“Vea, vea, vea/ qué flor de pelotudos/
votamos a una puta/ a un brujo y a un cornudo”.
José Pablo Feinmann
Fragmento del Ensayo Peronismo
Filosofía política de una obstinación argentina
¿Qué hora es, Camporita? Es la hora de
Cámpora. A partir de ese momento se transforma en “el Tío”. ¿Qué viene después
de un Padre? ¿A quién se recurre si el Padre no está? Al “Tío”.
Cámpora es el Tío y es el hombre más
leal al Padre.
La sinonimia Cámpora-Lealtad queda establecida. Trabajemos,
entonces, ese concepto: el de lealtad, central en el peronismo, ideológica y
organizativamente.
La juventud peronista (sobre todo a
partir de su estructuración como Tendencia Revolucionaria o Juventud Peronista
Regionales, es decir: a partir de la hegemonía de Montoneros) introduce en la
historia del movimiento una novedad absoluta: la negación del concepto de
lealtad.
Que puede ser tanto el de traición como
el de desobediencia. Es, en todo caso, el de no obedecer los lineamientos del
líder. El de enfrentarlos.
Este acontecimiento se produce
abiertamente el 1° de mayo de 1974, en la plaza pública, en el clásico espacio
de reunión identitaria del peronismo. Los Montoneros, ese día, van a quebrar esa
identidad. Tiene que haber sido sorprendente para Perón.
Nadie lo cuestionó durante sus primeros
nueve años de gobierno.
La “lealtad” funcionó impecablemente.
Luego, durante la etapa del exilio, se podrían mencionar los intentos del
neoperonismo vandorista.
Del peronismo sin Perón.
Sólo tenues balbuceos comparados con los
insultos de Montoneros.
Vamos a partir de aquí: del insulto. No
es posible imaginar mayor deslealtad que la desobediencia seguida de la
agresión verbal.
Hay una consigna que se vocea el 1° de mayo de 1974. Se cita
poco. O no se quiere citar o no se cita como es. Aquí entramos siempre en un
campo conjetural. El de los “poseedores de la verdad”.
Como somos todavía demasiados los que
estuvimos presentes en determinadas coyunturas decisivas del ’73/’74 (etapa
sobredeterminada, complejísima, dolorosa, trágica, plagada de cadáveres) se
producen algunas controversias acerca de qué decía tal o cual consigna.
Sobre las más conocidas del 1° de mayo
hay acuerdos acerca de casi todas. Pero la más agraviante, la que algunos se
niegan a creer cuando hoy la escuchan es la que tiene, hasta donde yo sé, dos
versiones.
La disidencia fue en torno de una
consigna que larga la
Tendencia y que injuria a Perón en grado extremo. Los montos
ya lo habían desobedecido al levantar sus pancartas, sus banderas.
Se había pedido: “sólo la bandera
argentina”.
Después reniegan del contenido que el
líder le quiere dar al acto. Que es el tradicionalmente peronista.
El 1° de Mayo es, para el peronismo, la
fiesta del trabajo. Esto tenía coherencia durante el primer gobierno, durante
los años dorados del distribucionismo, de las conquistas sociales. Y es parte
esencial de la identidad del pueblo peronista. Se iba a la Plaza de Mayo no a luchar.
No se seguía la tradición de lucha de
los mártires de Chicago. La clase obrera peronista del ’50 era feliz.
El Día del Trabajador era un día de
fiesta porque los trabajadores estaban contentos con Perón, con Evita y con el
generoso Estado Peronista.
Nada lo expresaba como la marcha que
cantaba Hugo del Carril: “Esta es la
Fiesta del Trabajo/ Unidos por el amor de Dios”.
El peronismo que Perón proponía en 1974 era un peronismo
congelado en esa etapa. No en vano había hablado de la etapa dogmática.
Que los Montoneros vayan a la Plaza y griten: “No queremos carnaval/ Asamblea
Popular” es de una incomprensión grave sobre el movimiento en que quieren
estar.
No, señores.
El 1° de Mayo es, si ustedes lo quieren, Carnaval. ¿O no lo
cantaba Alberto Castillo? “Por cuatro días locos que vamos a vivir/ Por cuatro
días locos te tenés que divertir.”
Bien, de acuerdo: esto es una fiesta, la fiesta del trabajo, el
carnaval feliz de los trabajadores. Todos están felices porque vienen a la
plaza a decírselo a Perón, a decírselo a Evita. Esa es la lealtad.
En el punto 74 del documento de la Comisión de la Revolución Libertadora ,
Nadie hizo más que Perón, se habla de “La medalla de la Lealtad Peronista ”.
Se dice: “Instituyó la ‘medalla de la lealtad peronista’ para premiar la
delación y la obsecuencia”.
Quédense tranquilos: si alguna medalla se han de ganar los
Montoneros no será la de la lealtad peronista. Ocurre que no quieren un pueblo
feliz. Quieren un pueblo revolucionario.
VEA, VEA, VEA,
QUÉ FLOR DE PELOTUDOS
En 1974 era comprensible, tomando el
punto de vista de las tendencias de la época, que se pidiera eso, pero sólo un
poco, sólo apenas comprensible, porque ya habían pasado los tiempos
revolucionarios y la cautela era necesaria.
Cualquiera habría debido ver –luego del
golpe en Chile, de la masacre de Pinochet, de la participación evidente de la CIA – que era necesario poner
las barbas en remojo.
Y acaso lo más grave es que –en un
movimiento como el peronista, que tiene un líder que ejerce la indiscutida
jefatura y es el conductor estratégico amado por el pueblo, que le es leal–
hablar de asamblea popular es risible.
Es un disparate. ¿De dónde sacaron eso de Asamblea Popular?
Pero, ¿quiénes se creían como para pedirle a Perón una Asamblea
Popular en la Plaza
de Mayo? ¿Quiénes iban a deliberar? ¿Perón desde el balcón y los conductores de
“la Orga ” desde la Plaza ? ¿Perón y el pueblo
peronista?
El único diálogo que se dio en la Plaza del peronismo fue el
de Evita y su pueblo –desesperado por conseguir su candidatura a la
vicepresidencia– el 9 de julio de 1951. Nunca hubo otro diálogo. Salvo alguna
respuesta de Perón. La más famosa: “Piden leña, ¿por qué no empiezan a darla
ustedes?”.
Pero ya trataremos esta cuestión del
acto “de la ruptura” en su debido momento. Por ahora: el quiebre de la lealtad.
Y además, el agravio. Cuando Isabel –anunciada por Antonio
Carrizo– se dispone a coronar a la reina del Trabajo, los insultos de la Tendencia son potentes,
sostenidos.
Y en medio del discurso de Perón se recurre a la más dura, la
más ofensiva de las consignas. Tiene una peculiaridad notable. Es una consigna
autocrítica. Los Montoneros se autocalifican como pelotudos. Está bien armada.
Es así: “Vea, vea, vea/ qué flor de pelotudos/
votamos a una puta/ a un brujo y a un cornudo”.
Y porque Evita, para ellos, vivía “en cada combatiente” (Evita/ presente/ en cada combatiente).
El trío perfecto que torna “pelotudos” a
quienes los votaron (o sea, a los Montoneros) es el trío demoníaco con el que Perón
vino al país y que pesará sobre él por toda la eternidad, o por el tiempo que
la “eternidad” dure. El trío es el del Brujo, el de Isabel y el de Perón.
Que Isabel es “la puta” no es necesario
demostrarlo. Se refieren a ella. Pero no por su pasado de cabaretera. No, la
idea más precisa es que “la atiende” el Brujo. Que el Brujo hace con ella lo
que quiere, también sexualmente desde luego. Lo cual transforma a Perón en “un
cornudo”.
Todo cierra. La consigna tiene
coherencia, fuerza y una justeza interpretativa que deberá ser rebatida
duramente para doblegarla.
Sin embargo, debemos analizar más hondamente la “otra” consigna.
Su posibilidad surge de la iconografía utilizada durante la
campaña electoral del ’73. Se veía la gran cara de Perón, la de Isabel y algo
atrás, como iluminando, la de Evita. Puede ser. Yo no la oí. Oí la otra. Tal
vez se cantaron las dos.
Entonces: ¡guarda, algo más pasó el 1° de Mayo!
Si Evita es sencillamente “una muerta”, si Evita ya no está “en
el corazón” de los militantes (Con el fusil en el hombro/ y Evita en el
corazón), si Evita ya no está presente en cada combatiente, entonces Evita ya
no es montonera, Evita está muerta y no puede ser nada, ni siquiera
conjeturalmente (“si Evita viviera”).
Si esto fuera así, los Montoneros, ese día, habrían roto sus
vínculos, no sólo con Perón sino también con Evita. Nada podría ligarlos ya al
peronismo. Ni siquiera el “pueblo peronista”, porque la fe de ese pueblo se
canaliza en Evita y en Perón.
El costo del “entrismo” fue precisamente
ése: creer en lo que el pueblo creía.
Es la esencia del populismo. Ir hacia el
pueblo y aceptar sus creencias.
El entrismo de la izquierda peronista
fue distinto: Vamos hacia el pueblo, aceptemos sus creencias y, por medio de la
actualización doctrinaria, hagamos de esas simples creencias una ideología
revolucionaria, incorporándolas al socialismo, por más “nacional” que sea.
Pero, si con Perón nos peleamos (abandonamos su plaza) y Evita
está muerta, el entrismo también ha muerto. Ahora –y quiero resaltar la
importancia de este dato– los Montoneros devienen alternativistas. Y muy pronto
–a partir de su militarización– no serán ni eso. Dejarán de ser “peronistas” y
serán sencillamente Montoneros. El Ejército Montonero. La perfecta culminación
político-conceptual de la orga-aparatista.
La “bronca” histórica por el Brujo y por
la Chabela ha
ido creciendo. Siempre fue visible que esto caería sobre Perón.
Primero se lo atribuyó a sus debilidades
de viejo, de anciano.
Pero eso dejó de funcionar. Tenemos
mucho tiempo para llegar a una posición definitiva acerca de tan ríspido
problema.
La cuestión es que la consigna que se largó esa tarde en la
plaza (aunque no haya sido la hegemónica, la más voceada) es, desde luego,
durísima: “Vea, vea, vea/ qué flor de pelotudos/
votamos a una puta/ a un brujo y a un cornudo”. O la otra: “Vea, vea, vea/ qué manga
de boludos/ votamos a una muerta/ a una puta y a un cornudo”.
Eso, a Perón, se lo gritó en la jeta la Tendencia Revolucionaria.
Una deslealtad inimaginable.
El colmo de la deslealtad. La deslealtad
absoluta.
¿La traición? Si el otro rostro de la
lealtad es la traición, ¿traicionó la Tendencia a Perón el 1° de Mayo? Y si el líder
(en un movimiento de ida y vuelta) debe ser “leal a los anhelos de su pueblo”,
¿fue entonces Perón el que traicionó a la Tendencia ?
Todavía estamos lejos de resolver estas cuestiones.