EL “MILICO” AGUAD, LA ÚLTIMA
DELICATESSEN DE LA DERECHA
Demetrio Iramain
Se
sabe que a Oscar Raúl Aguad le dicen en su Córdoba natal “El milico”, por su
amistad manifiesta con el genocida Luciano Benjamín Menéndez, ex amo de la vida
y de la muerte en el campo de concentración La Perla, y hoy preso en Tucumán
por disposición de los tribunales de Justicia federal.
Desde
luego, su empatía con la derecha va más allá del destituido general de la
Nación. Alcanza a la Iglesia y comprende a los medios hegemónicos. Un candidato
de fuste para los nostálgicos de los años 90. O 76.
Con
su decisión de no acompañar la posición mayoritaria de su bloque y levantarse
del recinto justo antes del momento de la sanción de la ley de YPF, Aguad se convirtió
en el Julio Cobos de la centenaria UCR.
No
es sorpresa: en 2009, siendo jefe de bloque, decidió que su tropa de
legisladores radicales se retirara masivamente al momento de votar la Ley de
Medios de Comunicación Audiovisual fisurando el Acuerdo Cívico y Social que su
partido integraba, y frustrando a futuro cualquier fusión del radicalismo con
el socialismo democrático. Por entonces, Aguad creía que con el recambio
legislativo del 10 de diciembre siguiente, y la conformación del Grupo A, el
oficialismo sufriría en el Parlamento una sangría institucional y política
considerable, que lo obligaría a abandonar anticipadamente el gobierno. Perdió:
como astrólogo, el “milico” es un buen diputado.
Aguad
demuestra beber del mejor vino de la derecha, que no es agua, por cierto: antes
de perder, siquiera una votación parlamentaria, tirar el mantel al suelo, así
se caiga toda la cristalería. Al fusionarse, por ahora sólo pragmáticamente,
con el PRO y el pejotismo disidente, logró fracturar la UCR.
El
efusivo abrazo del “milico” con la ex radical Elisa Carrió, quizás esté
sugiriendo que ese eventual nuevo armado político-electoral incorpore la dosis
de delirio necesaria para volver atractivo al menjunje, de cara a los intereses
y opiniones más densos y retrógrados del espectro político, que moran todavía
en algún sitio de la sociedad (evidentemente, no el Parlamento), y no se
extinguen solos, ni lo harán.
Quizás
no. Quién sabe. El juego de la oposición es, desde hace años, apenas reactivo.
No parece mostrar un camino propio, al menos bosquejado con autonomía y
previamente a los acontecimientos, sino decidido a última hora, en función de
las acciones del gobierno nacional y popular. Siempre hay que esperar qué
propone Cristina para ver a qué va a ponerse a jugar la derecha.
Por
lo pronto, lo único cierto es que Aguad integra el Consejo de la Magistratura
de la Nación, en representación de la UCR y en calidad de diputado nacional. Al
centenario partido que ahora traiciona le debe su sillón entre los trece disponibles
en la mesa ovalada del Consejo, en el tercer piso del edificio de la calle
Libertad.
Aguad
representa hoy la última esperanza blanca de las derechas. Un opositor al
cuadrado: al gobierno, claro, y a su propio partido. La perla negra de la institucionalidad
democrática. El más conocido entre la mínima expresión legislativa que impugnó
la decisión oficial de hacer una política de Estado el autoabastecimiento
energético y no una medida de gobierno. Un carapintada en pleno Congreso de la
Nación y con un voto entre los trece que dirigen la Justicia. No es para
desaprovechar, se consuelan Pagni y Magnetto, rompiendo el chanchito.
Su
peso específico en la correlación de fuerzas legislativas es, sin embargo,
inversamente proporcional al que le conceden los medios hegemónicos. Un
resultado de 208 a 32 y 5 abstenciones –la suya entre estas últimas–, no
debiera dejar lugar para demasiadas especulaciones.
Desde
luego, no hace falta preguntarle al “milico” cuál es su opinión sobre el
intercambio que forzó la embajadora argentina en Londres, Alicia Castro, cuando
intentó hacerle unas preguntas al canciller británico, frustradas con un
lacónico “stop, stop”. Aún más obvia es la respuesta que pudiera dar a quien
quiera saber qué piensa el diputado sobre el spot publicitario filmado por el
atleta argentino en las Islas Malvinas. Aguad fue uno de los más notorios
integrantes de la comisión legislativa que acudió en visita de honor al Foreing
Office mientras el gobierno argentino protestaba por las operaciones petroleras
sobre aguas en disputa de soberanía, y cuando ya se conocía el envío de Londres
de la plataforma Ocean Guardian, en febrero de 2010.
Desde
hace semanas la derecha no logra reponerse del último golpe de knockout, tras
nueve años seguidos de recibir decenas de cross a la mandíbula.
Evidentemente,
su prédica buscando quien patee el tablero no ha encontrado suficiente
adhesión. Hasta sus empleados más dilectos detrás del mostrador de la
representación político no les han atenido el teléfono. Soñarían con un golpe
destituyente, un corte de rutas in eternum que desprovea de productos
esenciales las grandes ciudades, pero sólo los yerbateros los hicieron
ilusionar. Y hasta ahí nomás. Una advertencia con la Ley de Abastecimiento y
largan todo.
“Los
petroleros no tienen la inserción social que sí tienen los productores
rurales”, se lamentaba, al borde del llanto, Joaquín Morales Solá hace unos
días. ¿Qué dirá ahora el asesor periodístico de Repsol? ¿Hasta dónde habrá
trepado su sollozo?
La
derecha sabe bien que el “elogio” de Cavallo a Kicillof ya no se lo cree nadie.
Extrañamente, en la Argentina de hoy, crecientemente madura en su conciencia y
prevenida del daño que es capaz de hacer el poder mediático, el abrazo del oso
hunde al “urso”, como diría Guillermo Moreno hablando mal y pronto el portuñol.