América latina
y
el modelo nacional
Por Washington Uranga –
Páginas 12
Los argentinos, esos ciudadanos que en algún tiempo nos sentimos
“distintos” o “diferentes” a nuestros hermanos latinoamericanos, fuimos
aprendiendo, especialmente a partir del conflicto de Malvinas, que existe una
identidad latinoamericana que es inseparable de aquello que llamamos el ser
nacional.
Podría decirse que no hay ser nacional sin latinoamericaneidad o bien
que el ser nacional supone aquella idea de la ciudadanía latinoamericana. Son
historias entrelazadas y destinos cruzados, más allá de que aún haya quienes no
quieran entenderlo así.
Pero al margen de las lecturas ideológicas, desde un
lugar mucho más pragmático, nadie podría negar que en el actual mundo de la
globalización las únicas posibilidades de un futuro mejor –así éste no alcance
sino el umbral de lo digno– pasa por la constitución de bloques regionales que
se apoyen en la complementariedad de los recursos y de las acciones.
Los últimos episodios sobre el mismo tema Malvinas, desde la
solidaridad del Mercosur con Argentina hasta la ofensiva británica para
desmantelar la actitud del bloque regional, mostraron nuevamente el valor de la
construcción política entre los países hermanos. En este caso la solidaridad se
ubicó incluso por encima de las evidentes diferencias ideológicas que separan a
los actuales gobiernos de Chile y Argentina.
Pero la cuestión de la unidad latinoamericana va más allá de las
alianzas coyunturales o de la solidaridad frente a la bravuconada de una
potencia extra regional. Aunque siempre lo fue, se hace cada día más importante
tomar en cuenta que la unidad latinoamericana es un dato esencial de una
propuesta de futuro para el país. En otras palabras, se puede decir que el
componente latinoamericano es parte indisociable de lo que se denomina “el
modelo nacional”. Porque lo real es que en términos políticos, económicos,
culturales, pero también ciudadanos, no hay futuro para los pueblos de esta
región sin una perspectiva integradora, sin una acción conjunta no solo en
términos defensivos o de resistencia a las presiones del poder internacional,
sino fundamentalmente desde una mirada de nación latinoamericana, la misma que
muchos y en tiempos no tan lejos denominaron “la patria grande”.
El Mercosur, la Unasur y la más reciente Celac han sido y son
ámbitos importantes. Se trata de espacios de acción política y económica. Sin
embargo, en términos reales, concretos y operativos, estas alianzas están
restringidas en su agenda y limitadas a la acción de los Estados y, para ser
aún más precisos, de parte de la dirigencia gubernamental. Si en muchos ámbitos
avanzamos hoy en el reconocimiento de que la público y las políticas públicas
no pueden quedar exclusivamente restringidas a la acción del Estado –menos del
Gobierno–, aunque esta presencia sea indispensable, se puede afirmar que
también en la construcción del sentido de la latinoamericaneidad es necesario
ampliar la mirada e involucrar en este proceso a referentes ciudadanos a través
de actores protagónicos de la sociedad civil. El proyecto latinoamericano se
construye desde los estados, con la participación activa de los gobiernos, pero
con la presencia también indispensable e indeclinable de actores de la sociedad
civil. Siempre se da por sentado que los empresarios deben estar presentes en
estas mesas de negociación y construcción.
De la misma manera se suele excluir
con demasiada asiduidad a otros protagonistas no menos importantes, como
aquellos que aportan en el campo de la salud, la educación y la cultura, para
mencionar tan solo algunos espacios clave en este proceso.
Todo en el convencimiento de que el modelo nacional supone un
modelo latinoamericano y que se trata de dos costados inseparables de la misma
construcción política, económica, cultural y social. De allí también la
importancia estratégica de cada gesto que signifique, para nosotros y para el
mundo, reafirmar los lazos solidarios que unen a los pueblos de esta parte del
mundo.