no aporta una solución permanente–, ¿no convenía atacar
directamente la raíz del problema? Así nació la idea de la gran muralla verde
de África, un concepto que, sin embargo, tiene varias definiciones.
La idea que el entonces presidente de Nigeria, Olusegun Obasanjo,
anticipó en 2005 era simple: plantar una franja de árboles de 15 kilómetros de
ancho destinada a impedir, a medida que se intensifique el cambio climático,
que el desierto de Sahara se extienda más al sur. De Senegal, al oeste, a
Yibuti, al este, debía proteger a diez millones de campesinos pobres (y a sus
familias) de los mismos problemas que sufre Koulta.
Retomada por los jefes de Estado del continente, la fórmula
adquirió renombre internacional cuando en 2007 fue integrada a la cooperación
euro-africana sobre cambio climático con el nombre de Programa “gran muralla
verde” en el Sahara y el Sahel. Su objetivo: “Luchar contra la desertificación,
la degradación de los suelos, la reducción de la biodiversidad y la inseguridad
alimentaria”, explica el profesor Abdoulaye Dia, director ejecutivo de la
Agencia Panafricana creada para la ocasión. En 2007, el Fondo para el Medio
Ambiente Mundial (FMAM) (2) anunció que el proyecto –del cual es socio– sería
dotado de una primer partida de 119 millones de dólares.
“Reverdecimiento
sustentable”
Pero con el transcurso del tiempo, esta versión inicial fue
recibiendo numerosas críticas: científicos y Organizaciones No Gubernamentales
(ONG) denunciaron un enfoque vertical que subestima el potencial local.
Predijeron el fracaso de la empresa, porque no tiene en cuenta la necesidad de
ocuparse a largo plazo de los brotes, regarlos, protegerlos de los animales,
podarlos, etc. Esto implicaría proveer a las poblaciones de medios suficientes,
en especial para el riego.
Dennis Garrity, director del Centro Agroforestal Mundial, un
instituto de investigación conocido por su antiguo acrónimo ICRAF
(International Center for Research in Agroforestry), relata: “En los años 1970,
una idea semejante ya había suscitado gran interés en todo el mundo. Terminó en
un fracaso bochornoso. Al principio, los jefes de Estado africanos estaban
entusiasmados y los ministerios locales de Agricultura recibieron mucho dinero.
Lo que equivalía a decir: ‘Dennos el dinero y plantamos todo lo que ustedes necesiten’.
Se plantaron millones de árboles y, desde luego, la gran mayoría murió”.
Más que un inmenso muro arbolado, Garrity propone una
interpretación más metafórica, pero también ambiciosa, del proyecto de la gran
muralla verde: promover los saberes locales y los conocimientos científicos
orientados a la preservación del medio ambiente y el desarrollo sustentable.
Según él, la reforestación tiene que seguir siendo un eje de acción central,
pero debe integrarse en una visión global que incluya la producción de víveres
y los ecosistemas, como en Koutal. Se trata no sólo de luchar contra la
degradación del terreno, sino también de favorecer las cosechas, los ingresos
producidos por la tierra y la seguridad alimentaria. Así, podría aparecer un
mosaico de iniciativas, ya sea que participen o no en la constitución de un
verdadero “muro” perfectamente lineal en el mapa.
No faltan los ejemplos exitosos. La Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (Food and Agriculture
Organization, FAO) los censó (3). Esta organización evoca, en particular, que
en estos casos no se contentaron con plantar árboles, sino que los cuidaron
(4). Garrity y sus colegas se refieren gustosos a tales experiencias de
“reverdecimiento sustentable de la agricultura”. Colocar árboles en medio de
campos cultivados constituye de hecho una vieja práctica africana que la
importación de técnicas “modernas”, tomadas de los países industrializados,
había hecho olvidar y que los agrónomos están redescubriendo en la actualidad.
El principio es simple: las hojas que caen crean un manto verde permanente que
protege el suelo y lo regenera, aumentando su fertilidad y su capacidad de
conservar el agua.
Todos los partidarios del proyecto de la gran muralla verde
concuerdan en señalar su importancia: falta pues identificar precisamente las
modalidades. Los que financian el proyecto –gobiernos africanos y europeos,
agencias de desarrollo, ONG– y las poblaciones locales, en cuyo nombre se lo
promueve, ¿sabrán ponerse de acuerdo en una visión común?
¿Cómo concretar el proyecto?
Este era uno de los temas de la conferencia ministerial
organizada en Dakar en junio de 2011. Todos los participantes del proyecto se
reunieron para reflexionar sobre su prosecución. Si bien los jefes de Estado
africanos –entre ellos el presidente senegalés Abdoulaye Wade, quien desde
siempre apoya el programa– se muestran sensibles a la visión original del
presidente Obasanjo, los socios capitalistas occidentales –Unión Europea, FMAM,
Banco Mundial y FAO– comparten la idea de que tal conceptualización está
destinada al fracaso. Parece que están más de acuerdo con las tesis de Garrity.
También se encuentran frente a problemas logísticos, ya que son tres las
organizaciones africanas que reclaman la dirección del proyecto: la Agencia
Panafricana para la Gran Muralla Verde, la Unión Africana y la Comunidad de
Estados del Sahel-Sahara.
Además de presentar el riesgo de enriquecer a los ministerios de
Agricultura más que a las poblaciones locales, la visión del presidente
Obasanjo se basa en un error de análisis científico. Las imágenes de alta
resolución que tomaron los satélites del Instituto Estadounidense de Estudios
Geológicos (United States Geological Survey, USGS) muestran que, en realidad,
el Sahara no avanza como una ola desplegándose hacia el sur. Evidencian muchos
bolsones de terrenos mal cuidados, donde el suelo está gravemente empobrecido,
según afirma Ray Tappan, del USGS. Eso no significa que el concepto de gran
muralla sea un problema, porque la desertificación es real; pero la visión
“metafórica” de Garrity podría considerarse más adaptada. Estima que “hay que
apuntar a franjas de tierra, no a todo el borde del Sahel-Sahara”.
El geólogo Dia mide la pertinencia de los argumentos científicos
que invalidan la visión “literal”. Sin embargo, el riesgo de herir la
susceptibilidad de los dirigentes africanos que manifestaron su apoyo al
proyecto inicial, le impide intervenir de manera demasiado notoria –una
contradicción común en los procesos políticos de toma de decisión–. Así, para
hacer progresar la idea, Dia se esfuerza por encontrar un argumento para que
todos puedan “salvar las apariencias”, en particular señalando que las
divergencias no son tan grandes como parece: “Todos tenemos la misma
estrategia”.
Para Garrity, lo importante no es pelearse sobre las palabras, o
a favor de tal o cual concepción de la gran muralla verde: eso incumbe a los
jefes de Estado. En cambio, “podemos tratar de promover realizaciones concretas
en distintos lugares del Sahel y valorizar las experiencias que ya tuvieron
éxito en las poblaciones locales”. En otras palabras, que los dirigentes
políticos utilicen los términos que deseen, mientras que en el terreno los
trabajos empiecen, sin dejar de lado los estudios científicos ni los savoir-faire
locales: “que nadie piense que basta con sólo plantar árboles”.
1. Camionetas que, por algunos
francos CFA, transportan a las poblaciones en condiciones a menudo acrobáticas.
2. El Fondo para el Medio ambiente
Mundial (FMAM) se creó en 1991 y reúne a 182 países.
3. FAO, La pratique de la gestion
durable des terres. Directives et bonnes pratiques pour l’Afrique subsaharienne
– Applications sur le terrain, Roma, 2011.
4. “Cómo hacer reverdecer el
Sahel”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, agosto de 2010.
*
Periodista, autor de HOT: Living Through the Next Fifty Years on Earth,
Houghton Mifflin Harcourt, Boston, 2011.