Uno de los temas recurrentes en el debate de hoy en Chile es si la crisis del capitalismo en Europa alcanzará a tocar la economía nacional, pero lamentablemente la realidad es todavía más cruda que eso. Habría que decir a esos analistas que no es necesario que llegue ninguna crisis porque los trabajadores y el pueblo padecen una crisis crónica desde septiembre de 1973. No se puede aseverar otra cosa de un país donde un enorme porcentaje de la fuerza laboral malvive con salarios mínimos de 300 euros en uno de los mercados más caros de todo el continente, y el otro porcentaje por causas de precariedad laboral no alcanza ni por lejos a esa cifra, por lo que jamás han salido de esa situación, y con el modelo político y económico en curso es imposible que lo puedan hacer. ¿Qué las famosas cuentas de la macroeconomía? Esos son números de la oligarquía que no tienen nada que ver con la vida diaria de las personas.
Esos mismos analistas, en verdaderos arrebatos de exhibición humanitaria son capaces de describir –eufemísticamente- que el talón de Aquiles de las relaciones sociales en Chile es la desigualdad. No, estimados pensadores, la desigualdad es sólo el reflejo externo de una relación mucho más profunda, es la consecuencia no la causa, como la punta visible no representa todo el iceberg. La raíz principal es la explotación manifiesta, intensiva que se ha hecho del Trabajo y de todos los recursos durante todos estos años, una relación macabra, tormentosa, que para algunos constituye un verdadero parricidio social, despojando al mundo del trabajo de sus derechos y dignidad, y que en esa carrera por el abuso patronal compite mano a mano con fondistas tan consagrados como Colombia, Namibia, Bostwana y Sierra Leona.
Los sostenedores del sistema se esfuerzan en hacer pensar que la crisis del capitalismo es de otros, que se trata de otro capitalismo, que la deuda de ciento cincuenta mil millones de dólares del sistema (de los cuales el setenta y cinco por ciento corresponde a deuda privada y no pública) no les toca y o tiene nada que ver con ellos; que un país tras otro tenga que ser rescatado con dinero de los estados y del pueblo, tampoco. No les preocupa que la emisión de dinero en el mundo ya no tenga ningún tipo de respaldo real o que los recursos naturales y energéticos estén muy próximos a su extinción. El neoliberalismo en Chile sigue siendo un muchacho sano, independiente, los problemas pertenecen a los demás. En el súmmum del chovinismo ideológico, han hecho pensar que no hay alternativas posibles, que es inútil pensar en otros modelos de desarrollo social, y como el fumador empedernido incapaz de dejar el tabaco o el cazador furtivo que no puede dejar escapar la presa herida, se niega a perder el hábito de la desolación.
Pero dentro de todas las lacras endémicas del sistema, quizás de las peores que haya dejado para la sociedad, es la frágil conciencia cívica y la corrupción de la energía ciudadana. En Chile, la categoría de ciudadanía está asimilada al concepto del consumo, por lo tanto hay muchas categorías según sea la consumición. (Léase A, B, ABC 1, ABC2, ciudadanos de cuarta y cuarta especial también), pero en su gran mayoría inconscientes del concepto más elemental de sus derechos y de ser sujetos soberanos en las decisiones de la nación.
Se ha instalado durante muchas décadas la psicología del bajo esfuerzo mental, el escapismo de la realidad y el evitar que la gente piense demasiado en la situación y que sepa apreciar la vulgaridad. En esto han cumplido una tarea encomiable los medios de comunicación, pero también el maltrecho sistema público de educación. Como resultado, pareciera haber existido un objetivo planificado para adquirir habilidades cognitivas inferiores, para que el colectivo ciudadano fuera capaz de reaccionar rápida y positivamente a estímulos muy básicos y conservadores, para preservar el modelo burgués de dominación.
Después de perder miserablemente veinte años con farrulleros y embrolladores que no modificaron nada, más preocupados de participar personalmente en el festín del expolio neoliberal y repartir las sobras del despojo, lo único que cabe es que las jóvenes reservas morales de la sociedad, los estudiantes, mapuche, pobladores, que no temen mojarse, “ensuciarse”, en definitiva luchar por su bienestar y su dignidad, puedan reunir las fuerzas suficientes para revertir este marasmo del espíritu, que es todavía más grave que una simple crisis económica y social.
Gonzalo Bizama
Rebelión