sábado, mayo 12, 2012

Historia Nac&Pop: El revisionismo histórico o... - Nac&Pop Histoire: Le révisionnisme historique ou

El revisionismo histórico 
o discutir la Nación

Por  Eduardo Anguita
  
El asunto de revisar la historia es para ser riguroso con los documentos y equilibrado con los análisis. Pero, a no dudar, para escribir la historia que borraron con sangre los dictadores y que soslayan permanentemente los autodenominados profesionales.
En el prólogo de La historia de la Nación Latinoamericana, Jorge Abelardo Ramos advierte que esa tarea es “estudiar un gran naufragio histórico”. Es decir, no se trata de recordar un fracaso, sino de bucear en las claves por las cuales los ejércitos anticolonialistas ganaron con las armas y los ingleses ganaron con la diplomacia, el comercio y la seducción a fracciones de las burguesías y sectores dominantes locales, con el saldo de una fragmentación de países que resultó funcional a la Corona Británica.
El texto de Ramos fue escrito al calor de los años sesenta, cuando pululaban los dictadores amparados en el Pentágono, y vio la luz en 1968, en plena dictadura de Juan Carlos Onganía. Unos meses antes, la Academia sueca le daba el Nobel al guatemalteco Miguel Ángel Asturias, autor de un libro imprescindible, El señor presidente, que ambienta el sometimiento de los pueblos latinoamericanos a brutales dictaduras neocoloniales.Aquel naufragio del que hablaba Ramos estuvo lleno de páginas épicas, como el cruce de los Andes de San Martín y los varios fracasos militares de Bolívar contra las tropas españolas, de los cuales se repuso hasta la victoria final. Salvo que, a poco andar, también aparecieron en la Gran Colombia quienes prefirieron entenderse con los comerciantes y financistas ingleses.
Para sorpresa de algunos y alegría de muchos, días pasados, comenzó una nueva fragua en un territorio que alberga las historias comunes de estos casi 600 millones de habitantes del Caribe y Latinoamérica. Julio Fernández Baráibar, discípulo de Ramos, rescata en su blog una perlita de ese encuentro de mandatarios –electos, no dictatoriales– realizado el fin de semana pasado en Caracas, más precisamente en el Fuerte Tiuna, donde hace casi una década estuvo preso el presidente Hugo Chávez por un día, cuando un grupo de civiles y militares quiso barrer con la Revolución Bolivariana. Después de ese intento, fracasado, el proceso venezolano se consolidó.El hecho fue que Chávez se acercó a Cristina con el libro de Ramos, abierto en las páginas de la batalla de Ayacucho, de la cual el próximo viernes se cumplirá un nuevo aniversario. Toda la gloria militar y política que le cabe al comandante de las tropas latinoamericanas en esa batalla, don Antonio José de Sucre, resulta la contracara de la explícita colaboración a la Corona Española del agente británico en el Río de la Plata, don Bernardino Rivadavia. Y, como la Historia no es sólo la historia del comercio y las batallas sino también la de la cultura política y la dignidad de los soldados, no puede olvidarse que, antes de Ayacucho, un buen contingente español desconoció el mando absolutista. Eran españoles alineados con los constitucionalistas de la Península, los seguidores de La Pepa, esa Carta Magna que mejoraba a la francesa y que fue desconocida por los reyes una vez terminada la ocupación napoleónica en España. Los sublevados en los cuarteles de Perú y Ecuador eran seguidores de ese gran demócrata, el general Rafael Del Riego, a quien la Corona había ordenado ahorcar el año anterior. Del Riego era defensor acérrimo de La Pepa de 1812.Ese período fascinante debe estudiarse con los hechos de ambos lados del Atlántico.

Las gestas revolucionarias en América y un proceso complejo en Europa, que terminaba con una ola conservadora y absolutista. Las invasiones napoleónicas en Europa y Rusia eran una combinación del deseo imperial francés y la expansión de los intereses burgueses antiabsolutistas. Marx lo definió de una manera brillante, cuando dijo que Napoleón paseaba las ideas burguesas en la punta de las bayonetas de sus soldados.Ese período concluyó con el Congreso de Viena, comandado por el canciller del Imperio Austrohúngaro Klemens von Metternich durante 1814 y 1815, que permitió un nuevo reparto territorial a las monarquías. La frutilla del postre de esa unidad retrógrada fue el triunfo de prusianos e ingleses sobre Napoleón en los campos de Waterloo.Es curioso, a pocos kilómetros de Waterloo, en Bruselas, este viernes la canciller prusiana Angela Merkel pretenderá encarnar a Metternich. El problema de Merkel es que los banqueros ya no están con plata para financiar aquel reparto, sino que, ahora, casi dos siglos después, están en el festín de la decadencia: reclaman que los bancos centrales y organismos multilaterales les otorguen créditos a tasa negativa para salir a prestar dinero a altas tasas. A los banqueros les interesa un pito cuánto ajuste social tienen que soportar los griegos o los españoles o los italianos o los portugueses. Les importa garantizar la bicicleta y sus superganancias.Volviendo a Ramos, Chávez sabe lo importante que es la Nación Latinoamericana. Está aprendiendo de modo vertiginoso a tejer acuerdos aceptando las diferencias.

Lo mostró con el colombiano Juan Manuel Santos, con quien selló acuerdos comerciales y políticos de trascendencia, que garantizan la paz. La reu-nión de Caracas es, en todo caso, un hito más del gran desafío.Revisar la historia.Es una pena que varios historiadores, autotitulados profesionales, en su afán por separar el estudio del pasado de otras miradas sobre la cultura, se quejen de la creación del Instituto Manuel Dorrego. Insisten en que muchos de los integrantes son divulgadores. No es preciso recurrir al psicoanalista para darse cuenta del complejo de importancia que significa valerse de un sistema de castas para clasificar a quienes aportan diversas visiones del pasado. Sobre todo, distintas a las mitristas de la Academia Nacional de la Historia (que sigue muy viva en las páginas de La Nación) y del antiperonista Instituto Ravignani de la Facultad de Filosofía de la UBA.Otro tema que los ofusca es que haya sido creado desde el Estado. No es preciso leer intensamente a Ricardo Levene –aunque muchos en la escuela lo hemos tenido que devorar– para saber que, además de militante antipersonalista y presidente de la Academia, estuvo al frente de la Comisión de Museos, Monumentos y Lugares Históricos por orden del presidente Agustín P. Justo, cuyo vice era Julio A. Roca (h). Levene se dedicó a que la Argentina se poblara de estatuas de Roca, y calles de Roca, y de monumentos a Roca en las escuelas.Tal vez los historiadores autodenominados profesionales no reparen en que el nacimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños tuvo un broche de cierre sensacional, como fue el concierto de Calle 13 junto a la Sinfónica Juvenil de Caracas. Ese grupo musical es puertorriqueño; es decir, del Estado caribeño que quedó enganchado a Estados Unidos y no tuvo una silla en la CELAC. Su música no es el lamento boricano que describió tan bien la pobreza de Puerto Rico, sino el grito de libertad que hay entre los boricuas. Es una lucha anticolonial.

Como lo fue la de Asturias con El señor Presidente, salvo que Guatemala vivió un genocidio en los, 80 y hoy, pese a las matanzas probadas, tiene a un presidente electo, Otto Pérez, que reivindica a la derecha criminal. El asunto de revisar la historia es para ser riguroso con los documentos y equilibrado con los análisis. Pero, a no dudar, para escribir la historia que borraron con sangre los dictadores y que soslayan permanentemente los autodenominados profesionales. Latinoamérica necesita que la memoria se despierte, que los guatemaltecos no se olviden de Jacobo Arbenz, a quien la CIA desalojó violentamente, que los argentinos no nos olvidemos de Juan Perón, a quien la derecha oligárquica desalojó violentamente unos meses después que a Arbenz.Pero, claro, qué problema para los radicales o liberales que se quejan del autoritarismo y los monopolios, eso sí, hasta que lo democrático aparece con el rostro del peronismo, ese hecho maldito inaceptable en las categorías del profesional Tulio Halperín Donghi o del profesional José Luis Romero.Los profesionales del Instituto Emilio Ravignani deberán recordar que tributan a la memoria de otro historiador que, al igual que Levene, era antiirigoyenista. Aunque peleado con Levene, al igual que este, fue también antiperonista militante. ¿No será que algunos militantes de raíz radical antiirigoyenista y antiperonista hacen política y, además, son historiadores? ¿No será que la reciente decisión –de la semana pasada– de la UBA y el CONICET de darle “mayor consistencia institucional” al Ravignani está destinado a darle más fondos y recursos para que muchos hombres y mujeres de la política y la cultura, que además tienen dedicación a la historia, se sientan acogidos por el Instituto Manuel Dorrego?Lo que se vive en la Argentina es un momento de florecimiento de debates culturales y políticos extraordinarios. Debatir la Patria Grande es también discutir la educación, la salud reproductiva y el matrimonio igualitario. Y, para transformar un país en el plano cultural, es preciso contar con buenos cuadros intelectuales. Sean “profesionales” o sean de categoría inferior de acuerdo a los cánones de los academicistas.Ahora bien, más allá de los rótulos, y más allá de las polémicas, quien quiera estudiar la historia, tendrá que reparar en autores distintos. Abelardo Ramos es necesario. 



En un prólogo –escrito en los, 80- de La Historia de la Nación Latinoamericana decía algo de plena vigencia: “El concepto de Nación es anacrónico para la mayor parte de los europeos, sólo en el sentido de que han realizado hace ya mucho tiempo su unidad nacional en el marco del Estado moderno. El nacionalismo de los europeos es tan profundo, arraigado y espontáneo, bajo su manto imperial de generoso universalismo, que únicamente se advierte cuando otros pueblos, llegados más tarde a la historia del mundo, pretenden realizar los mismos objetivos que los europeos perseguían en los siglos XVI al XIX. Resulta cosa de meditación percibir entonces su afectada indiferencia (teñida de un sutil desprecio) hacia los importunos brotados en las márgenes del mundo civilizado. Es el momento que los europeos eligen para subrayar en los nacionalismos de los países coloniales su fosforescencia folklórica, su pintoresca filiación religiosa o sus evidentísimos rasgos semi-bárbaros.

De la virtuosa derecha a la izquierda neurótica en Europa se manifestó –educativo ejemplo– un sentimiento general de repudio hacia el abominable Khomeini. El Ayatollah ha puesto el dedo en la llaga del próspero Occidente. No faltaron a la cita ni el feminismo marxista ni el liberalismo imperial: el común horror hacia la teocracia islámica los encontró unidos.”José Chiaramonte, director del Instituto Ravignani, escribió al mismo tiempo que la mencionada historia de Ramos, otro libro imprescindible, sobre todo para entender por qué fuimos un país agroexportador. El libro es Nacionalismo y liberalismo económicos en la Argentina (1860-1880). Necesario para quienes quieran profundizar, en serio, sobre la diferencia entre Estados Unidos y Argentina a propósito del triunfo del norte industrialista en la Guerra de Secesión (1861-1865) y el triunfo unitario y liberal entre Caseros y Pavón (1853-1862). El pausado análisis de Chiaramonte permite descifrar las dificultades estructurales que planteaba la llamada “industria natural” (la ganadería) para sentar las bases de una política proteccionista más allá de las necesidades fiscales o de coyunturas de crisis cíclicas en Europa, en las cuales no llegaban a estas tierras los productos industriales británicos. Es decir, ropa de lana patagónica elaborada en los talleres de Manchester.Para los autodenominados profesionales es muy complicado llegar al modelo de desarrollo industrial del primer peronismo y mucho más complicado aun ver cómo los que reivindicaban la Reforma Universitaria del ’18 por su desafío al oscurantismo oligárquico estaban quemando fotos de Perón y Evita y felices por el Decreto 4161 que prohibía hasta la marcha peronista.
La Argentina ahora necesita marchar hacia una Patria Grande con los dos pies sobre la tierra, necesita abrir fronteras ideológicas, lo cual obliga a recuperar las ideas y convicciones de los miles y miles de luchadores políticos y sociales de los ’60 y ’70, los cuales todavía provocan un confuso sentimiento entre los llamados profesionales. Les da vergüenza y culpa, cada tanto, que muchos de sus contemporáneos de las aulas no estén porque decidieron volcarse a la militancia, y no pocos de ellos sean hoy detenidos desaparecidos o muertos en combate.

Les da bronca, más a menudo, que se esté viviendo un momento de cambio, de ruptura con los paradigmas conservadores. Tendrán que convivir con ello. Desde sus propios institutos oficiales y dialogando con los que dieron el puntapié del Instituto Dorrego, o con los maestros Osvaldo Bayer y Norberto Galasso, entre otros.

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