sábado, mayo 19, 2012

Yemen y la "democracia" made in USA... - Le Yémen et la «démocratie» made ​​in USA ...

Yemen
El fin de la ‘estabilidad’

En septiembre de 2010 Arabia Saudí celebró el aniversario de la Revolución republicana de Yemen de 1962 financiando grandes fiestas en la capital del país. Un gran número de yemeníes abarrotaron la Embajada de Arabia Saudí en Saná para recoger el dinero ofrecido para conmemorar ese importante acontecimiento. Tal grado de despilfarro no es nada nuevo en la política exterior saudí pero el pretexto de la solidaridad demostrada en la celebración de la Revolución republicana resulta particularmente desconcertante incluso para los estándares saudíes de prevaricación.
El 26 de septiembre de 1962, un pequeño grupo de oficiales del ejército de Yemen del Norte puso punto final de la noche a la mañana al imamato de mil años y estableció la República Árabe del Yemen (RAY). La Revolución republicana, apoyada por el Egipto naserista, desató una importante serie de revueltas internas en Arabia Saudí. La monarquía saudí sobrevivió a las iniciales amenazas internas y se comprometió a la contrarrevolución desde la retaguardia enfrentando a los monárquicos yemeníes contra los republicanos apoyados por Egipto en una brutal guerra por delegación de ocho años de duración. En 1970, la contrarrevolución respaldada por Arabia Saudí consiguió en buena parte “des-revolucionar” la República y la monarquía saudí lo viene celebrando desde entonces.

El Reino de Arabia Saudí puede burlarse de la historia celebrando la Revolución de 1962 pero cincuenta años más tarde la sombra del norte de África se ha extendido una vez más en Yemen. Los levantamientos árabes que produjeron la caída de Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto en 2011, estimularon el naciente movimiento de protesta yemení y condujeron, finalmente, a la destitución del presidente Ali Abdulá Saleh.

Con frecuencia se han establecido comparaciones entre las revueltas árabes y las revoluciones de Francia en 1789, de Europa en 1848, de la Primavera de Praga de 1968, en Europa del Este y en la Unión Soviética en 1989 y, en algunas ocasiones, entre la Revuelta árabe y la Revolución naserista en Egipto, del año 1952. La Revolución republicana de 1962 en Yemen del Norte, sin embargo, se ha obviado de manera general. Al igual que el levantamiento de Yemen de 2011, la Revolución republicana, en palabras de Gamal Abdel Naser “estalló en una de las partes del mundo árabe donde menos se esperaba”. Existen importantes y poco explorados paralelismos entre la Revolución republicana de 1962 en Yemen del Norte y los levantamientos árabes, especialmente en el caso del de Yemen en 2011.


Antes de la Revolución de 1962, el Yemen del Norte bajo la égida del imamato representaba el modelo ideal de estabilidad inspirada por Arabia Saudí. El lacrimoso Yemen del Norte formaba una conveniente zona de amortiguamiento entre una prolija y cada vez más voraz Arabia Saudí y una presencia británica en disminución en Adén. El imamato de Hamid al-Din patrocinado por los saudíes gobernó el país sobre la base de un régimen personalista que condenó a su población a un empobrecido sistema sustentado en la servidumbre. El imamato cerró el mundo exterior a sus ciudadanos y prohibió las nuevas tecnologías como la radio.

Los noryemeníes no se mantuvieron inactivos frente al represivo gobierno del imamato al-Din. Los disidentes políticos en 1938, por ejemplo, distribuyeron en el imamato copias de contrabando de La Naturaleza de la opresión, de al-Kawakibi, y diseñaron planes para reemplazarlo. El Movimiento Libre de Yemen, con el apoyo de la Hermandad Musulmana egipcia, produjo una Carta Nacional Sagrada que preveía un imamato constitucional reformado. La presión del Movimiento Libre de Yemen a favor de la reforma [islah] se tradujo en el asesinato del Imán Yahya en 1948 aunque el golpe de Estado planificado fracasó. El Movimiento Libre de Yemen no había comunicado sus ideas a la mayoría de la población y el asesinato de Yahya no obtuvo respaldo. Como argumenta Pablo Dresch: “Aún no existía un lenguaje común en el que se pudiera animar un levantamiento popular”. Catorce años más tarde surgieron las palabras adecuadas.

La Revolución egipcia de 1952 resonó en el secuestrado imamato. A pesar del aislamiento del mundo exterior impuesto por el imamato, el advenimiento de la radio dio lugar a que la población urbana y la de las zonas rurales se conectaran a las corrientes políticas regionales y nacionales. El ascenso del nacionalismo árabe y la invención de los transistores de mano resultó una combinación fatal. Emitiendo desde El Cairo naserista, La voz de los árabes difundía la idea de que deshacerse del imamato y establecer una República en su lugar era la solución a los múltiples problemas de Yemen, incluido el desalojo de los británicos de Adén.

Habitualmente se considera que la transformación del entorno de las comunicaciones en el mundo árabe se inició a finales de 1990 con el lanzamiento de la televisión por satélite y de Al-Yasira. La Revolución republicana de 1962 ilustró el papel esencial que jugó la radio en la unificación del espacio político yemení y árabe. En comentarios recientes se ha destacado el papel de los medios sociales, de la televisión por satélite y de las telecomunicaciones en la precipitación de los levantamientos. En efecto, un cambio en el entorno de la información supuso un vector central en el levantamiento yemení de 2011.

Sin embargo, al enfatizar el cambio tecnológico en las corrientes políticas regionales es importante, como en todos los levantamientos actuales, no confundir la agitación política local y la imaginación. La Revolución republicana no podría haber recibido apoyo popular sin el trabajo de base de grupos tales como el Movimiento Libre de Yemen durante la década de 1930. Del mismo modo, el levantamiento de Yemen no se hubiera podido unir alrededor del nepotismo de Saleh sin la enorme resistencia, entre otros, de los sureños, de los Houthis y de la juventud yemení. Son estos marcos políticos populares de cambio los que constituyen el fenómeno, y la transformación tecnológica y regional los epifenómenos.

El 26 de septiembre de 1962, Radio Saná anunció la muerte del imán al-Badr y la noticia se difundió. Un grupo de oficiales del ejército del Norte de Yemen apoyados por naseristas habían dirigido tanques a Sana y bombardearon las oficinas de al-Badr. La radio, y su astuta utilización por parte de los revolucionarios, definieron el resultado político esperado, a saber, la eliminación de al-Badr y el final del imamato. La información sobre la muerte de al-Badr fue prematura pero —a diferencia de la de su abuelo— la noticia recibió la bienvenida popular. La realidad es que se había escapado del edificio y huyó hacia las tribus del norte. El guardaespaldas de Al-Badr, Abdulá As-Sallal, tomó el poder y el imamato pasó a llamarse República Árabe de Yemen.

La dinastía de Hamid al-Din tuvo un final muy similar a los treinta y tres años de Saleh en el cargo. El 3 de junio de 2011, explotó una bomba en la mezquita presidencial. Los opositores de Saleh intentaron repetir el truco de los revolucionarios de 1962 y anunciaron su prematuro final. El presidente Ali Abdulá Saleh resultó gravemente herido. La metralla le había atravesado el pecho y sufrió quemaduras graves. Sin dejar de exagerar, un Saleh vivo pero con voz áspera anunció en un discurso de audio a la televisión estatal que estaba “bien y en buen estado de salud”. Saleh se vio obligado a irse de Yemen para recibir tratamiento médico en Arabia Saudí y, unos meses más tarde, a Estados Unidos.

Tanto Al-Badr como Saleh despertaron en Yemen, cual aparición, de sus informadas muertes con la aquiescencia saudí y estadounidense. En el caso de al-Badr, formó una campaña monárquica apoyada militarmente por los saudíes y respaldada por tribus del norte contra los republicanos asistidos por los naseristas. La división geopolítica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que se manifestaba a escala regional en las monarquías árabes y en los nacionalistas árabes, produjo una brutal guerra por delegación entre Arabia Saudí y Egipto.

La reaparición de Saleh en Yemen tuvo lugar a pesar de las advertencias de que su regreso podría provocar una guerra civil. De hecho, según el nuevo gobierno post-Saleh va eliminando gradualmente a los miembros de la familia de las posiciones de poder y en particular del ejército, Saleh amenaza con el caos. Teniendo en cuenta el marco de la política del gobierno de Obama enfocada a la estabilidad, no está claro por qué se permitió el regreso de Saleh a Yemen desde sus lujosas residencias de Estados Unidos en febrero de 2012.

Tanto en la Revolución republicana como en los levantamientos árabes, la política de Estados Unidos vaciló. En 1962, se concedió con rapidez el reconocimiento oficial de Estados Unidos a la República Árabe de Yemen pero el apoyo inicial transitó pronto hacia el apoyo a la contrarrevolución dirigida por Arabia Saudí. En 1965, en respuesta a la amenaza revolucionaria republicana, un acuerdo conjunto entre Estados Unidos y Gran Bretaña con Arabia Saudí significó el mayor contrato de exportación militar de la época. En un paralelismo sorprendente, las revueltas árabes actuales también han dado lugar a un acuerdo de armas record: en 2011, Estados Unidos y Arabia Saudí firmaron un acuerdo por valor de sesenta mil millones de dólares.

La primera reacción de Estados Unidos ante la Revolución republicana, sin embargo, se calculó para distanciarse de la escalada británica y saudí en el conflicto. Un clarividente y precoz diagnóstico estadounidense afirmó que tanto los británicos como los saudíes no estaban cumpliendo su acuerdo de no armar a los monárquicos y tomó nota de que el oro y las armas saudíes mantenían “la olla tribal hirviendo”. De hecho, el armamento encubierto de los británicos a Arabia Saudí en ese período sentó el precedente de la guerra militar privatizada. El coronel David Stirling —prototipo de posteriores personajes como Erik Prince, fundador de Blackwater— estableció una fuerza privada de mercenarios y resultó central para cerrar acuerdos de armas a favor de fabricantes armamentísticos británicos como BAE Systems.

La presión ejercida por Estados Unidos condujo a un alto el fuego en el conflicto y se desplegó la Misión de Observadores de Naciones Unidas en Yemen. La débil misión de la ONU se derrumbó rápidamente y la batalla entre los yemeníes republicanos y los monárquicos quedó envuelta en la brutal guerra por delegación entre Arabia Saudí y Egipto. Mientras que Arabia Saudí vertió grandes sumas de dinero y proporcionó armas a al-Badr y a su campaña monárquica, el ejército egipcio estacionó sesenta mil efectivos en Yemen para apoyar a la RAY. Los planificadores militares de El Cairo habían soñado con una presencia en la Península Arábiga. El orgullo militar y político del apoyo a la RAY, sin embargo, precipitó el final de Naser.

El temor a la amenaza comunista hizo que la política de Estados Unidos se volviera hacia Arabia Saudí y Gran Bretaña. En marzo de 1963, el bombardeo egipcio de las posiciones monárquicas en Arabia Saudí y la disidencia interna en el ejército saudí dio lugar a la Operación Superficie Dura por la que Estados Unidos enviaba aviones y buques de guerra para apoyar a la monarquía saudí. Mientras tanto, la simétrica guerra por delegación se desgastaba, pues se filtraba al lugar real de la violencia: Yemen del Norte. Los yemeníes escogieron sus apoyos internacionales y regionales principalmente sobre la base de hacer oscilar los antagonismos locales; el resultado fue una masacre sin dirección.

En 1967, después de que Israel derrotase a Egipto y pusiera fin a la era de Naser, Egipto retiró su apoyo a Yemen. Arabia Saudí había ganado la guerra contra Naser. Los monárquicos rodearon a los republicanos —ahora menos naseristas— en Saná, pero fueron incapaces de recuperar la capital. Arabia Saudí, victoriosa contra Naser, ya no necesitaba a al-Badr y buscó la vía de resolución del conflicto más rápida en Yemen. Posteriormente, la monarquía saudí rebajó cualquier pretensión ideológica que tuviera para al-Badr y facilitó una victoria republicana, envió al-Badr al exilio e impuso la “estabilidad” en la República Árabe de Yemen. El sistema saudí de “estabilidad” para la RAY —que se mantiene en la actualidad— estableció una política que bombea grandes cantidades de dinero en efectivo a través de una compleja red de pagos abiertos y encubiertos a importantes sheijs tribales, políticos, líderes religiosos y oficiales del ejército de Yemen. Se trata de una política que apoya y socava al Estado al mismo tiempo, al igual que apoya y socava a la vez el sistema tribal. Los yemeníes siguen pagando por la política de Arabia Saudí en Yemen a través del gobierno personalista, del mal funcionamiento de las instituciones del Estado, y de una escena política local violenta. La rebelión Houthi en el norte, junto con el movimiento secesionista y los insurgentes de Al-Qaida en el sur, tienen su origen en la política saudí de “estabilidad”.

La derrota de Naser permitió a Arabia Saudí imponer políticas de “estabilidad” a toda la región. La que ha seguido dirigiendo tras ese marco saudí ha sido la política de Estados Unidos, como se ha expresado en la respuesta estadounidense a los levantamientos árabes. El gobierno de Obama al mismo tiempo que ha apoyado el pesado puño de Arabia Saudí en los levantamientos árabes se ha esforzado por mantener una distancia visual del mismo. En el levantamiento de Yemen, ello ha significado que el gobierno de Obama condenase verbalmente el asesinato de manifestantes a favor de la democracia por parte del gobierno de Saleh. Sin embargo, no hubo consecuencias significativas por esas muertes ni se produjo de hecho cambio alguno en el apoyo al régimen de Saleh. Estados Unidos sólo abandonó a Saleh una vez que los saudíes decidieron que ya no era capaz de imponer la “estabilidad” en Yemen.

La amenaza, o la apariencia de una amenaza, en forma de al-Qaida e Irán ha venido a añadir complejidad regional e internacional y ha reforzado ostensiblemente el abrazo de Arabia Saudí y Estados Unidos. En el norte de Yemen, donde los naseristas llegaron en 1962, los saudíes ven la mano de Irán tratando de poner en peligro su reino. A pesar de la falta de pruebas, tanto Arabia Saudí como Estados Unidos han puesto mucho interés en impulsar la falsa afirmación de que Irán está apoyando a los rebeldes Houthi en la porosa frontera sur del reino. Como informa The New York Times a sus lectores: “[Los Houthi] Practican una forma cuasi-chií del Islam que los convierte en aliados naturales de los iraníes”. La afirmación sectaria de que los chiíes Zaidi, muy diferentes de los chiíes iraníes, son aliados naturales de Irán es algo que Arabia Saudí desearía que se promoviera. Al igual que ocurrió en Bahréin y en toda la región, el sectarismo, el terrorismo y la amenaza iraní han sido herramientas útiles para la contrarrevolución de Arabia Saudí.

En un reflejo de la visión saudí sobre Irán, Estados Unidos ve la presencia de al-Qaida en todas partes. Al-Qaida en la Península Arábiga (AQPA) está considerada como la principal amenaza terrorista para la seguridad nacional de Estados Unidos pese a las afirmaciones de algunos analistas de que el grupo está integrado por no más de setecientos militantes . Desde el levantamiento, AQPA ha expandido su territorio en Yemen pues las fuerzas yemeníes, entrenadas y equipadas por Estados Unidos, se retiraron del sur y abandonaron los combates contra al-Qaida para proteger al régimen de Saleh en la capital. Muchos comentaristas han insistido en que el enfoque del gobierno estadounidense centrado en la lucha contra el terrorismo es en realidad lo que exacerba la amenaza terrorista.

La transformación de Yemen en un “Estado civil” [dawla madaniyya], como reclama el levantamiento, se considera crucial para un eficaz contraterrorismo en Yemen. Estados Unidos y la comunidad internacional no están dispuestos a —o creen que no pueden— apoyar las reivindicaciones de los manifestantes por el cambio debido a la inevitable y violenta transformación que se produciría en el orden político. Al igual que en la Revolución republicana de 1962, las alianzas regionales nuevamente tienen prioridad sobre el apoyo a las aspiraciones de buen gobierno. La lógica de la estabilidad impuesta autoritariamente sigue siendo el enfoque a través del cual la amenaza que plantea Yemen a los intereses internacionales puede controlarse a pesar del desafío que los levantamientos han planteado a este esquema.

Estados Unidos refrendó la Iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) lanzada por Arabia Saudí y, como en 1962, la ONU y la comunidad internacional en general siguieron su ejemplo. La Iniciativa del CCG sacó a Ali Abdulá Saleh de la presidencia después de treinta y tres años pero su continuada presencia en Yemen sugiere la perpetuación de la política saudí de mantener el “la olla hirviendo”. Se celebraron unas despreciables elecciones de un solo candidato y el vicepresidente de Saleh resultó “elegido” como nuevo presidente de Yemen. Arabia Saudí teme un gobierno democrático fuerte y unido en Yemen. Sin embargo, aunque los saudíes están profundamente preocupados por las revueltas árabes no perciben el levantamiento de Yemen como una amenaza revolucionaria seria.

Arabia Saudí es consciente de los numerosos grupos militarizados, rebeldes e independientes, que hay en Yemen. Ali Abdulá Saleh, en un cliché tantas veces repetido, se refería a su método de gobernar Yemen como “bailar en las cabezas de las serpientes”. Saleh era un cliente de confianza para Arabia Saudí porque mantenía la escena yemení burbujeando pero sin que llegase a desbordarse. Sin embargo, al igual que al-Badr fue abandonado por la monarquía saudí cuando ya no era útil en su auto-preservación, así lo ha sido Saleh cuando el movimiento de protesta se unió en torno a la eliminación de su régimen y ya no pudo mantener la deseada “estabilidad”. Según fuentes yemeníes, Saleh se encuentra trabajando en un libro de memorias titulado Mi historia con las serpientes.

La eliminación de Saleh por la Iniciativa del GCC está destinada a que Yemen vuelva al estado de inercia anterior que existía bajo Saleh. El actual dilema de la monarquía saudí en la transición hacia una era post-Saleh es la forma de devolver Yemen al esquema de estabilidad de Saleh sin Saleh. La riqueza y el poder en Yemen están muy concentrados en unos pocos individuos y los levantamientos en toda la región han puesto de manifiesto la fragilidad del gobierno basado en la concentración del poder. El plan del CCG en Yemen supone un desafío a la capacidad de resistencia del movimiento de protesta yemení, ya que las estrategias contrarrevolucionarias saudíes en toda la región pondrán a prueba la resistencia de los levantamientos árabes.

Los manifestantes yemeníes son conscientes de que sus llamamientos y sus aspiraciones a favor de instituciones estatales fuertes no van sólo contra el régimen de Saleh y su familia y contra las múltiples fisuras de la escena política local. Han de combatir asimismo contra el esquema de la “estabilidad” de Arabia Saudí y de la comunidad internacional impuesto por los saudíes desde el final de la guerra civil en 1970. Los manifestantes cambiaron el nombre de la plaza central fuera de la Universidad de Sana, el epicentro de las revueltas en Yemen, de Plaza de la Libertad a Plaza del Cambio [Tagyir]. La libertad ha desaparecido en gran parte del vocabulario revolucionario y el lenguaje del cambio está en todas partes. Los yemeníes no van a poder derrocar la estrategia saudí-estadounidense de la “estabilidad” tan rápidamente como derrocaron a Saleh o como los republicanos eliminaros el imamato. Los yemeníes tienen que ser firmes en su empeño de cambio. De hecho, su presencia continua en la Plaza del Cambio y su voluntad de luchar a pesar de las dificultades, ha puesto de manifiesto su capacidad de recuperación. Por primera vez desde 1962, es visible el contorno de un Yemen diferente, un Yemen transformado.

Deen Sharp
Jadaliya
Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/5440/the-end(s)-of-stability

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