Mauricio llega a su casa y
encuentra a su mujer, Sara, llorando desconsoladamente. Le pregunta qué le pasa
y se genera el siguiente diálogo:
-¡Sos una basura!... me contaron
que tenés un fato con tu secretaria. ¿Por qué me hacés eso, eh? ¿No fui siempre
una buena esposa, no te cociné, te planché, crié a tus hijos y estuve en las
buenas y en las malas durante 30 años?
Mauricio, apesadumbrado,
contesta:
-Sí, es verdad lo de la aventura
y es verdad lo que decís. Pero tenés un gran defecto: no gemís cuando hacemos
el amor.
-¿Y por eso me engañás con la
secretaria? ¿Por qué no me lo dijiste antes? Vamos ya mismo al dormitorio y si
eso es lo que querés, eso te doy... ¡yo también puedo gemir!
Suben al cuarto, se desvisten y
se acuestan en la cama.
-¿Ahora, Mauricio? ¿Ahora tengo
que gemir?
-No, Sara, esperá...
Empiezan a besarse y Mauricio
empieza a acariciarla.
-¿Ahora, Mauricio?... ¿ahora es
cuando gimo?
-No, Sara, esperá un poco más...
El marido se pone en posición
para hacerle el amor.
-Ahora, Sara, ahora empezá a
gemir...
-Oy, vey, ¡no sabés el día
infernal que tuve hoy!