Bengasi no para Siria
La contrarrevolución o, en el caso de la Primavera Árabe, la ofensiva
contra la idea misma de una revolución, es siempre sangrienta
A la Primavera Árabe no se le permitió llegar demasiado lejos antes de
que la Contrarrevolución Árabe saltara, primero sobre Libia, ahora sobre Siria,
para reconfigurar la región por medios militares y, así, convertirla en segura
para los miembros varios del club imperialista. Los estadounidenses y sus
aliados europeos y árabes están buscando en el territorio sirio una ciudad
“liberada” como la Bengasi de Libia, para colocarla bajo su escudo
“humanitario” y poderla “defender.”
Hace un año este mes, la Primavera Árabe empezó en Túnez, provocando en
Estados Unidos, en las antiguas potencias coloniales de Europa, y en los
gobiernos monárquicos del Golfo Pérsico un auténtico ataque de pánico. Los
imperialistas y los potentados hereditarios estaban visiblemente agitados ante
la perspectiva de que un movimiento masivo en Túnez y Egipto pudiera extenderse
por todo el mundo árabe, donde Estados Unidos es despreciado con razón por la
mayoría del público. Después de que el viejo y mohoso Presidente Mubarak fuera
expulsado del poder por el ejército egipcio, se hizo normal escuchar a la
Primavera Árabe elevada de categoría a la de “Revolución” Árabe. Pero, por
supuesto, eso era muy prematuro, el tipo de declaración que sale de la boca de
personas que o deliran o no tienen ni idea de lo que van las revoluciones. Los
imperialistas y sus aliados, sin embargo, entienden muy bien que la naturaleza
de la revolución es quitarles los resortes del poder, quitarles sus riquezas, y
castigarlos por los crímenes que han cometido.
La revolución es algo más que un
sentimiento. Como dijo Malcolm X, “Nunca has tenido una revolución que no
implique derramamiento de sangre.” Y la razón principal de ello es que la gente
que tiene riqueza y poder y que sabe que es culpable de crímenes incalificables
derramará océanos de sangre para evitar ser derrocada. También arrojarán uno o
dos de sus lacayos a la turba, para darle a la gente un sentimiento de victoria.
Pero, como he dicho, la revolución es algo más que un sentimiento.
La contrarrevolución, o, en el caso de la Primavera Árabe, la ofensiva
contra la idea misma de una revolución, es siempre sangrienta. A menudo es un
gran despliegue de sangre, para recordarle a la gente la naturaleza real del
poder. Para finales de enero de este año, Estados Unidos y sus aliados europeos
y los indecentes y ricos parásitos de la realeza del Golfo Pérsico tenían un
plan para asegurarse que la Primavera Árabe fuera una estación muy corta.
La
OTAN, con el Presidente Obama “liderando entre bambalinas”, lanzó una
contrarrevolución a la escala industrial de un Shock and Awe, atacando un país
en desarrollo del desierto con una población de seis millones de habitantes con
un poder de fuego suficiente para hacer caer una nación industrial de tamaño
mediano. Pero la conquista llevó casi nueve meses, porque Libia fue defendida
por el pequeño ejército más valiente del mundo, héroes que se enfrentaron a la
muerte que venía del cielo sin ningún lugar en que esconderse, y sin esperanza
de infligir bajas a los euro-estadounidenses.
“Siria se enfrenta al mismo elenco de personajes asesinos que
destruyeron Libia.”
Es fácil para los gobiernos europeos y estadounidense justificar ante
sus pueblos cualquier atrocidad, cualquier crimen de guerra, cualquier robo de
soberanía cometidos contra árabes, africanos y asiáticos. La narrativa
occidental oficial para la agresión libia fue que la OTAN estaba obligada a
salvar la ciudad de Bengasi de Muamar Gadafi. Ahora Siria se enfrenta al mismo
elenco de personajes asesinos que destruyeron Libia. Es el Segundo Acto de una
contrarrevolución para cortocircuitar la Primavera Árabe. El régimen sirio es
denunciado, incluso por antiguas naciones amigas, por negarse a retirar sus
fuerzas de aquellas ciudades que han visto lo peor del derramamiento de sangre.
Pero, si Libia proporciona alguna lección, es que los estadounidenses, los
franceses y sus aliados árabes matarán muchas decenas de miles de personas y destruirán
el país totalmente si se les permite incluso la más mínima excusa para declarar
alguna parte de Siria como un “área liberada” que merece el apoyo de los
aviones de guerra y misiles de la OTAN. Por lo tanto, los sirios deben estar
decididos a no ceder ni un milímetro de su territorio, a que no haya ninguna
ciudad – ni incluso una pequeña – en manos de la oposición.
En resumen, que no
haya ninguna Bengasi.