A 42 años del Aramburazo -parte II
Recuperando el valor de las palabras y de algunos hechos:
¿Crimen o ajusticiamiento?
Onganía ¿cómplice?
1
Hay una primera certeza: el general suele salir de su casa
alrededor de las once de la mañana. Pero no siempre. Lo que demuestra que no
habrá certezas absolutas. Salvo la decisión de matarlo, pero esa certeza es de
ellos. Lo demás, la realidad, no ofrece garantías de ningún tipo. Todo es
riesgo, terreno inseguro. El general sale a veces, a veces no. De modo que
atraparlo en la calle será azaroso. Y dejar las cosas libradas al azar no es
aconsejable. Hay que partir de hechos seguros, que tengan la regularidad del
movimiento de los astros. Hoy salió. Mañana, quién sabe. Lo ven desde la vereda
de enfrente, desde una sala de lectura, tal vez una biblioteca, del colegio
Champagnat.
El general camina tranquilo, no tiene apuro. Está en medio de
muchas tramas, tiene demasiados planes. Está en el centro –un centro opaco
porque es secreto, conspirativo– de la política nacional.
Quiere que Onganía se vaya. Es un torpe corporativista, un
Franco tardío, alguien que no entiende nada.
El general, sí. El general entiende. Hay que negociar en serio
con el peronismo.
El esquema de excluirlo, de marginarlo del juego político, debe
terminar. No va más.
El lo intentó al principio, en 1955, cuando lo echó a Lonardi,
que los respetaba demasiado a los peronistas, que los quiso integrar desde el
vamos.
Ni vencedores ni vencidos. Un tonto, un flojo, un nacionalista
católico con el corazón de un monaguillo ingenuo. Estos nacionalistas apenas si
saben hacer bataholas, alzamientos.
Después, los liberales tienen que arreglar todo. Gobernar.
A Lonardi, él. No, ahí, en el ‘55 sólo era posible la mano dura.
O eso le pareció.
Tiene que ser posible desperonizar a este país de mierda, se
dijo con rencor, con bronca, con sed de revancha.
Si no alcanzó con el bombardeo de junio, con el golpe de
septiembre, habrá que insistir. Seguir pegando fuerte, donde les duela.
Esconderles a la Perona, que no la vean más. Si no, el desastre.
Dondequiera que la pongamos irán en manadas a rendirle culto. Otra que la
Difunta Correa.
No, la difunta Eva, en el país, nunca. Llévensela. Pónganla en
cualquier lugar del mundo. Aquí, no.
Nadie podrá negarle al general el empeño que puso en
desperonizar el país. Inútil. El país se obstinaba en ser peronista. El, que
llevó la desperonización al extremo de la muerte, que hizo fusilar al general
Valle en una penitenciaría, que no recibió a su mujer, que le dijo que dormía,
él, que ordenó o aceptó sin que un solo pelo se le moviera los asesinatos
clandestinos, hoy quiere negociar, hablar con los enemigos. Es lo único que
resta y lo que sin duda funcionará.
Con cautela: primero con los sindicalistas y los políticos
democráticos, conciliadores. Decirles con claridad: habrá, pronto, elecciones y
ustedes se podrán presentar. Y si ganan tendrán lo que ganaron. Y si es el
Gobierno, será el Gobierno. Y si quieren traerlo a Perón, hablaremos. Todo
puede ser. Pero en calma. Todos tirando para el mismo lado, el de la democracia
argentina, el de la institucionalización.
Al general, ni siquiera le resulta paradójico que sea él quien
se haya puesto al frente de eso. La historia –suele confesarse– nos cambia a
todos. Algo habrá hecho también con Perón. Eso, lo que hizo con él: cambiarlo.
No puede ser el mismo.
Si él, que es un vasco cabeza dura, supo apartar los viejos
odios de su corazón, ¿por qué no el hombre de Puerta de Hierro?
Al cabo, los años no pasan en vano y a Perón le han pasado unos
cuantos. Se lo ve viejo, o cansado. Como si sólo el odio o el afán de la
revancha lo mantuvieran en pie, lúcido. Si le damos un par de gustos, se va a
calmar. Le devolvemos el uniforme. Lo ascendemos a teniente general. No ha de
haber dolor más grande para un hombre de armas que la degradación y la ausencia
de la patria a cuya defensa dedicó su vida, o juró hacerlo.
Le devolvemos el uniforme y se acabó: es nuestro. Ahora, calme
el país. Póngase del lado de la gente de honor. El general cree, con orgullo,
que la suya es la tarea de un verdadero estadista. O más: la de un patriota.
Ese gesto, tenderle una
mano a su viejo enemigo, mirar hacia el horizonte con rencores agonizantes,
desleídos, tiene grandeza. ¿La tendrá Perón? Si no la tiene, tendrá otra cosa:
el cansancio de los años, el deseo de reposar. La guerra terminó. Venga, otra
vez es uno de los nuestros. Un militar de la nación. Ponga a cualquiera de los
suyos de candidato y punto. Si ganan, ganan.
Usted no, a usted no lo vamos a dejar. Presidente, usted, no.
Créame, es un favor que le hacemos.
Desgasta mucho el poder. Le damos lo que quiera, lo que pida,
pero no la presidencia. No puedo. Puedo mucho, pero no todo. Nadie puede todo.
Ni usted pudo.
Pero le doy mi palabra: Onganía se va. El escollo es él, la
gente como él. Usted los conoce bien. Son esos a los que llama gorilas. No
toleran ni escuchar su nombre. No cambiaron.
Yo sí. Soy el hombre que este país necesita. Usted es el otro.
Rabiosos enemigos de ayer, hoy estamos juntos y le vamos a crear una salida a
este laberinto que nos sofoca desde hace ya 15 años.
Tiene mi palabra de caballero y de soldado.
Pero usted ponga lo suyo, Perón. O si lo prefiere, y sé que lo
prefiere, general Perón. Nada de comunidad organizada, republicanismo.
El Partido Justicialista, si entra al sistema, entra como
partido del sistema, ¿está claro, no? Póngales freno a los sindicalistas duros,
a los sacerdotes levantiscos, a los guerrilleros que andan invocando su nombre
y a los que no. Estamos a tiempo. Podemos hacerlo sin que corra demasiada
sangre. Nada de Movimiento Peronista, general.
El país necesita un
democrático Partido Justicialista si quiere entrar en la carrera electoral. Yo
voy a ir con el mío, con Udelpa. Si gano, gano. Si no, me conformaré con haber
sido el artífice del ordenamiento definitivo de la república.
2.
Ahora ha vuelto a su casa. Ni sospecha que lo vigilan. Ahí
nomás, desde la sala de lectura del Champagnat. Si lo supiera, acaso pensaría
que somos arcilla blanda, fácil, en manos de una historia que creemos hacer y
nos hace entre sorpresas, pasmos. Que uno cree ser el creador de sucesos
nuevos, impensados.
El patriota que lleva la historia del país a un lado, luego a
otro. El hombre providencial. El que ayer echó al peronismo, el que hoy lo
traerá para beneficio de todos. Pero no lo sabe. No sabe nada. Se deja llevar
por sus pensamientos, tiene cientos de ideas, de imágenes, de proyectos.
Imagina un país de unidad, de paz ciudadana, de progreso. Un país hecho posible
por su sincero, honesto patriotismo. Tiene, cree, todo bajo control, el plan
perfecto, el que no puede fallar, el que le tallará esa estatua que no duda
merecer.
Pero sólo hay algo que ignora. Ignora que, desde la vereda de
enfrente, lo vigilan. Ignora que, en poco tiempo, lo matarán. Ignorar eso es
ignorarlo todo. La vida es así, tan imprevisible que mete miedo.
José
Pablo Feinmann. Fragmento del Ensayo Peronismo
(Filosofía política de una
obstinación argentina) Diario Página/12