martes, mayo 29, 2012

A 42 años del Aramburazo, Onganía cómplice y "ajusticiamiento", no crimen _II - Une Aramburazo de 42 ans, complice Ongania et «exécution», et non pas le crime _II


A 42 años del Aramburazo -parte II

Recuperando el valor de las palabras y de algunos hechos:

¿Crimen o ajusticiamiento?

Onganía ¿cómplice? 

1
 Hay una primera certeza: el general suele salir de su casa alrededor de las once de la mañana. Pero no siempre. Lo que demuestra que no habrá certezas absolutas. Salvo la decisión de matarlo, pero esa certeza es de ellos. Lo demás, la realidad, no ofrece garantías de ningún tipo. Todo es riesgo, terreno inseguro. El general sale a veces, a veces no. De modo que atraparlo en la calle será azaroso. Y dejar las cosas libradas al azar no es aconsejable. Hay que partir de hechos seguros, que tengan la regularidad del movimiento de los astros. Hoy salió. Mañana, quién sabe. Lo ven desde la vereda de enfrente, desde una sala de lectura, tal vez una biblioteca, del colegio Champagnat.

El general camina tranquilo, no tiene apuro. Está en medio de muchas tramas, tiene demasiados planes. Está en el centro –un centro opaco porque es secreto, conspirativo– de la política nacional.

Quiere que Onganía se vaya. Es un torpe corporativista, un Franco tardío, alguien que no entiende nada.

El general, sí. El general entiende. Hay que negociar en serio con el peronismo.

El esquema de excluirlo, de marginarlo del juego político, debe terminar. No va más.

El lo intentó al principio, en 1955, cuando lo echó a Lonardi, que los respetaba demasiado a los peronistas, que los quiso integrar desde el vamos.
Ni vencedores ni vencidos. Un tonto, un flojo, un nacionalista católico con el corazón de un monaguillo ingenuo. Estos nacionalistas apenas si saben hacer bataholas, alzamientos.

Después, los liberales tienen que arreglar todo. Gobernar.

A Uriburu tuvo que arreglarle el desorden Justo.

A Lonardi, él. No, ahí, en el ‘55 sólo era posible la mano dura. O eso le pareció.

Tiene que ser posible desperonizar a este país de mierda, se dijo con rencor, con bronca, con sed de revancha.
Si no alcanzó con el bombardeo de junio, con el golpe de septiembre, habrá que insistir. Seguir pegando fuerte, donde les duela.

Esconderles a la Perona, que no la vean más. Si no, el desastre. Dondequiera que la pongamos irán en manadas a rendirle culto. Otra que la Difunta Correa.
No, la difunta Eva, en el país, nunca. Llévensela. Pónganla en cualquier lugar del mundo. Aquí, no.

Nadie podrá negarle al general el empeño que puso en desperonizar el país. Inútil. El país se obstinaba en ser peronista. El, que llevó la desperonización al extremo de la muerte, que hizo fusilar al general Valle en una penitenciaría, que no recibió a su mujer, que le dijo que dormía, él, que ordenó o aceptó sin que un solo pelo se le moviera los asesinatos clandestinos, hoy quiere negociar, hablar con los enemigos. Es lo único que resta y lo que sin duda funcionará.
Con cautela: primero con los sindicalistas y los políticos democráticos, conciliadores. Decirles con claridad: habrá, pronto, elecciones y ustedes se podrán presentar. Y si ganan tendrán lo que ganaron. Y si es el Gobierno, será el Gobierno. Y si quieren traerlo a Perón, hablaremos. Todo puede ser. Pero en calma. Todos tirando para el mismo lado, el de la democracia argentina, el de la institucionalización.

Al general, ni siquiera le resulta paradójico que sea él quien se haya puesto al frente de eso. La historia –suele confesarse– nos cambia a todos. Algo habrá hecho también con Perón. Eso, lo que hizo con él: cambiarlo. No puede ser el mismo.

Si él, que es un vasco cabeza dura, supo apartar los viejos odios de su corazón, ¿por qué no el hombre de Puerta de Hierro?

Al cabo, los años no pasan en vano y a Perón le han pasado unos cuantos. Se lo ve viejo, o cansado. Como si sólo el odio o el afán de la revancha lo mantuvieran en pie, lúcido. Si le damos un par de gustos, se va a calmar. Le devolvemos el uniforme. Lo ascendemos a teniente general. No ha de haber dolor más grande para un hombre de armas que la degradación y la ausencia de la patria a cuya defensa dedicó su vida, o juró hacerlo.

Le devolvemos el uniforme y se acabó: es nuestro. Ahora, calme el país. Póngase del lado de la gente de honor. El general cree, con orgullo, que la suya es la tarea de un verdadero estadista. O más: la de un patriota.
 Ese gesto, tenderle una mano a su viejo enemigo, mirar hacia el horizonte con rencores agonizantes, desleídos, tiene grandeza. ¿La tendrá Perón? Si no la tiene, tendrá otra cosa: el cansancio de los años, el deseo de reposar. La guerra terminó. Venga, otra vez es uno de los nuestros. Un militar de la nación. Ponga a cualquiera de los suyos de candidato y punto. Si ganan, ganan.

Usted no, a usted no lo vamos a dejar. Presidente, usted, no. Créame, es un favor que le hacemos.
Desgasta mucho el poder. Le damos lo que quiera, lo que pida, pero no la presidencia. No puedo. Puedo mucho, pero no todo. Nadie puede todo. Ni usted pudo.

Pero le doy mi palabra: Onganía se va. El escollo es él, la gente como él. Usted los conoce bien. Son esos a los que llama gorilas. No toleran ni escuchar su nombre. No cambiaron.

Yo sí. Soy el hombre que este país necesita. Usted es el otro. Rabiosos enemigos de ayer, hoy estamos juntos y le vamos a crear una salida a este laberinto que nos sofoca desde hace ya 15 años.
Tiene mi palabra de caballero y de soldado.

Pero usted ponga lo suyo, Perón. O si lo prefiere, y sé que lo prefiere, general Perón. Nada de comunidad organizada, republicanismo.

El Partido Justicialista, si entra al sistema, entra como partido del sistema, ¿está claro, no? Póngales freno a los sindicalistas duros, a los sacerdotes levantiscos, a los guerrilleros que andan invocando su nombre y a los que no. Estamos a tiempo. Podemos hacerlo sin que corra demasiada sangre. Nada de Movimiento Peronista, general.
 El país necesita un democrático Partido Justicialista si quiere entrar en la carrera electoral. Yo voy a ir con el mío, con Udelpa. Si gano, gano. Si no, me conformaré con haber sido el artífice del ordenamiento definitivo de la república.


2.
Ahora ha vuelto a su casa. Ni sospecha que lo vigilan. Ahí nomás, desde la sala de lectura del Champagnat. Si lo supiera, acaso pensaría que somos arcilla blanda, fácil, en manos de una historia que creemos hacer y nos hace entre sorpresas, pasmos. Que uno cree ser el creador de sucesos nuevos, impensados.

El patriota que lleva la historia del país a un lado, luego a otro. El hombre providencial. El que ayer echó al peronismo, el que hoy lo traerá para beneficio de todos. Pero no lo sabe. No sabe nada. Se deja llevar por sus pensamientos, tiene cientos de ideas, de imágenes, de proyectos. Imagina un país de unidad, de paz ciudadana, de progreso. Un país hecho posible por su sincero, honesto patriotismo. Tiene, cree, todo bajo control, el plan perfecto, el que no puede fallar, el que le tallará esa estatua que no duda merecer.


Pero sólo hay algo que ignora. Ignora que, desde la vereda de enfrente, lo vigilan. Ignora que, en poco tiempo, lo matarán. Ignorar eso es ignorarlo todo. La vida es así, tan imprevisible que mete miedo.

José Pablo Feinmann. Fragmento del Ensayo Peronismo 
(Filosofía política de una obstinación argentina) Diario Página/12


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