El 13 de
febrero del 2008 fue asesinado en Damasco, Imad Moughniyeh, un veterano
dirigente de Hizbullah. “El mundo es un lugar mejor sin este hombre”, dijo el
portavoz del Departamento de Estado Sean McComarck, y agregó que “de uno u otro
modo, se ha hecho justicia.”
Y Mike McConnell, el Director de la Inteligencia
Nacional, agregó que Moughniyeh “había sido el terrorista responsable del mayor
número de muertes de norteamericanos e israelíes después de Osama bin Laden”.
Israel también dio rienda suelta a su alegría: “uno de los hombres más buscados
por EEUU e Israel” habría sido ajusticiado, según informó el London Financial
Times. Bajo el título de “Un militante buscado en todo el mundo”, se publicó un
informe, según el cual Moughniyeh era el que seguía a Osama bin Laden en la
lista de los más buscados después del 9/11 y, por tanto, se trataba del segundo
entre los “militantes más buscados en el mundo”.
La
terminología es suficientemente precisa, de acuerdo con las reglas del discurso
anglo-americano, que entiende por “mundo” la clase política de Washington y
Londres (y todos quienes estén de acuerdo con ellos en determinados asuntos).
Así, por ejemplo, es frecuente leer que “el mundo” todo apoyó a George Bush
cuando ordenó el bombardeo de Afganistán. Y esto puede ser cierto para “el mundo”,
pero difícilmente para el mundo, como tuvo buena ocasión de revelar la agencia
internacional de sondeos Gallup luego de que se anunciara el bombardeo. El
apoyo mundial fue mínimo.
Volvamos
a Moughniyeh: fue convertirlo en el “cerebro” de la bomba en la Embajada de
Israel en Buenos Aires que, el 17 de marzo de 1992, mató a veintinueve
personas.
Fue una
respuesta –como dijo el Financial Times— al asesinato por parte de Israel, del
antiguo jefe de Hezbollah Abbas Al-Mussawi en el curso de un ataque aéreo al
sur del Líbano”. Sobre el asesinato no se precisan mayores pruebas, porque
Israel se atribuyó con orgullo el mérito. Pero el mundo podría tener cierto
interés en el resto de la historia. Al-Mussawi fue asesinado con un helicóptero
suministrado por EEUU en una zona muy al norte de la “zona de seguridad”
ilegalmente fijada por Israel en el sur del Líbano. Iba camino de Sidón desde
Jibshit, luego de disertar en un acto en memoria de otro imán asesinado por las
fuerzas israelíes.
El ataque del helicóptero también acabó con su esposa y su
hijo de cinco años. Tras el ataque, Israel se sirvió de otros helicópteros
también suministrados por EEUU para atacar un camión que transportaba a los
supervivientes del primer ataque a un hospital.
Después
del asesinato de la familia, Hezbollah “cambió las reglas del juego”, informó
el Primer Ministro Rabin ante el Parlamento israelí. Nunca antes se habían
lanzado misiles contra Israel. Hasta aquel momento, las reglas del juego eran
que Israel podía lanzar ataques mortíferos dondequiera y a su arbitrio,
Hezbollah tenía que limitarse responder dentro del territorio libanés ocupado
por Israel.
Tras el
asesinato de su líder (y de su familia), Hezbollah comenzó a responder a los
crímenes de Israel en el Líbano atacando el norte de Israel. Esto último es,
por supuesto, terror intolerable, de modo que Rabin lanzó una invasión que
expulsó de sus hogares a 500.000 personas y mató a más de 100. Los despiadados
ataques israelíes llegaron hasta el norte del Líbano.
En el
Sur, el 80 % de la ciudad de Tiro huyó, y Nabatiye quedó reducida a una “ciudad
fantasma”. Según un portavoz del ejército israelí, Jibshit fue destruída en un
70 por ciento, a lo que agregó que el objetivo era “destruir la ciudad por
completo, dada su importancia para la población shiita del sur del Líbano”. El
objetivo era “borrar las ciudades de la faz de la tierra y sembrar destrucción
en su entorno”, según describió la operación un veterano oficial del comando
norte israelí.
Es
posible que Jibshit haya sido un objetivo apreciable porque fue la tierra de
Sheik Abdul Karim Obeid, secuestrado y llevado a Israel varios años antes. La
patria de Obeid “recibió el impacto directo de un misil”, informó el periodista
británico Robert Fisk, “aunque lo más probable es que los israelíes estuvieran
disparando a su mujer y sus tres hijos”. Mark Nicholson escribió en el
Financial Times que quienes no escaparon se escondieron aterrorizados, “porque
era posible que cualquier movimiento dentro o fuera de sus casas atrajera la
atención de la artillería israelí, la cual……..estaba disparando sus proyectiles
repetida y demoledoramente sobre objetivos seleccionados”. Por momentos, los
proyectiles de la artillería impactaban en algunas aldeas a un ritmo de más de
diez disparos por minuto.
Todos
estos hechos contaron con el firme aval del Presidente Bill Clinton, que
entendió la necesidad de instruir con severidad a los araboushim sobre “las
reglas del juego”. Y Rabin apareció como el otro gran héroe, como el hombre de
la paz, muy diferente a las “bestias bicéfalas”, “a los saltamontes” y a las
“cucarachas drogadas”. Esta es simplemente una pequeña muestra de los hechos
que podrían tener interés para el mundo, una vez conectados con la supuesta
responsabilidad de Moughniyeh en el acto de venganza terrorista en Buenos
Aires.
Otro de
los cargos es que Moughniyeh ayudó a preparar las defensas de Hezbollah contra
la invasión israelí del Líbano en 2006, un crimen terrorista intolerable,
conforme a los criterios del “mundo”, convencido de que nada debe atravesarse
en el camino del justo terror y de la agresión practicados por los EEUU y sus
clientes.
Los
apologistas más vulgares de los crímenes de EEUU e Israel explican con
solemnidad digna de mejor causa que mientras los Árabes tienen el propósito de
matar personas, los EEUU e Israel –siendo, como son, sociedades democráticas—
no tienen la menor intención de hacerlo. Sus muertos son simplemente
accidentales, y por eso sus asesinatos no pueden compararse, en punto a
depravación moral, con los de sus adversarios. Esta fue, por ejemplo, la
posición del Tribunal Supremo de Israel cuando recientemente autorizó un severo
correctivo colectivo al pueblo de Gaza, privándole de electricidad (y de agua,
de eliminación de residuos y aguas albañales y de otros elementos básicos de la
vida civilizada).
Una
línea de defensa, ésta, recurrente a la hora de enfrentarse a otros viejos
pecadillos de Washington. Por ejemplo, la destrucción de la Planta farmacéutica
al-Shifa en Sudán en 1998. Aparentemente, el ataque se cobró diez mil vidas,
pero no hubo intención de matarlas; de ahí que no fuera un crimen resultante de
una orden con expresa intención de matar. Así nos aleccionan estos moralistas
sistemáticamente empeñados en apagar toda réplica efectiva a esos vulgares intentos
de autojustificación. Digámoslo una vez más: se pueden distinguir tres
categorías de crímenes: asesinato intencional, muerte accidental y asesinato
premeditado pero sin una intención específica. Las atrocidades de EEUU e Israel
son un caso típico de la tercera categoría. Así, cuando Israel destruyó el
suministro de energía en Gaza o puso trabas para viajar hacia la Ribera
oriental, no tuvo la intención específica de asesinar a personas que morirían
por la contaminación del agua, o en ambulancias que no podían llegar a los
hospitales. Y cuando Bill Clinton ordenó el bombardeo de la planta al-Shifa,
era obvio que eso podía terminar en una catástrofe humana. El Observatorio de
Derechos Humanos se lo comunicó inmediatamente, facilitándole todo tipo de detalles,
pero ni Clinton ni sus asesores quisieron matar a personas concretas entre
aquellos que inevitablemente morirían cuando la mitad de las instalaciones de
la planta farmacéutica fueran destruidas en un país africano pobre que no
podría reconstruirla.
Ocurre,
más bien, que ellos y sus apologistas miran a los africanos sintiendo lo que
nosotros sentiríamos al aplastar una hormiga cuando caminamos por la calle.
Somos conscientes de que es posible que pase (si nos molestamos en pensarlo),
pero no queremos matarlas, porque no son dignas ni de esa consideración. No es
necesario decir que ataques similares perpetrados por araboushim en áreas
habitadas por seres humanos serían considerados de manera harto diferente.
Si por
un momento fuéramos capaces de adoptar la perspectiva del mundo, podríamos
preguntarnos quiénes son los criminales “más buscados en el mundo entero”.