Rivke, una amable anciana, regresa a
su casa de Israel desde Nueva York: lleva una valija, un bolso de mano y una
caja con un gato siamés adentro. Cuando hace el chequeo, la empleada le dice
que tiene que despachar el gato, que no puede llevarlo con ella en la cabina.
La mujer opone una leve resistencia, pero una azafata que estaba ahí le dice:
-No se preocupe, señora, yo voy a
cuidarlo y a mirarlo para que esté bien.
La viejita acepta, aborda, el vuelo
parte y una vez cumplidos sus deberes habituales, la azafata baja a la bodega
para ver cómo está el gatito. Para su sorpresa y horror, el animalito está
muerto en la caja. Le avisa al comandante, y éste llama a Tel Aviv para que le
consigan un siamés exactamente igual. Con gran trabajo y tras una intensa
búsqueda en cuanta veterinaria hay en la ciudad, la aerolínea consigue un
siamés idéntico y lo ponen en la caja. Cuando la anciana va a retirar su
equipaje, en cuanto abre la caja empieza a gritar:
-¡Este no es mi gato! ¡Este no es mi
gato!
El empleado le responde:
-Pero señora, claro que es su gato...
-¡Este no es mi gato! ¡Este no es mi
gato!
-¡¿Pero cómo sabe que no es su gato?!
-¡Mi gato está muerto!