martes, agosto 28, 2012

Los últimos años de un notable exiliado: don José San Martín (parte 1) - Les dernières années de l'exil remarquable: Don José de San Martín (partie 1)


Por Felipe Pigna
 
El general que había liberado medio continente, vivía en su exilio europeo de la renta que le producía el alquiler de una casa en Buenos Aires y de la solidaridad de algunos amigos como el banquero Alejandro Aguado, quien lo ayudó a comprar una casa en Grand Bourg a siete kilómetros de París y le aseguró una vejez tranquila cediéndole parte de su fortuna, según lo cuenta San Martín: “Esta generosidad se ha extendido hasta después de su muerte, poniéndome a cubierto de la indigencia en lo porvenir”. Hacía tiempo que los gobiernos de Argentina, Chile y Perú no le pagaban puntualmente sus pensiones.
Así describía San Martín su vida en Francia: “Paso, en la opinión de estas gentes, por un verdadero cuáquero; no veo ni trato a persona viviente; Ocupo mis mañanas en la cultura de un pequeño jardín y en mi pequeño taller de carpintería; por la tarde salgo a paseo, y en las noches, en la lectura de algunos libros y papeles públicos; he aquí mi vida. Usted dirá que soy feliz; sí, mi amigo, verdaderamente lo soy. A pesar de esto ¿creerá usted si le aseguro que mi alma encuentra un vacío que existe en la misma felicidad? Y, ¿sabe usted cuál es? El no estar en Mendoza. Prefiero la vida que hacía en mi chacra a todas las ventajas que presenta la culta Europa.”
Benjamín Vicuña Mackena cuenta que el viejo general “se levantaba al alba. Siendo argentino, el general no hacía uso del mate en Europa, mas por una ingeniosa transacción con sus viejos hábitos se servía el té o el café en aquel utensilio y lo bebía con la bombilla de caña. La gran ocupación de San Martín era la lectura y sus libros favoritos pertenecían a la escuela filosófica del siglo XVIII, en cuyas ideas se había formado.”
El general seguía leyendo a Rousseau y a Voltaire, de quien prefería su “Enciclopedia filosófica” que había recomprado tras la donación de todos sus libros a la Biblioteca de Lima aquella que tuvo el gusto de fundar estampando su famosa frase: “Los días de estreno de los establecimientos de ilustración, son tan luctuosos para los tiranos como plausibles a los amantes de la libertad.”
Por momento cada tanto repasaba la carta que le había escrito al oriental Fructuoso Rivera, en la que respondía la pregunta que muchos argentinos de ayer y de hoy se hacían y se hacen: por qué no volvió el Libertador a la Argentina. Es necesario recordar que el general volvió a prestar sus servicios al país en las postrimerías de la guerra con el Brasil, pero al llegar se encontró con el dramático fusilamiento de su apreciado Dorrego a manos de Lavalle, dos oficiales del Ejército Libertador. Fue entonces cuando escribió aquella memorable carta: “Dos son las principales causas que me han decidido a privarme del consuelo de por ahora estar en mi patria: la primera, no mandar; la segunda, la convicción de no poder habitar mi país, como particular, en tiempos de convulsión, sin mezclarme en divisiones [...].Firme e inalterable en mi resolución de no mandar jamás. Si éste cree, algún día, que como soldado le puedo ser útil en una guerra extranjera (nunca contra mis compatriotas), yo le serviré con la lealtad que siempre lo he hecho.”
Juan Bautista Alberdi, que lo visitó el 14 de septiembre de 1843, lo notó por momentos melancólico y no podía terminar de creer la ingratitud de la clase dirigente de su patria para con el que llamaban su padre: “El general San Martín habla a menudo de la América, en sus conversaciones íntimas, con el más animado placer: hombres, sucesos, escenas públicas y personales, todo lo recuerda con admirable exactitud. ¿Será posible que sus adioses de 1829 hayan de ser los últimos que deba dirigir a la América, el país de su cuna y de sus grandes hazañas?”
El general dispuso en su testamento que el sable que lo acompañó en todas sus campañas fuese entregado a don Juan Manuel de Rosas, por la satisfacción que tuvo “como argentino, por la firmeza con que aquel general sostuvo el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla.” Mantuvo una interesante y fluida correspondencia con don Juan Manuel a quien elogió reiteradamente por la decisión con la que manejó la política exterior y porque según le decía: “Ahora los gringos sabrán que los criollos no somos empanadas que se comen así nomás sin ningún trabajo.”
Los unitarios nunca le perdonarán estas palabras y su cláusula testamentaria. 



Así se quejaba Valentín Alsina en una carta a su amigo Félix Frías: “Como militar fue intachable, un héroe; pero en lo demás era muy mal mirado de los enemigos de Rosas. Ha hecho un gran daño a nuestra causa con sus prevenciones, casi agrestes y serviles, contra el extranjero. Era de los que en la causa da América no ven más que la independencia del extranjero, sin importársele nada de la libertad y sus consecuencias. Nos ha dañado mucho fortificando allá y aquí la causa de Rosas, con sus opiniones y con su nombre; y todavía lega a un Rosas, tan luego, su, espada.”
Sigue en parte 2

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