viernes, mayo 18, 2012

¿Recuerdan qué pasó con el asesino nazi de Noruega? - Rappelez-vous ce qui s'est passé à l'assassin nazi norvégien?

Sobre el juicio a Anders Breivik, 
autor de la matanza de Oslo y la isla de Utoya

Estado de necesidad 
y legítima defensa

El título de este artículo es también el título de una famosa “entrevista imaginaria” que el filósofo Gunther Anders se hizo a sí mismo en 1986 para retractarse de su “pacifismo” y defender la idea de que, sometidos al chantaje nuclear, estamos “obligados a renunciar a la renuncia a la violencia propia”. Los peligros para la humanidad serían tan grandes que “en ningún caso debemos abusar de nuestro amor a la paz ofreciendo a los sin escrúpulos la posibilidad de aniquilarnos a nosotros mismos y a nuestros descendientes”. Clausurada la humanidad en un estado de necesidad definitivo -una especie de hambruna universal-, el uso de la violencia contra los responsables virtuales de la destrucción planetaria sería, según Anders, no sólo un acto de “legítima defensa” sino, aún más, un imperativo moral.
Alguna perplejidad produce que Anders Breivik, el asesino fascista de Oslo, haya usado un argumento parecido para asumir la autoría de sus crímenes y defender al mismo tiempo su inocencia. En el juicio no invocó la “legítima defensa”, como se publicó en un primer momento, sino el “estado de necesidad”, recogido en el artículo 47 del código penal noruego. Pero los dos conceptos son hasta tal punto colindantes que en realidad se solicitan mutuamente. La legítima defensa es la “reacción” inmediata frente a una agresión que amenaza la propia vida. El “estado de necesidad”, por su parte, alude a la necesidad de infligir un daño como única alternativa frente a un daño mayor: un atentado contra la propiedad (el robo) puede ser la única posibilidad de supervivencia, por ejemplo, para un hombre hambriento privado de recursos. 
En “estado de necesidad”, la defensa propia y colectiva puede exigir la comisión de un delito, el cual se volvería legítimo y casi moral a la luz del mal superior que se habría evitado gracias a él. Con sus 77 asesinatos a sangre fría, algunas de cuyas víctimas eran menores de edad, Breivik estaría defendiendo al “pueblo noruego” y a la “civilización occidental” de la apocalíptica amenaza del marxismo, el multiculturalismo y el islam.
Pero no nos equivoquemos. Anders Breivik no se ha inspirado en el pensamiento humanista de Gunther Anders. El fascismo no se alimenta de su contrario en el arco político sino que chupa su legitimidad en los aledaños, leyendo entre líneas las políticas de la derecha institucional que gobierna Europa desde hace décadas: “Sarkozy, Merkel y Cameron han admitido que el multiculturalismo no funciona”, declaró el asesino durante el juicio. Y reconoció que su radicalización política fue el resultado, entre otros factores, de “los bombardeos de la OTAN sobre Serbia y de los atentados del 11-S”. 



Es decir, se aceptó a sí mismo, sin posible escapatoria, como un soldado más en una confrontación universal en la que tanto los afines aliados como los afines enemigos habían dejado en suspenso las leyes convencionales -y las distinciones éticas compartidas y reglamentadas- para establecer un angustioso “estado de necesidad” global, fuente de su propia legitimidad. 
El desafío mismo a los conceptos de “civil” y de “inocente” (rasgo definidor del fascismo) contribuye a subrayar la “autoridad moral invertida” de la que se nutren y que contribuyen a fundar estos crímenes espectaculares. “No eran niños inocentes sino activistas políticos que promovían el multiculturalismo”, dijo Breivik de los adolescentes de la isla de Utoya, a los que comparó hitlerianamente con las Juventudes Hitlerianas. Como en el caso de los bombardeos de la OTAN o del atentado de Al-Qaeda, la fría brutalidad del fascista noruego quiere evocar el espanto mucho mayor de la brutalidad que dice combatir: si había que llegar hasta este punto -declara la sangre derramada- ¡imaginad cuán grande era el peligro conjurado! Cuando Breivik, por su parte, dice que “volvería a hacerlo” no lo hace por maldad sino para iluminar el carácter sacrificial de su acción: está dispuesto -es decir- a sacrificarse de nuevo para salvar la civilización.
Lo que no podemos ocultarnos por más tiempo es que, encerrados en los angostos límites globales de una crisis económica, energética, ecológica y nuclear, vivimos ya, como pretenden Anders y Breivik, en “estado de necesidad”. 
Misión prioritaria de la izquierda es la de definir bien esa “necesidad”, para no confundir los derechos humanos con los derechos de los ingleses ni al filósofo alemán con el fascista noruego, y también la de reflexionar en serio sobre la “violencia”, cuyo carácter estructural no debe condenarnos a seguir los pasos de la OTAN, Al-Qaeda y Breivik.

Santiago Alba Rico
Atlántica XXII
http://www.atlanticaxxii.com/

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