martes, mayo 01, 2012

Un 1 de mayo, la Gloriosa JP puteó a Perón - Un 1er mai Glorieux JP insulté Perón



“Vea, vea, vea/ qué flor de pelotudos/ votamos a una puta/ a un brujo y a un cornudo”.


José Pablo Feinmann

Fragmento del Ensayo     Peronismo 
Filosofía política de una obstinación argentina

LA LEALTAD Y LA FIESTA DEL TRABAJO

¿Qué hora es, Camporita? Es la hora de Cámpora. A partir de ese momento se transforma en “el Tío”. ¿Qué viene después de un Padre? ¿A quién se recurre si el Padre no está? Al “Tío”.

Cámpora es el Tío y es el hombre más leal al Padre.

La sinonimia Cámpora-Lealtad queda establecida. Trabajemos, entonces, ese concepto: el de lealtad, central en el peronismo, ideológica y organizativamente.

La juventud peronista (sobre todo a partir de su estructuración como Tendencia Revolucionaria o Juventud Peronista Regionales, es decir: a partir de la hegemonía de Montoneros) introduce en la historia del movimiento una novedad absoluta: la negación del concepto de lealtad.

Que puede ser tanto el de traición como el de desobediencia. Es, en todo caso, el de no obedecer los lineamientos del líder. El de enfrentarlos.

Este acontecimiento se produce abiertamente el 1° de mayo de 1974, en la plaza pública, en el clásico espacio de reunión identitaria del peronismo. Los Montoneros, ese día, van a quebrar esa identidad. Tiene que haber sido sorprendente para Perón.

Nadie lo cuestionó durante sus primeros nueve años de gobierno.
La “lealtad” funcionó impecablemente. Luego, durante la etapa del exilio, se podrían mencionar los intentos del neoperonismo vandorista.

Del peronismo sin Perón.

Sólo tenues balbuceos comparados con los insultos de Montoneros.

Vamos a partir de aquí: del insulto. No es posible imaginar mayor deslealtad que la desobediencia seguida de la agresión verbal.

Hay una consigna que se vocea el 1° de mayo de 1974. Se cita poco. O no se quiere citar o no se cita como es. Aquí entramos siempre en un campo conjetural. El de los “poseedores de la verdad”.

Como somos todavía demasiados los que estuvimos presentes en determinadas coyunturas decisivas del ’73/’74 (etapa sobredeterminada, complejísima, dolorosa, trágica, plagada de cadáveres) se producen algunas controversias acerca de qué decía tal o cual consigna.
Sobre las más conocidas del 1° de mayo hay acuerdos acerca de casi todas. Pero la más agraviante, la que algunos se niegan a creer cuando hoy la escuchan es la que tiene, hasta donde yo sé, dos versiones.
  
La disidencia fue en torno de una consigna que larga la Tendencia y que injuria a Perón en grado extremo. Los montos ya lo habían desobedecido al levantar sus pancartas, sus banderas.

Se había pedido: “sólo la bandera argentina”.

Después reniegan del contenido que el líder le quiere dar al acto. Que es el tradicionalmente peronista.

El 1° de Mayo es, para el peronismo, la fiesta del trabajo. Esto tenía coherencia durante el primer gobierno, durante los años dorados del distribucionismo, de las conquistas sociales. Y es parte esencial de la identidad del pueblo peronista. Se iba a la Plaza de Mayo no a luchar.
No se seguía la tradición de lucha de los mártires de Chicago. La clase obrera peronista del ’50 era feliz.

El Día del Trabajador era un día de fiesta porque los trabajadores estaban contentos con Perón, con Evita y con el generoso Estado Peronista.
Nada lo expresaba como la marcha que cantaba Hugo del Carril: “Esta es la Fiesta del Trabajo/ Unidos por el amor de Dios”.

El peronismo que Perón proponía en 1974 era un peronismo congelado en esa etapa. No en vano había hablado de la etapa dogmática.


Que los Montoneros vayan a la Plaza y griten: “No queremos carnaval/ Asamblea Popular” es de una incomprensión grave sobre el movimiento en que quieren estar.

No, señores.

El 1° de Mayo es, si ustedes lo quieren, Carnaval. ¿O no lo cantaba Alberto Castillo? “Por cuatro días locos que vamos a vivir/ Por cuatro días locos te tenés que divertir.”

Bien, de acuerdo: esto es una fiesta, la fiesta del trabajo, el carnaval feliz de los trabajadores. Todos están felices porque vienen a la plaza a decírselo a Perón, a decírselo a Evita. Esa es la lealtad.

En el punto 74 del documento de la Comisión de la Revolución Libertadora, Nadie hizo más que Perón, se habla de “La medalla de la Lealtad Peronista”. Se dice: “Instituyó la ‘medalla de la lealtad peronista’ para premiar la delación y la obsecuencia”.


Quédense tranquilos: si alguna medalla se han de ganar los Montoneros no será la de la lealtad peronista. Ocurre que no quieren un pueblo feliz. Quieren un pueblo revolucionario.

VEA, VEA, VEA,
QUÉ FLOR DE PELOTUDOS

En 1974 era comprensible, tomando el punto de vista de las tendencias de la época, que se pidiera eso, pero sólo un poco, sólo apenas comprensible, porque ya habían pasado los tiempos revolucionarios y la cautela era necesaria.
Cualquiera habría debido ver –luego del golpe en Chile, de la masacre de Pinochet, de la participación evidente de la CIA– que era necesario poner las barbas en remojo.
Y acaso lo más grave es que –en un movimiento como el peronista, que tiene un líder que ejerce la indiscutida jefatura y es el conductor estratégico amado por el pueblo, que le es leal– hablar de asamblea popular es risible.


Es un disparate. ¿De dónde sacaron eso de Asamblea Popular?

Pero, ¿quiénes se creían como para pedirle a Perón una Asamblea Popular en la Plaza de Mayo? ¿Quiénes iban a deliberar? ¿Perón desde el balcón y los conductores de “la Orga” desde la Plaza? ¿Perón y el pueblo peronista?
El único diálogo que se dio en la Plaza del peronismo fue el de Evita y su pueblo –desesperado por conseguir su candidatura a la vicepresidencia– el 9 de julio de 1951. Nunca hubo otro diálogo. Salvo alguna respuesta de Perón. La más famosa: “Piden leña, ¿por qué no empiezan a darla ustedes?”.
Pero ya trataremos esta cuestión del acto “de la ruptura” en su debido momento. Por ahora: el quiebre de la lealtad.

  
Y además, el agravio. Cuando Isabel –anunciada por Antonio Carrizo– se dispone a coronar a la reina del Trabajo, los insultos de la Tendencia son potentes, sostenidos.

Y en medio del discurso de Perón se recurre a la más dura, la más ofensiva de las consignas. Tiene una peculiaridad notable. Es una consigna autocrítica. Los Montoneros se autocalifican como pelotudos. Está bien armada.
Es así: “Vea, vea, vea/ qué flor de pelotudos/ votamos a una puta/ a un brujo y a un cornudo”.

Y porque Evita, para ellos, vivía “en cada combatiente” (Evita/ presente/ en cada combatiente).
  
El trío perfecto que torna “pelotudos” a quienes los votaron (o sea, a los Montoneros) es el trío demoníaco con el que Perón vino al país y que pesará sobre él por toda la eternidad, o por el tiempo que la “eternidad” dure. El trío es el del Brujo, el de Isabel y el de Perón.

Que Isabel es “la puta” no es necesario demostrarlo. Se refieren a ella. Pero no por su pasado de cabaretera. No, la idea más precisa es que “la atiende” el Brujo. Que el Brujo hace con ella lo que quiere, también sexualmente desde luego. Lo cual transforma a Perón en “un cornudo”.
Todo cierra. La consigna tiene coherencia, fuerza y una justeza interpretativa que deberá ser rebatida duramente para doblegarla.
Sin embargo, debemos analizar más hondamente la “otra” consigna.

Su posibilidad surge de la iconografía utilizada durante la campaña electoral del ’73. Se veía la gran cara de Perón, la de Isabel y algo atrás, como iluminando, la de Evita. Puede ser. Yo no la oí. Oí la otra. Tal vez se cantaron las dos.

Entonces: ¡guarda, algo más pasó el 1° de Mayo!
Si Evita es sencillamente “una muerta”, si Evita ya no está “en el corazón” de los militantes (Con el fusil en el hombro/ y Evita en el corazón), si Evita ya no está presente en cada combatiente, entonces Evita ya no es montonera, Evita está muerta y no puede ser nada, ni siquiera conjeturalmente (“si Evita viviera”).
Si esto fuera así, los Montoneros, ese día, habrían roto sus vínculos, no sólo con Perón sino también con Evita. Nada podría ligarlos ya al peronismo. Ni siquiera el “pueblo peronista”, porque la fe de ese pueblo se canaliza en Evita y en Perón.


El costo del “entrismo” fue precisamente ése: creer en lo que el pueblo creía.
Es la esencia del populismo. Ir hacia el pueblo y aceptar sus creencias.

El entrismo de la izquierda peronista fue distinto: Vamos hacia el pueblo, aceptemos sus creencias y, por medio de la actualización doctrinaria, hagamos de esas simples creencias una ideología revolucionaria, incorporándolas al socialismo, por más “nacional” que sea.

Pero, si con Perón nos peleamos (abandonamos su plaza) y Evita está muerta, el entrismo también ha muerto. Ahora –y quiero resaltar la importancia de este dato– los Montoneros devienen alternativistas. Y muy pronto –a partir de su militarización– no serán ni eso. Dejarán de ser “peronistas” y serán sencillamente Montoneros. El Ejército Montonero. La perfecta culminación político-conceptual de la orga-aparatista.

  
La “bronca” histórica por el Brujo y por la Chabela ha ido creciendo. Siempre fue visible que esto caería sobre Perón.

Primero se lo atribuyó a sus debilidades de viejo, de anciano.
Pero eso dejó de funcionar. Tenemos mucho tiempo para llegar a una posición definitiva acerca de tan ríspido problema.

La cuestión es que la consigna que se largó esa tarde en la plaza (aunque no haya sido la hegemónica, la más voceada) es, desde luego, durísima: “Vea, vea, vea/ qué flor de pelotudos/ votamos a una puta/ a un brujo y a un cornudo”. O la otra: “Vea, vea, vea/ qué manga de boludos/ votamos a una muerta/ a una puta y a un cornudo”.

Eso, a Perón, se lo gritó en la jeta la Tendencia Revolucionaria. Una deslealtad inimaginable.
El colmo de la deslealtad. La deslealtad absoluta.

¿La traición? Si el otro rostro de la lealtad es la traición, ¿traicionó la Tendencia a Perón el 1° de Mayo? Y si el líder (en un movimiento de ida y vuelta) debe ser “leal a los anhelos de su pueblo”, ¿fue entonces Perón el que traicionó a la Tendencia?

Todavía estamos lejos de resolver estas cuestiones. 


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