Un empleado del Correo detecta una
carta dirigida a Dios. Dado que no tiene dirección, la abre para ver de qué se
trata. En el sobre, una hoja de papel escrita con mano temblorosa dice:
«Querido Dios: soy una viuda de 84 años que vive de una pequeña pensión. Ayer alguien
me robó el monedero con $ 600. Era lo que me quedaba para el mes. No sé qué
hacer». La carta continúa: «El domingo es Navidad y había invitado a dos amigas
a cenar, pero sin dinero no tendré qué ofrecerles. No tengo familia y Tú eres
mi única esperanza. ¿Me podrías ayudar? ¡Por favor! Con amor, María».
El empleado queda conmovido por la
historia y les muestra la carta a sus compañeros. De inmediato se organiza una
colecta y entre todos juntan $ 520. El empleado ensobra la plata y la envía a
la dirección de «María» que figuraba en el remitente.
Pasan los días, y con ellos la
Navidad. Una semana más tarde, para sorpresa del empleado, llega una segunda
carta dirigida a Dios remitida por María. La abre y lee: «Querido Dios: con
lágrimas en mis ojos y con todo el agradecimiento de mi corazón te escribo
estas líneas para decirte que hemos pasado, mis amigas y yo, una de las mejores
navidades de la vida. ¡Gracias, Dios! Por cierto, faltaban 80 pesos:
¡seguramente se los quedaron esos hijos de puta del Correo!».