Nuevas notas sobre
el periodismo
justificador
en la intervención en Libia
Ángeles Diez
Para una socióloga es siempre fascinante analizar el discurso
periodístico si no fuera por sus, cada vez más, dramáticos efectos sobre el
público al que se dirige. Incluso el campo de los medios alternativos ha sido
seriamente diezmado por la lógica informativa hasta el punto de que hoy es difícil
distinguir entre un periodismo comprometido y otro meramente instrumental.
Y no
por la ideología de la empresa y/o corporación para la que se trabaje. Vaya por
delante que no cuestionamos la intencionalidad ni la voluntad de los
profesionales de la información, ni siquiera sus valores, más bien hablamos de
la “disciplina informativa”, esos dispositivos -diría Foucault- que son
interiorizados y objetivados, y que conducen al profesional a reproducir el
discurso dominante.
La mayor parte de los periodistas son free lance, especialmente
los llamados reporteros, de modo que su vínculo suele ser coyuntural, lo que
venden es el producto informativo que elaboran. Cierto que el mercado de la
información está saturado, especialmente en determinados campos, y al servicio
de las grandes corporaciones hay ya legiones de periodistas compitiendo por ser
una de las firmas elegidas. En los medios de izquierdas, minoritarios y con
menos recursos, está menos reñido el juego pero es más difícil ganarse la vida
como periodista. Entre unos y otros profesionales las diferencias son cada vez
menos significativas: los mismos lugares comunes, idéntica forma de construir
“veracidad”, la misma ausencia de análisis, similar lenguaje; en definitiva,
similares técnicas de manipulación.
Las noticias se construyen. La realidad no proporciona noticias
sino hechos, acontecimientos y cotidianidad. En un mundo globalizado a la vez
que disperso, fragmentado e incomunicado, son los profesionales de la
información quienes asumen la tarea de unificar, seleccionar y dar sentido a la
dispersión, en definitiva: agregan los hechos dotándoles de interpretación.
Construyen las noticias y colaboran en la formación de la opinión pública. La
forma en la que actúan está condicionada por dos factores esenciales: a) las
técnicas asociadas al ejercicio de su profesión y b) el proyecto ideológico al
que se subordinan. Ambos elementos son autónomos pero no independientes uno de
otro.
La lógica de los medios de comunicación en tanto que
corporaciones (grupo de empresas asociadas que actúan en distintos campos) ha
diluido el condicionamiento ideológico subordinándolo. Cada vez es más
frecuente que los periodistas justifiquen sus noticias apelando a la
“objetividad” de las “fuentes directas (blogueros, testigos presenciales...) o
su propia presencia en el lugar de los hechos sin cuestionarse por qué
selecciona esos hechos, por qué está en un lugar y no en otro -por ejemplo,
Bengasi y no en Trípoli-, o confundiendo hechos con interpretación de los
mismos.
En estos momentos, la ideología de un periodista no suele tener
cimientos sólidos, menos aún cuando tampoco la sociedad encuentra referencias
durables. El fin de las ideologías ha despejado el camino, no sólo a la
implantación de la ideología única -el capitalismo disfrazado de Economía-,
sino a la construcción de las certezas visuales -la verdad es lo que veo-.
Escasean los profesionales formados en el área de conocimiento sobre el que
informan (economía, internacional, sociedad...), se acabaron ya los reporteros desplazados
con conocimientos sobre los países y conflictos -ahora un reportero informa
igual de Latinoamérica que de Oriente-, ya no hay tiempo para contrastar las
fuentes, tres semanas sirven para hacer un documental o certificar la
existencia de una “rebelión popular”.
Sometidos a la precariedad y a la influencia de los discursos
hegemónicos, trabajando en solitario, los elementos que encuentra un periodista
para elaborar sus interpretaciones no son diferentes de los del resto de la
sociedad. Sin embargo, el poder que se ha otorgado a los medios de comunicación
(masivos o alternativos) hace que sean especialmente peligrosos, pues, como
dice un viejo chiste periodístico, la diferencia entre un médico y un
periodista es que el primero envenena a uno cada vez mientras que el segundo
envenena a miles al mismo tiempo.
Muchos hemos hemos aprendido a poner en cuestión la información
de los medios masivos, de hecho, pensábamos que difícilmente se produciría la
infección de los medios alternativos salvaguardados por unos principios
antiimperialistas históricamente consolidados y fuertemente arraigados en los
periodistas de izquierdas. Sin embargo, la intervención militar reciente en
Libia nos proporciona un interesante caso de estudio sobre el periodismo
alternativo, ya que ha sido habitual la reproducción de técnicas manipuladoras
que sólo eran habituales en los grandes medios.
Pongamos un ejemplo ilustrativo aparecido en Rebelión. Se trata
de una entrevista a un periodista, Reed Lindsay, realizada por una periodista y
un filósofo, Patricia Rivas y Santiago Alba. Seguramente se podrían haber
elegido otros artículos, quizá más ejemplificadores, pero lo que hace
especialmente interesante este texto es que se trata de una entrevista a un
periodista en la que los entrevistadores conducen al entrevistado hacia la
ratificación de sus propias posiciones sostenidas en este medio.
No es mi objetivo contraargumentar las respuestas del
entrevistado ni las contradicciones en las que cae, ni hacer un análisis
exhaustivo del texto, tan sólo señalar algunas de estas técnicas de
manipulación mediática especialmente llamativas que tanto detestamos encontrar
en los medios masivos.
El titular que encabeza la noticia: “Lo que sucedió en Bengasi y
otras ciudades de Libia del 17 al 20 de febrero fue una rebelión popular” no es
sólo un entresacado de las respuestas del periodista sino la respuesta que
encierra la primera pregunta de la entrevista: “1-.¿Hubo o no hubo una revuelta
popular en Bengasi?”, y es ratificada por las siguientes cuatro preguntas:
2-.¿Fue lo ocurrido el 17 de febrero producto de una movilización popular
espontánea o una conspiración franco-estadounidense-saudí? ,¿Quiénes
participaron en ella? 3.-¿Quiénes formaron en la primera hora los cuadros de
dirección de la revuelta? 4.-¿Estaba o no justificada la revuelta? ¿Era
legítimo rebelarse contra Gadafi? El estilo de estas preguntas es poco
periodístico ya que podrían contestarse con un sí o un no, pero simula el
estilo de las encuestas, -técnica sociológica con la que los profesionales de
la sociología solemos crear verosimilitud y certeza pues recoge de forma clara
y precisa los datos de un muestreo-. La formulación de preguntas que resultan
reiterativas pues se deducen de la primera respuesta (preguntas dos y tres),
tiene un doble efecto, por un lado refuerza el mensaje central vía repetición:
“rebelión popular”. Lindsay ya repitió cinco veces la palabra “popular” en el
único párrafo que con el que contesta la primera pregunta, sin embargo, en la
segunda pregunta se le pregunta nuevamente si fue una revuelta popular y se le
añade “espontánea”. El segundo efecto de las preguntas repetitivas es que
permite al entrevistado reforzar su opinión con elementos de comprobación
empírica: “Después de pasar tres semanas en el este de Libia”, “estoy
convencido”, “cualquiera podía constatarlo”, “me recordaron lo que había visto
en la revolución egipcia” “hablé con muchos médicos”, “me contaron”.
Como preámbulo a la entrevista, los entrevistadores recurren a
una técnica muy habitual en los medios masivos llamada “principio de
autoridad”. En los medios masivos adopta dos formas, la primera consiste en
precondicionar al lector haciendo que sea un personaje de prestigio (un
deportista, un cantante, un actor, o un científico reconocido) quien opine
sobre determinado tema, en general, político. Las opiniones de este personaje
famoso tendrán mayor poder de persuasión que las de alguien con conocimientos
sobre el tema pero que no es famoso. La segunda forma, la que aquí se adopta,
es poner el curriculum de la persona a la que se entrevista al principio,
mostrando así al posible lector que la persona entrevistada es una autoridad en
la materia aunque el lector sea la primera vez que oye hablar de él.
En este
caso, se nos describe profusamente el curriculum de izquierdas con el que
cuenta Lindsay: trabajó de colaborador en Telesur en Haití, República
Dominicana, Honduras, EE. UU., Italia, Dinamarca, Egipto y Libia; fué premiado
por esta cadena, se ha dedicado al “periodismo de investigación, concentrando sus
esfuerzos en la injerencia de Estados Unidos en la región”, “hizo numerosas
crónicas sobre los abusos de la misión de la ONU en Haití y sobre las maniobras
del gobierno de Estados Unidos en la región”, etc. Después de leer esta
introducción, inusualmente extensa en un medio como Rebelión, el lector ya sabe
que no puede dudar de la filiación política del entrevistado, sabe también que
sus respuestas están avaladas por una larga trayectoria profesional in situ, y
que cuenta con un importante historial denunciando las intervenciones de
Estados Unidos.
La fotografía con la que se ilustra la entrevista es también muy
significativa y analizable. Ocupa un lugar muy destacado al estar situada en el
centro y dividir la presentación del entrevistado en dos partes. El recorrido
visual de izquierda a derecha conduce al lector del arma que está encima de un
coche apuntando fuera de plano, a un grupo de “rebeldes” de espaldas, al cámara
que está en primer plano pero de espaldas y finalmente al protagonista de
frente, el periodista Lindsay con micrófono en mano que centra todas las
miradas. El pie de foto nos confirma el carácter “independiente” del periodista
y su trabajo: “Reed Lindsay y Jihan Hafiz, durante la grabación del documental
independiente “Bengahazi Rising”, en febrero de 2011”
La introducción y la fotografía preparan convenientemente al
lector. Por supuesto, también el hecho de que se haya seleccionado como la
primera noticia que abrió Rebelión el día 5 de diciembre.
Es también una práctica generalizada en esta profesión mezclar
hechos con interpretaciones, y confundir opiniones con argumentos, algo que
podríamos llamar la técnica de la miscelánea. Por ejemplo, Lindsay dice que
está convencido de que fue una movilización popular espontánea y no una
conspiración de origen estadounidense y como argumento señala que “no he visto
ninguna prueba de que el levantamiento popular que se dio se debiera a la
injerencia extrajera”, o nos cuenta que “Sólo cuando resultó evidente que no
contaban con la fuerza militar para resistir al ejército del gobierno de Muamar
al Gadafi empezaron apedir la intervención de la OTAN”, o “se vieron obligados
a tragarse esta intervención”, o “eran jóvenes, sobre todo estudiantes”, o
“muchos libios dirían que la revuelta...”“En Bengasi todos los días me
encontraba con alguien en la calle que insistía en llevarme a un barrio pobre
para mostrarme que, a pesar de la riqueza del país, la pobreza era un problema
real. Y así pude constatarlo...” “No es por nada que uno arriesga la vida sin
ningún interés personal”.
Además de la mezcla de opiniones como si fuera
información, ninguna de ellas parece estar contrastada por datos y/o
indicadores del conjunto del país, y tampoco parece preocuparle al periodista
que estando en Bengasi y siendo abordado por la gente del lugar para que vea la
pobreza de sus barrios tal vez hubiera algún sesgo.
Otro uso común entre los periodistas es tomar la parte por el
todo. En este caso, los habitantes de Bengasi, y en concreto los que le
abordan, son el pueblo libio en su conjunto, “Durante los primeros días de la
rebelión en Bengasi, los libios que tomaron las calles y empezaron a formar un
nuevo gobierno y una nueva sociedad....”; la rebelión fue popular porque eran
“jóvenes, sobre todo estudiantes. Pertenecían a la clase trabajadora y a la
clase media”;”Muchos jóvenes perdieron sus vidas enfrentando las balas en
Bengasi... muchas mujeres enviaron a sus hijos únicos a luchar en primera línea
y lo celebraron cuando se convirtieron en mártires”, “con el tiempo que tenía decidí
dar prioridad al pueblo y no al poder”
La presencia física como criterio de verdad es cada vez más
frecuente en todos los medios. Parece como si existiera una correlación
automática entre ver y conocer o saber lo que ocurre, como si estar presente en
el lugar de los hechos dotara a los reporteros de un aura especial de
conocimiento.
Me viene a la memoria el caso del reportero de RTVE, Mijayo que
durante el bombardeo israelí a la franja de Gaza en el 2008-09, reportaba
siempre desde el lado israelí con un fondo de tanques y soldados, sobre lo que
ocurría en la franja. En este caso, Reed Lindsay afirma por cuatro veces que
estuvo en Bensasi “tres semanas”, y en ese tiempo no sólo pudo saber lo que
pensaba el pueblo libio, sino que existía relamente pobreza, que fue una
rebelión pupular y espontánea, que “hay divergencia de ideas en Libia sobre los
países miembros de la OTAN”, habló “casi exclusivamente con los libios en las
calles y en las primeras líneas del frente”, visitó los barrios pobres e hizo
un documental.
Las fuentes anónimas y su parcialidad es una de esas prácticas
que, no por ser burdas, dejan de ser muy efectivas para generar opinión. La
entrevista está cuajada de ellas: “los rebeldes entienden”, “hablé con
numerosos médicos que habían trabajado en la zona de guerra y me contaron...”,
“hablé con libios en las calles” “los libios sienten que la victoria sobre
Gadafi es suya”, “encontré evidencias abundantes de que fueron ciudadanos
ordinarios quienes se levantaron”, “Decían que habían empezado la rebelión” “la
mayoría de ellos no se hacían ilusiones”, “muchos me decían que sacarían a
Gadafi...” “las tropas de Gadafi dispararon a los manifestantes con armas
antiaéreas...” En toda la entrevista no existe ninguna fuente que esté
documentada, algún nombre de algún informante, o de algún médico para
corroborar lo que cuenta, algún informe que avale sus datos sobre el número de
muertes, tampoco existe, es evidente, ninguna fuente distinta a las de los
rebeldes de bengasi.
Finalmente, quisiera llamar la atención sobre una forma de
justificar una mentira mediática de la que no me había percatado hasta ahora en
otros análisis. Los entrevistadores no le preguntan a Lindsay por la
fabricación de la mentira sobre los bombardeos de Gadafi a la población, ya que
se trata de una mentira contrastada, sino sobre el riesgo de que los hubiera:
“¿Hubo realmente riesgo de una matanza en Bengasi en marzo de 2011? El montaje
mediático de los inexistentes bombardeos desde el aire llevó a algunos sectores
de la izquierda a poner en duda que hubiese habido ninguna clase de represión e
incluso a negar que hubiera imágenes de la misma” Tal y como se formula la
pregunta la repuesta no puede ser otra que la justificación del periodismo
preventivo que generó dicha mentira.
Así, Lindsay responde no sobre lo que
ocurrió sino sobre la posibilidad del bombardeo, es decir sobre la idea de la
matanza: 8.-“La idea de que iba a haber una matanza en Bengasi no fue algo
inventado por los medios”, y cierra el párrafo con una afirmación que requeriría
una reflexión de ética periodística pues partiendo de un hecho cierto -una
mentira-, afirma que podría no haber sido cierto: “Obviamente no puede probarse
que fuera a habar una matanza que nunca se produjo, pero hay muchos indicios
que llevan a pensar que podría haber sucedido”.
Sorprendentemente Gadafi recibe
en boca de Lindsay una condena superior a la de la OTAN por un hecho que no
cometió. Mientras que hablando de la “idea de los bombardeos” Lindsay le dedica
cuatro párrafos a la represión del régimen de Gadafi, dedica apenas cinco
líneas a contarnos que la OTAN “sobrepasó su mandato”.
* La autora es Doctora en Ciencias
Políticas y Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid