miércoles, diciembre 28, 2011

Sobre "Terrorismo" IV



HIZBULLAH Y RECUERDOS A LA HORA DEL CREPUSCULO

El 13 de febrero del 2008 fue asesinado en Damasco, Imad Moughniyeh, un veterano dirigente de Hizbullah. “El mundo es un lugar mejor sin este hombre”, dijo el portavoz del Departamento de Estado Sean McComarck, y agregó que “de uno u otro modo, se ha hecho justicia.” 
Y Mike McConnell, el Director de la Inteligencia Nacional, agregó que Moughniyeh “había sido el terrorista responsable del mayor número de muertes de norteamericanos e israelíes después de Osama bin Laden”. Israel también dio rienda suelta a su alegría: “uno de los hombres más buscados por EEUU e Israel” habría sido ajusticiado, según informó el London Financial Times. Bajo el título de “Un militante buscado en todo el mundo”, se publicó un informe, según el cual Moughniyeh era el que seguía a Osama bin Laden en la lista de los más buscados después del 9/11 y, por tanto, se trataba del segundo entre los “militantes más buscados en el mundo”.
La terminología es suficientemente precisa, de acuerdo con las reglas del discurso anglo-americano, que entiende por “mundo” la clase política de Washington y Londres (y todos quienes estén de acuerdo con ellos en determinados asuntos). Así, por ejemplo, es frecuente leer que “el mundo” todo apoyó a George Bush cuando ordenó el bombardeo de Afganistán. Y esto puede ser cierto para “el mundo”, pero difícilmente para el mundo, como tuvo buena ocasión de revelar la agencia internacional de sondeos Gallup luego de que se anunciara el bombardeo. El apoyo mundial fue mínimo.

Volvamos a Moughniyeh: fue convertirlo en el “cerebro” de la bomba en la Embajada de Israel en Buenos Aires que, el 17 de marzo de 1992, mató a veintinueve personas.
Fue una respuesta –como dijo el Financial Times— al asesinato por parte de Israel, del antiguo jefe de Hezbollah Abbas Al-Mussawi en el curso de un ataque aéreo al sur del Líbano”. Sobre el asesinato no se precisan mayores pruebas, porque Israel se atribuyó con orgullo el mérito. Pero el mundo podría tener cierto interés en el resto de la historia. Al-Mussawi fue asesinado con un helicóptero suministrado por EEUU en una zona muy al norte de la “zona de seguridad” ilegalmente fijada por Israel en el sur del Líbano. Iba camino de Sidón desde Jibshit, luego de disertar en un acto en memoria de otro imán asesinado por las fuerzas israelíes. 
El ataque del helicóptero también acabó con su esposa y su hijo de cinco años. Tras el ataque, Israel se sirvió de otros helicópteros también suministrados por EEUU para atacar un camión que transportaba a los supervivientes del primer ataque a un hospital.
Después del asesinato de la familia, Hezbollah “cambió las reglas del juego”, informó el Primer Ministro Rabin ante el Parlamento israelí. Nunca antes se habían lanzado misiles contra Israel. Hasta aquel momento, las reglas del juego eran que Israel podía lanzar ataques mortíferos dondequiera y a su arbitrio, Hezbollah tenía que limitarse responder dentro del territorio libanés ocupado por Israel.

Tras el asesinato de su líder (y de su familia), Hezbollah comenzó a responder a los crímenes de Israel en el Líbano atacando el norte de Israel. Esto último es, por supuesto, terror intolerable, de modo que Rabin lanzó una invasión que expulsó de sus hogares a 500.000 personas y mató a más de 100. Los despiadados ataques israelíes llegaron hasta el norte del Líbano.
En el Sur, el 80 % de la ciudad de Tiro huyó, y Nabatiye quedó reducida a una “ciudad fantasma”. Según un portavoz del ejército israelí, Jibshit fue destruída en un 70 por ciento, a lo que agregó que el objetivo era “destruir la ciudad por completo, dada su importancia para la población shiita del sur del Líbano”. El objetivo era “borrar las ciudades de la faz de la tierra y sembrar destrucción en su entorno”, según describió la operación un veterano oficial del comando norte israelí.
Es posible que Jibshit haya sido un objetivo apreciable porque fue la tierra de Sheik Abdul Karim Obeid, secuestrado y llevado a Israel varios años antes. La patria de Obeid “recibió el impacto directo de un misil”, informó el periodista británico Robert Fisk, “aunque lo más probable es que los israelíes estuvieran disparando a su mujer y sus tres hijos”. Mark Nicholson escribió en el Financial Times que quienes no escaparon se escondieron aterrorizados, “porque era posible que cualquier movimiento dentro o fuera de sus casas atrajera la atención de la artillería israelí, la cual……..estaba disparando sus proyectiles repetida y demoledoramente sobre objetivos seleccionados”. Por momentos, los proyectiles de la artillería impactaban en algunas aldeas a un ritmo de más de diez disparos por minuto.

Todos estos hechos contaron con el firme aval del Presidente Bill Clinton, que entendió la necesidad de instruir con severidad a los araboushim sobre “las reglas del juego”. Y Rabin apareció como el otro gran héroe, como el hombre de la paz, muy diferente a las “bestias bicéfalas”, “a los saltamontes” y a las “cucarachas drogadas”. Esta es simplemente una pequeña muestra de los hechos que podrían tener interés para el mundo, una vez conectados con la supuesta responsabilidad de Moughniyeh en el acto de venganza terrorista en Buenos Aires.
Otro de los cargos es que Moughniyeh ayudó a preparar las defensas de Hezbollah contra la invasión israelí del Líbano en 2006, un crimen terrorista intolerable, conforme a los criterios del “mundo”, convencido de que nada debe atravesarse en el camino del justo terror y de la agresión practicados por los EEUU y sus clientes.
Los apologistas más vulgares de los crímenes de EEUU e Israel explican con solemnidad digna de mejor causa que mientras los Árabes tienen el propósito de matar personas, los EEUU e Israel –siendo, como son, sociedades democráticas— no tienen la menor intención de hacerlo. Sus muertos son simplemente accidentales, y por eso sus asesinatos no pueden compararse, en punto a depravación moral, con los de sus adversarios. Esta fue, por ejemplo, la posición del Tribunal Supremo de Israel cuando recientemente autorizó un severo correctivo colectivo al pueblo de Gaza, privándole de electricidad (y de agua, de eliminación de residuos y aguas albañales y de otros elementos básicos de la vida civilizada).
Una línea de defensa, ésta, recurrente a la hora de enfrentarse a otros viejos pecadillos de Washington. Por ejemplo, la destrucción de la Planta farmacéutica al-Shifa en Sudán en 1998. Aparentemente, el ataque se cobró diez mil vidas, pero no hubo intención de matarlas; de ahí que no fuera un crimen resultante de una orden con expresa intención de matar. Así nos aleccionan estos moralistas sistemáticamente empeñados en apagar toda réplica efectiva a esos vulgares intentos de autojustificación. Digámoslo una vez más: se pueden distinguir tres categorías de crímenes: asesinato intencional, muerte accidental y asesinato premeditado pero sin una intención específica. Las atrocidades de EEUU e Israel son un caso típico de la tercera categoría. Así, cuando Israel destruyó el suministro de energía en Gaza o puso trabas para viajar hacia la Ribera oriental, no tuvo la intención específica de asesinar a personas que morirían por la contaminación del agua, o en ambulancias que no podían llegar a los hospitales. Y cuando Bill Clinton ordenó el bombardeo de la planta al-Shifa, era obvio que eso podía terminar en una catástrofe humana. El Observatorio de Derechos Humanos se lo comunicó inmediatamente, facilitándole todo tipo de detalles, pero ni Clinton ni sus asesores quisieron matar a personas concretas entre aquellos que inevitablemente morirían cuando la mitad de las instalaciones de la planta farmacéutica fueran destruidas en un país africano pobre que no podría reconstruirla.
Ocurre, más bien, que ellos y sus apologistas miran a los africanos sintiendo lo que nosotros sentiríamos al aplastar una hormiga cuando caminamos por la calle. Somos conscientes de que es posible que pase (si nos molestamos en pensarlo), pero no queremos matarlas, porque no son dignas ni de esa consideración. No es necesario decir que ataques similares perpetrados por araboushim en áreas habitadas por seres humanos serían considerados de manera harto diferente.

Si por un momento fuéramos capaces de adoptar la perspectiva del mundo, podríamos preguntarnos quiénes son los criminales “más buscados en el mundo entero”.



Entradas Relacionadas