jueves, agosto 30, 2012

Análisis: Crispados en la Política (parte 6) - Analyse: crispées en politique (partie 6)


Entre la descalificación y el desprecio, el clima de la política aparece como si existiera una confrontación terminal con tonos apocalípticos. Verdadero rasgo de época, la crispación tiende a negar al otro, a ocultar que, en realidad, no hay tantas diferencias. O a esconder las verdaderas diferencias

Luis Bruschtein: 
El “modo” enojado

Dos personas se acaloran cuando discuten desde posiciones definidas y cerradas. El lío es cuando la discusión es crispada y no se sabe por qué. La crispación se ha convertido en un “modo” de discutir. En una situación en que la economía funciona bien, esa crispación es mayor que cuando estaba en crisis. Como si fuera mayor la crispación cuando se percibe que puede haber más para repartir que cuando la sensación generalizada era que sólo se podía defender lo que se estaba perdiendo. Un plano de la discusión es, claramente, la distribución de la renta en un período de prosperidad. Y allí intervienen desde las necesidades concretas de los ciudadanos, con sus realidades y espejismos en la calle y en el trabajo, hasta los intereses más corporativos, concretos y sin espejismos de los grandes grupos económicos, industriales, banqueros, ruralistas y demás, que a veces se contraponen y a veces se entremezclan. Justamente por esta sinuosidad del debate, a estos grupos económicos no solamente les interesa favorecerse como lo están haciendo sino también controlar la toma de decisiones.

Otro plano en el mismo escenario es la crisis de un sistema de representación política, y fundamentalmente de los partidos tradicionales. En gran medida, con los viejos partidos la política era un sobreentendido. Sin electores atados por tradición o convencimiento, el lenguaje y la expresión pasaron ahora a ser más importantes. Sobre todo cuando la necesidad de ampliar los discursos para hacerlos más abarcadores los hace más parecidos. El énfasis se aplica a veces para demarcar diferencias que son sutiles. Y otras, las menos, cuando las diferencias son reales. Las nuevas fuerzas políticas son volátiles y sus protagonistas no se atreven a definirlas demasiado para no cerrarlas antes de tiempo, por lo que entonces necesitan remarcar sus límites más con énfasis que con contenidos.
Esos dos planos, el de la distribución de una renta en crecimiento y el de fuerzas políticas en plena crisis y transformación, se mezclan todo el tiempo. La puja por la renta implica formas de organización económica y no solamente dos modelos posibles sino varios, según desde dónde se formule. Porque un modelo industrialista puede ser más equitativo o de concentración o puede favorecer a una rama de la industria por sobre las otras. O se puede regresar al modelo de acumulación rentístico financiero o limitarse a exportar commodities. Esa discusión, que casi no aparece, tensa todas las demás porque se está al principio de un nuevo ciclo y lo que se decida ahora marcará con mucha fuerza los próximos años.

La Argentina pasó de una historia de revoluciones y golpes de Estado a un país con elecciones periódicas, pero con una cultura política pobre después de la última dictadura. Para ganar las elecciones se necesitan millones de votos. Son imposibles de reunir desde el conservadurismo elitista que se apoyaba en los golpes de Estado, o desde la idea de partidos pequeños de vanguardia con programas ultrablindados que primaba en la izquierda. Entonces la derecha afloja sus propuestas hacia el centro y la izquierda hace lo mismo. Se produjo una inclinación lógica hacia el centro, tanto de la izquierda como de la derecha. La misma gestión impone ese declive, porque las decisiones más drásticas, para un lado o para otro, requieren una masa crítica de respaldo para que no constituyan suicidio.
En el debate de ideas también hay dos planos. Porque existe el peligro de que lo único en juego sea esa rebaja del discurso. Otra vez se acercan tanto las propuestas, que casi no se diferencian, y entonces se usan otros temas, que en sí también pueden ser importantes, como el republicanismo o la corrupción, pero que de esta manera juegan para tapar la discusión sobre la distribución y la organización económica y social. Y se vuelve a lo enfático y tremendista para darle un volumen a ésta que oculte a la otra. La inclinación al centro implica por izquierda o derecha la expresión de una voluntad de poder sin la cual no existe la política. Es un plano del debate. Pero hay otro, que es el que ahora no trasciende, que es el de las ideas esenciales, los principios, el núcleo duro del pensamiento. 
Ese debate es el que define los paradigmas culturales que son los que permiten profundizar objetivos para las grandes convocatorias, es el debate que enriquece la política, le da trascendencia y educa. Es un diálogo no sólo entre oposición y oficialismo sino también hacia el interior de estos campos donde existen fuerzas con identidades propias.

Lo contrario a canalizar los planos del debate es la apología de lo no político, de la gestión técnica y el eficientismo. Macri y la forma en que construyó su victoria en la Ciudad de Buenos Aires constituyen un ejemplo. Para diferenciarse de los otros candidatos, Macri profundizó su imagen como la de alguien de fuera de la política. Entonces no puede haber debate. Los proyectos de derecha solamente blanquean abiertamente las propuestas sobre seguridad. En todo lo demás, el eje de su discurso es la eficiencia. El desapego a lo político, que es lo contrario al debate de ideas, es uno de los factores que estimulan la crispación del discurso. 



Pese a que la discusión que plantea es dura, López Murphy tiene, en ese sentido, una disposición más democrática porque es un militante de sus ideas. Es más claro que los demás dirigentes del centroderecha, que por eso prefieren hacerlo a un lado.

Las corrientes de derecha tienen una ventaja sobre las de izquierda porque los años de hegemonía neoliberal instalaron una cosmovisión y un sentido común que aparecen con una respuesta lógica para cada situación. Las corrientes de izquierda (incluyendo populistas, progresistas y todas las variantes) no solamente se quedaron sin un modelo que diera respuesta a todo sino que, además, en cada respuesta deben confrontar con ese sentido común arraigado para el que el principal enemigo es el Estado, la política, los sindicatos, los impuestos, o la protesta social. Ese sentido común constituye además la esencia del lenguaje de los medios que, de por sí, tiende a la crispación, la que es todavía reforzada cuando favorece a sus intenciones políticas. El peso social de este discurso es tan fuerte que diseña la agenda del debate político y llega incluso a cooptar sectores con intereses opuestos. Hay sectores de izquierda de oposición, por ejemplo, que prefieren hacer eje en la “crisis energética”, que ha sido caballito de batalla de la derecha para presionar por aumentos de tarifas, en vez de hacerlo en el cuestionamiento de la política petrolera oficial, un tema al que los medios son refractarios.

La crispación es legítima cuando se discuten ideas, pero la crispación como “modo” se parece más a la estrategia del tero, que se pone a gritar donde no puso el huevo. Se fuerzan diferencias menores y no se plantean con la misma potencia las diferencias de fondo. Es una práctica común de la política en situaciones electorales, pero cuando se mezcla con la crisis de los grandes partidos tradicionales y la desaparición de los viejos sobreentendidos que ellos implicaban, lo que se produce es una gran confusión.
Los viejos partidos, sobre todo el radicalismo y el justicialismo y hasta el partido conservador-militar, han hecho crisis, pero nacieron de grandes discursos políticos que ordenaron el debate en la sociedad alrededor de ideas fuertes como la democracia, la justicia social o el orden represivo. 
Los nuevos discursos, quizá sobre esas mismas ideas, no están claros. Parte de ellos, sobre todo en relación con la Justicia, el FMI y los derechos humanos, fue recogido por el gobierno kirchnerista en los primeros años. Parte también, y en este caso más relacionado con la transparencia y el rol de los partidos y los políticos, fue planteado por Elisa Carrió, y hasta el discurso de la seguridad tuvo su instante de gloria con Blumberg. 

El momento más brillante de cada uno de ellos fue cuando accionaron como defensores de una idea, incluso crispados. Es la crispación que embellece y que luego motiva, la crispación como estrategia. Esos momentos contribuyen a la construcción de los grandes discursos. Pero luego hay otros movimientos que no contribuyen a construir sino supuestamente a sostener esas ideas, como alianzas y concesiones, que muchas veces son contradictorios con ellas. Allí es cuando todos tienden a parecerse y la discusión parece griterío.

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