A
propósito de la nueva Ley impulsada por el GAFI (ente internacional antilavado)
y el debate generado a partir de la inclusión del término terrorismo, que la
Presidenta se ocupó en exceptuar para los casos de manifestaciones y protestas
sociales.
Rompiéndose
las cadenas con el uso impulsado por la Casa Blanca, hoy, la palabra
«terrorismo» vuelve a tener el vigor de toda la historia: Es decir nada, si se
sacan todas las subjetividades y preconceptos. Como ejemplo, vale citar que
para la España de 1810-1820, su ex oficial José de San Martín sería
"terrorista" si se aplicaran los conceptos Bush.
Más aún,
¿o acaso EEUU no causa "terror" cada vez que lanza bombas sobre
Hiroshima, arroja napalm o invade todos los años?
Porque si de Terrorismo de Estado se trata... en nuestra historia argentina y latinoamericana tenemos para hacer pan dulce.
Por ello
es un vocablo que eluden la mayoría de los países del Mundo, los que huyen de
esas generalizaciones que surgen de la dificultad de definir al «terrorista»
(¿una raza, una profesión, una manía?) y «terrorismo» para usar la idea de
«acto terrorista», es decir, limitar la aplicación de terrorista a un hecho
individual y no a una conducta genérica.