El sable de San Martín
23 de Enero de 1844. El Libertador general José de San Martín cede su espada al Brigadier Juan Manuel de Rosas
Recordemos que
el general José de San Martín le lega su glorioso sable libertador a Juan
Manuel de Rosas el día 23 de enero de 1844, que es cuando escribe su testamento
político en París, Francia. La tercera
cláusula del documento, decía lo siguiente:
“El Sable que me ha acompañado en toda la guerra de la
Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la
República Argentina D. Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción
que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de
la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban
de humillarla”.
Sin embargo, el Restaurador de las Leyes recién se
enterará de semejante gesto de gratitud una vez que muere San Martín. En carta del 30 de agosto de 1850, Mariano
Balcarce, a la sazón hijo político de aquél, comunica a Rosas sobre la muerte
del ilustre argentino, ocurrida el día 17 de ese mismo mes y año, y,
seguidamente, le hace saber de la cláusula número 3 de su testamento político. Luego de transcribirla, Balcarce le dice a
Rosas: “Tan pronto como se presente una ocasión segura, tendré el honor de
remitir a V. E. esa preciosa memoria legada al Defensor de la Independencia
Americana por un viejo soldado cuyos servicios a la Patria se ha dignado V. E.
recordar constantemente en términos tan lisonjeros como honrosos”. Así las cosas, en el pueblo quedó instalado
que San Martín había homenajeado a Rosas por la defensa que éste hizo de la
soberanía nacional en Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845), cuando, en
verdad, ya el Padre de la Patria le había heredado su máxima presea militar
casi dos años antes.
Cuando se produce la batalla de Caseros el 3 de
febrero de 1852, donde una coalición de traidores y ejércitos extranjeros expulsa
a Juan Manuel de Rosas del poder, el anhelo de ver en suelo patrio la espada
del Libertador queda deshecho. La
consigna de los nuevos tiempos era olvidar todo aquello que rememore al régimen
federal depuesto; en ello va la suerte de la espada de San Martín: poco y nada
se sabrá de ella desde la caída de Rosas en adelante. Tampoco era objeto de interés para los
gobiernos liberales y masónicos que se sucedieron desde entonces, algunos de
cuyos artífices, como Domingo Faustino Sarmiento, vieron en San Martín a un
“viejo abatido y ajado por las revoluciones americanas, [que] ve en Rosas el
defensor de la independencia amenazada y su ánimo noble se exalta y ofusca”.
El sable en tierras inglesas
Asentado en Southampton, Inglaterra, Rosas recibe el
sable del Libertador, dándose cumplimiento a lo establecido en la tercera
cláusula testamentaria de San Martín de 1844.
En su chacra de Burguess Street Farm, Juan Manuel de Rosas tenía
exhibida la reliquia dentro de un cofre, en cuya tapa hizo colocar una chapa de
bronce en la que estaba grabada la cláusula del testamento ya citado.
En el mismo pueblo inglés, Rosas redacta su testamento
político con fecha 28 de agosto de 1862.
Allí deja constancia de la distribución total de sus bienes que deja a
familiares y amigos de toda la vida. En
la cláusula 18, dice: “A mi primer amigo el señor Dn. Juan Nepomuceno Terrero,
se entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Señor Capitán General Dn.
José de San Martín (…) Muerto mi dicho
amigo, pasará a su Esposa la Señora Da. Juanita Rábago de Terrero, y por su
muerte a cada uno de sus hijos, e hijas, por escala de mayor edad”.
Juan Nepomuceno Terrero era el padre de Máximo
Terrero, esposo de Manuelita Robustiana Rosas (hija del Restaurador). Juan Nepomuceno fue amigo de toda la vida de
Juan Manuel de Rosas, incluso fueron socios en el primer negocio que ambos
emprendieron: el Saladero “Rosas, Terrero y Cía.”, abierto a finales de
1815. Al morir Rosas el 14 de marzo de
1877, el sable legado quedó en poder de Máximo Terrero, dado que los padres de
éste ya habían fallecido.
Repatriación de la espada gloriosa
A mediados de 1896, el doctor Adolfo P. Carranza,
entonces director del Museo Histórico Nacional, se interesó en la idea de
repatriar el sable de San Martín. Gracias
a los oficios de Antonino Reyes, ex edecán de Rosas, Carranza le manda decir a
Manuela Rosas de Terrero que done el sable corvo de las campañas libertadoras
al museo que dirige. En un tramo, señala
Carranza: “Vengo a rogar a V. haga la donación al Museo Histórico, en nombre de
su señor padre, del sable que recibió”.
Esta carta, fechada el 5 de septiembre de 1896, fue respondida el 27 de
noviembre de ese mismo año por Manuela Rosas, quien le aclara a Carranza que
“al fin mi esposo, con la entera aprobación mía y de nuestros hijos, se ha
decidido en donar a la Nación Argentina este monumento de gloria para ella,
reconociendo que el verdadero hogar del sable del Libertador, debiera ser en el
seno del país que libertó”.
Tiempo más tarde, el 31 de enero de 1897, Manuela
Rosas de Terrero le vuelve a escribir a Adolfo Carranza, esta vez señalándole
que, además del sable corvo, se adjuntarán dos objetos históricos más: uno es
la bandera “que llevó el Benemérito Ejército Expedicionario al Desierto a las
órdenes de mi padre el General don Juan Manuel de Rozas, contra los indios
salvajes que asolaban nuestra campaña”, y el otro era “un trofeo del General
Arenales, (en el año 1820) presentado por su hijo el Coronel don José Arenales,
a mi padre, cuya dedicatoria está estampada en el trofeo”.
Máximo Terrero, cónyuge de Manuela Rosas, le manda
decir al presidente de la Nación, doctor José Uriburu, el 1° de febrero de 1897
desde Londres que “el sable será remitido en estos días a mi sobrino político,
el señor Juan Manuel Ortiz de Rozas, bajo todas las precauciones y formalidades
del caso, y este señor en representación nuestra, tendrá el honor de ponerlo en
manos de V.E.”. Concretados los trámites
para la definitiva repatriación de la espada de San Martín, el 5 de febrero
salió de Southampton para Buenos Aires el vapor “Danube”, trayendo a bordo el
sable glorioso. La noticia fue
confirmada telegráficamente a Manuela Rosas ese mismo día, mientras que el
periódico “El Día” de La Plata, publicaba la novedad el 6 de febrero.
En los días siguientes, previo al arribo, los medios
vertieron las más diversas opiniones sobre la reliquia en cuestión, dando lugar
a debates largos y tediosos que, sin embargo, ya no podían empañar el
acontecimiento en sí. También se había
suscitado un problema, el cual consistía en saber cómo iban a ser los festejos,
los desfiles, la recepción, etc., etc.
Como el tiempo apremiaba, se decidió, por fin, que el “Danube” llegara
al puerto de La Plata y que, desde aquél, se traspasara el sable a la corbeta
“La Argentina”. Luego, una comisión
compuesta por oficiales del Ejército y por el sobrino político de Máximo
Terrero, Juan Manuel Ortiz de Rozas, arribaría al puerto de Buenos Aires y,
acto seguido, le obsequiaría la espada de San Martín al presidente Uriburu en
la Casa Rosada.
A pesar de la magnitud del evento, solamente la
Asociación de la Prensa fue la única entidad que dirigió al pueblo una
invitación para que éste se adhiriera al acto patriótico, pero con la carga de
que dicha invitación fue formulada el mismo día del arribo del vapor
“Danube”. Las vacilaciones de las
autoridades encargadas de formular el programa de festejos, motivaron este tipo
de improvisaciones. La invitación, por
lo tanto, no tuvo el éxito que se esperaba.
Finalmente, el “Danube” arribó con el sable del
Libertador en la mañana del domingo 28 de febrero de 1897. Los únicos asistentes al acto fueron un grupo
de personas allegadas a Juan Manuel Ortiz de Rozas, algunos miembros de la Asociación
de la Prensa de la ciudad de La Plata y uno que otro representante de los
diarios de Buenos Aires, a los que se sumaba un pequeño grupo de vecinos de
Ensenada. Nadie más.
Veamos, sino, lo que publicaba el diario “La Prensa”
el 1° de marzo de 1897: “Desagradable impresión ha causado entre la poca
concurrencia que acudió ayer a presenciar el trasbordo de la espada que
perteneció al General San Martín, desde el vapor mercante “Danube” que lo ha
conducido desde Southampton, a la corbeta “La Argentina”. La ausencia de representación de los
gobiernos, y la poca publicidad dada al acto, contribuyó a que aquella
ceremonia solo fuera presenciada por unas pocas personas”.
La corbeta “La Argentina” quedó fondeada en el puerto
de La Plata hasta el 3 de marzo de 1897, ocasión en que zarpó al puerto de la
ciudad capital. La reliquia militar
llegaba a Buenos Aires en la mañana del 4 de marzo, día fijado para su
recepción por el presidente de la Nación, José Evaristo Uriburu. Aguardaban en el puerto la Escuela de
Grumetes de la Armada con su banda de música, lo mismo que una veintena de
niños del Patronato de la Infancia. Sin
embargo, la comisión de generales designada por el Estado Mayor del Ejército
para que conduzca el sable hasta la Casa Rosada estuvo ausente. Ante esta vergüenza, en el momento hubo que
nombrar a un presidente para la acéfala comisión, cargo que recayó en el
teniente general retirado Donato Álvarez.
Como puede verse, las pasiones facciosas no estaban del todo disipadas,
sino no se entiende el poco interés demostrado para recibir la espada que ciñó
el Padre de la Patria y que heredó, enhorabuena, a Juan Manuel de Rosas.
La espada estaba dentro de una caja y con su respectivo
documento que avalaba la autenticidad de la pieza. La caja era sostenida por cuatro marineros de
la dotación de la corbeta “La Argentina”.
Delante de aquélla se ubicaban Donato Álvarez y Juan Manuel Ortiz de
Rozas, y, detrás del cofre, le seguían los integrantes de la Comisión Militar
(coroneles y tenientes coroneles, pues ningún general se hizo presente), la
Escuela de Grumetes de la Armada (bajo el mando del teniente de Navío Bárcena)
y unas 1.200 personas que eran parte del público que no quiso perderse la
emoción de lo que se estaba viviendo.
Con solemnidad, el sable corvo le fue entregado al
presidente José Uriburu, quien aguardaba dentro de la Casa de Gobierno junto a
sus Ministros, Jefes y Oficiales del Ejército y la Armada. Un decreto firmado por Uriburu un día antes,
el 3 de marzo, manifestaba en su artículo 1° que “el sable que usó el Gral. Dn.
José de San Martín en las campañas de la Independencia Sudamericana, remitido
al Presidente de la República por el Sr. Máximo Terrero y del que hará entrega
el Sr. Juan Ortiz de Rozas, se depositará en el Museo Histórico”.
A partir de entonces, los argentinos hemos tenido el
privilegio de contemplar la espada que empuñó el capitán general José de San
Martín, la misma que luego heredó al preclaro defensor de la soberanía
nacional, brigadier general Juan Manuel de Rosas. Para 1897, un acto de justicia acababa de
concretarse.
Autor: Gabriel O. Turone
Bibliografía
Ortega Peña, Rodolfo y
Duhalde, Eduardo Luis. “San Martín y Rosas. Política Nacionalista en América”,
Editorial Sudestada, Buenos Aires 1968.
Ortiz de Rozas, Nicolás. “El
Sable de San Martín”, La Plata, Año del Libertador General San Martín, 1950.
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